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- 04/01/2020 00:00
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El pasado 18 de diciembre, la Cámara de Representantes de Estados Unidos (EE.UU.) dominada por los demócratas, dio un histórico paso al acusar al inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, por abuso de poder y obstrucción del Congreso, uniéndose a una lista expresidentes que vieron su carrera política manchada por este proceso. Sin embargo, ¿a cuál de estos casos se parecería el que pesa actualmente sobre Trump y qué consecuencias tendría sobre su popularidad?
Antes que Trump, tres expresidentes fueron sometidos al proceso de 'Impeachment', estos fueron Andrew Johnson (1868), Richard Nixon (1974) y Bill Clinton (1998), informa The Guardian. En el caso del primero, del partido Demócrata, la historia le recuerda por su polémico veto a la legislación de derechos civiles en favor de la igualdad racial, lo que fue condenado por los republicanos (que para entonces favorecían la igualdad racial). No obstante, el juicio político en su contra se sostuvo principalmente por haber violado una ley que le impedía destituir al entonces secretario de guerra, Edwin Stanton, figura clave en la oposición a los ataques racistas contra el sufragio para los ex-esclavos negros; aunque en última instancia la Casa de Representantes lo llevó a juicio sobre la base de nueve artículos.
Este proceso pasó posteriormente al Senado, y los enemigos políticos de Johnson apostaron toda su estrategia sobre la base de tres artículos que supuestamente ofrecían “la mayor oportunidad de ganar convicción” para Johnson, recuerda la página web del Senado estadounidense. Pese a ello, dichos artículos no provocaron su caída. Para ello, el Senado necesitaba contar con una mayoría de dos tercios, pero 19 senadores votaron a favor de absolver a Johnson. Pese a que 35 votaron por su destitución, estos votos no fueron suficientes y la razón de ello se debió a que un grupo de republicanos no votó conforme a la mayoría de sus partidarios, en cambio, decidieron apoyar a Johnson.
Nixon no tuvo la misma suerte, lo irónico fue que ocurrió durante su segundo mandato, luego de vencer en las elecciones 1972, que para entonces fue el mayor margen de victoria en la historia de las elecciones presidenciales estadounidenses. Sin embargo, cinco meses antes, un robo en las oficinas demócratas en el complejo hotelero de Watergate puso en marcha una serie de eventos que pondría fin a su mandato.
En ese entonces, el fiscal especial Archibald Cox, que investigaba los robos, descubrió en el proceso la existencia de una campaña sucia para atacar a los opositores políticos de Nixon, financiada con fondos públicos y dirigida por Nixon. Aunque el expresidente negó públicamente su participación en dicha campaña, para 1973 se abriría un juicio político en su contra y a finales del siguiente año, republicanos y demócratas se unieron para aprobar tres artículos dentro del juicio político contra Nixon: obstrucción a la justicia, abuso de poder y desprecio del Congreso. Aunque el juicio político no fue directamente lo que provocó su caída, sí causó que sobre él cayera una enorme presión proveniente de las filas de su propio partido; finalmente, el 9 de agosto de 1974 , Nixon renunciaba a su cargo.
En cuanto a la acusación contra Clinton, la misma se halla vinculada —popularmente— a su relación con la pasante de la Casa Blanca, Monica Lewinsky. Sin embargo, lo que puso entre las cuerdas a Clinton fue la negación de su relación sexual con Lewinsky durante una declaración jurada y en una entrevista de video posterior. La razón de ello, es que esta afirmación contradecía un informe presentado al Congreso por el abogado independiente Kenneth Starr, quien documentó la relación de Clinton con Lewinsky.
Aunque para entonces el Senado estaba liderado por los republicanos (55 escaños), Clinton quedó absuelto de los cargos que se presentaron en su contra —perjura y obstrucción de justicia— puesto que eran necesarios 67 votos, y el artículo que más votos obtuvo para acusar a Clinton logró 50. Ciertamente, en esta coyuntura miembros del partido republicano decidieron votar a favor de absolver a Clinton, sin embargo, aún cuando todos los republicanos hubiesen votado a favor de su destitución, Clinton habría permanecido en el poder, y la razón de ello se debe a que quienes movieron cielo y tierra para llevar a Clinton al banquillo no consiguieron convencer a la oposición de sumarse a su cruzada; por ello este caso se parece al de Trump.
