Antecedentes del crimen de Remón

Actualizado
  • 24/07/2021 00:00
Creado
  • 24/07/2021 00:00
El movimiento democrático nacional que aflora en el año 1945 y que tan duramente fue hostilizado, perdió beligerancia efectiva. Los partidos existentes dejaron de actuar. Al pueblo no se le hablaba ya el lenguaje elevado de los conceptos ni los partidos, por lo mismo, podían cumplir función magisterial alguna.
Antecedentes del crimen de Remón

Extracto de la obra El proceso Guizado - Un alegato para la historia, 1957.

En la generalidad de los casos todo hecho punible está condicionado por el mundo circundante. En los delitos políticos este criterio constituye una verdad apodíctica. No es Panamá un país dado al crimen político. Nunca, en su historia republicana, un presidente de la República o un ministro de Estado fue abatido por una mano homicida. El crimen político sí se conoció cuando estábamos unidos a Colombia. Desventuradamente la historia en Panamá se comienza a enseñar, y a querer, a partir de la República y mediante un proceso de negación cerrada, olvidamos nuestra rica historia del decimonono.

En el año de 1931 hubo en Panamá un cambio de gobierno mediante un golpe de Estado. Fue el primer golpe de Estado de la historia republicana. Nuevas ideas, nuevos hombres quisieron surgir en la vida nacional con el objeto de reestructurar al país sobre bases más sólidas y nacionales. Sin embargo, la ausencia de experiencias, el ningún contenido ideológico de carácter homogéneo en esa generación del 30, dio con la frustración política del vigoroso grupo de presión denominado “Acción Comunal”.

En toda la década de 1930 y de 1940, el país se consagró a la lucha política bajo el signo del personalismo. No se era liberal, conservador, radical, socialista o nacionalista. Se era “alfarista”, “harmodista”, “panchista”, “dominguista”, “arnulfista”, “jimenista”, “chiarista”, o “remonista”, según la época y según los hombres con vigencia en el escenario político.

Antecedentes del crimen de Remón

Sin embargo, esos años de continuidad absolutamente personalista en la vida pública nacional dieron por resultado un desajuste orgánico de valores, de intenciones y de fines.

En el año 1945, y con motivo esencialmente de las influencias espirituales que suscitó el triunfo aliado en la Segunda Guerra Mundial, hubo en Panamá un despertar colectivo y se repitió el fenómeno del año 1931. El país deseaba encontrar sus justas posiciones. La historia de Panamá en esos años era fecunda en anhelos y actos reivindicatorios. Se inició en el país la estructuración de nuevos organismos políticos, nutridos en la Universidad que apenas tenía diez años de funcionamiento. Se convocó a una asamblea nacional constituyente que dio una carta realmente democrática y progresista. Empero, al poco tiempo se presentó un nuevo hecho político que dio al traste con el impulso nacional concebido en el año de 1945. No se trataba ya de atomizar los partidos; ya esa táctica había cumplido su misión y no había sido muy exitosa porque en el año 1945 se rompieron todas las previsiones de sus creadores. Importaba ahora formar un organismo más fuerte, menos deliberante en su mundo interno, pero más enérgico en el arte de acallar la voz de los pueblos. Ese deseo se convirtió en realidad después del año 1947. El año de 1947 constituye el inicio de las concausas más sutiles de los hechos del 2 de enero de 1955. En ese año, las fuerzas nacionales, identificadas plenamente, decidieron revisar sus relaciones con Estados Unidos. Se denunció la ocupación de hecho de 114 sitios de defensa diseminados a lo largo de todo el territorio de la República. En memorables jornadas el país obtuvo su objetivo: fueron abandonadas todas las bases ubicadas fuera de la Zona del Canal. En el campo político un movimiento eminentemente popular estaba llamado a llegar al poder en las elecciones de 1948. Se imponía, por tanto, la necesidad de frenar en el campo externo e interno todas las manifestaciones políticas del país que podían tener una visión no tradicional de los problemas y soluciones patrios. Fue entonces cuando la oligarquía política panameña comenzó a darle una importancia inusitada a la Policía Nacional, único organismo armado del país. A los gobernantes no les interesaba ya el respaldo de los partidos; descansaban en la creciente participación de la Policía Nacional en la vida pública. En la medida en que crecían y se organizaban las fuerzas democráticas del país, la Policía Nacional se presentaba como freno a todo crecimiento. El gobernante fue adquiriendo una menor importancia, y en el escenario político jugaban dos personajes su papel: la oposición organizada y la Fuerza Pública. Esta fue batiendo a aquella, hasta quedarse convertida en la fuerza arbitral de todos los conflictos.

Los episodios nacionales que registran antinomias entre la Policía Nacional y el pueblo o entre la Policía Nacional y los principios constitucionales y legales, son tan deplorables que no es esta la ocasión para exponerlos.

En ese nuevo organismo deliberante, verdadero partido político en armas, la figura central era el coronel José Antonio Remón Cantera.

En el año 1952, el coronel Remón pasa del cargo de jefe de la Policía al de presidente de la República. Una de sus primeras medidas que no puede constituir una experiencia estimulante, fue la liquidación legal de los partidos que le habían hecho una oposición caracterizada. En el Órgano Legislativo, 46 diputados, de 51, respondían a sus órdenes. En la práctica era el Ejecutivo el que legislaba. En el Órgano Judicial se propiciaron destituciones y nombramientos en forma tal que muchos despachos judiciales parecían más clubes políticos que templo de Temis. La Policía Nacional fue reorganizada a imagen y semejanza de la Guardia Nacional de Nicaragua, incluso tomó su nombre. Lentamente el país adquiría una nueva fisonomía psicológica. El movimiento democrático nacional que aflora en el año 1945 y que tan duramente fue hostilizado, perdió beligerancia efectiva. Los partidos existentes dejaron de actuar. Al pueblo no se le hablaba ya el lenguaje elevado de los conceptos ni los partidos, por lo mismo, podían cumplir función magisterial alguna.

El trastocamiento de la vida nacional. Las incursiones de hecho de los militares en el fuero civil, la improvisación de figuras y circunstancias, los abusos propios de todo exceso de poder, el relajamiento institucional, representan las concausas más nítidas del crimen del 2 de enero de 1955.

A nuestro juicio el panorama de 1955 no ha mejorado mucho en la actualidad. Hay un período de transición que no logra definirse. Se reclama un retorno a la época del debate doctrinal. Es urgente para la salud de la patria elevar la contienda política en alas de los partidos, orgánicos con visión de la patria, de sus problemas y soluciones. Es indispensable volver los ojos a la nacionalidad misma, siempre en peligro, y mucho más mientras sean estériles las disputas que dividen a los istmeños. En un clima de ideas, y de luchas por las ideas, es muy difícil que una mano homicida procure un crimen político. Los homicidios políticos son determinados o por una sociedad sin horizontes morales o por un hombre apasionado, delirante o altruista.

El panorama expuesto, a grandes rasgos, sirvió de escenario al repudiado crimen político del 2 de enero de 1955.

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