Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
El peón que se hizo reina y el jaque a los principios liberales
- 11/03/2022 00:00
- 11/03/2022 00:00
Tras dos semanas de guerra en Ucrania, queda claro que no existe posibilidad de una retirada de tropas rusas o un cese el fuego, sin una noción de victoria para el régimen de Vladimir Putin. La guerra que empezó en Europa ya es una guerra mundial que divide al mundo. En el campo de batalla, Vladimir Putin avanza sin piedad en una operación militar que es tanto personal como existencial para el líder autoritario y la ideología que apadrina.
A nivel económico, los países del sistema de naciones están evidenciando día a día el impacto y potencial disruptivo de una guerra económica sin precedentes. El orden mundial postpandemia estará decidiendo en los próximos meses los principios operantes de las relaciones internacionales.
El 8 de marzo fuerzas rusas bombardearon un hospital de niños en la ciudad ucraniana de Mariupol. A inicios de mes, misiles rusos impactaron la planta nuclear de Kharkiv, la más grande de Europa. El Kremlin no ha respetado el cese el fuego en los corredores humanitarios pactados; a la fecha más de 1,400 civiles han sido asesinados. Para intentar descifrar la lógica detrás de la brutalidad de estos actos de guerra, debemos entender que para Vladimir Putin la guerra en Ucrania es un conflicto existencial.
Vladimir Putin es un hijo pródigo del aparato ideológico e institucional de la Unión Soviética. Nació en Leningrado, estudio en una universidad estatal y luego sirvió a los intereses del Kremlin como agente de la KGB durante 16 años. Tras el colapso de la Unión Soviética, Putin conoció a detalle el engranaje institucional de la nueva Federación Rusa. En los años 90, Putin trabajó en la administración de las ciudades de San Petersburgo y de Moscú. Bajo Boris Yeltsin, trabajó en el despacho del presidente, como secretario del Consejo Nacional de Seguridad, como director de los Servicios de Inteligencia Exterior (FSB, la nueva KGB) y como primer ministro.
Desde 1999, Putin ha sido consistente y determinado en su objetivo principal: recuperar los territorios perdidos tras el colapso de la Unión Soviética y recuperar el estatus histórico de Rusia, como potencia mundial.
La antítesis perfecta de lo que representa Vladimir Putin es el personaje que interpreta Volodimir Zelensky en esta tragedia de la vida real. El actual presidente de Ucrania se dedicó a la comedia desde los 17 años de edad. Zelensky, cuyo idioma nativo es ruso y no ucraniano, logró la fama realizando tours en distintos clubes de comedia en Ucrania, Rusia y los territorios exsoviéticos.
Fueron los medios de comunicación y el liberalismo económico e ideológico los que permitieron que Volodimir Zelensky pasara de interpretar al presidente de Ucrania en el famoso show televisivo 'Servidor del pueblo' a ser elegido jefe de Estado en vida real en 2019.
Zelensky es la epítome de una alternativa ideológica en el mundo postsoviético en el siglo XXI. Una alternativa que directamente amenaza al régimen de Putin.
Zelensky demostró al mundo exsoviético que la política regional no necesita de la bendición del Kremlin, ni tiene que seguir patrones autoritarios. El poder de Zelensky fue evidente cuando, en la noche del 23 de febrero, se dirigió en ruso al pueblo ruso y pidió que rechazara la guerra de agresión contra su nación soberana. El resultado inmediato en Rusia fue protestas multitudinarias, en más de una docena de ciudades, en contra de la decisión del Kremlin.
Para Vladimir Putin y su régimen autoritario, una protesta en San Petersburgo es tan letal o peligrosa como lo es el bombardeo de centros urbanos para los civiles en Ucrania.
Putin no se retirará de Ucrania hasta haber derrocado/asesinado a Volodimir Zelensky y la moral de aquellos que se resisten al control ruso o, de lo contrario, él mismo perderá el poder.
A nivel internacional EE.UU. lidera una coalición de países de occidente en una guerra económica contra Rusia como medida retaliatoria a la invasión de Ucrania. Los activos del Banco Central de Rusia fueron congelados en EE.UU., la Unión Europea y Gran Bretaña. Esta misma coalición excluyó a entidades financieras rusas del sistema de pagos internacionales swift y prohibió la exportación de altas tecnologías hacia Rusia. El impacto económico en Rusia fue inmediato.
El rublo se devaluó, de valer el equivalente a 80 centavos de un dólar a poco menos de un centavo de dólar. Adicionalmente más de 100 multinacionales cesaron sus actividades en Rusia. Entre ellas compañías como Apple, Ferrari, Ford, General Motors, Mercedes-Benz, Toyota, Volkswagen, Airbus, Boeing, BP, ExxonMobil, Shell, Coca-Cola y McDonald's. Y el 8 de marzo EE.UU. arremetió contra el corazón del aparato económico del Kremlin: las exportaciones de petróleo y gas. El gobierno de Joe Biden prohibió la importación de energía proveniente de Rusia, alrededor de 600 mil barriles de petróleo diarios.
