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Relaciones Internacionales Iliberales y la Cumbre de los Brics
- 24/06/2022 00:00
- 24/06/2022 00:00
El Partido Comunista de China recibió este jueves 23 de junio a los jefes de estados de Brasil, India, Rusia y Sudáfrica para celebrar la catorceava cumbre anual de los Brics. La inusual agrupación de líderes comparte una característica fundamental que los distingue: promueven en concierto la supremacía de un orden mundial iliberal.
Los países denominados Brics representan las economías emergentes más grandes en sus respectivas regiones del mundo. La primera cumbre de los Brics se realizó en el 2009, en Rusia, no siendo elegida la sede por mera coincidencia diplomática.
La iniciativa surgió tras una reunión entre Hu Jintao del Partido Comunista de China, Manmohan Singh de la India y Vladimir Putin, al margen de la cumbre del G8 (hoy en día G7 tras la expulsión de Rusia del bloque económico en el 2014) en San Petersburgo en el año 2008. Los países del entonces G8 invitaron en esa ocasión a los gobiernos de la India y China como parte de la estrategia de compromiso de las economías liberales más grandes del mundo. Más de una década después de la primera cumbre de los Brics, queda claro que ésta agrupación de países ha dividido más al mundo en sus regiones de influencia, conducen sus relaciones internacionales en función de la supervivencia de sus regímenes políticos y han reinyectado niveles de volatilidad y violencia al escenario internacional que no habíamos vivido desde la Segunda Guerra Mundial.
El nuevo zar de Rusia, Vladimir Putin, y Luis Ignacio Lula da Silva, quien probablemente regrese al poder en Brasil a finales del 2022, tienen varias similitudes importantes que los distinguen de otros líderes. Ambos, por ejemplo, utilizaron la figura de un ejecutivo títere para continuar en el poder tras el fin de su mandato constitucional, como fue el caso del tercer gobierno de Lula bajo la figura de Dilma Rousseff, entre 2011-2016, y el de Putin durante la presidencia de fachada de Dimitri Medvedev, entre 2008-2012. Ambos líderes también estuvieron a la vanguardia ideológica del iliberalismo desde los años noventa. En el caso de Lula da Silva, fue el brasileño quien auspicio el Foro de São Paulo en 1990, mientras que Vladimir Putin ideó la Cumbre de los Brics.
Vladimir Putin ha sido explícito en su ideología y sobre los principios de relaciones internacionales que defiende su régimen: un mundo dividido en áreas de influencia que gravitan alrededor y en función de un polo de poder regional hegemónico. En la visión del mundo del líder iliberal ruso, demostrada por la consistencia de sus acciones, las relaciones entre las naciones del mundo no son intercambios entre actores independientes. Son un entretejido de dependencias entre actores semi-autónomos periféricos a un polo de poder. Por su parte el líder trabajador y probablemente próximo presidente de Brasil, sueña con una “alianza del progreso junto a Gustavo Petro en Colombia y Gabriel Boric en Chile que les permita romper con la influencia liberal de EE.UU. en las Américas.
En el caso de Rusia, es evidente y explicito que Vladimir Putin y su régimen imaginan el territorio conformado por otros estados a su alrededor como un área de influencia exclusiva en materia económica, política y militar bajo su control. Esta visión iliberal de las relaciones internacionales no permite disidencia dentro de dicha área de influencia. Los territorios periféricos son colchones de seguridad para la nación central o el polo de poder. Es por eso que Rusia, de manera sistemática, ha atacado elementos disidentes en Asia central y en el este de Europa. En el 2008 invadió Georgia; en el 2014 invadió Ucrania, luego de que el presidente Yanukovych, títere de Moscú, huyera del país; en el 2022 envió militares a Kazajistán, para defender al régimen lacayo de Tokayev, y nuevamente invadió Ucrania, para derrocar al gobierno pro liberal de Zelensky.
El caso del Partido Comunista de China ha sido igualmente explícito desde el 2019. Es importante acotar que el Partido Comunista de China dedicó la mayor parte de sus energías desde 1949 a consolidar el poder internamente y establecer el Estado bajo dominio del partido. Sin embargo, desde la proclamación de la nueva ley de seguridad nacional en Pekín en el 2020, el Partido Comunista de China siguió los pasos de Moscú y comenzó a utilizar, de manera sistemática, la violencia para destruir cualquier disidencia en su periferia. Tras dos años de valiente resistencia, el movimiento pro-democracia de Hong Kong fue puesto de rodillas. La minoría musulmana en la provincia de Sinkiang, conocidos como uigures, son objeto de torturas y procesos de “re-educación” para mantener el control cultural e ideológico de la población. Y, por supuesto, en el 2021, durante las celebraciones del centenario del Partido Comunista de China, Xi Jinping anunció su determinación de reintegrar a Taiwan, a todo costo. Similarmente, China mantiene hostilidades constantes con su vecino Tibet y en la frontera con la India, todo bajo pretextos de seguridad y una visión del mundo iliberal, es decir, dividida en áreas de influencia de polos de poder que inevitablemente deben eliminar cualquier forma de resistencia en su perímetro.
