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- 09/10/2016 02:00
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Los rumores de que habría un golpe de Estado en Panamá corrían desde principios de 1968.
Aun antes de las elecciones de mayo de ese año, en ambientes locales e internacionales se repetía con insistencia que los líderes de la Guardia Nacional, entonces una fuerza policial de 4,800 hombres, no tenía la mejor disposición de colaborar con un gobierno presidido por el entonces candidato Arnulfo Arias Madrid.
Arias, dos veces electo presidente de la República (1941 y 1949) y dos veces destituido, había mantenido una historia de complicadas relaciones con las fuerzas policiales del país, dominadas por el recelo, la desconfianza y temor entre ambas partes.
Este sentimiento se mantendría en suspenso hasta después de ser declarado ganador, por 40 mil votos, tras unas elecciones turbulentas y desagradables.
Pocos días antes de tomar posesión, de acuerdo con los reportes de agencias noticiosas internacionales, el presidente electo Arias buscó el apoyo de su viejo contrincante, el comandante Bolívar Vallarino.
A punto de retirarse, tras 17 años al frente de la policía nacional, Vallarino no albergaba ya ambiciones personales. En una reunión que se habría realizado el 29 de septiembre, Arias solicitó de su parte un pequeño favor: limpiar el escalafón de mando de la institución policial.
Supuestamente, Vallarino habría acordado.
Sin embargo, tras tomar posesión como presidente de la República, con Vallarino en el retiro, todavía no se había producido el cambio requerido.
El 10 de octubre Arias decidió resolver el asunto por su cuenta. Ese día, el presidente anunció algunas nuevas procedentes de la Guardia Nacional: la renuncia del segundo a cargo de la institución, el coronel José María Pinilla; la asignación del coronel Omar Torrijos Herrera, y los mayores Boris Martínez y Federico Boyd como agregados militares en el extranjero.
Al mando de la institución quedaba el coronel Bolívar Urrutia y, al frente de la guardia presidencial, su amigo Luis Carlos Díaz Duque.
La respuesta no tardaría ni un día en llegar.
A tempranas horas de la tarde del 11 de octubre, en la provincia de Chiriquí, se iniciaba el golpe de Estado, gestado por el mayor Boris Martínez, un hombre de 37 años, estricto, que mantenía un férreo control sobre los 500 hombres asignados a esta provincia.
Tras asegurarse el apoyo de la guarnición de 500 hombres más del cuartel de Tocumen, Martínez anunció que el presidente había sido derrocado.
Después de horas de incertidumbre, a las 9 de la noche, el coronel Omar Torrijos Herrera, hasta entonces secretario de la Guardia, le seguía los pasos en la ciudad de Panamá. Tomando el control de las barracas de la Guardia Nacional en la Avenida A, Torrijos puso bajo arresto a los coroneles Pinilla y Urrutia.
Seguidamente, envió a guardias armados y con gases lacrimógenos a patrullar las calles de la ciudad capital y las provincias.
Las estaciones de radio y de televisión y los periódicos, entre ellos La Estrella de Panamá y Star and Herald , fueron ocupadas por tropas policiales.
El presidente Arias, quien de acuerdo con versiones repetidas, se encontraba en el Teatro Lux, tomó su automóvil y se dirigió velozmente hacia la estación de policía de la Zona del Canal para pedir protección
En horas de la madrugada, el hasta entonces ministro de la Presidencia, Hildebrando Nicosia, entregó a los corresponsales extranjeros un comunicado firmado por el ‘presidente constitucional de la República de Panamá', que leía así: ‘Hemos recibido con profundo ‘shock' la noticia de la actitud imprudente de algunos pocos guardias insubordinados. Sin embargo, queremos comunicar, que, con excepción de esos cuantos rebeldes, que la gente ya conoce, contamos con la lealtad de todos los comandantes, oficiales y tropas de la Guardia Nacional', decían cables noticiosos de la agencia United Press International (UPI) de la época.
‘Todos los buenos panameños deben estar en alerta para apoyar y defender el gobierno constitucional elegido por la gran mayoría'.
También, según los cables de la misma agencia noticiosa, publicados en innumerables medios informativos internacionales, Nicosia habría informado que el coronel Vallarino había, esa noche, dejado momentáneamente su descanso en la isla de Taboga para dar su respaldo a Arias en la Zona del Canal.
Con Arias como testigo, habría llamado a Torrijos a las oficinas para decirle que ‘el golpe era una tontería'.
Como respuesta, Torrijos le colgaría el teléfono, también según la agencia noticiosa.
Al día siguiente, el 12 de octubre, la ciudad amanecía en aparente calma. Al momento de iniciarse la actividad diurna, ya se habían arrestado a decenas de líderes gremiales y de izquierda, entre ellos el estudiante universitario Floyd Britton, además de simpatizantes de Arias, y afiliados al Partido del Pueblo.
Esa misma mañana, vestido de fatiga, con el uniforme arremangado, dando órdenes a los transeúntes en las calles, Torrijos aseguraba a la prensa extranjera que se analizaban los procedimientos para mantener el orden legal y que probablemente se le ofrecería la Presidencia al primer vicepresidente de Arias, Raúl Arango.
En horas de la tarde, tras rechazar Arango la posición, los militares anunciaban a través de la radio y la televisión la disolución de la Asamblea Nacional y la suspensión de las garantías constitucionales.
