La pandemia, un sueño que agoniza y la vuelta al estado de bienestar

Actualizado
  • 07/06/2020 00:00
Creado
  • 07/06/2020 00:00
La crisis pandémica, como otras catástrofes en la historia, dio cuenta de las contradicciones intrínsecas de un modelo social y económico decadente, que agoniza
No se sabe aún cuál será el saldo final de la crisis y sus consecuencias sociales, económicas y políticas.

La crisis pandémica generada por la rápida propagación del Covid-19, no solo ha puesto al descubierto los fundamentos sustentadores de la modernidad occidental y la confianza casi providencial depositada en la razón humana y el desarrollo de la ciencia, sino las enormes contradicciones del modelo económico globalizador prevaleciente. Las consecuencias sociales en el corto, mediano y largo plazo podrán ser muy importantes en términos de la erosión infligida a la globalización neoliberal, como “modelo de clase” largamente en crisis. Las catástrofes, como las guerras, tienden a infundir y acelerar los cambios en las estructuras sociales decadentes.

Las pandemias en la historia

La peste negra, acontecida en el siglo XIV en Europa, y extendida a África, Asia y Medio Oriente, tuvo evidentes consecuencias sobre las transformaciones en las estructuras sociales ya debilitadas del feudalismo y en la apertura del nuevo entorno que viabilizó la entrada al Renacimiento, el surgimiento y ascenso de una nueva clase media burguesa con la que se auguraba la aparición del nuevo modelo económico y, sobre todo, en el fortalecimiento de la figura del Estado. La Segunda Guerra Mundial dio paso a un nuevo orden mundial bipolar, con la disputa por la hegemonía global entre Estados Unidos y la ex Unión Soviética durante la Guerra Fría; estableció el predominio de la burguesía nacional y colocó al Estado en el centro del proceso de desarrollo industrial, e impulso el estado de bienestar.

¿Qué implicaciones tendrá esta pandemia sobre el modelo neoliberal? No se sabe aún cuál será el saldo final de la crisis y sus consecuencias sociales, económicas y políticas, pero será muy difícil que el modelo de sociedad global vigente pueda subsistir en los mismos términos que lo ha hecho. La crisis ha exhibido sus contradicciones de fondo y la deslegitimidad latente del modelo desde el corazón mismo del sistema. Estados Unidos, contra toda predicción posible, pasó a ser el epicentro de la tragedia con el mayor número de contagios y muertes, acaecidas en un tiempo récord relativamente corto, con más de la mitad de los contagios y muertes del continente. Muchos factores confluyen en ello.

La crisis de hegemonía

Durante el largo periodo de hegemonía neoliberal, le ha ido literalmente mal. Justo en el momento en el que finalizaba la Guerra Fría, con el derrumbe del bloque soviético, se evidenció su crisis de hegemonía. Aunque parezca extraño, se trata de una superpotencia no apta para la globalización. Retomando a Jeremy Rifkin, autor de El sueño europeo, hay razones de orden estructural y fundacional para argumentar que Estados Unidos, como nación constituida a partir de principios “esencialistas” de identidad y diferencia, no compatibiliza con la globalización.

“A los estadounidenses –según Rifkin– les resulta muy difícil adaptarse a un mundo de flujos y relaciones sin fronteras, donde todas las personas estarán conectadas a través de redes y dependerán unas de otras para garantizar su bienestar individual y colectivo”. La exclusividad o excentricidad del sueño americano “lo hace ahora cada vez más sospechoso e inapropiado para un mundo en el que comienza a forjarse una conciencia global”.

El neoliberalismo ha sido exitoso en sus objetivos originales de revertir la tendencia decreciente de la tasa de beneficios capitalistas menguada a mediados de la década de 1970; pero ha fracasado en términos de sus consecuencias sociales, con un aumento inusitado de la exclusión, la desigualdad social y las condiciones de pobreza de la población. En cierto modo, con el modelo neoliberal Estados Unidos se ha “tercermundializado”, al trasladar aspectos propios de las condiciones de dependencias y explotación del trabajo de los países periféricos dentro de sus fronteras.

Ha hecho depender el proceso de acumulación cada vez menos de su capacidad productiva y cada vez más de la sobrexplotación relativa o intensificada de su fuerza de trabajo. La caída recurrente de su productividad, aunada a la flexibilización y desregulación de la producción, incrementaron la precariedad laboral. Ha dejado de ser esa máquina generadora de empleo característica de la fase del modelo industrializador y estado de bienestar.

Del sueño a la pesadilla

Estados Unidos mantiene indicadores de desarrollo humano por debajo de algunos países desarrollados integrantes de la OCDE, con uno de los mayores índices de desigualdad y pobreza; un sistema de salud estructuralmente ineficiente, con una cobertura limitada de seguridad social para la población trabajadora, y con más de 16% de la población de más de 65 años, vulnerable por la alta prevalencia de enfermedades crónico degenerativas.

La pandemia exhibió, desde el propio centro promotor del modelo, las contradicciones estructurales e intrínsecas de la globalización neoliberal; un modelo para el que ni siquiera en términos de la idiosincrasia y concepción de país se estuvo preparado. ¿Qué sigue? El escenario abierto por la crisis ofrece elementos para repensar opciones de largo plazo. En medio de la catástrofe el Estado pasó a ser fundamental. No es casual que China y Corea del Sur, que regulan su inserción a la economía globalizada desde el Estado, o Dinamarca y Noruega, con reconocidas formas de estados de bienestar, hayan podido reaccionar y enfrentar con relativo éxito el impacto de la contingencia pandémica. El Estado recobra su singular importancia.

El regreso del Estado

¿Cabría pensar en la reedición de un modelo de estado de bienestar similar al de la posguerra? No. Aquel, propio de la fase de la industrialización sustitutiva, descansó sobre el pacto social entre tres sectores: el capital, el Estado y la clase trabajadora. La ruptura infligida sobre dicha tríada a mediados de la década de 1970 y la consecuente desarticulación y pérdida de capacidad organizativa de la clase trabajadora, hacen inviable la reedición de un modelo de Estado benefactor “auténtico”, en aquellos términos. No obstante, otras de sus formas podrían ser promovidas y sustentadas por Estados relativamente fuertes.

La crisis pandémica, como otras catástrofes en la historia, dio cuenta de las contradicciones intrínsecas de un modelo social y económico decadente, que agoniza pero deja asomar los contornos de un nuevo orden social, en el que necesariamente recobrará centralidad el Estado y, desde este, la posibilidad de repensar esquemas particulares, pero legítimos de estados de bienestar.

El autor es sociólogo panameño. Académico de la Universidad Autónoma del Estado de México.
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