Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 18/06/2017 02:00
- 18/06/2017 02:00
He aquí algunos de los ‘delitos' por los que lo pueden matar a uno en este Estados Unidos Colapsado:
Manejar, si uno es negro
Ir a discotecas, si uno es LBGT.
Trabajar, si uno es un inmigrante.
Proteger y servir, si uno es policía.
Jugar al béisbol, si uno es republicano.
Y uno sabe que el clima nacional se ha vuelto surrealista cuando Joe Scarborough y Mika Brzezinski, locutores del programa de MSNBC ‘Morning Joe', —quienes ayudaron a otro neoyorquino, Donald Trump, a convertirse en el candidato del Partido Republicano y ahora constantemente aumentan el odio cuando insultan, atacan y se mofan de Trump y sus seguidores— hacen un llamado al país para que baje la temperatura.
Aunque me considero de centro-derecha, debido en gran parte a mi crianza en la zona rural del centro de California y al hecho de que soy parte de una comunidad de mexicano-americanos que son menos liberales de lo que se podría pensar, mi relación con el Partido Republicano no es buena.
Cuando escribo sobre la inmigración, critico a los republicanos por ser racistas o por hacer demagogia con los racistas, o por tolerar el racismo en sus filas. Fui ‘Nunca Trump' antes de que estuviera de onda —de hecho, desde el momento hace dos años esta semana, en que Donald Trump declaró su candidatura y después declaró que los individuos como mi abuelo mexicano eran ‘violadores' y ‘delincuentes' para así obtener votos de los blancos provocando su temor. En los últimos 24 meses, denominé a Trump con todos los posible insultos— incluso cuando, después de salir electo, los izquierdistas me censuraron por reconocer la realidad y llamarlo ‘presidente'.
Pero mi baja opinión del Partido Republicano no me impide reconocer la maldad cuando ésta eleva su cabeza en la izquierda y condenar a los liberales que la incentivaron.
#LasVidasdelosRepublicanosImportan.
Tras el espantoso ataque contra miembros republicanos del Congreso, mientras se entrenaban para un partido de béisbol de beneficencia —un cobarde crimen de odio que hirió a cinco personas, entre ellas al jefe de disciplina de la mayoría en la Cámara, Steve Scalise, republicano por Florida— debemos pedir cuentas a los liberales y demócratas por las veces que van demasiado lejos.
Y, en la época de Trump, a menudo van muy lejos. Es como si los izquierdistas pensaran que los seguidores de Trump son una especie tan subhumana que puede ser atacada sin piedad. Ya sea si estos matones están en el Congreso, en los medios, en Hollywood o en el mundo académico, están demasiado cómodos demonizando a los conservadores o tolerando a aquellos en sus filas que demonizan a los conservadores.
Cada vez es más evidente la reacciones de las personas poderosas, aunque estas actitudes las han sabido maniobrar con los cambios de gobiernos.
Cuando Ivanka Trump dijo recientemente que estaba asombrada por el nivel de encono con que se ataca a su padre y su familia, la izquierda respondió, bueno, ferozmente, atacando a la primera hija por atreverse a sacar el asunto a colación.
En los programas de televisión de la noche o en los de los domingos a la mañana o en las ceremonias llenas de estrellas, ese modus operandi se convirtió en la forma en que los condescendientes liberales y demócratas —muchos de los cuales son elites de las costas— enseñan a los del campo, y a aquellos de nosotros que nos criamos en granjas y ranchos, que ellos son mejores, más listos, más ilustrados y sofisticados que nosotros.
Estados Unidos ha experimentado diversos escenarios e incluso algunos más extremo que otros, lo que esta llevando a las personas a marcar aún más sus diferencias.
De la misma manera en que los republicanos no reconocen a los racistas entre ellos, los demócratas se niegan a asumir la responsabilidad de un discípulo díscolo como James T. Hodgkinson. El tirador —que resultó muerto a balas por los heroicos oficiales de la Policía del Capitolio asignados para la protección de Scalise— era un extremista de izquierda que fue voluntario de la campaña presidencial de Bernie Sanders, criticó ásperamente a Trump y a otros republicanos, y repitió los puntos del Partido Demócrata. Frecuentemente escribió airadas cartas a diarios y echó pestes contra los republicanos en los medios sociales, dejando tras de sí una serie de pruebas más ancha que un camino de tres carriles.
Cuando se les pide que contemplen la posibilidad de que esa vitriólica retórica contra los republicanos inspiró ese terrible y prejuicioso acto de violencia —de la misma manera en que los liberales insistieron, en 1995—, que los programas de radio conservadores inspiraron el atentado del Oklahoma City en 1995- los demócratas miden sus palabras, dan vueltas, presentan excusas y cambian de tema. No fueron sus expresiones de odio las que causaron esto, dicen. Fueron las armas de fuego. O la salud mental.
Hasta escuché a algunos enfermos en Facebook decir que era poético que los miembros republicanos del Congreso se vieran rociados de balas, y buscando cobertura, dado su apoyo a la National Rifle Association.
Y no olvidemos al humanitario de gran corazón quien, después del tiroteo, envió a la representante Claudia Tenney, republicana por Nueva York, un email amenazante con la encantadora oración: ‘Uno abajo, faltan otros 216'.
Esta pesadilla no acabó. Nuestra sociedad está compuesta de diferentes opiniones políticas que han convivido delicadamente en el curso de muchas décadas, Y ahora todo está explotando.
ANALISTA DE THE WHASHINGTON POST WRITERS GROUP