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- 18/09/2020 00:00
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El doctor Omar Jaén Suárez ha rechazado públicamente la propuesta presentada el pasado 1 de septiembre para “Regular el ejercicio de la profesión de historiador y crear el Consejo superior de la profesión de historiador”.
“Una profesión basada en ideales de universalidad y humanismo”, sostiene, no tiene que estar vedada a ninguna nacionalidad o restringida para eliminar la competencia. En esta entrevista ahonda sus opiniones sobre la función del historiador y su misión en el contexto panameño y apunta a mejorar la formación universitaria y fortalecer la competencia leal como única vía para revalorizar la profesión del historiador y a sus profesionales.
Según el Diccionario de la RAE es la “persona que escribe historia”, la cual es “exposición o narración de los acontecimientos pasados y dignos de memoria”. Así, cualquiera puede ser historiador. No obstante, hay historiadores autodidactas y profesionales.
Los primeros, pioneros, tuvieron solo educación secundaria, como Juan Bautista Sosa, Enrique Arce, Bonifacio Pereira, Juan Antonio Susto y Ernesto Castillero Reyes. Publicaron libros adecuados a la visión oficial con narraciones de hechos y personajes políticos y militares.
Más adelante se añadieron otros con educación superior como, por ejemplo, Jorge Conte Porras y Rodrigo Miró.
Hay abogados que también investigan y publican obras valiosas, destacándose Ernesto Castillero Pimentel, Carlos Cuestas y Oscar Vargas Velarde.
Literatos editan novelas históricas, amenas obras de ficción que algunos toman por historia real, como las de Gloria Guardia y Juan David Morgan.
Periodistas publican libros exitosos y útiles de divulgación histórica basados en obras de profesionales y otras fuentes. Ejemplo clásico es David Mac Cullogh y su best seller El cruce entre dos mares, fundamentado en dos verdaderos académicos, Miles Duval y Gerstle Mack.
Tenemos en Panamá historiadores con doctorados en alguna ciencia social (historia, sociología, antropología, geografía y filosofía) adquiridos en universidades extranjeras prestigiosas y algunos, con obra notable. Están, por ejemplo, Carlos Manuel Gasteazoro, Alfredo Castillero Calvo, Alfredo Figueroa Navarro, Patricia Pizzurno, Roberto de la Guardia, Ricaurte Soler, Celestino Andrés Araúz, Ana Elena Porras, Mario Molina Castillo, Armando Muñóz Pinzón.
Una nueva generación tiene, entre otros, a Yolanda Marco Serra, Rolando de la Guardia y Marixa Lasso. Dominamos, todos, la heurística y hermenéutica, técnicas y métodos científicos, y manejamos las diversas dimensiones de la historia con interpretaciones personales con intenciones de objetividad: la corta, de eventos, la mediana, coyunturales, y las de larga duración, estructurales. Algunos abordamos temas que desbordan las fronteras nacionales.
Estudiar de manera más científica el pasado panameño hasta el presente para fabricarnos un mejor porvenir.
Servir de guía a los que deciden y educar mejor a generaciones de jóvenes en la realidad de nuestro pretérito.
Librarnos de las leyendas que abundan sobre nuestro pasado, construidas a propósito por personas y grupos de interés desde la fundación de la República de Panamá, para justificar sus acciones o su ideología.
Deshacer méritos inventados sobre personajes históricos, especialmente líderes políticos racistas, insensatos, irracionales, autoritarios y corruptos que se presentan como ejemplares.
Combatir la inmoral tergiversación de la historia.
El historiador tiene una responsabilidad extraordinaria frente a un pueblo que necesita conocerse mejor y también su historia verdadera.
Eliminar inventos indignos como, por ejemplo, los de un presidente de facto el 3 de noviembre de 1903 cuando la República todavía no existía plenamente (hecho realizado del 4 al 6 de noviembre al adherirse al movimiento capitalino los municipios del interior y Colón).
A la propuesta de honrar la memoria de un historiador ejemplar destaco el primero, el doctor Gasteazoro, que llegó graduado de Lima en 1949.
Publicó obras importantes, dirigió la Editorial Universitaria con una gran producción de calidad y como profesor formó a los primeros historiadores con técnicas y métodos más avanzados.
Creó una escuela de jóvenes licenciados, algunos de los cuales se perfeccionaron en Sevilla, Madrid y Valladolid. Frecuentaron los archivos sevillanos, madrileños y de Simancas.
Ha evolucionado de manera desigual, con tendencia hacia la baja. Pareciera que otra generación ha tomado hace tiempo la dirección de la Escuela de Historia de la Universidad de Panamá, poniendo trabas a otros mejor educados para dificultarles el ingreso a la cátedra. Además, salvo excepción, no produce mucha investigación académica y no permite, en general, la competencia leal, benéfica para los estudiantes, la universidad y el país.
La disminución de horas de estudio de historia en la escuela secundaria ha repercutido en la demanda de profesores y de alumnos universitarios en el oficio.
