La barbarie que expuso la descomposición en las cárceles

Actualizado
  • 20/01/2020 00:00
Creado
  • 20/01/2020 00:00
Alexandra Vence, exdirectora de La Joyita; Tomás Herrera, pastor, y el doctor Miguel Chew narran el día de la matanza del 17 de diciembre de 2019

Eran casi las tres de la tarde cuando Alexandra Vence, directora encargada de la cárcel La Joyita, observó una multitud de presos que corrían con sus ropas ensangrentadas hacia la puerta perimetral del área que contiene los pabellones de máxima seguridad. Algunos gritaban y lloraban que los estaban masacrando y pedían que se abriera la puerta del cercado.

Alexandra Vence, exdirectora de la cárcel La Joyita, muestra los reportes sobre la cárcel que elevó a sus superiores.

Media hora antes de ese suceso, Vence recibió en su despacho a privados de libertad, miembros de la Iglesia evangélica, que le informaron sobre 200 internos del pabellón 14, en el que convivían 569 privados de libertad, que tenían la intención irrevocable de separarse del resto del grupo, sin mayor explicación. Supuestamente, todos pertenecían a la misma banda, pero al parecer, situaciones que se generaron extramuros impactaron la paz dentro del penal.

Nadie tenía clara la razón por la cual los reos habían tomado dicha decisión. Cuando el jefe de seguridad, Javier Carter, indagó a los presos, ninguno dio una razón que justificara el traslado al sector A de la Nueva Joya, ubicado al norte del complejo carcelario La Joyita.

Vence no podía realizar el cambio sin el visto bueno de la Dirección General del Sistema Penitenciario, un proceso que tomaría más que la urgencia que transmitían los presos para que se ejecutara la acción. Aun así, con el afán de profundizar en el caso, instruyó a dos funcionarios para que, computadora en mano, recabaran los nombres y el número de cédula de los interesados en abandonar el pabellón 14, y a Carter a levantar un informe de seguridad que justificara el traslado.

Inquieta por la información, Vence decidió ir al área acompañada del subcomisionado José Melamed para indagar lo que ocurría. Cuando ambos bajaron del auto los sorprendió el sonido de una ráfaga de detonaciones. Al principio no era claro si se trataba de advertencias de la Policía o provenían de alguno de los pabellones de la máxima. Así que el jefe de seguridad externa del penal, subcomisionado Ismael Argüelles, subió a buscar su chaleco antibalas y su arma, ya que está prohibido el uso de armas dentro de la cárcel.

Pastor Tomás Herrera, testigo de los hechos.

Fue en ese momento cuando Vence observó la estampida de reos que se aglutinaban en la cerca. “Entre la vida y la fuga, prefiero la vida, así que me hice responsable de cualquier evasión y ordené al pabellonero que abriera la puerta perimetral del área de la máxima, aún bajo ese riesgo”, narra Vence a La Estrella de Panamá.

“Hablé con ellos y les dije: ¡cálmense!, voy a abrir la puerta, pero necesito que se ubiquen en esta área (control 4), y no se fuguen”, añade. Y a pesar del caos que reinó por varias horas, los presos cumplieron su palabra.

En ese punto, Vence contaba con aproximadamente 25 unidades policiales, la mayoría desarmadas que mantenían vigilados a los 148 muchachos para evitar que se escaparan o alborotaran la escena.

Todo pasaba como si fuera un delirio. Los sonidos de las balas continuaban dentro del pabellón del que empezaron a salir carretillas similares a las que se emplean en la construcción, en las que cargaban a los heridos. Un preso la manejaba y otro asistía al herido. Había mucha sangre, algunos de ellos venían moribundos. Ante el confuso escenario, Vence se angustiaba más con cada herido que pasaba ante sus ojos porque sabía que le faltaba personal para controlar la situación. Además, temía que el conflicto escalara y participaran otros pabellones.

Le preocupaba que el problema se saliera de control. Los internos narraban que en su pabellón, integrantes de su mismo grupo delictivo los habían atacado y que adentro habían más heridos y más muertos.

La escena era dantesca, sus ojos no lo podían creer después de haber tenido cuatro años de paz en el penal.

En ese momento arribó con su carro el pastor Tomás Herrera, de la fundación 'La Milla Extra'. “Ese día llegué al primer control de seguridad del complejo carcelario y cuando me disponía a entrar escuchamos por la radio de la policía que había una balacera en el pabellón 14 de La Joyita. Eso es imposible —dije— nosotros tenemos paz. Quedé en shock”, relata el pastor.

