• 21/05/2022 00:00

Como en tiempos de la inquisición

Nadie vio nada, desaparecieron cuando el mundo estornudaba y los moquillos se salían con los termómetros reventando de fiebre con altas temperaturas.

Nadie vio nada, desaparecieron cuando el mundo estornudaba y los moquillos se salían con los termómetros reventando de fiebre con altas temperaturas. El mundo se detuvo por un instante, cosa que fue aprovechada por estos nuevos terroristas de la cultura para cometer el más deleznable de los delitos.

Por dos años estuvieron los planteles educativos cerrados, sin la voz del maestro llenando las juveniles mentes de excelso conocimiento, sin las voces de los estudiantes pidiendo a gritos nutrirse de cultura y los pasillos vacíos sin escuchar sus risas y relajos en los recreos con una soda en la mano y la empanada de carne en la otra. El ambiente, a todas luces ultrajante, fue propicio para cometer el ilícito en el glorioso Nido de Águilas, símbolo de la nacionalidad panameña, pilar de innumerables luchas en pro de la nacionalidad panameña.

El ropaje de oscuridad fue tal, que lograron llevarse cerca de diez mil libros sin que nada ni nadie los estorbara. Manos turbias llenas de brutalidad borraron años de exquisita sabiduría para las futuras generaciones. Hurto que ha debido tener sus cómplices en el anonimato, quién sabe con qué malévolas intenciones. Una hazaña a lo Houdini, digna de contar.

Durante la invasión a Panamá de 1989, los comercios fueron totalmente vandalizados menos las librerías. Estas permanecieron intactas. Nadie se robó un ápice de conocimiento, mientras que en cambio de este colegio, uno de los precursores de la República, se esfumaron miles de horas de trabajo intenso, de material inédito valioso, regalos culturales de personajes importantes vinculados al mundo político, empresarial y cultural, cuando apenas el país estaba naciendo en su cuna y se necesitaba de impulsos como estos para su desarrollo.

Diez mil libros no es poca cosa. ¿Dónde están? ¿Quién los tiene? Acaso estarán empaquetados en bultos de a cien con destino incierto o en algún almacén listos para ser enviados al mercado negro o en el peor de los casos en basureros listos para ser incinerados. Es una vergüenza. El Panamá de mis amores no se merece esto. Autoridades, instituciones, escritores y gente que ama el quehacer cultural, cada uno desde su trinchera, hemos luchado para que en Panamá la cultura sea tema de máxima prioridad y esta “acción ha sido una pedrada a nuestra historia y un sablazo a nuestro futuro”, palabras de la colega profesora Ela Urriola con la que conversamos sobre el tema en estos días.

Los estantes siguen allí sucios y oxidados como testigos de la gran proeza de sumirnos en una nueva oscuridad cultural como la del Medioevo, sin hallar resabios de nuestra identidad… No saber quiénes fuimos ni quiénes somos; ni a dónde iremos con toda esta debacle que tiene a la educación en el más frío y oscuro sótano de la historia cultural panameña. Triste situación de ver y no hacer nada como cuando los libros se quemaban en las funestas hogueras (a lo mejor están en Cerro Patacón ardiendo de melancolía y frustración) que llegaban al cielo como en tiempos de la Santa Inquisición, que de santa nada tenía, ya que era una organización absolutamente criminal.

Escritor
Lo Nuevo
Suscribirte a las notificaciones