Pensar las protestas mineras como ejercicio político e histórico
- 26/05/2024 00:00
- 25/05/2024 14:50
Un libro de ensayos y otro de crónicas sobre las protestas antimineras de octubre y noviembre de 2023 se han publicado en Panamá de enero a esta parte. El primero, “Contener el colapso”, de la Casa Editorial Descarriada, en Panamá. El segundo, “El despertar de un pueblo”, de la editorial crítica La Vorágine, de España Un nuevo libro sobre las protestas antimineras acaba de publicarse, esta vez de la autoría del filósofo y docente Abdiel Rodríguez Reyes. Se trata de un libro escrito “al calor del tropel”, es decir, mientras el país entero participaba, de alguna u otra forma, en las movilizaciones producidas tras la aprobación express del contrato Ley 406, que hacía posible la permanencia y operación de Minera Panamá en medio de la selva de Donoso, en el Corredor Biológico Mesoamericano.
Titulado El despertar de un pueblo: Ensayo sobre cómo un pequeño país se enfrentó (y ganó) a un gran transnacional, el libro está compuesto de 10 artículos en los que Rodríguez Reyes expone, explica y denuncia algunos de los acontecimientos experimentados durante los casi 40 días de protesta. Tal como dijo durante la presentación efectuada en la Universidad Santa María La Antigua (USMA), el libro empieza por situar al lector frente al problema —las consecuencias de la actividad minera— y frente a la empresa protagonista del problema —Minera Panamá, S.A.—, para luego contar sobre cómo se produjeron las protestas y los distintos argumentos planteados como solución al problema.
Tres de los capítulos son especialmente interesantes, por la reflexión que hacen posible. En el cuarto, por ejemplo, Rodríguez Reyes establece la diferencia entre multitud y pueblo —el pueblo, dice Rodríguez Reyes, es aquel que manifiesta “una identificación de clase social importante”, mientras que la multitud está compuesta por las capas medias, en las que “el tema de clase es incluso repelido—; y señala la importancia de pensar históricamente y, en este sentido, detenerse en lo que significaron las mayores protestas registradas en el país tras la invasión del 20 de diciembre de 1989. “El despertar de un pueblo está alimentado por las luchas históricas, las cuales conscientemente o no influyen en su devenir”, afirma.
El autor también se detiene a pensar en el racismo y el clasismo que emergieron durante las protestas (lo mismo ha ocurrido en manifestaciones previas, hay que decir), impulsados no solo por personas o sectores anónimos de la población a través de redes sociales, sino también desde espacios reconocidos como gremios empresariales, cuentas de figuras públicas, medios de comunicación y periodistas. Este racismo fue evidente hacia la población indígena, específicamente hacia las personas ngäbes y buglés, contra quienes se profirieron adjetivos denigrantes por el solo hecho de “ejercer su derecho a la protesta social”.
El capítulo VII, titulado “El viejo macartismo de siempre”, es de obligada lectura: “Además del racismo, otra patología social a flor de piel fue el macartismo ya estructural. Como en los tiempos de la Guerra Fría, sacan a pasear los mismos viejos fantasmas para perseguir, en teoría, al comunismo y a todo aquél que sea susceptible de comulgar con él”, una reacción acuerpada también desde el gobierno que quedó “atrapado en su propio laberinto, entre lo policíaco y las vendettas”.
Durante la presentación, el filósofo resaltó el hecho de que el país vive, desde el 2019, una seguidilla de manifestaciones —en el 2019 contra las reformas constitucionales; en el 2022, contra el alto costo de la vida y, en el 2023, contra la actividad minera (si bien hubo otros resortes que sumaron a la movilización)—; hechos que demuestran que “estamos en una crisis de legitimación” (citando a Habermas), y en un escenario de crisis previsible, si se toma en cuenta que el presidente electo ganó la Presidencia con apenas el 34% de los votos.
El autor también destacó durante la presentación, a propósito del macartismo mencionado, que “la democracia requiere pluralidad”; que el pensar distinto es parte de esa pluralidad; y por eso el discurso demonizador hacia los movimientos de izquierda, o la táctica de calificar a los manifestantes como “terroristas” o “secuestradores”, son prácticas que atentan contra la democracia que, en lo formal, se dice defender.
Si al principio de esta nota mencionamos que “El despertar de un pueblo” era un nuevo libro a propósito de las protestas antimineras, es porque cuatro meses antes, en enero, se publicó Contener el colapso, del periodista Víctor A. Mojica.
