Ciclistas, atletas, patinadores y paseantes de la capital colombiana tienen una cita infaltable desde hace 50 años: la ciclovía de los domingos y festivos,...
- 23/09/2024 09:54
- 22/09/2024 17:20
Desde que el sol despuntó el 7 de octubre de 2023, Ricardo Nachman, médico forense argentino con más de 30 años de experiencia y residente en Israel, se vio inmerso en una de las tareas más estremecedoras de su vida: identificar los cuerpos de las víctimas de una masacre que desafió todos los límites de la violencia. Lo que vivió ese día no fue solo una tragedia; fue, como él mismo describe con voz quebrada “una masacre diabólica”, perpetrada por Hamás, que dejó más de 1.300 personas asesinadas y más de 250 secuestradas. Enfrentar esa realidad lo obligó a poner a prueba no solo su capacidad profesional, sino también su fortaleza emocional.
Para Nachman, no se trataba solo de un trabajo más. Como director del Instituto Forense de Israel, él se encontraba en la primera línea de una crisis humanitaria sin precedentes. Cada día se enfrentaba a escenas que nadie debería presenciar. “Yo lo vi, el ataque de Hamás fue una masacre diabólica”, sentencia con una mezcla de indignación y dolor. “No es algo que me contaron, lo viví. Vi bebés atados con alambres, cremados. Vi personas encerradas en casas y prendidas fuego mientras estaban vivas. Víctimas que se desangraron hasta morir”. Las palabras, aunque precisas, apenas logran captar la magnitud del horror.
Aquel día comenzó de manera inesperada para Nachman. Mientras disfrutaba de una festividad judía en un campamento con su hija, las alarmas de emergencia interrumpieron su descanso. “Estábamos durmiendo en el campamento cuando sonaron las alarmas. Bajamos al refugio de inmediato, pero había algo en el ambiente que era distinto. Las sirenas no paraban”, recuerda Nachman. Lo que parecía ser una jornada festiva se transformó rápidamente en un caos indescriptible, que marcó el inicio de una tarea sobrehumana.
El trabajo de Nachman y su equipo comenzó inmediatamente después del ataque. El Instituto Forense, que normalmente tiene capacidad para manejar entre 50 y 80 cuerpos, fue rápidamente desbordado. Las cámaras frigoríficas no eran suficientes para contener a las víctimas que llegaban en un flujo constante. En cuestión de horas, tuvieron que trasladar las operaciones a una base militar cercana, protegida por la cúpula antimisiles, para continuar con las identificaciones. Lo primero fue tratar de reconocer aquellos cuyos cuerpos aún podían ser distinguidos a simple vista. Pero, pronto, las dificultades se hicieron evidentes. “Recibí cuerpos que tenían hollín en la tráquea. Esa persona respiró y estaba viva antes de morir”, relata Nachman. “Encontramos la parte interna de un oído. Esa persona estaba muerta, y luego lo comprobamos, porque encontramos su cuerpo”. El trabajo de identificación, con sus detalles macabros y profundos, pronto se volvió una lucha constante por encontrar identidad en medio de la devastación.
Nachman, con su vasta experiencia, describe el impacto emocional de su labor: “El terrorismo no reconoce fronteras. Si pasó aquí en Israel, puede pasar en cualquier lugar del mundo”. Las largas jornadas de trabajo, que antes del ataque “diabólico” promediaban 170 horas al mes, se extendieron hasta 578 horas. Cada día era más extenuante que el anterior. Al final de cada jornada, Ricardo regresaba a su hogar, donde se permitía llorar, desahogar el dolor que no podía mostrar en su trabajo. “En el instituto soy una piedra. Pero cuando llego a casa me derrumbo. Pienso en mis hijos y en la suerte que tenemos de estar juntos”, comparte. Esta rutina emocionalmente devastadora era necesaria para seguir adelante, para enfrentar un día más de tragedia y horror.
