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- 09/04/2024 00:00
- 08/04/2024 19:37
Hernán Larraín Fernández fue presidente del Senado de Chile y ocupó el cargo de senador durante los tres periodos que le permite la ley. La semana pasada estuvo en Panamá para la presentación del índice latinoamericano de transparencia legislativa, en el que la nación sudamericana ocupa el primer lugar, y Panamá el décimo entre los 14 evaluados.
En una entrevista con La Estrella de Panamá, Larraín habla de democracia, transparencia y gobiernos abiertos, de la región, y dejó sentada su mayor preocupación sobre los procesos electorales que se viven en el continente.
Al hablar de democracia parte por citar el informe de The Economist, que analizó la situación en 167 países del mundo en la que solo 74, que representan al 45,3% de la población mundial, gozan de plena democracia.
“Tenemos hoy que más de la población mundial está regida por gobiernos de distintos signos autoritarios o poco democráticos”, dijo.
Con este panorama mundial, el exsenador chileno hace una reflexión sobre América Latina. “Nosotros que tenemos el privilegio de vivir en una región donde los gobiernos en su mayoría son democráticos, no nos damos cuenta del valor de lo que tenemos, pero tampoco del riesgo de no mantener una plena democracia”, indicó.
La democracia en América Latina no goza de buena salud y los últimos análisis lo demuestran. Larraín cita al Latinobarómetro que determinó que solo el 28% de la población de la región se siente satisfecha con el régimen democrático.
“Entonces uno empieza a ver qué está pasando. Y la gente dice que hay mucha corrupción, no cree en los políticos, los congresos no funcionan, los gobiernos son ineficaces porque no responden a las demandas ciudadanas y en ese escenario nos encontramos”, analizó el exsenador.
¿Cómo enfrentamos esto. Cómo fortalecemos y protegemos nuestra democracia, cómo logramos una convivencia estable donde los ciudadanos se sientan bien?, se pregunta Larraín. La repuesta puede ser más simple que compleja porque, a juicio de Larraín, hay muchos caminos y uno de los principales que se ha establecido para lograr ese objetivo es gobiernos y parlamentos transparentes y que actúen con integridad. Estos elementos contribuyen a fortalecer la democracia y a evitar que la corrupción destruya el funcionamiento de las instituciones.
“La corrupción es el principal problema de América Latina”, dijo al referirse al informe de Latinobarómetro. Para el exsenador, la corrupción ocurre en distintas modalidades en las que se mezclan el sector privado con el público y en contubernio entre dos órganos del Estado, especialmente el Ejecutivo y el Legislativo.
“Hay muchos actores involucrados que yo creo que tienen que asumir su responsabilidad, que están primero en el sector público, es decir gobiernos y parlamentos, los partidos políticos, los congresistas que tienen una responsabilidad importante, pero también la tiene el sector privado”, recalcó.
La corrupción muchas veces ocurre por un acto indebido de quien tiene un cargo de autoridad que aprovecha eso en beneficio propio, pero también es producto del soborno o cohecho de personas o grupo del sector privado que quieren incidir en una decisión de la autoridad o en una ley del parlamento para beneficio propio, analizó.
Larraín no solo plantea el problema, sino los distintos caminos que tienen las naciones para combatir el flagelo. “La forma de actuar pasa por tener una legislación fuerte y dura para evitar y sancionar los actos de corrupción”, alegó. Al mismo tiempo consideró que no basta con la legislación, se requiere de una institucionalidad, es decir que todas las instituciones, desde el poder judicial hasta el investigador (policía), funcionen bien, que se apliquen las normas, porque muchas veces se aprueban leyes muy buenas, pero no son eficaces porque no se aplican. El exsenador, además, consideró que otra de las herramientas fundamentales para combatir la corrupción es el “reproche social”, que la sociedad reaccione de forma “clara y precisa” contra la autoridad, independientemente del cargo que ocupaba, que cometió un acto de corrupción.
Para fortuna, a juicio de Larraín, en América Latina la población de hoy tiene mayor grado de escolaridad y cada vez exige a sus autoridades la rendición de cuentas, y en países como Panamá existen organizaciones de la sociedad civil que trabajan desde hace años para contar con parlamentos y gobierno central más abiertos o transparentes.
En este proceso de rendición de cuentas, Larraín consideró que los parlamentos, en el caso de Panamá, la Asamblea Nacional, deben hacer un ejercicio especial de presupuesto abierto. Lo que se discute y se aprueba del presupuesto sea claramente conocido, cuáles son las prioridades en que se gasta la plata de los ciudadanos y en caso de que en el camino se modifica el presupuesto, por qué y en qué sentido. Que haya, por lo tanto, una buena rendición de cuentas del destino de los recursos de todos los panameños.
El último informe del Índice de Transparencia Legislativa presentado la semana pasada, la Asamblea Nacional salió mal calificada en cuanto al debate sobre el presupuesto del Estado.
