La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 05/08/2021 00:00
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Durante el periodo de entreguerras hay un cambio de mentalidad que se refleja primeramente en la literatura y en la filosofía y después en el arte. Surge el existencialismo como respuesta a las grandes interrogantes humanas y como reflexión sobre la destrucción catastrófica que supuso la Gran Guerra. Heidegger en Alemania y Sartre en Francia estarán en la base de la concepción filosófica de la época.
Este pesimismo de los años 50 se plasma en algunas corrientes plásticas herederas del dadaísmo y del surrealismo que buscan avanzar un paso más, superar la nada y el absurdo, pero confiando nuevamente en el intelecto y la razón. El dadá había cuestionado fuertemente el arte burgués, pero también desarticuló la teoría del color, la narrativa o el discurso artístico y la nobleza de los materiales que intervienen en la obra de arte. Rompe, además, con la idea de arte perdurable y con el concepto del arte icónico occidental, símbolo de una tradición cultural que los nuevos tiempos despreciaban.
Por otro lado, las tendencias abstraccionistas replantearon el problema del hombre y el peso de la Guerra Fría sobre la mentalidad colectiva de este periodo. La corriente abstraccionista demanda un nivel intelectual que no surge de la vida cotidiana y para la cual el arte pop contrapone una retomada de la figuración a partir de la cultura de masas.
En este contexto aparece el pop art como expresión de la cotidianidad, que trata de inyectar un cierto grado de optimismo en una sociedad que se enfrentaba a otra guerra (Corea) y que amenazaba con convertirse en una nueva guerra mundial. Va a tener como característica identificativa la cotidianidad, utilizando elementos icónicos de la tradición y la cultura de los elementos populares que se incorporan al discurso plástico, generando un mensaje de identidad y participación a través del arte. En sus inicios comparte dos características esenciales del siglo XX: el proceso de conformación de la sociedad de consumo y una génesis marcada por la llegada de la televisión.
El pop surge como resultado del esfuerzo por comprender las tendencias e inclinaciones del gran público frente al arte, formando parte de la cultura mediática del siglo XX que apuesta por la forma que tiene cada sociedad de relacionarse con el mundo circundante, más que por el discurso intelectual. El pop no tiene una intención didáctica, por lo tanto se produce una ruptura con la tradición artística heredera del Renacimiento y con los patrones o recursos temáticos tradicionales que la expresa.
Nos encontramos ante un proceso de revisión crítica de los precedentes técnicos y estéticos que marcaron la primera mitad del siglo XX, herederos de la tradición academicista, tratan de incorporar un discurso político-social como parte del contexto temático de las artes plásticas.
En los años 50 en América Latina comienzan a replantearse una serie de tendencias procedentes del exterior con los elementos plásticos tradicionales y con un discurso emancipador en términos de la recuperación de la identidad afectada por más de un siglo de presencia extranjera. Las izquierdas toman fuerza y el arte, en ese rejuego, apuesta por un sincretismo en el que se encuentran vertientes que, a fin de cuentas, no logran coincidir ni en los planteamientos ni en los resultados. En consecuencia, afloran nuevas propuestas para experimentar lineamientos plásticos y discursos que redefinan la identidad latinoamericana. Se especula sobre la autenticidad del arte latinoamericano y la posibilidad de establecer un producto auténtico.
Urgidos por una política exterior procedente de Estados Unidos que considera necesario rescatar la educación y la cultura de su tradicionalismo, se promueve una serie de debates sobre el papel de las artes en el proceso de construcción de un nuevo modelo identitario y, al mismo tiempo, la opción de establecer un discurso estético e ideológico alternativo al surgido de la revolución cubana. De esta manera las contradicciones entre socialismo y capitalismo, entre la revolución proletaria y el liberalismo económico, van a encontrar escenario en los debates sobre el arte. De hecho, el arte pop en Latinoamérica se caracteriza, entonces, por la adopción de una postura de contracultura y antiimperialista, lo que resulta en la subversión de características y valores del imaginario pop estadounidense.
Frente a posiciones radicales, como las de la colombiana Marta Traba, van a encontrar eco en sectores radicales teóricamente alineados con las tesis de sociología del arte con fundamentación marxista que hacia Sudamérica tendrán como representante a Néstor García Canclini, y hacia México, el sindicato de trabajadores del arte y la cultura liderados por Diego Rivera.
En este convulso escenario, los artistas latinoamericanos incorporaron el lenguaje pop a su quehacer artístico, nuevamente tratando de apostar por un modo de representación que al mismo tiempo que adopta medios y formas ya experimentadas, hace lo posible para encontrar temas y contenidos desde las expectativas y realidades locales o regionales.
Podemos mencionar destacados artistas como: Juan José Gurrola, Alberto Gironella, Beatriz González, Cildo Meireles, Hélio Oiticica, Rubens Gerchman, Marta Minujín y Rupert García, legítimos representantes del pop latinoamericano.
Sin embargo, para concluir, nos gustaría destacar de modo particular y de breve manera tres artistas latinoamericanos que adoptan los elementos del arte pop como aspectos de su trabajo y que realizan una obra que deja en evidencia lo que ya ha sido mencionado.
Podemos destacar la obra de Raúl Martínez, artista cubano de la provincia de Camagüey, que en 1958 realiza murales en distintos puntos de la capital cubana. En los años 60 incursiona en el mundo del diseño de carteles para cine y teatro y experimenta con la fusión de pintura y fotografía. También incorpora el collage a su lenguaje plástico, transitando entre el expresionismo abstracto y el pop art.
Se consolida como artista pop cuando presenta ante el mundo imágenes seriadas de José Martí, el Che Guevara o Fidel Castro, presentándolos de manera reiterada sin ningún tipo de postura ideológica o argumentación. Toma del expresionismo el uso dramático del color, enfatizando de este modo el paisaje cubano.
Otra artista destacada dentro de este ámbito es la colombiana María de la Paz Jaramillo. A través de sus 'Reinas tropicales', nos muestra un mundo artificioso e ilusorio, pero también alegre, trivial y distanciado. Pone de manifiesto la superficialidad de un mundo que pone en la apariencia un valor entre pasajero y eterno. Influenciada por Andy Warhol, adopta algunas de sus estrategias y recursos para insertar en sus trabajos elementos de la cultura local, tales como los bailarines de salsa, el mundo sensual de los enamorados y las mujeres voluptuosas, que, expresados de manera original por sus formas planimétricas, los colores contrastantes, la ironía y el humor de lo cotidiano, construye una obra crítica que problematiza la realidad e identifica en ese contexto su propia cultura.
La brasileña Romanita Disconzi en su obra 'Interpretation Totem' de 1969 trabaja con elementos icónicos que deviene de la cultura popular y los medios de comunicación, adopta una lectura semiótica de la realidad y provoca un juego lúdico-semiótico que obliga al lector o espectador a renegociar los límites de los mismos en la sociedad, a partir de su propia cotidianidad. El aspecto lúdico apela al uso de cubos, cuyas caras con imágenes diferentes permite diversificar las configuraciones, en su condición de instalación. Además, particularmente esta obra, constituye una crítica a la situación social y política en el Brasil después de 1968.
Esta obra fue escogida por el célebre museo británico Tate Modern para constituir la exposición 'World Goes Pop' realizada en Londres 2015, que revisa las influencias del arte pop a nivel mundial.
Y aunque podríamos concluir que el pop no fue el estilo que caló con más fuerza en Latinoamérica, debemos reconocer su valor específico en la construcción de un modo de vida y cultura que apuesta porque lo cotidiano luzca como extraordinario, y lo extraordinario, trivial.