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- 25/05/2020 00:00
- 25/05/2020 00:00
El deporte panameño siempre ha sido rico en historias.
Lamentablemente, muchas de ellas han desaparecido con el tiempo y los héroes que la escribieron también, debido principalmente a que los dirigentes y las autoridades jamás han tenido la capacidad para eternizarlos en un sitio especial.
Los medios impresos, principalmente, se han encargado de hacer el trabajo, pero la realidad es que tampoco ha sido suficiente. Las historias que no se patentizan, con el tiempo se olvidan.
La intención de este artículo es recordar a algunos de estos héroes, todos de origen negroide, recordando que este mes se hace una loa a esa dignificante etnia.
Investigaciones antropológicas han demostrado que desde mucho antes de la llegada de los españoles, en la América india se practicaba alguna actividad como distracción o competencia.
En lo que respecta a Panamá, una acción más marcada se registra a principios del siglo XIX, con las carreras de caballo, las corridas de toro y las peleas de gallo, influenciados mayormente por la cultura española.
No obstante, todo cambió con la construcción del ferrocarril interoceánico (1850-1855) y el canal francés (1880), porque si bien se mantenían las actividades “españolas”, se comenzaron a practicar otras, influenciados por la llegada de personas de diversos orígenes.
Indudablemente que en este renglón los más influyentes fueron los estadounidenses (béisbol, boxeo) y europeos, principalmente británicos (atletismo, ciclismo, cricket), y los mejores estudiantes, los antillanos.
Efectivamente, el deporte istmeño fue creciendo conforme fue calando en los genes de sus pobladores, pero sin lugar a dudas, quien le dio mayormente esa calidad que a partir de allí ha tenido, fueron los negros.
El primer ídolo que tuvo el boxeo istmeño fue José “Chato” Lombardo, un púgil netamente criollo cuya actividad se inició en los años 20 del siglo pasado.
Sin embargo, a principios de esa centuria A.S. McClellan, “Kid Dare”, “Kid Conran”, “Kid Weimar” y Sandy O'Dom, todos de origen negroide, fueron los “culpables” de que empezara a germinar esa pasión por esta embriagante actividad.
Esto, aunado al hecho de que los medios impresos inundaban sus espacios con la actividad boxística, tanto local como foránea, y los teatros presentaban las últimas hazañas del pugilismo estadounidense.
Finalmente, debo anotar que gracias a esas publicaciones se conoció de la actividad de los deportistas istmeños que invadían las plazas estadounidenses, como Panamá Al Brown y Santiago Zorrilla.
La entrada a playas panameñas del atletismo y el ciclismo nunca he podido precisarla. No obstante, tengo notas que hablan de que el primero pudo hacerlo en la década de 1910, y el segundo, diez años después.
El periodista colonense Benito Hull precisó en una crónica que las primeras pruebas, en ese sector del país, se dieron entre 1905 y 1906 organizadas por estadounidenses, por lo que debo colegir que también al unísono se registró en la ciudad capital.
Hubo figuras inmensas en este apartado y, quizás, el más conocido y afamado fue Lloyd LaBeach, de origen jamaiquino, quien ganó las dos primeras preseas para Panamá en unos Juegos Olímpicos.
Pero hubo otros, también con perfomances espectaculares e igualmente de orígenes antillanos, como es el caso del colonense Reginald Beckford y del capitalino Jenning Blacket.
Beckford fue la máxima figura panameña en los II Juegos Centroamericanos y del Caribe de La Habana en 1930, al ganar las pruebas de los 200 y 400 metros planos.
Las memorias de estos juegos reseñaron la carrera de Beckford en los 200 metros. “Beckford ocasionó una falsa salida, luego arrancó lentamente, mejoró su posición en cada paso y estaba delante antes de correr sesenta metros. Era el mejor”.
Blacket, entre tanto, se convirtió a los 17 años en uno de los seis hombres más rápidos del mundo en los Centroamericanos y del Caribe de 1938, donde ganó la prueba de los 100 metros con un tiempo de 10,4 segundos.
No obstante, un poco antes, en su carrera de eliminatoria, Blacket paró los relojes en 10,3 segundos, hecho registrado hasta ese momento por el canadiense Percy Williams (1930) y los estadounidenses Eddie Tolan (1932), Ralph Metcalfe (1933) y Jesse Owens (1936).
En esos mismos juegos, la atleta Lilia Wilson obtuvo la presea de oro en el salto de altura, mientras que la también istmeña Isabel Sullivan, la de bronce.
En lo referente al ciclismo, en nuestros registros periodísticos la historia de este deporte se remonta a los años 20.
El Star & Herald anunció a principios de 1923 la realización de una competencia para el mes de febrero, organizada por la Unique Cycle Association of Panamá, en la que participarían deportistas de Panamá y Jamaica.
Según el Diario de Panamá, “las carreras de bicicletas y de a pie” eran la última distracción en materia deportiva.
Al igual que aconteció con el atletismo, el ciclismo tuvo grandes figuras y, una de ellas, fue Óscar Layne. En 1938 ganó el oro en el kilómetro contrarreloj, la prueba de velocidad, y una de plata por equipo en los 100 kilómetros contrarreloj.
Layne, considerado el mejor de todos los tiempos, volvió a repetir la presea de oro en la competición de velocidad en los juegos de Barranquilla (1946) y en Guatemala (1950), y cobró dos de plata en el kilómetro contrarreloj en esos mismos años.
Indudablemente que hubo otras figuras, sobre todo damas, las cuales mencionaremos en otra crónica.