El de Mojica es un libro de crónicas cortas inspiradas en el levantamiento popular antiminero, pero también una especie de catarsis personal. Tres de los 11 textos que componen el libro son un viaje a sí mismo, a los dolores propios, a los cierres sentimentales; un viaje que navega entre los recuerdos, los remordimientos y las historias de los maestros, campesinos y pescadores que el autor retrata en sus historias. ¿Para qué sirve un cierre?, se pregunta el autor tras contar los bloqueos en la Interamericana que paralizaron todo el país, para luego hacerse la pregunta a sí mismo, tras años de ausencia.
Luego cita nada menos que a Bukowski: “dicen que nada se destruye/ o eso /o todo lo contrario”. Tal parece que Mojica se inclina por todo lo contrario; se diría que por el pesimismo. Luego incluye alguna broma sobre sí mismo, a propósito de su ascendencia negra, y se enamora él mismo —y se lastima y, en el camino, nos lastima— de dos hechos que marcaron las protestas de forma decisiva: la protesta en el mar, frente al puerto internacional construido en Punta Rincón, en el mar Caribe; y los asesinatos de Iván Mendoza y Abdiel Díaz Chávez, mientras protestaban a la altura de la comunidad de Chame.
El capítulo titulado “Un estallido social en el mar”, dice en una de sus partes, a propósito del viaje de retorno de la cobertura: “Salí al atardecer de la acampada. El mar seguía picado. (...). Me tocó viajar de noche por el río. Esta vez compré cervezas que compartí con el lanchero. No veíamos nada, salvo la luna y la copa de los árboles. “¿Cómo sabes por dónde va el río”, le pregunté, mientras le daba otra cerveza. “¿Ves arriba los árboles”, dijo. “La luna hace entre ellos un camino. La copa de los árboles en la noche tiene la forma del río. Me guío por los árboles”.
Sobre el momento de los asesinatos: “Los manifestantes (...) se refugiaron detrás de los autos que estaban en el cierre. Todos presagiaban una matanza. Kenneth Darlington, sin embargo, guardó el arma, movió las ramas de los árboles, las llantas y las piedras, miró como un perro muerto al maestro, y regresó a su auto. (...). Luego lo vimos en una fotografía con un café y unas galletas”.
La publicación de ambos libros es, sin duda, una buena noticia. Como escribió Carlos J. Bichet-Niccoletti en el epílogo de El despertar de un pueblo, registrar por escrito las protestas antimineras de 2023 es un ejercicio de memoria histórica y de reflexión para lo que viene. Sin embargo, también debo mencionar que ambas publicaciones se merecen un trabajo más cariñoso de edición y corrección para subsanar imprecisiones, errores de dedo y distribución de textos. Esperamos que las segundas ediciones, que ya están en planes, subsanen estos tropiezos que no le quitan ni un poco de valor a los textos allí incluidos.
Un nuevo libro sobre las protestas antimineras acaba de publicarse, esta vez de la autoría del filósofo y docente Abdiel Rodríguez Reyes. Se trata de un libro escrito “al calor del tropel”, es decir, mientras el país entero participaba, de alguna u otra forma, en las movilizaciones producidas tras la aprobación express del contrato Ley 406, que hacía posible la permanencia y operación de Minera Panamá en medio de la selva de Donoso, en el Corredor Biológico Mesoamericano.
Titulado El despertar de un pueblo: Ensayo sobre cómo un pequeño país se enfrentó (y ganó) a un gran transnacional, el libro está compuesto de 10 artículos en los que Rodríguez Reyes expone, explica y denuncia algunos de los acontecimientos experimentados durante los casi 40 días de protesta. Tal como dijo durante la presentación efectuada en la Universidad Santa María La Antigua (USMA), el libro empieza por situar al lector frente al problema —las consecuencias de la actividad minera— y frente a la empresa protagonista del problema —Minera Panamá, S.A.—, para luego contar sobre cómo se produjeron las protestas y los distintos argumentos planteados como solución al problema.
Tres de los capítulos son especialmente interesantes, por la reflexión que hacen posible. En el cuarto, por ejemplo, Rodríguez Reyes establece la diferencia entre multitud y pueblo —el pueblo, dice Rodríguez Reyes, es aquel que manifiesta “una identificación de clase social importante”, mientras que la multitud está compuesta por las capas medias, en las que “el tema de clase es incluso repelido—; y señala la importancia de pensar históricamente y, en este sentido, detenerse en lo que significaron las mayores protestas registradas en el país tras la invasión del 20 de diciembre de 1989. “El despertar de un pueblo está alimentado por las luchas históricas, las cuales conscientemente o no influyen en su devenir”, afirma.
El autor también se detiene a pensar en el racismo y el clasismo que emergieron durante las protestas (lo mismo ha ocurrido en manifestaciones previas, hay que decir), impulsados no solo por personas o sectores anónimos de la población a través de redes sociales, sino también desde espacios reconocidos como gremios empresariales, cuentas de figuras públicas, medios de comunicación y periodistas. Este racismo fue evidente hacia la población indígena, específicamente hacia las personas ngäbes y buglés, contra quienes se profirieron adjetivos denigrantes por el solo hecho de “ejercer su derecho a la protesta social”.
