Vida y cultura

Sobre ferias, libros y ética

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Actualizado
  • 25/08/2024 00:00
Creado
  • 24/08/2024 17:18

Tal vez haya ocurrido, en el mundo literario local, una suerte de banalización que se inserta en el discurso de la felicidad individualista, más que en la necesidad de pensar el deber ser del país

Papá solía regalarme libros cuando era niña. Casi nunca para un cumpleaños o para Navidad, sino porque estábamos en alguna feria, librería o encuentro literario, o porque encontraba algún título en sus periplos cotidianos y me lo regalaba así, como quien ofrece un barquillo. No voy a mentirles, sin embargo: no siempre los acogí con entusiasmo.

Habrá sido una de esas veces cuando a mis manos llegó un librito, de la Austral Juvenil, titulado Algunos niños, tres perros y más cosas, escrito por un señor llamado Juan Farias e ilustrado por Arcadio Lobato. Ambos, leo ahora, españoles; uno de Galicia, el otro de Madrid. El libro en cuestión tiene nueve cuentos muy cortitos, pero solo dos de ellos se grabaron en mi memoria: “La larga siesta de papá” y “40 niños y un perro”.

No viene al caso contarles los detalles de cada cuento, pero lo que sí quiero decirles es que el primero lo leí cientos de veces y en cada una de esas lloré; y con el segundo sonreí tanto que ahora no he aguantado la tentación de releerlo para recordar por qué me hacía feliz.

Y me hacía feliz porque es la historia de un grupo de niños que rescata de la muerte a un perro callejero pagando con sus más grandes tesoros: “una manzana a la que sólo le habían dado un mordisco, el mango de un paraguas, un grillo en una caja de cerillas, una bola de barro, la llave que perdió la cerradura, el tornillo que no faltaba en ningún sitio, una cosa de metal dorado que nadie sabía lo que era, y más cosas, montones de cosas maravillosas, miles de maravillas de madera, lata y cristal”.

Como con este libro de Juan Farias, hubo otros que aún conservo: Monigote en la arena, Premio Casa de las Américas 1975, sobre todo por sus ilustraciones gigantes y repletas de color; Cuatro cuentos de Andersen, con el que conocí hasta dónde puede llegar la vanidad de un emperador; El gato soñador, con el que me descubrí idealista; y un libro que le regalaron a mi hermana pero que también leí, El nacimiento, con el que supe sobre el amor de pareja por primera vez, y cómo era que se hacían los bebés y crecían dentro del cuerpo de las mujeres.

Como dije al principio, no siempre acogí con alegría los libros que papá me regalaba. De hecho pasó una larga, larguísima temporada sin que yo leyera más que los dramas amorosos de Corín Tellado que se incluían en las revistas Vanidades (y las lecturas obligadas de la escuela secundaria); pero llegó el día que descubrí las crónicas periodísticas de García Márquez y, bueno, aquello se convirtió en obsesión.

No soy una lectora rabiosa. Leo según van cambiando los intereses y las necesidades. Cuando falleció mi abuela, por ejemplo, me compré la novela Lo que olvidamos, solo para sentirme menos desamparada. Cuando supe que una periodista había ganado el Nobel de Literatura, busqué sus Voces de Chernóbil. Luego vino la historia y la filosofía; poco he leído aún.

Si les converso aquí de libros es porque acaba de terminar la Feria Internacional del Libro de Panamá 2024 (FILPA 2024), y en las noticias ya aparecieron algunos datos: que en seis días recibió más de 100 mil visitantes, que se realizaron más de 400 actividades, que participaron 206 escritores y 149 expositores. Los números, claro, cuentan algo: hubo mucho, mucho movimiento. La Feria del Libro es, después de todo, el evento librero más importante del país.

En el puesto de la Casa del Escritor encontré Crónica crítica. Fragmentos para leer una literatura, de Pedro Crenes Castro. La primera parte del libro reúne una serie de artículos sobre el oficio del escritor y la necesidad de que en Panamá se ejerza la crítica literaria. En la segunda hay textos críticos sobre varios autores panameños, entre ellos Lucy Chau, Héctor Collado, Jhavier Romero, Cheri Lewis, Ela Urriola, Rogelio Guerra, Benjamín Ramón, Moisés Pascual y Emiliano Pardo-Tristán.

Para efectos de esta nota leí solo la primera parte, en la que Crenes Castro empieza por decir: “...este es un libro complejo, no por su contenido (...) sino por el atrevimiento de gritar, sin pretensiones de ser escuchado, que “el rey está desnudo”. Panamá no es un país que acepte fácilmente la realidad de su condición en general, y en particular la literaria: tenemos un concepto de nosotros mismos más alto del que debemos tener. Vivimos en una ficción constante y nos molesta que se nos venga a despertar de nuestro sueño”.