Había un rumor de que un policía estaba herido y de inmediato se activó la sala de guardia para prestar refuerzo. “No había vehículos para entrar al centro y me pidieron el apoyo, así que se montaron al carro dos policías que se bajaron cuando llegamos al siguiente filtro policial (control 2) y yo seguí hasta control 4, el área de la máxima. Ahí vi a la directora Vence tratando de controlar la situación”, enuncia Herrera.

Todo era un caos, se escuchaba fuego abierto y muchos internos huían, temían por su vida, algunos heridos.

No había autos para trasladar a los heridos a la clínica, así que con el carro del pastor, y el asignado a la directora que manejó el custodio Juan Gabriel Sánchez, empezaron a evacuar a los heridos. Sánchez hizo dos viajes en total a la Clínica Virgen de La Merced, ubicada a unos 300 metros del sitio donde se desarrollaban los hechos, pero Herrera perdió la cuenta. “Muchos...”, dice.

Uno de los heridos que trasladó a la clínica tenía un disparo en la mano y una fractura en el pie, era amigo del pastor Herrera. Cuando volvió habían más lesionados. “¡Súbanlos!”, ordenó. Los viajes parecían interminables. “En ese ir y venir subí como a tres personas fallecidas”, rememora.

“Lo prioritario para mí era evacuar los heridos a la clínica, controlar que los internos de los pabellones 11, 12 y 13 no salieran de sus celdas y entraran en el conflicto. Al mismo tiempo, necesitaba sacar al personal administrativo de las oficinas, desalojar a las féminas que estaban en visita conyugal, evitar que los internos que habían salido primero regresaran al pabellón para vengarse, porque intentaron meterse nuevamente al ver que sus familiares y amigos salían heridos”, detalla Vence.

Tenía que dividirse en mil pedazos, frente a sus ojos, las carretillas con heridos no paraban de pasar. Mientras desocupaba al personal de las oficinas, su secretaria le comunicó con el director general en Panamá para saber cuándo llegarían los refuerzos policiales solicitados previamente por una de sus compañeras de trabajo. Vence lloraba, gritaba histérica porque no paraban de disparar y el refuerzo no llegaba.

Temía que fueran tras uno de los líderes de la banda refugiado en control 4, y los internos se tomaran las oficinas administrativas. Todos los posibles escenarios pasaban por la cabeza de la directora. Más tarde, cuando Vence se entrevistó por primera vez con uno de los supuestos líderes del grupo, éste le contó: “Esa gente cree que ellos nos parieron y que nosotros no nos podemos separar de ellos”.

Momento en que arribaron los refuerzos policiales al penal
La clínica

La urgencia no permitía siquiera tomar los datos de los lesionados que llegaban a la clínica Virgen de La Merced, que dirige el médico general Miguel Chew desde hace 11 años. Ese día, el 17 de diciembre de 2019, el doctor llegó a medio día para cumplir su turno vespertino. Coordinaba unas pruebas del pozo trasero para suministro de agua al sanatorio. Desde las instalaciones, Chew pudo ver el pabellón 14, pero en ese momento el sonido de las ráfagas presagió una jornada convulsionada. “Yo supe que era un arma pesada. El privado de libertad que hace la limpieza me alertó de que había un tiroteo en el 14. Fui al área de urgencias y organicé a mi equipo: una enfermera, un auxiliar y otro médico. Nos pusimos las batas, los guantes, y a esperar lo que vendría”, describe el galeno.

El primer vehículo que llegó fue una patrulla con cinco heridos por arma de fuego, ninguna de ellas ponía en peligro su vida. “Uno tenía una herida en el antebrazo de la mano derecha, y otros en diferentes partes del cuerpo”, explica.

“Cada cinco minutos recibíamos una nueva tanda de lesionados. La segunda vuelta vino uno muy lastimado por proyectil de arma de fuego en el tórax, abdomen y espalda, no sabíamos si se trataba de dos o tres balazos”, hace el balance el médico.

Al parecer, la sala de guardia alertó al servicio de emergencias 911, y estos apoyaron con el envío de ambulancias para después trasladar a los afectados al hospital, cuatro pacientes se fueron de inmediato. Chew recibió cuatro cadáveres que, a falta de espacio, acomodó en el piso, dos en el cuarto de urgencias y dos en la sala de entrada.

No había suficiente personal para atenderlos a todos, así que el 911 envió a dos personas que permanecieron hasta el final, hecho que agradeció el jefe de la clínica. Limpiaban las heridas, canalizaban a los pacientes, los hidrataban y estabilizaban hasta el momento de su evacuación. En total atendió 16 heridos por arma de fuego. “No sabíamos cuántos llegarían, a juzgar por los muertos a veces uno puede hacer un cálculo de cuántos heridos hay, pero todo era impredecible por la cantidad de presos que hay en ese pabellón. Por suerte contaba con los insumos para hidratación, teníamos gasas para tapar la herida, no hubo necesidad de sutura porque eran pacientes de evacuación, así que tapábamos las heridas para estabilizarlos”, expresa el médico.

