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- 30/07/2023 00:00
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El debate propuesto sobre la educación no ha tenido lugar y salvo algunos comentarios en artículos que aparecen de vez en cuando en la prensa nacional, pareciera que el tema, fundamental para nuestro presente y el futuro de Panamá, no genera interés suficiente tanto en la opinión pública más ilustrada como en las autoridades responsables por la educación panameña, aunque hoy sea percibida como el tercer problema más importante del país. Una excepción notable fue el rector de la importante Universidad Especializada de las Américas (UDELAS), doctor Juan Bosco Bernal, que publicó dos interesantes libros sobre el asunto.
La crisis educativa panameña comienza en verdad, en esta última etapa, desde principios de la década de 1970 cuando la Universidad de Panamá, vivero de profesores del secundario y de muchos maestros del nivel primario, expulsó por razones políticas a excelentes profesores y disminuyó sus estándares al mínimo con el propósito de permitir el ingreso masivo de jóvenes de las clases populares creyendo que así se facilitaría la promoción social. Además, dicha universidad, también institución educativa xenófoba, discriminaba profesores extranjeros mejores y relativamente menos remunerados y así los ahuyentaba. Fue un gravísimo error por el cual pagamos todos y toda la sociedad, especialmente las clases más populares, un costo altísimo.
La Universidad de Panamá, que hoy ocupa un lugar muy secundario entre las latinoamericanas en la clasificación de excelencia y con magra producción académica (según el “QS Latin America University Rankings 2022”, entre 418 universidades consideradas está en la posición 151-160, mientras que la Universidad de Costa Rica ocupa la 20), rige el sistema universitario nacional y ha permitido la proliferación, entre las 23 registradas, de universidades aún peores, como la Universidad Autónoma de Chiriquí (UNACHI), modelo insuperado de mediocridad, corrupción, clientelismo y despilfarro (ocupa uno de los últimos lugares, casi 400), apoyada por los más nocivos políticos electos. Además, se fortaleció el populismo interno mediante un sistema de elección de los rectores, ¿magníficos?, que favoreció el nefasto clientelismo ahora arraigado en las universidades oficiales, tal como se practica en el corrupto sistema político nacional.
Panamá dedica a la educación un porcentaje inferior al promedio de Latinoamérica y el Caribe, alrededor del 3 a 3,5% del PIB, lejos del ideal 6%, y tiene aún demasiadas escuelas en muy mal estado y mal equipadas, sin laboratorios y bibliotecas adecuados, con insuficiente protección. Escuelas que utilizan un currículo obsoleto y están ocupadas por un cuerpo educativo reclutado con un escaso criterio de selección y excelencia, no obstante, el mejor pagado de Latinoamérica. ¿Podríamos conjeturar que estamos frente a un sistema dirigido por un Ministerio de Educación (MEDUCA), con líderes sin formación, experiencias, conciencia ni visión de lo que es una educación de la más elevada calidad a la escala internacional? Para atraer electores algunos políticos inventaron lemas “estelares” sin sustancia y hasta ahora sin porvenir.
El resultado final de décadas de funcionar una estructura educativa muy defectuosa es que se han creado de tal forma dos sistemas, el público, de muy pobre calidad, para una población más popular y mayoritaria, y, el privado, con niveles de exigencia un poco más elevados para una clientela menor con mayores recursos. Mientras, el gobierno propuso a finales de la década de 1970 una reforma educativa que fracasó por el rechazo provocado por grupos de opositores al régimen militar más que por la naturaleza de dicha indispensable reforma. El inmovilismo duró más tiempo del esperado, más de cuarenta años, y cuando el mundo seguía avanzando en Panamá nada cambiaba en el plano educativo.
El retorno a la democracia liberal desde principios de la década de 1990 tampoco alteró la situación estructural creada dos décadas atrás, quizá la empeoró. Además, grupos religiosos ultraconservadores, católicos y evangélicos, han contaminado el tema y obstaculizado la modernización de la educación panameña, y avances sociales urgentes para ponernos a tono con las naciones más avanzadas y hasta con Colombia y Costa Rica.
A pesar del riesgo de “sesgo cultural” y de “interpretaciones reduccionistas”, la calidad educativa se revela en las pruebas internacionales PISA (lectura, matemática y ciencias) de 2018 en las cuales los estudiantes panameños ocuparon el penúltimo lugar entre 10 países de Latinoamérica y uno de los últimos en el planeta (puesto 71 de 79).