Dos elementos de las relaciones internacionales iliberales que explican la inusual alineación de interés de países tan distintos como Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica son la paranoia de sus líderes y el afán por permanecer en el poder. Las relaciones internacionales iliberales atienden una sola necesidad: la seguridad y supervivencia del régimen.
La inesperada declaración conjunta entre los regímenes de Pekín y Moscú en vísperas de la invasión de Ucrania, el 4 de febrero, claramente defendió no solo una visión del mundo en base a áreas de influencia, al responsabilizar a la OTAN por la guerra en Ucrania, sino también el principio iliberal de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Por razones estratégicas, China y Rusia alinearon sus intereses internacionales en contra de la hegemonía del orden mundial liberal. Ambos pretenden ser los polos de poder de sus respectivas regiones, pero también han reclutado un número de regímenes iliberales que buscan sobrevivir, con el propósito de garantizar sus propias hegemonías en sus áreas de influencia.
Por ejemplo, los gobiernos Alberto Fernández de Argentina y Manuel López Obrador de México y los regímenes de Recep Erdogan en Turquía y Mohamed bin Salman en Arabia Saudita, que aspiran a ser nuevos miembros oficiales de los Brics, se han convertido en importantes obstáculos para la diplomacia de los países defensores del orden liberal.
El gobierno argentino de Alberto Fernández, al que le queda solo un año de mandato constitucional, dejó en duda su participación en la Cumbre de las Américas, auspiciada por EE.UU., pero confirmó su participación en la Cumbre de los Brics, auspiciada por China. Y también viajó a Moscú y luego Pekín, menos de una semana antes de la invasión a Ucrania, en busca de favores. El gobierno de Fernández sabe que los favores que puede conseguir del Partido Comunista y el Kremlin no tienen compromisos liberales de transparencia y rendición de cuentas y, por lo tanto, pueden ser utilizados como botines políticos para garantizar votos.
AMLO para su audición se rehusó a participar de la novena Cumbre de las Américas en Los Ángeles y lleva la batuta anti-imperialista en la región. Erdogan rechazó la inclusión de Suecia y Finlandia en la OTAN. Y MBS de Arabia Saudita se negó, de momento, a incrementar la producción de petróleo que tanto desea el gobierno de Joe Biden.
En las relaciones internacionales iliberales la libertad del individuo y el bienestar de la sociedad son elementos secundarios a la supervivencia del régimen.
El caso de India es particularmente trágico. El liderazgo iliberal de Narendra Modi ha demostrado los peligros de un mundo multipolar iliberal. Por ejemplo, en 2020 el gobierno de Modi prohibió la exportaciones de vacunas contra la covid-19, en 2021 firmó un pacto de seguridad con Rusia por una década y este año ha duplicado sus compras de petróleo de Rusia desde el inicio de la guerra en Ucrania y suspendió la exportación de cereales en favor del consumo local, medidas que dañan la economía mundial y no propician la sostenibilidad de la economía india a largo plazo, pero si la popularidad de Narendra Modi, que busca sobrepasar a su predecesor y liderar el país por más de una década. Y por supuesto que el gobierno de India realizará más de 70 elecciones regionales para elegir a los miembros de la Rajya Sabha (la cámara alta del legislativo indio).
La India, promesa económica del indo-pacífico y esperanza de las democracias multiculturales y desiguales, se convirtió en rehén del populismo iliberal de Narendra Modi. El partido Bharatiya Janata, partido oficialista de India, se unió a la pandilla de regímenes iliberales en el mundo.
Por supuesto que otras naciones no están exentas de este tipo de comportamientos. EE.UU., el ejemplo más sobresaliente, ha invadido países de manera cuestionable como Iraq, y es aliado de Arabia Saudita, por razones seguridad económica del régimen democrático, y desde luego que algunas acciones unilaterales de EE.UU. en el pasado han traído caos al escenario internacional. Tan solo pensemos en la retirada de tropas de EE.UU. de Afganistán. Sin embargo, estos ejemplos son la excepción y no la regla del comportamiento de EE.UU. y los países liberales desde el fin de la guerra fría. EE.UU. más bien auspició el auge de y la apertura económica de China, le abrió las puertas a Rusia al G8 y al orden liberal, y coexistió sin conflicto armado con el experimento fallido del Socialismo del Siglo 21 en la región y esta nueva ola de gobiernos que se encuentran en total oposición a EE.UU. y en alianza con China y Rusia.
De cara a la catorceava Cumbre de los Brics, no permitamos que el hipócrita y cínico discurso de los líderes iliberales nos inyecten con resentimiento. Las críticas a los comportamientos iliberales de actores internacionales deben retoñar en un compromiso por el liberalismo, por las normas, por el consenso, por la soberanía, y no un deseo visceral de ver arder aquello que amenaza nuestra visión del mundo.