A pesar de la unidad de las democracias de occidente, la Unión Europea no se sumó a las sanciones en contra de las exportaciones energéticas rusas. Europa importa alrededor de 3 millones de barriles de petróleo o gas de Rusia cada día y no tiene la capacidad para asumir el costo interno de las sanciones.
Adicionalmente, la democracia más grande del mundo se encuentra entre la espada y la pared de sus propias ambiciones internacionales. India no votó a favor de la resolución de las Naciones Unidas que condenó la invasión rusa de Ucrania. En diciembre de 2021, cuando Rusia ya tenía más de 100 mil soldados apostados en la frontera ucraniana, India firmó más de 24 acuerdos bilaterales con Rusia y un acuerdo de cooperación militar que duraría más de una década. Actualmente 85% de los equipos militares de la India son importados de Rusia.
Esta guerra económica contra Rusia, en respuesta a la invasión de Ucrania, está también conduciendo a Rusia hacia una mayor interdependencia con China. El 2 de marzo el presidente de la Comisión de Regulación Bancaria del Partido Comunista de China, Guo Shuqing, dejó claro que su país haría todo por evitar y evadir las sanciones impuestas a Rusia. China mantiene abierto y operativo el sistema de pago internacional que comparte con Rusia, el CIPS (Cross-Border Interbank Payment).
Y el pasado 4 de febrero China pactó con Rusia la compra de 200 mil barriles de petróleo diarios, a través del oleoducto que transita por Kazajistán hacia China. El Kremlin se ha preparado para este momento. En el último año solamente, Moscú y Pekín aumentaron en un 36% el comercio entre sus naciones.
El impacto total de la guerra económica contra Rusia sobre el sistema económico internacional es desconocido, ya que las sanciones impuestas no tienen precedentes y menos sobre una economía de un país del tamaño de Rusia. Esta nueva forma de guerra provocará una serie de medidas defensivas por parte de aquellos que se consideren enemigos de EE.UU. y occidente, y más importante aún, ha puesto en jaque a los mismos principios del orden mundial liberal.
En marzo de 2021 el precio del barril de petróleo (Brent) rondaba los $64. Un año después y tras la invasión de Ucrania y las sanciones contra Rusia, el barril de petróleo se encuentra por encima de los $116. Y mientras Joe Biden y sus aliados europeos dan grandes discursos ante los medios internacionales en defensa de la democracia y la dignidad humana, una delegación de EE.UU. viajó a Caracas para negociar con la dictadura de Nicolás Maduro, y en paralelo occidente está a pocos días de revivir el acuerdo nuclear con Irán.
EE.UU. y sus aliados, tristemente, buscan balancear el suministro mundial de petróleo que fue afectado por las sanciones contra Rusia a través del levantamiento de sanciones a las dictaduras de Venezuela e Irán. El jaque del autoritarismo a los principios liberales es siniestro y comprensivo. Una confrontación bélica directa contra Rusia podría desatar una guerra nuclear, y la guerra económica tiene un costo político/económico/social muy alto para las democracias y sus gobiernos.
De una manera u otra, las decisiones de occidente con respecto a las dictaduras de Venezuela e Irán indican una de dos opciones: occidente se está preparando para un conflicto bélico de más de siete u ocho meses (tiempo que tardará en balancearse la reorganización de producción y suministro energético a nivel mundial) y asumirá el costo a largo plazo de permitirle un respiro a regímenes autoritarios en América Latina y el Medio Oriente, para derrocar al régimen de Putin; o los gobiernos de las democracias más poderosas han priorizado a corto plazo sus propias necesidades económicas por encima de los principios liberales y democráticos.
Vladimir Putin ha sido claro y consistente desde 1999. Año tras año ha construido una narrativa ideológica que compele a su régimen a destruir lo que la Ucrania de Volodimir Zelensky significa para el espacio exsoviético. No hay vuelta atrás para Putin, debe derrocar a Zelensky y las fuerzas ucranianas.
Las sanciones económicas de occidente han sido contundentes. Sin embargo, a falta de principios y consistencia podrían tener una peligrosa consecuencia: aumentar la resiliencia de regímenes autoritarios a presiones económicas y alinear los intereses de los regímenes de China, Irán, Venezuela, Rusia, entre otros, de cara a un nuevo orden mundial. Las fichas del tablero que armó el autoritarismo tienen a los principios del liberalismo en jaque. ¿Serán el heroísmo, el coraje y compromiso con la libertad y dignidad humana del líder ucraniano y sus connacionales un peón a sacrificar por el orden mundial a cambio de estabilidad? O ¿serán la virtud liberal y el sacrificio de las grandes torres de la economía mundial el peón que se hará reina del nuevo mundo?