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Nord Stream 2 y el fantasma de Neville Chamberlain: el preludio a un asalto a Europa
- 23/07/2021 00:00
- 23/07/2021 00:00
El 21 de julio el Gobierno de Estados Unidos acordó términos con el gobierno alemán de Ángela Merkel para poner fin al conflicto entre ambos países sobre la construcción del oleoducto Nord Stream 2. No es la primera vez que un líder del supuesto mundo libre apacigua las demandas de Alemania con la finalidad de aliviar tensiones y evitar mayores conflictos.
El 30 de septiembre de 1938 Neville Chamberlain, el entonces primer ministro del Reino Unido, aceptó la anexión del Sudetenland (parte del territorio de la antigua Checoslovaquia) a Alemania para lograr un acuerdo de paz y el fin de las hostilidades nazi en Europa. Si bien no hay mayor relación entre la Alemania de Hitler y la de Merkel o entre el acuerdo de Múnich y la construcción de un oleoducto, sí se están repitiendo algunas temáticas peligrosas en el viejo continente: un mandatario que se autodenominó líder del mundo libre completamente desconectado de la realidad, un país de Europa del este a merced de grandes potencias que negocian su futuro cínicamente bajo el pretexto de paz en nuestros tiempos, y un astuto líder nacionalista empecinado en recuperar la gloria del pasado y reconquistar territorios a la fuerza.
Nord Stream 2 es, como su nombre lo indica, el segundo oleoducto que conecta el suministro de energía desde Rusia directamente a Alemania a través del mar Báltico. Los más de 1,230 kilómetros de ductos submarinos prometen duplicar el suministro de hidrocarburos de Rusia a Alemania, alcanzando los 110 mil millones de metros cúbicos de gas anualmente para Europa y cerca de $21 mil millones anuales (a precios actuales) para el régimen de Moscú.
El Gobierno de Estados Unidos (al igual que los de Polonia y Ucrania) rechazó la construcción del oleoducto desde sus inicios en 2011. El Departamento de Estado de EE.UU. mantuvo por una década que la construcción del puente energético forma parte de un plan geopolítico del Kremlin para expandir su influencia y control sobre los asuntos europeos.
Mientras que el Gobierno de Ucrania, con buena razón, teme que la construcción y operatividad del oleoducto debilite la soberanía de su Estado –que perderá más de $3 mil millones en tarifas de transito de energía– y marque el inicio de una nueva oleada de hostilidades rusas en su territorio.
Las decisiones del presidente Joe Biden con respecto a Rusia se asemejan a las políticas de apaciguamiento promovidas por Neville Chamberlain antes de la Segunda Guerra Mundial.
En mayo de este año, Biden decidió levantar las sanciones a las compañías rusas que construyen Nord Stream 2 para lograr que Alemania, como líder de la Unión Europea, arreara a los 26 y apoyasen a Estados Unidos y demás miembros del G7 en condenar el comportamiento malicioso del Partido Comunista chino en el mundo.
Una condena que quedó solo en palabras. La decisión del Gobierno estadounidense de desistir de su oposición a la construcción del oleoducto del todo en el acuerdo anunciado este 21 de julio fue anunciada por el Departamento de Estado como un avance y logro en la defensa de los intereses de Ucrania.
Similar a la justificación de Chamberlain para permitir la anexión alemana del Sudetenland. La necesidad de justificar una decisión que claramente perjudica a Ucrania fue tan evidente que Rusia, siendo el actor beligerante central en este conflicto, solo fue mencionado 11 veces en el comunicado conjunto del acuerdo entre Alemania y Estados Unidos, versus las 24 referencias a los “generosos” beneficios y garantías que recibirá Ucrania de parte de los alemanes.
La postura del gobierno de Biden ante el conflicto en Ucrania es una continuidad de la era Obama. A pesar de públicamente expresar apoyo a la defensa de la soberanía de Ucrania en Crimea, Donbas y Luhansk, la administración Biden (y la de Obama en 2014) prácticamente legitimaron la ocupación rusa con su pasividad y permisibilidad, y sobre todo la falta de apoyo concreto.
Es importante recordar que Crimea fue anexada a territorio ruso hace 7 años sin mayor repercusión para el régimen de Vladimir Putin. Biden, al igual que Chamberlain, parece estar completamente desconectado del desarrollo de las relaciones internacionales. Al igual que Hitler se rió del entonces primer ministro del Reino Unido y descaradamente firmó el acuerdo de paz de 1938 – así mismo deberá estar sonriendo Vladimir Putin luego de escuchar al presidente Biden decir (en un cabildo en Cincinnati esta semana) que se sintió líder del mundo por primera vez luego de reunirse con su homólogo ruso cara a cara en Ginebra el pasado mes de junio.
