Noriega, rambo del espionaje internacional

Actualizado
  • 15/06/2017 02:05
Creado
  • 15/06/2017 02:05
Traiciones, amenazas de muerte, conspiraciones en todos los niveles, el dictador no comprendió los cambios que estaban produciéndose 

El expresidente peruano Alan García, quien en 1986 condecoró al general Manuel Antonio Noriega con la Orden El Sol de Perú, reveló que diplomáticos estadounidenses promovían al militar panameño. ‘Es nuestro protegido, es nuestro hombre de confianza', aseguró García que era el mensaje de Washington.

Pero cuando dos años más tarde, en febrero de 1988, destituyó al presidente Eric Delvalle, García llamó a Noriega y le dijo: ‘Eres un dictadorzuelo de opereta. Desde este momento retiro mi embajador en Panamá'.

Delvalle corrió la misma suerte que el expresidente Nicolás Ardito Barletta y de otros gobernantes civiles que se enfrentaron a Noriega. El primero de ellos, Arístides Royo, cayó un año después de la muerte del general Omar Torrijos. Royo había quedado muy debilitado luego de la derrota de su proyecto de una reforma educativa.

En las protestas estuvo la mano de Noriega. Su amigo, Manuel Solís Palma, exiliado por Torrijos en Venezuela, regresó al país nueve años después, precisamente en el marco de las protestas contra la reforma educativa.

Solís Palma participó en la organización de la huelga nacional contra la reforma educativa a instancias de Noriega, aseguró el exministro Oydén Ortega.

Ardito Barletta lo nombró en 1984 como Ministro de Educación. A pesar de que Solís Palma era hombre de Noriega, éste no se confiaba y le grababa las conversaciones telefónicas.

Solís Palma sucedió en el poder a Delvalle, con la figura de ministro encargado de la presidencia. En el camino habían quedado cuatro presidentes civiles destituidos por el coronel Roberto Díaz Herrera, responsable de los trabajos sucios de Noriega.

VERDUGO DE PRESIDENTES

Díaz Herrera se jactaba de ser el verdugo de los presidentes. Fue quien presionó a Royo para que renunciara, destituyó a Ricardo De la Espriella, descarriló la campaña política de Ernesto Pérez Balladares en 1984, y luego hizo renunciar a Ardito Barletta y Delvalle.

‘Díaz Herrera presionó a Royo para que renunciara', dijo De la Espriella, quien aseguró que cuando era presidente Díaz Herrera lo llamaba a menudo para pedirle que nombrara a sus recomendados, para hacer negocios y conseguir contratos.

De la Espriella sostuvo que para sacarlo del poder, Díaz Herrera lo amenazó con poner en peligro la vida de su esposa e hijos. ‘Frente a esa situación le pedí al presidente Luis Alberto Monge que cuidara a mi familia si me veía obligado a mandarla a Costa Rica', afirmó.

Díaz Herrera repitió las mismas amenazas contra las familias de Royo, Pérez Balladares y Ardito Barletta. Obligó a Pérez Balladares a exiliarse con su familia en España a comienzos de 1984 luego de amenazas de muerte a su esposa e hijas.

‘Fue un error haberle ofrecido la vicepresidencia a Delvalle. En una ocasión me pregunté: Será capaz de traicionarme como hizo su tío Max Delvalle con el presidente Marcos Robles, o como hizo su suegro al presidente Ernesto De la Guardia. No creo. Y si trata, no puede', comentó Ardito Barletta. Pero se equivocó.

Ardito Barletta había sido mencionado desde abril de 1981 por Torrijos como posible candidato presidencial en las primeras elecciones democráticas de mayo de 1984.

‘Pero Torrijos murió sin lograr desarticular la estructura creada. La peor herencia de Torrijos fue heredar la comandancia de la Guardia Nacional, una Asamblea Legislativa que respondía a él, un gobierno civil nombrado por él. Era el

Eje de todo el engranaje', resaltó.

‘Torrijos no tuvo herederos, sino sucesores que como ocurre con algunas familias se dedican a pelearse la herencia maldita. Los sucesores Paredes, Noriega, Díaz Herrera, se mancuernan con políticos oficialistas, diseñan un modelo de torrijismo y se autodenominan herederos de Torrijos', dijo Juan Materno Vásquez.

‘Torrijos había trabajado a tiempo completo para regresar a los militares a los cuarteles y entregar el poder a los civiles', dijo Rori González.

