Panamá, Amat y Chiloé

Actualizado
  • 17/12/2021 00:00
Creado
  • 17/12/2021 00:00
La década de 1778 a 1788 fue de relativa inactividad exploratoria en el Pacífico Sur hasta la expedición de Malaspina

"Excelentísimo Señor: Desde veinte años a esta parte, las dos naciones, inglesa y francesa, con una noble emulación, han emprendido estos viajes, en los cuales la navegación, la geografía y la humanidad misma han hecho muy rápidos progresos: la historia de la sociedad se ha cimentado sobre investigaciones más generales; se ha enriquecido la Historia Natural con un número casi infinito de descubrimientos […]” (Carta de Alejandro Malaspina al Ministro hispano Valdés para impulsar una expedición científica española, 1788).

Una empresa no exenta de riesgos y que encubría también propósitos militares y económicos como cuando se relata que la fuerza de las olas volcó la chalupa francesa del Capitán Jean-Francois Marie de Surville, quien, desesperado y enfermo, se ahogaba frente a las costas de Chilca, cerca de Lima. Su barco, el 'Saint Jean-Baptiste' sufría una epidemia de escorbuto después de haber navegado desde la India hasta el Perú. Corría el 8 de abril de 1770.

El Virrey Amat incautó la nave, curó a la mermada tripulación y encontró papeles comprometedores que revelaban la ruta de exploración por el Pacífico seguida por los franceses y su intención de ocupar territorios “no reclamados” (Dunmore, 1969), situación que lo decidió a enviar una expedición a la Isla de Pascua para verificar la existencia o no de colonias extranjeras no hispanas. En el Virrey del Perú surgió la obsesión de evitar la instalación de los ingleses o de otras potencias europeas en el Pacífico Sur y, con la misma vehemencia con que llevó su histórico romance con la actriz 'la Perricholi', se puso manos a la obra.

“[…] Con este objeto, se comisionó, en 1770, a los capitanes de fragata Felipe González de Haedo, al mando del navío 'San Lorenzo', y Antonio Domonte, al de la fragata 'Santa Rosalía' […]” (Puig-Samper, 2011), embarcaciones construidas en Panamá y Guayaquil por encargo del virreinato peruano. El 15 de noviembre de 1770, la expedición peruana llegó a la isla y la rebautizó como San Carlos. En diciembre del mismo año arribaban a Chiloé y levantaron un informe recomendando el establecimiento de una misión.

Dos años después el Virrey envió una nueva expedición dirigida por el capitán Domingo de Boenechea y la nave 'El Águila' –llamada originalmente 'Santa María Magdalena' cuando fue reparada en Panamá- con instrucciones de espionaje y levantamiento topográfico de la isla. En 1774, Boenechea parte nuevamente de El Callao con 'El Águila' junto con el paquebot 'Júpiter' del capitán José Andía. Llegaron a Tahití y el 1 de enero de 1775 inauguraron una misión con la complacencia de los jefes indígenas de la zona. Los misioneros y los pocos colonos que les acompañaron tuvieron una brevísima permanencia en la isla y en setiembre de ese año retornaron al Perú a bordo de 'El Águila' que esta vez estaba capitaneada por Juan Cayetano de Lángara. Los esfuerzos por contener a otras potencias europeas no continuaron porque Amat dejó de ser Virrey en 1776. Lo interesante de estos tres esfuerzos es que se trataron de iniciativas 'coloniales' que se comunicaron a la Metrópoli, pero que no nacieron en la Península.

La década de 1778 a 1788 fue de relativa inactividad exploratoria en el Pacífico Sur hasta la expedición de Malaspina que se llevó a cabo con dos corbetas - 'La Descubierta' y ´La Atrevida'- que zarparon de Cádiz el 30 de julio de 1789 rumbo a Montevideo, Buenos Aires, Las Malvinas, Chiloé –atravesando el Cabo de Hornos- Talcahuano (Chile) y La Herradura, llegando en mayo de 1790 al puerto de El Callao donde aprovecharon el tiempo para la reparación de los buques y su aprovisionamiento con suministros traídos de Panamá, Guayaquil y Chilca.

“El diario 'Mercurio Peruano' al dar la noticia de que la expedición Malaspina recorría velozmente todo el Reino, destacaba la importancia para el Perú de esta empresa que daría a conocer su estado político y civil, su agricultura, comercio, minería y su historia natural […]” (Puig-Samper, 2011).

La expedición de Malaspina siguió hacia Nueva España y de allí, el 20 de diciembre de 1791, partió hacia las islas Marianas y Filipinas. Una vez en Guam, el 24 de febrero de 1792, zarparon hacia el archipiélago filipino –Luzón y Mindanao- para después atravesar los archipiélagos de Sonda, Molucas y Nueva Guinea para de allí regresar a El Callao en 1793 donde se les unió la fragata 'Gertrudis' como escolta. El regreso de la expedición a España no registró dificultades, pero, según Amaya (2009), su riqueza científica fue desaprovechada por el Ministro Godoy que tenía otras prioridades estratégicas. Maltratado, Malaspina es desterrado a Italia donde muere en 1810 (Soler, 1990).

Como señalan Sánchez (1987), Puig-Samper (1991, 1995) y Sagredo (2004), España desperdiciaba un costoso conocimiento –según Humboldt las expediciones superaron los 400 mil pesos- al tiempo que iniciaba, a partir de la primera década del s. XIX, un período histórico convulso en el que conocería la debacle de su ciencia y de su imperio, territorios del que nacerían las jóvenes repúblicas hispanoamericanas.

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