La realidad es que muchos estudiantes graduados de escuela primaria no entienden lo que leen, fenómeno que se advierte hasta en las mejores escuelas secundarias. Además, hubo una disminución significativa en el rendimiento de lectura en los estudiantes de colegios públicos en relación con los alumnos de escuelas privadas. Las pruebas PISA de análisis en 2018 revelaron que, en Panamá, solo 35% de los alumnos logra la comprensión en lectura establecida por los objetivos de desarrollo sostenible. Únicamente 4,1% de los adolescentes en áreas rurales y zonas comarcales, obtiene los estándares mínimos de comprensión lectora. La educación en ciencias tampoco atrae más que a una débil minoría de alumnos.
Los resultados del “analfabetismo funcional” son en Panamá alarmantes. Millares de niños aprenden el alfabeto, pero no saben leer ni escribir. Pasan de la primaria a la secundaria y llegan a la universidad sin poder entender un libro serio, repiten los medios. Aunque muchos jóvenes se dediquen a la lectura de libros valiosos, parecen ser una minoría frente a los que prefieren otras actividades que estiman más lúdicas.
Los profesionales graduados de universidades muestran, en muchas ocasiones, dificultades para leer y escribir. Hasta funcionarios de elevado nivel, políticos electos y altos oficiales de los estamentos de seguridad, en principio con educación superior, parecen ignorar un manejo adecuado del idioma español. Por ejemplo, todavía no saben que “masculino” y “femenino” son adjetivos y no sustantivos. El dequeísmo es casi una norma en Panamá, aún entre gente con supuesta educación universitaria. Periodistas de la televisión parecieran no conocer bien el español. Además de los maestros y profesores, esos son los principales referentes para una población que demanda modelos públicos de mejor educación.
Sin embargo, no todo fue negativo en los últimos tiempos. Debemos reconocer que en 13 años, de 2010 a 2023, la tasa de analfabetismo descendió de 5,5% a 3,7%, de forma tal que podemos ser considerados por la UNESCO como Estado libre de analfabetismo. También, que el acceso de la población a instrumentos de estudio e información ha aumentado. En 2010, 28% de los hogares declararon que tenía computadora, laptop o tabletas, mientras que en 2023 esa cifra alcanzó el 40%. De igual forma, se registra un aumento de hogares con acceso a cable TV de 21% en 2010 a 57% en 2023. Además, la cifra de hogares con internet se incrementó de 20% en 2010 a casi 70% en 2023.
No obstante, al contrario de lo que sucedió en los Estados más desarrollados, ocurrió aquí el prolongado cierre de las escuelas, el mayor en todo el planeta, y la sustitución de la educación presencial por una supuestamente virtual —que no llegaba bien a la gran mayoría de los estudiantes, 70% al menos, el más popular—, durante casi dos años desde 2019 decidido por un MEDUCA en parte controlado por el omnipotente Ministerio de Salud (MINSA), sin un verdadero criterio científico y sensato. Además, un MEDUCA sometido también a poderosos gremios de educadores entregados a la molicie de largas vacaciones enteramente pagadas, no ha hecho más que empeorar la situación educativa ya de por sí estructuralmente gravísima.
El resultado ha sido la condena de una inmensa población escolar joven a un futuro más incierto y empujar a muchos estudiantes de bajos recursos a la deserción educativa permanente, como ya se comprueba claramente. Es la mayor catástrofe social que haya enfrentado el país en décadas, con fuertes implicaciones en la formación integral de los panameños como ciudadanos, y su aprendizaje profesional para un mundo más competitivo a escala interna e internacional.
Tomará años de esfuerzos sostenidos recuperar la enorme pérdida para una generación de jóvenes panameños completamente abandonados por sus educadores y gobernantes. Lograr una educación de calidad para el futuro, al menos para la próxima generación de panameños, principal instrumento de promoción social y de combate contra la desigualdad y la pobreza, debería ser uno de los retos más importantes y uno de los objetivos de lucha política y social fundamentales de nuestro país. Educación de calidad sería un instrumento indispensable para alcanzar el Estado de desarrollo y de bienestar que merecemos.
El autor es geógrafo, historiador, diplomático. Ex delegado permanente ante la UNESCO.