ARDITO PENSÓ DESTITUIR A NORIEGA

La decisión de derrocar a Ardito Barletta, en septiembre de 1985, se tomó mientras se encontraba en Nueva York para participar en los debates anuales de la Asamblea General de la ONU. Hay versiones, entre ellas la de González, quien aseguró que ‘Nicky se armó de coraje y pensó destituir a Noriega en un pronunciamiento desde Nueva York. Pero al final desistió'.

‘El error fue asumir que eran inteligentes y honorables. Regateaban el poder. No comprendieron los cambios que estaban dándose en Panamá y el mundo. Además tenía como conspiradores a Delvalle, Díaz Herrera y José Blandón', dijo el expresidente.

Ardito Barletta relató que cuando regresó a Panamá y habló por teléfono con Noriega, lo encontró risueño. ‘Hizo muchos chistes. Preguntó; ¿Vas a venir? Te esperamos'. Arturo Melo lo convenció de que se reunieran en la Comandancia de las Fuerzas de Defensa y no en el Palacio de las Garzas.

Así cayó en la trampa, pues al llegar al cuartel se convirtió en rehén de los militares. Noriega, Díaz Herrera y el coronel Marcos Justines lo acusaron de traidor. Le ofrecieron embajadas y dinero para que se fuera amigablemente.

‘Díaz Herrera en tono burlón me dijo: Lo que pasa es que te crees demasiado democrático y no podemos tratar contigo. Te has creído la verdad de que eres el presidente', recordó Ardito Barletta. El general Paredes dijo que Díaz Herrera era más ambicioso y peligroso que Noriega. ‘Tenía una distorsión mental del poder', añadió.

Ardito Barletta reconoció que la administración estadounidense fue tomada por sorpresa y no actuó, como hicieron posteriormente con Delvalle. El subsecretario de Estado, Elliott Abrams, llamó una docena de veces en las 14 horas que tomó arrancarle la renuncia a Ardito Barletta. Noriega no atendió las llamadas.

Atrás quedaron el asesinato de Hugo Spadafora, la intención de nombrar una comisión independiente para investigar el crimen, el plan de Ardito Barletta por recortar el presupuesto de $140 millones anuales de las Fuerzas de Defensa, la cancelación de la licencia del First Interamerican Bank de colombianos asociados con Noriega y el lío del paquistaní Bank of Credit and Commerce, multado en Miami por lavado de dinero.

Amjad Awan, gerente de la sucursal en Panamá, dijo ante un subcomité del Senado estadounidense que había sido banquero de Noriega. Reveló que el dictador tenía depositados $25 millones en ese banco.

El expresidente afirmó que vio una orden para transferir $5 millones a Noriega a través de un banco en Londres. Calculó que el dictador acumuló unos $300 millones como fortuna personal.

Después de la caída de Ardito Barletta, Delvalle, a quien el general Paredes definió como ‘el títere de azúcar' porque tradicionalmente su familia administró el Ingenio Santa Rosa, trató de maniobrar en tiempos por demás difíciles.

Poco más de dos años después de estar en el poder, de acuerdo al excanciller Gabriel Lewis, ‘Delvalle trató de destituir a Noriega por la presión popular que había en Panamá, como remordimiento de conciencia, presionado por su familia y por Estados Unidos'.

PROTEGIDO DE WASHINGTON

Un año antes, en junio de 1986, el diario The New York Times y la cadena de televisión NBC habían lanzado el más contundente ataque contra un protegido de Washington. Destaparon una de las más sorprendentes historias de denuncia política contra un líder extranjero.

Lo acusaban de estar vinculado con los carteles colombianos de la droga, de armar a las guerrillas latinoamericanas, de ser agente de la CIA, de vender secretos a Cuba y Estados Unidos. Lo caricaturizaron como un rambo del espionaje internacional.

Cuando aparecieron las noticias, Noriega se encontraba en Washington en una reunión de la Junta Interamericana de Defensa. Optó por desaparecer. No pronunció el discurso programado, ni recibió la tradicional condecoración otorgada a los asistentes. Regresó de inmediato a Panamá.

Por la gravedad de las acusaciones, Noriega confesó después que tuvo miedo de que lo mataran o que lo detuvieran.

En Panamá fue recibido con honores por Delvalle en el Palacio de las Garzas. No como un militar cuyo liderazgo estaba en entredicho sino como un héroe nacional que regresaba de librar una batalla de la que había salido triunfante.