Chew temía que los prisioneros continuaran la reyerta dentro de la clínica. Así que a medida que llegaban, directamente les preguntaba a qué pandilla pertenecían para ubicarlos alejados. A unos los puso en el cuarto de urgencias y al resto, a un lado. Hubo más heridos de la facción disidente que de la banda principal. Los ánimos de los presos seguían caldeados. “¡Se me calman todos!, ¡se quedan quietos!, les grité. Ellos decían: “ése fue el que mató a fulanito, y el otro el que disparó. Así que tuve que amenazarlos, que si no me hacían caso los iba a sacar de la clínica. Le pedí apoyo a la Policía para que no les quitara los ojos de encima y controlar la situación, que de no haberlo hecho, se reiniciaba la reyerta”, relata Chew.

Los pacientes permanecían en el piso mientras les tocaba el turno. La clínica solo cuenta con dos camillas en buen estado que ocupaban los más graves.

A las 6:30 de la tarde salieron las tres últimas ambulancias y los heridos de menor gravedad hacia el Hospital Santo Tomás.

Era la segunda vez que el sistema ponía a prueba la capacidad del doctor. Ocho años atrás se registró una reyerta, en la misma cárcel, que dejó 23 heridos por arma blanca. “El más grave de todos de esa vez, que me encontraba solo, pensé que se iba a morir, pero se salvó. Fue un milagro grande el que hice porque tenía una herida en la cabeza”, recuerda.

La jornada médica culminó pasadas las siete de la noche cuando arribó el Ministerio Público para proceder con el análisis de los cadáveres que estaban ahí.

El pabellón 14

En la cárcel, Vence se armó de valor y procedió a entrar a la pasarela del área de la máxima, donde se escuchaban las ráfagas, una vez pudo controlar el tema de los heridos. Sin chaleco antibalas ni casco, la directora avanzó junto a su custodio Sánchez y el jefe de seguridad Carter, para tratar de liberar a los privados que supuestamente se encontraban sometidos y auxiliar a cualquier otro herido. A ellos se les unió el pastor Herrera.

Había pasado casi una hora desde la llegada del religioso al penal y todavía se escuchaban las balas. Nadie sabía de dónde venían porque, debido a la forma en que están construidos los pabellones, era imposible ver dónde se originaban los hechos. Con el brazo en alto y la Biblia en la mano, el pastor gritaba cerciorándose de que su voz se impusiera al ruido de las detonaciones: “¡Que Dios bendiga, tenemos paz, paren esto, dejen de matar a la gente, teníamos paz!, ¿qué está pasando muchachos?”.

Una vez dentro, Vence observó que en la esquina que colindaba los pabellones 12 y 13, los internos se detenían, miraban hacia abajo, vociferaban y pateaban algo. “Yo decía, es un herido. Cuando llegué a ese lugar me detuve para ver qué era lo que pateaban. Se trataba de una persona que tenía los ojos virados hacia atrás, veías las moscas y la sangre seca. En ese momento no se le veían heridas que borbotearan sangre. La persona estaba acostada en el piso y su color no era normal. Lo seguían pateando, le daban en la cabeza, no se qué tenían con ese cuerpo, pero lo trataban con una saña bárbara. Impedí que lo siguieran maltratando y mi custodio le puso una toalla encima”, relata ansiosa Vence.

Cuando avanzó, observó que un grupo de internos involucrados en la reyerta que venían huyendo se detenían en otros pabellones, principalmente en el 12, a invitarlos a unirse en el conflicto.

Enseguida Vence conversó con la voz del pabellón 12 para que no cayera en el llamado de los internos que huían. “Tuve palabra de paz de ese líder, incluso recibió gente que huía del 14 para que no los mataran. Entre ellos se gritaban improperios, insultos... La tensión era muy fuerte. Y el estruendo de las balas seguía”, rememora la hoy exdirectora quien intenta explicar en un croquis dibujado a mano los sitios donde ocurrían los hechos.

“Argüelles estaba en la primera línea de fuego, avanzó con pocas unidades policiales; yo en la segunda con Sánchez y Carter, quienes solo tenían una lata de gas, los refuerzos policiales de Panamá aún no arribaban“, evoca con angustia Vence.

Herrera recuerda que habían unas ocho unidades de la Policía que portaban chaleco antibalas, casco y uno de ellos una escopeta de paint ball. Las unidades se acercaron a los privados de libertad armados, sin un solo disparo los sometieron. Después mermó el sonido, se escuchaban disparos aislados hasta que cesaron por completo. La escena espantaba: se contaban 13 cuerpos regados en varias celdas del pabellón, algunos con numerosas heridas de arma de alto calibre, AK 47.