El nuevo gobierno, aclaró, estaría presidido por una ‘junta provisional' conformada por dos ‘presidentes', ambos miembros de la Guardia, José María Pinilla y Bolívar Urrutia.
El día domingo 13 de octubre, en el Salón Amarillo de la Presidencia, se juramentaba el nuevo gobierno.
‘MARTÍNEZ Y TORRIJOS, DEL NUEVO GOBIERNO, DAN LA APARIENCIA DE UNIDAD, PERO EXISTEN REPORTES RECURRENTES DE RIVALIDAD ENTRE AMBOS',
REPORTE DE LA CIA
DIRIGIDO AL PRESIDENTE LYNDON JOHNSON
Rodeados de decenas de policías vestidos de militar y fuertemente armados, el ‘diminuto' (medía 5 pies y unas cuantas pulgadas) Pinilla y el alto y ‘agresivo' Urrutia tomaban posesión, asegurando que ‘no tenían ningún apetito de quedarse en el poder' y que ‘en pocos meses' se realizarían nuevas elecciones.
A esa hora, ya Pinilla y Urrutia habían conformado su gabinete de civiles, que tomaría posesión ese mismo día, un gabinete que la comunidad de negocios del país consideró ‘de la Tranquilidad', por estar conformado por figuras conocidas y moderadas: Carlos Alfredo López Guevara, como ministro de Relaciones Exteriores; Eduardo Morgan, de Gobierno y Justicia; Henry Ford, de Finanzas; Roger Decerega, Educación; Celso Carbonell, de Obras Públicas; Rafel Zubieta, de Agricultaura, Comercio e Industria; Salvador Medina, de Trabajo, Bienestar Social, y Salud; Juan Materno Vásquez, de la Presidencia.
Mientras el nuevo gobierno celebraba, en una radio clandestina, Arias anunciaba a las masas de panameños: ‘Ha llegado el momento de acción, a las calles, hombres y mujeres de mi país. Este es el momento de salir a pelear. La orden del día es tomar las armas contra el pequeño grupo de militares traidores a su patria'.
Pero en balde serían los llamados del derrocado presidente. Pocas semanas después de ser destituido su gobierno, Panamá recuperaba la apariencia de normalidad.
Las calles y almacenes estaban abiertos. Los teatros y restaurantes, clubes nocturnos y bares parecían llenos como siempre. La población, con excepciones, sino feliz ni satisfecha, estaba apática.
Ni los llamados del depuesto presidente a ‘iniciar una guerra total contra los líderes militares', ni la guerrilla que surgía en la frontera con Costa Rica, ni las decenas de prisioneros que esperaban en las cárceles a que se les hicieran cargos, ni el llamado de los Estados Unidos a respetar el orden constitucional, parecían perturbar al nuevo gobierno de facto.
Era una época en que los golpes militares surgían con regularidad en América Latina (en 1968, tenían gobierno militar Perú, Brasil, Argentina y algunos otros parecían ir por el mismo camino), empoderados con entrenamientos en la Escuela de las Américas.
Todo parecía confabular para sostener al nuevo gobierno.
Las fuerzas policiales panameñas eran, según el reputado columnista estadounidense Drew Pearsons, una de las más eficientes de America Latina. Tenían las armas, el entrenamiento, y la astucia para quedarse al mando del país durante mucho tiempo.
Las caóticas elecciones de mayo de 1968 y el supuesto fraude en la elección de diputados, así como las guerras entre facciones de gobierno durante la gestión de Marcos Robles, habían polarizado a los tradicionales grupos de poder.
Las pocas familias oligarcas que habían controlado los puestos públicos y la política de Estado durante los primeros años de la República estaban profundamente divididas. Algunos, más que felices de ver el destino de su peor enemigo y sucesor, abrazaron el nuevo gobierno militar.
Mientras los sucesos en el país seguían su curso, la mirada escrutadora de la CIA se mantenía observando y enviando reportes a Washington.
En la mañana del día 5 de noviembre de 1968, antes de que el presidente Lyndon Johnson llegara a la Oficina Oval, ya en su escritorio reposaba el Reporte del Día de la CIA: ‘El gobierno (de Panamá) no ha mostrado señales de anti americanos, pero los coroneles que ahora controlan el país tienden a ser más nacionalistas y más difíciles de manejar que sus predecesores civiles'.
‘Los líderes de la Guardia Nacional, de 5 mil hombres, luchan con la poco familiar tarea de correr un gobierno. Los autores del golpe, los coroneles Torrijos y Martínez, dan la apariencia de unidad, pero existen reportes recurrentes de rivalidad entre ambos. Ambos son ambiciosos, pero Martínez parece ser más agresivo y más ávido de colocar a sus seguidores en posiciones de mando'.
‘Torrijos y Martínez han mostrado antipatía por la rica oligarquía, cuya posición de privilegio político ha disminuido considerablemente desde el golpe. Sin embargo, los movimientos de fuerza del gobierno parecen provenir principalmente de Martínez, que tiene una reputación de rara honestidad entre los políticos panameños'.
‘No obstante, creemos que un gobierno dominado por Martínez probablemente empujaría el paso de la reforma, haciendo la coexistencia entre las élites y la estructura militar más difícil'.
‘Torrijos es más dado a lidiar con la vieja guardia de políticos y menos inclinado a presionar por cambios profundos. Martínez, por otro lado, probablemente recurriría a métodos armados para obtener lo que quiere'.
Continúa la próxima semana