Esas denuncias propiciaron la formulación de cargos contra Noriega ante tribunales de Miami y Tampa.

La situación interna llegó a tal grado de deterioro que en febrero de 1988, en un mensaje al país Delvalle pidió al dictador que voluntariamente, por la salud de la Nación, se separara del cargo para enfrentar las demandas en su contra ante tribunales estadounidenses.

El arzobispo Marcos McGrath reveló que, en respaldo a la acción de Delvalle, llamó a Noriega y trató de convencerlo de que renunciara ‘por la paz del país'.

El intento se saldó con la destitución de Delvalle y su posterior asilo en Estados Unidos, que siguió reconociendo su gobierno en el exilio. Al mismo tiempo, Washington aplicó sanciones económicas contra Panamá. Noriega instaló en el poder a su amigo Solís Palma.

‘Noriega no podía perpetuase en el poder. Alguien debía mandarlo para su casa', dijo Delvalle. Recordó que en más de una ocasión le hizo ver a Noriega que por tener un juicio pendiente en Estados Unidos no estaba capacitado moralmente para comandar las Fuerzas de Defensa. ‘Parecía aceptar ese razonamiento, pero nadie sabía realmente lo que estaba pensando', afirmó Delvalle.

EL GOLPE DE MACÍAS

Solo tres semanas después del derrocamiento de Delvalle, un grupo de militares encabezados por el coronel Leónidas Macías intentó dar un golpe contra Noriega.

Macías reconoció que el complot fracasó porque un coronel lo delató. ‘Ahora lo está lamentando porque con su traición contribuyó a que se destruyeran las Fuerzas de Defensa', afirmó.

‘El golpe falló porque hubo un soplón: Daniel Delgado. La noche antes delató al grupo con Noriega. No hubo resistencia. Los tiros fueron al aire para justificar meterlos presos y hacer un espectáculo ante la prensa internacional que se había quedado en el país después del derrocamiento de Delvalle', dijo el general Paredes.

Macías indicó que el propósito era destituir a Noriega y entregarlo a los estadounidenses para que lo juzgaran. ‘Pero los gringos nos pusieron condiciones. Querían que el coronel Eduardo Herrera fuera el comandante, que negociáramos las bases militares. Le dije a los gringos que no aceptábamos condiciones', sostuvo.

Según Macías el objetivo era devolver al país el cauce electoral, normalizarlo y realizar elecciones libres en tres meses.

A Solís Palma le sucedería un gobierno de unidad nacional que diera confianza a la transición y ordenara la sucesión militar retirándose todo el Estado Mayor después de las elecciones.

Pero no pudo hacer su pronunciamiento. Fue detenido junto a otros cien oficiales y subalternos. Pasó veintiún meses en la cárcel de Santiago hasta que fue liberado después de la invasión militar estadounidense.

Solís Palma aseguró que posteriormente hubo un movimiento de partidos políticos opositores para buscar un acuerdo que permitiera extender por dos años el periodo presidencial que finalizaba el 31 de agosto de 1989 y crear condiciones para elecciones generales.

La oposición esperaba, a cambio, que se frenaran los atropellos contra los derechos humanos, se garantizara la actividad de todos los partidos políticos, se conformara un gobierno de unidad nacional y se negociara con Estados Unidos la salida de Noriega.

‘Hablé con Noriega, quien se mostró partidario de la propuesta. Me dijo que esa misma tarde enviaría a su cuñado Ramón Sieiro y a Pedro Pereira, líderes del PALA y el PRD, para conversar', afirmó Solís Palma.

En la reunión, Sieiro le dijo que había perdido el tino político, que ganarían las elecciones de mayo de 1989. ‘Cuando después hablé con Noriega y le conté los resultados de la reunión me dijo: Allá ellos', relató.

Solís Palma conversó años más tarde con Pereira, a quien responsabilizó de lo ocurrido. ‘Noriega nos llamó y nos dijo: No acepten', fue la respuesta.

‘Noriega pensó siempre que en toda negociación estaba en juego su cabeza. Pensaba que si dejaba el cargo estaba expuesto a juicios, a ser perseguido. No confiaba en nadie', estimó Solís Palma quien entregó el gobierno a Francisco Rodríguez, el 31 de agosto de 1989, cuatro meses antes de la invasión militar estadounidense.

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