Nunca estuvo clara la razón que provocó la matanza. “Ellos decían, según narraban los que escapaban, que cuando empezaron a recoger sus cosas para irse del pabellón los otros los amenazaron: 'de aquí nadie se va'”, explica la joven de 34 años, la única mujer del penal con autoridad administrativa que debía manejar 3,601 presos, pabellones de alta peligrosidad.

Luego de la tragedia estaba en boca de todo mundo una pregunta: ¿cómo habían ingresado las armas y dónde estaban escondidas?

Vence procedió a sacar a los internos que se habían refugiado en otros pabellones para juntarlos con el resto del grupo disidente acomodado en el rancho. Ahí pasaron la noche hasta el día siguiente a las 6 de la tarde, cuando se materializó su traslado a la Nueva Joya.

Ninguna autoridad se presentó en La Joyita el día de la tragedia, ni el ministro de Seguridad o el de Gobierno, ni el director o subdirector del Sistema Penitenciario, manifestaron los entrevistados.

A los pocos días, enviaron una comisión de tres funcionarios para averiguar los hechos. “A mí nadie me preguntó si estábamos bien, si necesitábamos algo, si me hirieron. La Defensoría del Pueblo, a través del Mecanismo de Tortura, envió una comisión y la psicóloga nos atendió. Desde aquel día no puedo comer carne roja, solo me alimento de hojas. Luego de las entrevistas, a las dos semanas me enteré en cadena nacional de mi destitución. Estaba sentada en mi oficina, firmando papeles, cuando escuché la noticia de voz del ministro de Gobierno, Carlos Romero. Me sonreí por la razón de mi destitución: 'incumplimiento de funciones'. Yo estaba sola sacando el centro a flote de semejante crisis, cosa que hice desde el día uno de mi nombramiento como encargada”, asevera Vence.

“Me gustaría saber cuál es la función que incumplí, con los recursos que tengo y arriesgando mi vida. Ellos nunca me confrontaron para conocer mis descargos. Simplemente me hicieron una entrevista abierta donde yo intenté aportar dos tomos de reportes que se hicieron y que me lo negaron bajo el argumento de que la investigación se centraba en el día de los hechos, no en el pasado”, argumenta la exdirectora.

Originalmente, Vence fue nombrada como asesora del director general del Sistema Penitenciario, entró al puesto porque se produjo la vacante en forma abrupta, y fue asignada al cargo. Ella pensó que sería por un mes hasta que nombraran su reemplazo. Pero el tiempo pasó y el gobierno nunca formalizó su nombramiento, ajustó el salario o nombró un subdirector para ayudar en la tarea.

“Nadie aceptó este trabajo”, recalca. El lunes 13 de enero el Ministerio de Gobierno le entregó la resolución que dejaba sin efecto su nombramiento.

“En ocasiones tuve que sentarme en la mesa principal con mi computadora para hacer los registros de entrada a falta de personal custodio”, se desahoga amargamente.

Otros hechos con arma de fuego se han registrado en La Joya, en la cárcel de Colón; sin embargo, hay quienes se preguntan, ¿dónde están las investigaciones, o es que una vida vale más que la otra? ¿Acaso existe un procedimiento para unos y uno distinto para otros?

“Nunca me mandaron refuerzos para sacar el centro a flote después de la masacre. El ambiente estaba muy tenso. Si normalmente la dirección de un centro es compleja, en tiempos de guerra es peor, todos quieren salir a sus actividades, pero ha pasado algo que cambió todo, incluso para quienes hacían las cosas correctamente”, puntualiza la hoy exdirectora.

Este medio intentó obtener el relato de los uniformados que atestiguaron los hechos, pero omitieron hacer comentarios debido a los procesos disciplinarios que libran en su contra.

EL INFORME

mingob y minseg

Como resultado de las investigaciones se ordenaron procesos disciplinarios en contra del subcomisionado Ismael Argüelles como responsable de adoptar medidas preventivas para evitar el ingreso de objetos prohibidos al penal. Al custodio Javier Carter y al subcomisionado José Vidal Franco, por posible omisión en tomar medidas preventivas de seguridad ante los hechos. Se destituyó a la directora del penal, Alexandra Vence, por incumplimiento de funciones.

El director y subdirector del Sistema Penitenciario, Walter Hernández y Luis Gordón, separados del cargo, fueron reintegrados. No se hallaron elementos de prueba para procesos disciplinarios.

Fotografía satelital de La Joyita

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