El capítulo VII, titulado “El viejo macartismo de siempre”, es de obligada lectura: “Además del racismo, otra patología social a flor de piel fue el macartismo ya estructural. Como en los tiempos de la Guerra Fría, sacan a pasear los mismos viejos fantasmas para perseguir, en teoría, al comunismo y a todo aquél que sea susceptible de comulgar con él”, una reacción acuerpada también desde el gobierno que quedó “atrapado en su propio laberinto, entre lo policíaco y las vendettas”.
Durante la presentación, el filósofo resaltó el hecho de que el país vive, desde el 2019, una seguidilla de manifestaciones —en el 2019 contra las reformas constitucionales; en el 2022, contra el alto costo de la vida y, en el 2023, contra la actividad minera (si bien hubo otros resortes que sumaron a la movilización)—; hechos que demuestran que “estamos en una crisis de legitimación” (citando a Habermas), y en un escenario de crisis previsible, si se toma en cuenta que el presidente electo ganó la Presidencia con apenas el 34% de los votos.
El autor también destacó durante la presentación, a propósito del macartismo mencionado, que “la democracia requiere pluralidad”; que el pensar distinto es parte de esa pluralidad; y por eso el discurso demonizador hacia los movimientos de izquierda, o la táctica de calificar a los manifestantes como “terroristas” o “secuestradores”, son prácticas que atentan contra la democracia que, en lo formal, se dice defender.
Si al principio de esta nota mencionamos que “El despertar de un pueblo” era un nuevo libro a propósito de las protestas antimineras, es porque cuatro meses antes, en enero, se publicó Contener el colapso, del periodista Víctor A. Mojica.
El de Mojica es un libro de crónicas cortas inspiradas en el levantamiento popular antiminero, pero también una especie de catarsis personal. Tres de los 11 textos que componen el libro son un viaje a sí mismo, a los dolores propios, a los cierres sentimentales; un viaje que navega entre los recuerdos, los remordimientos y las historias de los maestros, campesinos y pescadores que el autor retrata en sus historias. ¿Para qué sirve un cierre?, se pregunta el autor tras contar los bloqueos en la Interamericana que paralizaron todo el país, para luego hacerse la pregunta a sí mismo, tras años de ausencia.
Luego cita nada menos que a Bukowski: “dicen que nada se destruye/ o eso /o todo lo contrario”. Tal parece que Mojica se inclina por todo lo contrario; se diría que por el pesimismo. Luego incluye alguna broma sobre sí mismo, a propósito de su ascendencia negra, y se enamora él mismo —y se lastima y, en el camino, nos lastima— de dos hechos que marcaron las protestas de forma decisiva: la protesta en el mar, frente al puerto internacional construido en Punta Rincón, en el mar Caribe; y los asesinatos de Iván Mendoza y Abdiel Díaz Chávez, mientras protestaban a la altura de la comunidad de Chame.
El capítulo titulado “Un estallido social en el mar”, dice en una de sus partes, a propósito del viaje de retorno de la cobertura: “Salí al atardecer de la acampada. El mar seguía picado. (...). Me tocó viajar de noche por el río. Esta vez compré cervezas que compartí con el lanchero. No veíamos nada, salvo la luna y la copa de los árboles. “¿Cómo sabes por dónde va el río”, le pregunté, mientras le daba otra cerveza. “¿Ves arriba los árboles”, dijo. “La luna hace entre ellos un camino. La copa de los árboles en la noche tiene la forma del río. Me guío por los árboles”.
Sobre el momento de los asesinatos: “Los manifestantes (...) se refugiaron detrás de los autos que estaban en el cierre. Todos presagiaban una matanza. Kenneth Darlington, sin embargo, guardó el arma, movió las ramas de los árboles, las llantas y las piedras, miró como un perro muerto al maestro, y regresó a su auto. (...). Luego lo vimos en una fotografía con un café y unas galletas”.
La publicación de ambos libros es, sin duda, una buena noticia. Como escribió Carlos J. Bichet-Niccoletti en el epílogo de El despertar de un pueblo, registrar por escrito las protestas antimineras de 2023 es un ejercicio de memoria histórica y de reflexión para lo que viene. Sin embargo, también debo mencionar que ambas publicaciones se merecen un trabajo más cariñoso de edición y corrección para subsanar imprecisiones, errores de dedo y distribución de textos. Esperamos que las segundas ediciones, que ya están en planes, subsanen estos tropiezos que no le quitan ni un poco de valor a los textos allí incluidos.