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- 28/05/2017 02:00
- 28/05/2017 02:00
SAN DIEGO—El presidente Trump es experto en algunas cosas. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) no es una de ellas.
Trump comprende la naturaleza humana mejor que muchos. Sabe cómo nos gusta echar la culpa de nuestros problemas a factores externos, qué indiferentes pueden ser las elites a las luchas de la clase obrera, y la presión que pueden ejercer la inmigración y el comercio sobre los trabajadores estadounidenses que se sienten asediados y desplazados.
También comprende cómo mezclar, cínicamente, esos ingredientes, agregar una pizca de temor con tonos raciales y componer un guiso mágico capaz de transportar a un voceador de feria a la Casa Blanca.
Pero el presidente debe aprender mucho acerca del TLCAN.
Más vale que estudie rápido. La semana pasada, el gobierno de Trump notificó formalmente al Congreso su interés en renegociar el acuerdo. Aunque es poco probable que los estadounidenses vean un muro de ladrillos y cemento en la frontera mexicano-americana, Trump está en camino a mantener por lo menos una promesa de la campaña.
En una carta a líderes del Congreso, el representante de Comercio de los Estados Unidos, Robert Lighthizer dijo que el gobierno quiere que se ‘modernice' el TLCAN. Temo que ‘modernice' es el término de Trump para ‘vacíe'.
Ahora, el tiempo corre. En menos de 90 días, Estados Unidos puede comenzar a renegociar el acuerdo con sus socios—México y Canadá. La idea es que el Congreso y la Casa Blanca pasen estos próximos tres meses en consulta sobre cómo modificar el TLCAN a fin de beneficiar a los trabajadores estadounidenses.
Trump está convencido —probablemente porque lo dice tan a menudo— de que el Tratado de Libre Comercio es injusto con los estadounidenses. Lo tiene al revés.
De hecho, el TLCAN debería renegociarse —porque tradicionalmente fue injusto con los mexicanos. La verdad es que, en el pasado, el acuerdo comercial fue injusto con los mexicanos.
Consideremos el iluminador ejemplo de los camiones mexicanos, que se mantuvieron en gran parte fuera de los caminos estadounidenses —en violación del Tratado de Libre Comercio— durante gran parte de los años de Clinton y Obama.
Todo eso fue para satisfacer al sindicato de camioneros, los Teamsters. Los camioneros sindicalizados no desean competir con los conductores mexicanos por lucrativos contratos de transporte largo en Estados Unidos, aun cuando los trabajos se originen en México. Y tienen el poder político para convertirse en monopolio.
Así pues, durante años, los conductores estadounidenses se beneficiaron de ese loco sistema, por el que se prohibió a los camiones mexicanos que entraran más de 25 millas dentro de la frontera mexicano-americana. Los camioneros mexicanos debían parar para transferir su carga a los camiones estadounidenses, que completaban el viaje a ciudades tales como Milwaukee, Seattle o St. Louis.
No es justo y es perjudicial para el comercio. ¿Cómo puede ser que los sindicatos defiendan algo de esa naturaleza? Técnicamente no necesitan hacerlo. Por ese motivo forran los bolsillos de los políticos demócratas, quienes entonces presentan su caso en la Cámara o en el Senado.
Y ahí es donde la cosa se puso fea. En el debate de la inmigración, generalmente son los republicanos los que coquetean con el racismo y la demagogia al servicio de sus estrechos intereses políticos. Pero en el debate de TLCAN y de los camiones mexicanos, los demócratas jugaron descaradamente ese juego tratando de camuflar su trabajito para los sindicatos como una cuestión de seguridad pública.
En toda la década de 1990, se les dijo a los estadounidenses qué destartalados e inseguros eran esos camiones mexicanos y cómo los conductores mexicanos probablemente llevaban drogas o ellos mismos operaban bajo la influencia de drogas.
La idea era asustar a los estadounidenses para que se mantuviera la prohibición de las 25 millas —a pesar del hecho de que los habitantes de comunidades fronterizas como Brownsville, Texas o San Diego, compartían la ruta con los camiones mexicanos todos los días y nunca tenían problemas.
El presidente Obama finalmente levantó la prohibición y concedió a los camioneros mexicanos acceso permanente a las carreteras estadounidenses, pero eso solo ocurrió en enero de 2015. Es decir más de 20 años después de que el TLCAN entrara en vigencia.
Para entonces, Obama estaba al final de su segundo período y ya no le importaba complacer a los Teamsters ni a los sindicatos.
Ahora existe el temor de que Trump utilice la renegociación del TLCAN para eliminar esa orden y volver a los aciagos días del gobierno de Clinton. Si Trump logra impedir que los camiones mexicanos transiten por rutas estadounidenses, ¿cuán extraño sería eso? Un presidente republicano que adopta las políticas proteccionistas en pro de los sindicatos de su predecesor demócrata.
Le hace pensar a uno. Los demócratas están implicando que Trump trabaja para Rusia. Debemos preguntarnos si en realidad no trabaja para ellos.
THE WASHINGTON POST WRITERS GROUP