El proceso de identificación sigue un protocolo riguroso, donde se examinan características físicas, se buscan tatuajes, cicatrices o cualquier elemento que pueda guiar la identificación. Sin embargo, en muchos casos, los cuerpos llegan en condiciones tan devastadoras que la única opción es realizar pruebas de ADN, comparando las muestras con las de los familiares. “A veces solo hay huesos o fragmentos de tejidos que debemos analizar”, explica Nachman. El desafío es inmenso y la presión de ofrecer respuestas a las familias añade una carga adicional a su ya difícil tarea.
Una de las experiencias que más lo marcó fue la identificación de una niña de 12 años. “Solo pudimos recuperar 10 centímetros de tejido blando y una vértebra. Eso fue todo lo que quedó”, relata Nachman con voz entrecortada. “Cuando logré esa identificación, sentí que tocaba el cielo con las manos”. Para él, cada identificación no es solo un éxito profesional, sino un acto de humanidad, una oportunidad de darle a una familia la posibilidad de cerrar un ciclo de dolor. “Las familias tienen derecho a saber. Me preguntan mucho si la víctima sufrió”, comenta. “Es una pregunta difícil, pero no puedo mentirles. Ellos necesitan respuestas para poder respirar de nuevo”.
Además de la identificación de los cuerpos, Nachman también coordina los equipos que reciben a los rehenes liberados y a las víctimas sobrevivientes. Él describe cómo, tras su liberación, muchos de los rehenes regresaban con un vacío en los ojos, incapaces de hablar sobre lo que habían vivido. Un joven, por ejemplo, apenas pudo narrar su secuestro en el festival Nova y su llegada a Gaza, pero no pudo continuar describiendo el resto de su terrible experiencia.
El drama humano no solo se limita a los cuerpos de las víctimas, sino también al impacto psicológico de los sobrevivientes. Nachman comenta que el estrés postraumático es visible en muchos de ellos. “Ellos vuelven, pero no son los mismos”, explica. “Los ojos de los sobrevivientes están llenos de vacío. El silencio con el que regresan dice más que cualquier palabra”.
El doctor Nachman, además, ha buscado maneras de liberar el estrés que conlleva su trabajo. Hace años decidió estudiar teatro como una válvula de escape, una forma de encontrar un poco de oxígeno en medio del caos. Sin embargo, incluso esta distracción parece insuficiente frente a la magnitud de lo que ha presenciado. El teatro, para él, fue una forma de hallar equilibrio en un entorno dominado por la muerte, y aunque sigue siendo una pasión, no ha logrado mitigar la pesada carga que esta tragedia le ha impuesto.
El trabajo que realiza Nachman va más allá de las autopsias y la identificación de cuerpos. Cada caso es un rompecabezas que debe resolver, no solo para cumplir con los requisitos legales, sino también para ofrecer consuelo a las familias que esperan noticias sobre sus seres queridos. “No importa cuánto se sepa que una persona está muerta, las familias necesitan algo, cualquier cosa, que represente a la víctima”, explica Nachman. “Sin eso, el corazón queda lleno de una burbuja de aire que te presiona y no te deja respirar”.
El impacto emocional de su trabajo también se refleja en sus temores cotidianos. “Escucho una moto y me asusto, porque pienso que son las alarmas”, señala Nachman, demostrando cómo la violencia y el estrés han infiltrado cada rincón de su vida.
Este trabajo de documentación tiene también implicaciones legales. Nachman y su equipo están conscientes de que muchas de las pruebas recolectadas en el Instituto Forense podrían ser utilizadas ante la Corte Penal Internacional (CPI). “Estamos armando los casos, recolectando evidencias”, confirma. “Todo será enviado a la CPI, porque esto no puede quedar impune”.
La guerra en Israel continúa, pero para Nachman y su equipo, cada día representa una nueva batalla. Mientras el conflicto sigue cobrando vidas, él sigue firme en su misión de devolver algo de dignidad a las víctimas y dar paz a sus familias. “Lloré todos los días”, admite. “Pero, al entrar a la sala de autopsias, soy otra persona, soy un profesional. Debo serlo, por ellos y por sus familias”.