Si bien, hubo en el caso de Clinton republicanos que no votaron como sus partidarios, el problema que enfrentó el partido Republicano entonces fue que no logró convencer a sus opositores de que abandonasen el apoyo que brindaban a Clinton. Valorando el caso de Johnson, se observa que la breve alianza lograda con miembros del bando republicano fue lo que le permitió mantenerse en el poder; de igual manera ocurrió con Nixon, puesto que miembros del partido Republicano se sumaron al repudio demócrata contra este. Mas en el proceso sobre Clinton, esto no ocurre. La división se mantiene clara en el Senado y los demócratas cierran filas en torno a su presidente.
El caso contra Trump no es diferente, pues en la casa de Representantes ningún republicano votó a favor del proceso (aunque dos no votaron); por ello vale decir que los demócratas han fallado en convencer a sus oponentes, y si agregamos que en el Senado los republicanos tienen mayoría, ¿qué espera conseguir el Partido Demócrata al abrir este proceso sobre Trump?
A ello se puede añadir otra similitud entre Clinton y Trump, la popularidad del mandatario durante el proceso, en cuanto al primero, recuerda la cadena CNN, esta se mantuvo alta incluso durante el proceso de Impeachment. Para el caso del segundo, según una reciente encuesta de Gallup, la popularidad de Trump a nivel nacional ha ascendido desde octubre, pasando del 39% al 45%, aunque lejos de las cifras que obtuvo Clinton para entonces, lo cierto es que Trump tiene mejores números que el Congreso.
El Congreso estadounidense, aunque ha mejorado desde septiembre, actualmente goza de una popularidad del 27%. Según estos datos, Trump está mejor puntuado que el Congreso que busca sacarlo de la Casa Blanca; puede ser entonces que la jugada demócrata no termine produciendo el resultado que estos aspiran. Sin embargo, cabe resaltar que el Congreso lleva una década sin superar el 30% de aprobación. Pese a ello, algunos analistas indican que el aumento de 12 puntos del apoyo demócrata al juicio político es indicativo de que el mismo está ganando popularidad, sin embargo, la base republicana mantiene su fervoroso apoyo a Trump, superando el 80%, una cifra que se ha mantenido estable durante el 2019.
En cuanto al proceso en sí, el juicio político, Gallup indica que un 51% de la población se opone al proceso, mientras que 46% lo apoya.
Añadido a estas cifras, no se debe olvidar la narrativa de entonces y la de ahora por parte de ambos partidos, que muestra la hipocresía y doble moral de ambas formaciones. En 1998, la cabeza republicana de la Cámara Alta del Congreso, Mitch McConnell, aseguraba ante el Senado que el presidente (Clinton) “se ha involucrado en un patrón persistente de obstrucción de la justicia”; no obstante, el pasado mes de diciembre, señalaba con un tono más ameno y conciliador, que “esta no es una forma justa de tratar a ningún americano, y ciertamente no es la manera de llevar a cabo algo tan grave como un proceso de juicio político que busca anular la elección del pueblo estadounidenses”, reporta CNN.
Del lado demócrata, el entonces representante Jerry Nadler, se quejaba del efecto “divisorio” que provocaba el juicio político, un argumento empleado en la actualidad por los republicanos, mientras que el Nadler de hoy ya no favorece el mismo argumento de 1998, pues ahora el enjuiciado es un presidente republicano. De igual forma, el republicano Lindsey Graham en una entrevista reciente, indicaba que “acusar a cualquier presidente de una llamada telefónica como esta es una locura”, pero a finales de la década de los 90 señalaba que el Impeachment era una forma de “limpiar” la oficina presidencial.
Volviendo a las cifras, parece que Trump tiene posibilidades de superar esta tormenta política, puesto que en la actualidad hay una clara división, quizás insuperable, entre ambos bandos y dadas esas circunstancias, si el proceso finalmente pasa al Senado, la probabilidad de que dos tercios de los senadores voten a favor de sacar a Trump de la presidencia son pocas. Y no es posible medir, sino hasta entonces, el impacto que los resultados del proceso tendrá en la popularidad del polémico mandatario, ¿le beneficiará o sus números se mantendrán como hasta ahora? Sea cual sea la respuesta a esta pregunta, Trump sale bien parado.