• 19/11/2022 00:00

La amistad política y el bien común

“¿Puede ser posible alcanzar algo similar a esta mentalidad común?”

Usualmente, cuando pensamos en el concepto de amistad lo relacionamos con los vínculos afectivos que sentimos por aquellos con los que mantenemos una cercanía íntima y profunda; sin embargo, si añadimos “política” a este concepto y lo convertimos en “amistad política” nos resultaría una noción muy extraña y ajena a nuestras sociedades contemporáneas. Pero pese a lo foráneo que nos resulte esta noción, consideramos que es importante retomarla y para ello valgámonos de la reflexión que dispuso Aristóteles sobre este asunto.

Primeramente, ¿qué es la amistad para Aristóteles? Cuando el filósofo griego habla de ello se refiere a “philia”, un término griego que puede traducirse como los vínculos afectivos entre amigos o como la disposición a hacer amigos. En todo caso, “philia” estaría vinculada a las distintas relaciones que, como “animales sociales” que somos, mantenemos en los distintos ámbitos de nuestra vida.

El núcleo común a todas estas relaciones es tratado en su Retórica (1380b-1381a) y especialmente en la Ética Nicomaquea (EN) (1155a-1172a). Desde aquí, “philia” es definida como: 1) desear y hacer el bien por el bien del otro; 2) desear que el otro exista y viva por sí mismo); 3) pasar tiempo juntos y elegir las mismas cosas; o, 4) Experimentar el dolor y el placer juntos (lo que ocurre sobre todo en el caso de las madres). Mas, lo central aquí es que para Aristóteles, toda amistad implicaría igualdad y reciprocidad, y que, además, la amistad no solo es necesaria, sino que también es buena (1155a30).

Ahora, ¿cómo pasamos de aquí a la amistad política? Antes de ello, debemos reconocer que dentro de un Estado puede decirse que el árbitro común, es decir, aquello que dirime entre lo legal o ilegal, correcto o incorrecto, etc., es la justicia. La cuestión es que de acuerdo a Aristóteles, la amistad disminuye la necesidad de la justicia. Esto no implica que amistad y justicia sean antitéticas, más bien, si entendemos que la finalidad de la justicia es la resolución de conflictos; la amistad al servir a la unidad y convivencia entre los miembros de una comunidad, resultaría en una disminución de dichos conflictos.

Entonces, la amistad política se torna en un recurso necesario para la propia política; pues hace que la comunidad sea más segura, permanente y prudente en la búsqueda y deseo de arribar al bien común. De este modo, para Aristóteles, un Estado sin amistad política no puede considerarse como uno verdaderamente justo. Ahora, ¿se puede conseguirse esto?

Aquí debemos referirnos a la “homonoia”, una noción griega que suele traducirse como concordia. Este término es igualmente de difícil traducción, y Aristóteles lo emplea de diversas formas, pues puede ser entendido como el acuerdo práctico entre ciudadanos de una ciudad-Estado (EN 1167a22–b4); o también, como la habilidad para llevarse bien con otros (EN 1167b6-9). Si acudimos a su definición filológica, “homonoia” significaría: mentalidad (“nous”) – igual (“homo”); por lo tanto, la amistad política se da cuando cada uno tiene la misma opinión sobre las cosas que se deben hacer (EN 1167a26-33).

¿Puede ser posible alcanzar algo similar a esta mentalidad común? Cabe resaltar que Aristóteles fue crítico de aquella unidad perfecta a la que aspiraba Platón en La República (462c), pues un Estado es por naturaleza plural (Pol. 1261A2) e ir en contra de ello significaría la destrucción de dicho Estado; pese a esto, lo anterior sería posible gracias a un proceso formativo público. Por ello en su Política señala que para que perdure un régimen es necesaria dicha formación. La conclusión de lo anterior es obvia, requerimos de un proceso educativo que anime la “homonoia” entre comunes. Así pues, incluso si no llegáramos a ver nunca a la mayoría de nuestros conciudadanos, por lo menos tendremos la certeza que ellos esperan de nosotros (y viceversa) un igual anhelo por el bienestar común.

Profesor de la Universidad de Panamá.
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