Aunque ha instituido estudios de maestría desde finales del siglo XX y de doctorado en el XXI, el resultado final ha sido un desafecto de estudiantes por los estudios históricos que llevó la Escuela de Historia al borde del cierre.
El principal problema de Panamá es, a mi juicio, el bajo nivel educativo de la población, fuente de todos los demás.
Un sistema político perverso favorece ese nivel paupérrimo, porque forma electores fácilmente manipulables y, en consecuencia, víctimas del clientelismo y populismo desenfrenados. Sus líderes y alabarderos abanican la xenofobia en un país hecho en gran parte por inmigrantes, el proteccionismo contra la sana competencia intelectual y técnica, y el nacionalismo parroquial contra el universalismo y la globalización de un país que es eslabón fundamental de encuentros humanos y de transporte internacional.
Casi siempre fanáticos religiosos anteponen el mito y la superstición a la ciencia y la razón.
Todas son acciones que nos empobrecen e impiden nuestro mayor desarrollo.
El resultado es un país plagado de ignorancia, controlado por mentalidades atrasadas, con grandes desigualdades sociales y disparidades regionales.
Un grupo que vive casi en el primer mundo, no más del 20% de la población, urbano con educación de buena y mediana calidad, se contrapone a otro mayoritario, con mala educación pública, 60% de la población urbana y rural, y, finalmente, en el fondo, están los marginados, casi sin educación, de los cuales la mitad en las reservas de miseria que se llaman comarcas indígenas.
Un título universitario de historiador debería preparar para la educación secundaria con profesores, los mejores, escogidos mediante concurso riguroso y anónimo (por lo menos las pruebas escritas) y bien pagados.
Otros, podrían integrarse en la administración pública cuando sea un servicio civil tal como existe en los países más adelantados y prósperos, mediante concursos de competencia.
La licenciatura en historia es un eslabón que prepara intelectualmente al candidato a una maestría que es el escalón siguiente cuando comienza a aprender el oficio, y finalmente el doctorado cuando adquiere el dominio de los métodos y las técnicas de investigación.
Es el grado para optar, también por oposición verdadera (y no manipulada para favorecer el clientelismo imperante), al cargo de catedrático universitario.
Así sucede en los Estados que funcionan bien y en las sociedades ordenadas. Historiadores encuentran, en la empresa privada y otras organizaciones cívicas e internacionales, un lugar cuando prueban su capacidad.
Igual debería ser en la política, en partidos dirigidos por verdaderos patriotas y gente competente y honesta.
Exigir a los profesionales de la historia la nacionalidad panameña (¡y hasta la de nacimiento como al presidente de la República!) y amenazarlos con persecución judicial, no son formas adecuadas de regular una profesión liberal basada en ideales de universalidad y humanismo.
Otorgar a burócratas, en general incompetentes, el control de la idoneidad del profesional, sería una manera eficaz de cultivar la mediocridad.
Hay que revalorizar socialmente la actividad docente y la del historiador profesional, mejorando realmente su formación universitaria.
El rescate de nuestra historia va de par con el de nuestra identidad. Diría más bien de nuestras identidades múltiples de una sociedad formada por gente originaria de civilizaciones y culturas muy diferentes que se han encontrado en este istmo de manera pacífica, lugar que ha servido de laboratorio social universal.
El Estado tiene una responsabilidad capital mediante el reforzamiento de la calidad de la enseñanza de la historia con textos escolares de los mejores historiadores con producción respetable y respetada aquí y en el extranjero, y más horas de clases en la escuela secundaria.
Igualmente, los medios tienen la responsabilidad de llamar a expertos con obra académica probada cuando buscan opiniones sobre asuntos históricos destacados, en vez de distraernos con diletantes interesados en temas nimios, como saber si la bandera está al derecho o al revés.
Con motivo del bicentenario de la independencia de Panamá de España, el Gobierno Nacional puede contribuir a fortalecer nuestra memoria histórica mediante un programa bien armado y ejecutado, con recursos suficientes.
(El gobierno de Nito Cortizo) ha llamado a historiadores y otras personalidades para participar en un comité organizador bajo la dirección del nuevo Ministerio de Cultura. Puede, además, aprovechar la magnífica efeméride para relanzar una mejor relación con el resto de Hispanoamérica, sus gobiernos y sus pueblos, en una celebración que es común, la de la independencia de un poder colonial, del paso de una monarquía a una república, y de una sociedad de casta esclavista a una libre, de ciudadanos.
Esa es una oportunidad de oro que no debería desaprovechar como lo hizo infortunadamente la terrible administración Varela con el quinto centenario de la ciudad de Panamá, la primera del Pacífico americano.
Es ocasión de utilizar una fecha histórica única para unirnos mejor los panameños en un recuerdo que también nos enlazaría con nuestros hermanos mexicanos, centroamericanos, colombianos, ecuatorianos, peruanos, bolivianos y chilenos.
Nos lo debemos y se lo debemos al resto de los hispanoamericanos.