El resultado del doble discurso de los líderes de occidente genera mayor inestabilidad en la región. El Gobierno alemán se comprometió a liderar la imposición de sanciones contra Rusia si el Kremlin decide utilizar su control energético como herramienta de presión. E igualmente se comprometió a igualar, en inversiones de energía renovable, las pérdidas de ingreso de Ucrania producto del funcionamiento de una nueva ruta de suministro energético hacia Europa.
Este compromiso, sin embargo, solo durará hasta 2034 y estaría sujeto a los cambios que determine el nuevo gobierno de Berlín. Es una promesa hecha por el gobierno saliente de Ángela Merkel que lleva 16 años en el poder. Un gobierno que decididamente ha sido permisible a los abusos de derechos humanos en el mundo (China y Rusia en particular) con tal de promover su agenda europea.
Y de igual manera las sanciones, de EE.UU. contra Rusia, por ejemplo, han demostrado no ser efectivas en frenar las ambiciones geopolíticas de Putin.
Ante el anuncio de un acuerdo entre EE.UU. y Alemania que ponga fin a la oposición internacional a la construcción de Nord Stream 2 y ante el evidente cinismo de las garantías que ofrecieron las potencias occidentales, el Gobierno de Kiev y sus vecinos exsoviéticos en el Báltico se encuentran en la misma posición que el Gobierno de Checoslovaquia en 1938 cuando fue obligado a conceder el Sudetenland. Los “líderes de Europa” forzaron a Ucrania a aceptar los términos de un acuerdo del cual el mayor beneficiario es Rusia y los más afectados serán los mismos ciudadanos ucranianos.
Por supuesto que el ideal de la paz es el estandarte que justifica las teorías de relaciones internacionales, y la resolución pacífica de los conflictos es a primera vista una estrategia razonable. Sin embargo, en la última década EE.UU. y la Unión Europea (liderada por Alemania) han abandonado la defensa de la democracia, los derechos humanos y el orden internacional con tal de evitar conflictos directos que puedan afectar a las élites políticas locales.
En los últimos 10 años, Rusia desplegó fuerzas militares en Venezuela, Egipto, Sudán, Eritrea, la República Central Africana e instaló bases en Libia y Siria interfiriendo en sus respectivas guerras civiles.
Rusia también interfirió en la salida negociada de Nicolás Maduro del poder en Venezuela; vendió armamento a Turquía (un miembro de la OTAN); anexó Crimea; interfirió en las elecciones presidenciales de 2016 en EE.UU.; envenenó y arrestó a disidentes nacionales, y ciberatacó infraestructura crítica de países europeos y Estados Unidos. Pero más sorprendente es que estas hostilidades no fueron producto del oportunismo del Kremlin, si no un plan anunciado por Putin desde 1999.
Durante su audiencia de confirmación como primer ministro bajo Boris Yeltsin, el poco conocido Vladimir Putin prometió restaurar la gloria de la unión soviética. Escuálido a primera vista, Putin aseveró en 1999 que “Rusia ha sido una gran potencia durante siglos, y lo sigue siendo. Siempre ha tenido y tiene zonas de interés legítimo... No debemos bajar la guardia en este sentido ni debemos permitir que nuestra opinión sea ignorada”. Comentarios que hacen eco de los argumentos centrales de Mein Kampf.
Nadie en la Duma ni en Washington prestó mucha atención. En 1999, Rusia tuvo cinco primeros ministros en cuestión de meses y se pensaba que Putin sería otro nombre para olvidar.
Los paralelismos con 1938 deberían alarmarnos. Estados Unidos está perdiendo influencia política y hasta militar a un ritmo preocupante. En Afganistán, ante el avance de los talibanes y la retirada estadounidense, tanques rusos ya están apostados en la frontera con Tayikistán. Destructores rusos ya defienden a punta de bombas y ametralladoras su control de las aguas territoriales alrededor de Crimea.
La presencia rampante de la vacuna Sptunik V en Sudamérica, de militares rusos en Venezuela y la misma decisión de Alemania de contrariar a Estados Unidos con respecto a Nord Stream 2, demuestra la desunión de los supuestos aliados de EE.UU. y el poco control e influencia en regiones críticas para los intereses de seguridad de Norteamérica.
Es de vital importancia para la seguridad del orden internacional aprender del terrible error de Neville Chamberlain y sus aduladores. El apaciguamiento como política para frenar las ambiciones de poder y reconquista de Rusia no ha funcionado. Y ante un escenario cada vez más inestable a lo interno de Rusia (crisis covid-19 y descontento popular por la represión de Estado), es casi una certeza que el gobierno de Putin recurrirá a la ofensiva en el ámbito internacional para consolidar su poder. Una estrategia que rindió frutos para el Kremlin en 1999 en Chechenia, en 2008 en Georgia, en 2014 en Crimea. Y el pretexto ya fue presentado: Rusia interpuso esta semana la primera demanda ante la Corte Europea contra Ucrania, por violaciones de los derechos humanos de grupos pro-rusos en Ucrania durante el conflicto en 2014.