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- 06/12/2011 01:00
- 06/12/2011 01:00
WASHINGTON. Nosotros los norteamericanos nos engañamos a nosotros mismos si ignoramos los paralelos entre los problemas de Europa y los nuestros. Es tranquilizador pensar en ellos separadamente, y la fijación con el euro —la moneda común europea— refuerza esa actitud mental.
Pero la agitación europea es más que una crisis de la moneda y era inevitable, de alguna manera, incluso si nunca se hubiera creado el euro. Es, en última instancia, una crisis del estado de bienestar social, que ha crecido demasiado para que se pueda solventarlo económicamente. La gente no puede vivir con él —y no puede vivir sin él. El problema de Estados Unidos es sólo un poco diferente.
La expansión del gobierno fue una de las grandes transformaciones del siglo XX. Las naciones ricas adoptaron programas de educación, asistencia médica, seguro de desempleo, asistencia para la ancianidad, vivienda pública y redistribución de los ingresos. ‘El gasto público de estas actividades casi no existía al comienzo del siglo XX’, escribe el economista Vito Tanzi en su libro ‘Government versus Markets’.
Las cifras —para aquellos que no las conocen— son asombrosas.
En 1870, todo el gasto del gobierno representaba el 7.3% del ingreso nacional, en los Estados Unidos; el 9.4%, en Reino Unido; el 10%, en Alemania y el 12.6%, en Francia. Para 2007, esas cifras fueron 36.6%, para Estados Unidos; 44.6%, para Reino Unido; 43.9%, para Alemania y 52.6%, para Francia. Los costes militares en un momento dominaron esos presupuestos; ahora, los costes sociales lo hacen.
La ‘supervivencia del más fuerte’ ya no era suficiente. A los europeos nunca les gustaron los mercados como a los norteamericanos. En la década de 1880, el canciller alemán Bismarck creó seguros para la salud, la vejez y los accidentes: hitos que se consideran fundadores del estado de bienestar social.
COLUMNA VERTEBRAL
La Gran Depresión desacreditó el capitalismo, y después de la Segunda Guerra Mundial, comunistas y socialistas disfrutaron de un gran apoyo, en parte porque ‘habían formado la columna vertebral de los movimientos de resistencia durante la guerra’, escribe Barry Eichengreen en ‘The European Economy Since 1945’.
Para florecer, el estado benefactor requiere una economía y demografía favorables: un rápido crecimiento económico para pagar los beneficios sociales; y poblaciones jóvenes para mantener a las viejas. Tanto la economía como la demografía se han desarrollado de manera adversa.
La gran expansión de los estados benefactores de Europa se inició en los años 50 y 60, cuando el crecimiento económico anual de las naciones ricas promedió un 4.5% comparado con una tasa histórica del 2.1% desde 1820, señala Eichengreen. Este tipo de crecimiento, se suponía, continuaría indefinidamente. No fue así. Entre 1973 y 2000, el crecimiento se revirtió a un 2.1%. Más recientemente ha sido aún más bajo.
La composición demográfica también se modificó. En 2000, la población de 65 y más años de Italia representaba ya un 18% del total; en 2010, un 21%, y la proyección para 2050 es un 34%. Las cifras para los 27 países de la Unión Europea son 16, 18 y 29%.
Hasta la crisis financiera, el estado de bienestar social existía en un equilibrio inestable con el deprimido crecimiento económico. La crisis destruyó ese equilibrio. El crecimiento económico fue más lento. La deuda —ya alta— subió. Los bonos gubernamentales, considerados en una época como ultra seguros, supusieron más riesgo.
ESTADOS UNIDOS
Pasemos a EEUU. Hablando en forma general, la historia es similar. La gran expansión del estado benefactor norteamericano (aunque evitamos ese término) ocurrió en los años 60 y 70 con la creación de Medicare, Medicaid y las estampillas para alimentos. En 1960, el 26% de los gastos federales representaban pagos a individuos; en 2010, esa cifra fue del 66%. El crecimiento económico en los años 50 y 60 promedió alrededor de un 4%; del 2000 al 2007, el promedio fue de un 2.4%. Nuestra población anciana representaba un 13% del total en 2010; la proyección para 2050 es un 20%. Lo que separa a EEUU de Europa es que (hasta el momento) no hemos sufrido una reacción negativa de los mercados de bonos.