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- 30/10/2019 00:00
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Dicen que al nacer, hace ya 86 años, surgió con tantos defectos físicos que los doctores pusieron en duda que lograría caminar alguna vez. Su columna vertebral estaba arqueada, su pierna izquierda era seis centímetros más corta que la derecha y para colmo, ambas estaban torcidas. Nada de esto impidió que, pasados los años, Manoel Francisco dos Santos se convirtiera en uno de los futbolistas más talentosos e indescifrables en la historia de ese deporte. Manoel, que había trabajado en una fábrica de telas antes de hacerse futbolista, fue, según Joao Pedro Stédile, fundador del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra, “la síntesis del brasileño: pobre, creativo y solidario”.
Nacido en Pau Grande, distrito de Magé, estado de Río de Janeiro, fue llamado Mané, sobrenombre derivado de Manoel. Luego, su hermana, cariñosa, precisa y cruel, lo rebautizó como Garrincha, un pájaro original de Mato Grosso, tan feo como veloz. No fue su último nombre. Muchos años después, quienes se rendían a su talento lo llamaron “Alegría del Pueblo”.
En 2012 se cumplieron 50 años del Mundial de 1962, jugado en Chile. Entonces, Brasil consiguió su segundo título del mundo, teniendo a Garrincha como estrella excluyente, poseedor de un brillo incomparable. Sin importar lo elevado de sus logros, nunca dejó de pensar que el fútbol era para jugarlo, no para tomárselo demasiado en serio. Por eso, poco antes de la final del mundial de 1962, que enfrentaría a Brasil con Checoslovaquia, Garrincha le preguntó a su entrenador: “Maestro, ¿hoy es la final?”. Ante la respuesta afirmativa, Garrincha expresó: “Ah, con razón hay tanta gente”. Y al terminar esa misma final, cuando Brasil ya era campeón, Garrincha, ovacionado, abandonaba la cancha seguido de un tenaz reportero, que al alcanzarlo le dijo: “Por favor, dos palabras para este micrófono”. El ídolo se detuvo para responderle: “¿Dos palabras? Adiós, micrófono”.
Su dominio del balón, su obstinada imaginación, sus poderosos disparos y su irreverencia inclaudicable, dentro y fuera de las canchas, sólo eran igualadas e incluso sobrepasadas por su impresionante habilidad para gambetear rivales. Varios años después de haberse retirado, Garrincha confesaba: “Eludir defensas me produce tanta nostalgia que a veces sueño que regateo y me caigo de la cama”.
Quizás por esa facilidad a la hora de enfrentar a sus marcadores y por su total irreverencia, Garrincha bautizó a todos aquellos defensas encargados de marcarlo con el simple, despectivo y unificador nombre de Joao (Juan). Todos los defensas eran Joao. Al primero que le clavó el nombre fue al ilustre Nilton Santos, uno de los mejores laterales izquierdos de la historia.
Cuando el joven Garrincha llegó al club Botafogo para hacerse una prueba futbolística, le advirtieron que el encargado de marcarlo sería Nilton Santos. Garrincha, entonces pareció despreocupado: “En los entrenamientos del Pau Grande, Joao también me marca”. Durante la prueba, Garrincha estuvo imparable y al final, el propio Nilton Santos sugirió su contratación: “Mejor con nosotros que contra nosotros”. Desde entonces, antes de cada partido, sin importar contra quién jugase, Garrincha repetía con una sonrisa: “Hoy me marca Joao”.
En aquel mundial de Suecia, Garrincha fue parte de un ataque inolvidable junto a Didí, Pelé, Vavá y Zagalo. Ni él, ni Pelé disputaron los dos primeros partidos del certamen. Muchos pensaban que ninguno de los dos estaba preparado; Pelé, por ser demasiado joven; Garrincha, por tener una mentalidad peculiarmente volátil. Después de un arranque poco auspicioso, sus compañeros, encabezados por el veterano Nilton Santos, tuvieron que mediar con el entrenador para que los dos futuros ídolos debutaran contra la temida Unión Soviética, a la que destrozaron. Fue el inicio de un camino glorioso para Brasil, que apaleó a Suecia (5-2) en la final de esa copa del mundo. Desde aquel año, Garrincha y Pelé jugaron juntos 40 veces con la camiseta de Brasil y, juntos, jamás perdieron un partido. Ganaron 35 veces y empataron 5. El periodista Armando Nogueira definió así la fórmula invencible: “Pelé era un deportista nato y Garrincha era un artista. Coloquen el uno junto al otro y habrán dado con la pareja perfecta, con una combinación imparable”.
Pero si el mundial de 1958 representó la consagración internacional de Garrincha y el primer título a nivel mundial de Brasil, el de 1962 significó la total consagración de Garrincha. Un titular del periódico chileno El Mercurio reflejaba la magnitud del asombro general preguntándose con interrogación contundente: “¿De qué planeta procede Garrincha?”
La única derrota de Garrincha con su selección nacional ocurrió en el mundial de 1966. Fue contra Hungría y Mané arrastraba una lesión que lo incomodaba. Aquella fue su última aparición internacional, aunque su despedida se daría en diciembre de 1973, en un partido amistoso que congregó a 131,000 espectadores en el estadio Maracaná.
Los éxitos deportivos de Garrincha tuvieron el contrapunto de una vida caótica y muy agitada. Bebió hasta el hartazgo, lo que lo llevó a diversos accidentes de tránsito, algunos con fatales consecuencias. Tuvo incontables mujeres (aunque la mujer de su vida fue la célebre cantante Elsa Soares, con quien estuvo 15 años) y además, 14 hijos reconocidos. Los problemas financieros lo acompañaron hasta el fin del camino, cuando murió de cirrosis hepática a los 49 años, en 1983. Si sus últimos años estuvieron marcados por la depresión y el dolor, el último viaje de Garrincha que lo llevó desde Maracaná hasta su tumba, significó recuperar el fervor delirante de sus muchos admiradores.
La sepultura de Garrincha, hoy deteriorada y cubierta de abandono, continúa expresando de modo sencillo y elocuente el genuino sentimiento de aquellos que admiraron el genio descarado de Garrincha: “Aquí descansa en paz aquél que fue la Alegría del Pueblo”.