“La información del presupuesto, que es una información clave, es bastante opaca, la gente no sabe en qué se gasta los recursos de todos los panameños y esto es porque todavía estamos en ‘quien es el dueño del presupuesto’ que no es el gobierno con el apoyo del congreso, los dueños del presupuesto son los ciudadanos, porque la plata viene de allí, de la gente, y eso, sin lugar a dudas, exige de una normatividad que lleve a que los presupuestos sean abiertos, que se discutan las partidas”, recalcó el exsenador.
¿Por qué tanta opacidad en los parlamentos o gobierno?, preguntó La Estrella de Panamá.
El ejercicio de poder desde siempre se ha realizado desde la cultura del secreto, de la reserva. Antes, la autoridad se sentía dueña de la información y entregaba la información que quería a los ciudadanos, y los ciudadanos daban fe porque no tenían los antecedentes y la madurez para exigir mayores antecedentes de las decisiones. Hoy es otro mundo, hay una cultura que obliga a una modernización del funcionamiento del Estado y es un proceso lento. “Estamos pasando de la cultura del secreto a la cultura de la transparencia”.
Para que la democracia funcione no basta con votar cada cinco años, es un proceso continuo con distinto grado e intensidad, pero se requiere que los ciudadanos estén involucrados, por ejemplo, en los procesos legislativos, que puedan opinar de las principales leyes, indicó. A esto, dijo Larraín, se suma la integridad que deben tener las autoridades, y para eso hay legislaciones que ayudan como la ley del lobby, que busca registrar todas las acciones que tiene una autoridad con un privado, y la ley sobre la declaración patrimonial.
“Cuando fui parlamentario recibía invitaciones a viajes de distintas naturaleza, que no acepté jamás, porque te van comprometiendo, van limitando tu libertad para cuando haya que legislar sobre esa empresa o industria de la cual estoy siendo objeto de un obsequio desproporcionado”, dijo.
En pocas semanas, Panamá tendrá elecciones generales. ¿Qué aconsejaría a los panameños?
Creo que el primer consejo que uno puede dar, sin intervenir en asuntos internos –que no me corresponden–, es que la gente vote, lo más importante de una democracia es que la gente se manifieste cuando tiene la oportunidad de hacerlo y que vote de manera informada, que se preocupe no de lo que oye, de lo que dicen, porque hay mucha publicidad de todas las campañas que prometen el mesías, la salvación del mundo, no. Hay que ver la historia de cada uno de los candidatos, sus logros y fracasos, sus antecedentes de integridad y de comportamiento ético, que hagan el estudio más completo que pueden hacer, oyendo las distintas candidaturas, pero también los terceros que pueden informar libre e independientemente de ella para tomar la mejor decisión.
Larraín es un convencido de que la reelección distorsiona la democracia y por eso cree en la necesidad de limitar la reelección de los parlamentos, en el caso de Panamá, de los diputados.
El exsenador también manifestó su preocupación por las elecciones presidenciales de Estados Unidos, en las que posiblemente se vuelven a enfrentar Joe Biden y Donald Trump.
“Estamos viviendo momentos muy difíciles en el mundo, no solo por la transformación de la inteligencia artificial, el cambio climático, sino que también en el orden mundial se han producido cambios muy significativos por la variación del peso y el contrapeso en el equilibrio mundial”, dijo.
Hace referencia a la invasión rusa en Ucracia, el conflicto en la franja de Gaza y la irrupción de China.
Quien ha liderado el itinerario mundial casi que por un siglo ha sido Estados Unidos, pero está perdiendo fortaleza y liderazgo, y esta elección entre Biden y Trump me deja mucha inquietud, porque Biden no ha logrado imprimir un sello para finalizar la guerra en Ucrania y el conflicto en Gaza, ha perdido fuerza y la crítica interna contra Biden es que no está en condición de salud para poder gobernar, y la alternativa es Trump que tiene un radicalismo en muchas de sus postura, acusaciones en su contra y una política exterior en la que alega que abandonará la OTAN.
“Biden y Trump no dan garantía de que Estados Unidos jugará un rol que nos permite equilibrar y lograr aquello que Estados Unidos hizo por la libertad y la democracia a nivel mundial”, recalcó.
Una incertidumbre en la que América Latina podría voltear la mirada más hacia dentro y concluir el sueño de Simón Bolívar, la unidad de la región,
“Es el momento de que América Latina empiece a mirarse más hacia dentro, pero también es cierto que América Latina por su fraccionamiento no ha tenido la capacidad de mirarse con un sentido de unidad. Todos los esfuerzos de integración que se han hecho en las últimas décadas han fracasado, y eso es preocupante porque tenemos divisiones muy profundas con distintos tipos de regímenes de gobierno que complican más esa integración, porque hay distintos tipos de democracia en la región”, dijo.
Aunque es consciente de que estos procesos se construyen “de ladrillo en ladrillo” y cita el ejemplo de la Unión Europea que empezó, entre otros aspectos, por el acuerdo del carbón y el acero firmado en 1951 por varios países, entre ellos Francia y Alemania, dos naciones enemigas durante la Segunda Guerra Mundial.