¿De cuál ficción literaria está hablando el autor? De la que nos cuentan los números. Pensar, por ejemplo, que decir 206 escritores es sinónimo de calidad literaria, tal cual ocurre con el PIB y la economía. En este sentido, Crenes Castro afirma:

1. Que el oficio de lector es el único que ningún escritor puede dejar de ejercer.

2. Que si la lectura es una forma de felicidad, según Borges, no leer es la antesala del fin de la literatura bien hecha.

3. Que la literatura no puede estar viviendo un gran momento en nuestro país cuando la venta de libros es el principal indicador de nuestra relación con la lectura.

4. Que un síntoma de la mala calidad de la enseñanza es la baja calidad de las novedades literarias: “llevamos tantos años dando mal de leer, bajando tanto el nivel de obras literarias para las escuelas, que lo normal es que cualquiera crea que es fácil escribir (...)”.

5. Que necesitamos volver a hablar la literatura.

6. Que la falta de una sana vergüenza, de eso que se llama “pudor” (...), es lo que hace que todo el mundo se lance a exhibir textos (y hasta imprimirlos y venderlos en forma de libro), sin reparar en las formas más básicas de respeto a la lengua (...).

7. Que escribir es mucho más que publicar, y la vanidad de ver lo escrito publicado es efímera en comparación con la huella que deja un mal texto.

8. Que azuzando los sueños de publicar nos desviamos del bien mayor de la literatura: contar buenas historias que nos recuerden dónde estuvimos, dónde estamos y hacia dónde debemos ir.

La pregunta sobre hacia dónde debemos ir es, quizá, la más importante de todas, porque implica la noción de un “deber ser” que excede el ámbito de la literatura e invita a cuestionar la moral dominante, una moral fundamentada en la idea de que la racionalidad sólo la encontramos en los saberes científico-técnicos, dejando de lado la reflexión ética y bioética necesaria para comprender el mundo que vivimos.

A primera vista parece que no hay relación entre el discurso dominante neoliberal y la calidad de la oferta de la FILPA, pero el estado de la literatura en el país responde, también, a esta instrumentalización de los espacios literarios. La presencia de Minera Panamá en la sección infantil de la Feria es también parte de esta ecuación, es decir, de la ecuación que resulta de pensar que la libertad de expresión de una empresa que ha incumplido leyes y ocasionado graves daños ambientales y sociales pesa más que las personas asesinadas, heridas y perseguidas que dejaron las protestas contra la minería de octubre y noviembre de 2023.

Dicho esto, unas preguntas para el debate literario y ético: ¿La Feria del Libro es un éxito en tanto más autores y expositores acoja? ¿Requieren las ferias libreras un proceso de curaduría? ¿Es la libertad de expresión un derecho ilimitado? ¿Es la capacidad de pago el único criterio para participar del principal evento librero del país?

David Le Breton tiene un libro que me parece delicioso y se llama así: Caminar, elogio de los caminos y de la lentitud. Tal como lo sugiere el título, Le Breton repasa todas las posibilidades que brinda el acto del caminar desde lo sensorial, lo emocional y lo social. No se trata, dice el sociólogo, de la caminata siempre apresurada e indiferente del que va de un punto “a” a un punto “b”, sino de aquella que se hace de forma consciente, poniendo atención al entorno, dejándose envolver por el asombro de la naturaleza o, en todo caso, por las maravillosas cotidianidades de la ciudad.

La reflexión sobre la relación íntima entre nuestros cuerpos y la naturaleza es necesaria y urgente, porque la llamada crisis civilizatoria que hoy vivimos está estrechamente relacionada con esta concepción del ser humano como algo distinto de la Pachamama; como alguien colocado en el planeta para dominar y extraer todo lo posible de la Madre Tierra... Aunque en el camino estemos acabando incluso con el oxígeno que repleta nuestros pulmones.

La relación que los seres humanos hemos establecido con la naturaleza es un laberinto depredador, y frente a ello son cada vez más las voces que plantean la necesidad de un giro. Este conflicto ambiental, político, social y económico es fundamentalmente filosófico y merece pensarse así: desde la ética, en tanto disciplina que nos permite cuestionar la moral dominante; y desde la bioética, en tanto la necesidad de reflexionar sobre cómo las decisiones humanas afectan la posibilidad de la vida toda en la casa común.

Con esto en mente, ¿qué reflexión podríamos extraer de la participación de Minera Panamá en la última versión de la Feria del Libro?