Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 08/12/2019 00:00
- 08/12/2019 00:00
Declaro ser ciudadano, no historiador ni académico. Tampoco soy periodista. Escribo esto en calidad de testigo de un ataque militar planeado y ejecutado por el ejército de otra nación: tenía quince años y vivía en el sexto piso del edificio Poli, en Calidonia. El servicio de mapas de Google me sitúa —en ese instante— a 2.4 kilómetros del Chorrillo, 2.1 kilómetros del Cerro Ancón. Hoy, cuando corro mis 6 km/22 minutos en el tramo marino de la Cinta Costera, ojos fijos en el cerro y su bandera, entiendo con la claridad del espanto por qué la Noche Mala me entró en los huesos para nunca ausentarse, y comprendo las razones de mi rechazo al silencio oficial que nos deja, a la nación, sin fecha en el calendario, mientras sorteamos todas las otras, aún con las heridas del conflicto y su negación.
A diario también me llegan nuevas de la gestión y quehacer de la cultura nacional, comunicaciones preñadas de términos que siento a menudo confundimos y resultan en la imposibilidad de abordar el peso de lo que no se dice y lo que falta por hacer. Memoria e Historia no son sinónimos, pero intento explicarlos en mi sencillez de hombre común: Memoria es lo que recordamos cuando nada nos queda y es el dominio de las gentes, de los vivos. Al igual que nosotros, también es dinámica porque es susceptible al ir y venir de la vida misma: es la “dialéctica del recuerdo.”1 Un amigo académico me pasa una batería que lee “los mitos son creaciones a partir de memorias transformadas para cumplir con un propósito social o cultural. Se pierden recuerdos “objetivos” y se generan mitos.”2 Hablamos de memoria porque no hay más, es lo que queda cuando no existe ya un vínculo a la historia. La memoria es emotiva y se sostiene sobre una base de recuerdos subjetivos, inexactos. La Historia, por otro lado, es el dominio del rigor científico y lo exacto, pertenece a todos (no a un solo individuo) y está sujeta al análisis crítico.
A menudo, al escuchar, ver y asistir a actividades que abordan la Invasión, confirmo que estos dos conceptos están siendo confundidos; peor, que están siendo aceptados como sustitutos, uno del otro. Si la exactitud de las fechas yace en el dominio de la Historia, ésta no podrá investigarse, mucho menos escribirse—entiéndase con el rigor de la investigación académica, no periodística—sin el reconocimiento del 20 de diciembre de 1989 como la fecha en que Estados Unidos cometió una agresión militar contra la República de Panamá y perecieron panameños en números aún no certeros. Los gritos siguen conmigo.
El mismo amigo2 me indica que no existe una cronología de la Invasión. Mis propios recuerdos de esa noche y los días que siguieron, no puedo ordenarlos. ¿Cuándo entraron los norteamericanos al edificio Poli para redar las oficinas públicas (IRHE y Ministerio de Educación) que ocupaban sus primeros pisos? ¿Día 2, 5? No sé. Sabré cuando converse con otros inquilinos del edificio y comparemos notas. A eso hemos llegado. Mientras tanto, nosotros los ciudadanos recurrimos a lo que sí vimos y lo que otros nos contaron: Sólo narraciones, relatos, testimonios, ausencias, dolores, las vidas perdidas, los desaparecidos. Sin embargo, sabemos bien y profundo, sin incertidumbre alguna, la última vez que vimos a los que nos quitaron. Al terror de esa noche sumo éste: temo que el paso del tiempo y la revisión de nuestras memorias dé paso a la desmemoria y, eventualmente, al mito. Sin fecha no habrá investigación, no se escribirá la Historia y, por lo tanto, no habrá quien la aprenda.
El solo reconocimiento oficial de la fecha sienta el precedente para que el Estado incluya la inversión en gestión de recobro de evidencias (documentación), su clasificación y disponibilidad pública como parte de un plan nacional de cultura, de forma que las palabras de moda en nuestro argot cultural—identidad, memoria, histórico, historia—y sus “productos” no distorsionen la herida para callarnos y a los que perdimos.
1Nora, Pierre. Entre Memoria e Historia: La problemática de los lugares.
2 Tú sabes quién eres. Gracias.
Lili Mendoza es escritor y ciudadano. No cree en vainas ni en rambulerías por Whatsapp.