Vida y cultura

La educación como espacio de construcción identitaria

Las disparidades en el acceso a oportunidades educativas pueden amplificar las diferencias existentes entre grupos socioeconómicos y culturales. Pixabay
Actualizado
  • 23/02/2025 00:00
Creado
  • 22/02/2025 17:21

En un mundo cada vez más globalizado, la promoción de una identidad nacional fuerte es esencial para enfrentar estos desafíos, asegurando que las nuevas generaciones mantengan un sentido claro de pertenencia y orgullo por su cultura

La educación juega un papel fundamental en la formación y fortalecimiento de la identidad nacional, actuando como un mecanismo clave para la cohesión social y el sentido de pertenencia en un contexto globalizado. No solo se limita a la transmisión de conocimientos, sino que también integra elementos culturales que son vitales para el desarrollo de una identidad nacional.

Según investigaciones, la relación entre educación y cultura es crucial para el fortalecimiento de la identidad nacional, ya que permite a los individuos comprender su lugar dentro de su sociedad y su historia. Este proceso se articula a través de modelos pedagógicos que promueven valores culturales y nacionales en contextos específicos (Acosta-Pérez, 2018).

Estos modelos pedagógicos varían según contexto específico y responden a sus necesidades históricas, políticas y culturales, es decir, antes de implementar un modelo pedagógico, es fundamental realizar un análisis exhaustivo del contexto cultural en el que se va a aplicar. Esto incluye comprender las tradiciones, valores, creencias y prácticas educativas locales, así como los discursos inherentes a los actores sociales.

Cultura e identidad

Partiendo de la idea de Giménez (2017), la teoría de la cultura se puede centrar el análisis en elementos como los valores, símbolos, creencias y prácticas compartidas, las cuales dan forma a las identidades. Desde esta perspectiva, la identidad no es un fenómeno individual, sino que emerge de las estructuras simbólicas que definen lo que es “normal”, “aceptable” o “legítimo” dentro de una cultura.

Los individuos internalizan estos códigos culturales para diferenciar capital entre la “distinguibilidad de las cosas” y “la distinguibilidad de las personas”. Es decir, la identidad está, por tanto, anclada en representaciones culturales y en discursos que articulan lo que significa ser parte de una comunidad, nación, organización, un marco simbólico en el cual las personas pueden situarse, otorgar sentido a su existencia y proyectar una imagen de sí mismas, “el concepto de identidad no sólo permite comprender, dar sentido y reconocer una acción, sino también explicarla”. (Giménez, 2017)

Esto se debe que la identidad, ya sea individual o colectiva, actúa como un marco de referencia a través de la cual se interpretan y damos sentidos a las acciones y decisiones. Desde la perspectiva sociológica la identidad se construye a través de las interacciones sociales, esa relación que estable Bauman (2024) sobre las dinámicas sociales de las masas, clases y élites ha sido históricamente utilizada como un mecanismo de diferenciación y control social, y cómo estas funciones cambian a lo largo del tiempo en contextos de modernidad y posmodernidad.

La cultura actúa como un medio a través del cual se construyen y mantienen las identidades sociales. La cultura no es solo un reflejo de las condiciones sociales, sino que también juega un papel activo en la formación y transformación de estas condiciones. Por tanto, la cultura actúa como un sistema de significados que permite a las clases sociales y las élites consolidar su posición de poder, mientras que las masas quedan subordinadas a las interpretaciones dominantes impuestas por las clases superiores.

Es aquí donde la educación actúa como un mecanismo primario de selección de los elementos culturales porque es el medio principal por el cual las sociedades transmiten, preservan y transforman su herencia cultural, no solo perpetúa la cultura existente, sino que también actúa como un filtro dinámico que selecciona, adapta y redefine los elementos culturales en función de las necesidades.

Educación y construcción identitaria

La educación, como institución social, juega un papel activo en la construcción de identidad, ya que en los programas curriculares se refleja la historia y la cultura nacional. Por ello, los programas educativos diseñados por los sistemas escolares pueden servir como vehículo de ideología, pues los contenidos y enfoques pedagógicos pueden reflejar los interese y valores dominantes en una sociedad, así como también puede desempeñar un papel de inclusión o exclusión social, ya que la configuración de los currículos escolares puede marginalizar o visibilizar ciertas identidades culturales, étnicas o sociales.

De esta manera, la educación no sólo es un espacio de construcción de identidad, sino también es un espacio de negociación o de conflicto sobre que identidad es dominante o legitima en un determinado contexto, es decir, la educación tiene un papel transformador al cuestionar narrativas que perpetúan desigualdades e invisibilizan ciertos grupos sociales.

Cuando hay una disonancia entre las identidades personales y los valores dominantes del sistema educativo, pueden surgir conflictos de identidad. Por ejemplo, en contextos donde las identidades indígenas, rurales o afrodescendientes no se reconocen adecuadamente, los individuos pueden sentirse invisibilizados o excluidos, lo que afecta su proceso de construcción identitaria.

En un mundo cada vez más globalizado, la educación enfrenta el desafío de preservar la identidad nacional frente a influencias externas. La promoción de una identidad nacional fuerte es esencial para enfrentar estos desafíos, asegurando que las nuevas generaciones mantengan un sentido claro de pertenencia y orgullo por su cultura.

Sin lugar a duda un gran reto para educación, ya que la misma tiende a reproducir las estructuras sociales existentes, favoreciendo a quienes ya tienen capital cultural y marginando a aquellos que están fuera del grupo dominante. Al igual que otras instituciones sociales, la escuela no solo es un espacio de transmisión de conocimiento, sino también un mecanismo de mantenimiento de las jerarquías sociales.

El sistema educativo como cohesión social

La educación también cumple una función de cohesión social, al promover la convivencia pacífica entre los diferentes sectores de la sociedad. A través de la educación se busca fortalecer los principios democráticos, el respeto a los derechos humanos y la participación en la vida pública, lo que contribuye a la consolidación de una identidad nacional inclusiva y participativa.

Entender la educación como un espacio social implica reconocer que el proceso educativo va más allá de la mera transmisión de conocimientos académicos. La educación es un entorno en el que interactúan diversos actores y se desarrollan múltiples dinámicas sociales que influyen en el aprendizaje, la formación de valores, la construcción de identidades y la cohesión social.

Cuando se habla de la educación como un espacio social, se reconoce que no se trata simplemente de un entorno neutro donde todos los individuos interactúan en igualdad de condiciones. Más bien, es un contexto donde las diferencias económicas, culturales, sociales y otras son significativas y pueden influir profundamente en las experiencias y oportunidades de los individuos.

Las disparidades en el acceso a oportunidades educativas pueden amplificar las diferencias existentes entre grupos socioeconómicos y culturales. Esto puede llevar a brechas significativas en el rendimiento académico, tasas de graduación y acceso a instituciones educativas de mayor prestigio, perpetuando así la desigualdad social.

La educación no solo transmite conocimientos académicos, sino que también es un espacio donde se forman y se reproducen las representaciones sociales que los diferentes agentes (estudiantes, docentes, familias y la comunidad en general) tienen del mundo social. Estas representaciones influyen en cómo se perciben y se valoran distintos aspectos de la realidad, desde las jerarquías sociales y las normas culturales hasta los valores y las expectativas individuales.

Es decir, la educación actúa como un pilar de la identidad nacional ya que es una herramienta en las cuales a través de la interacción social los individuos conocen, aprecian y promueven la cultura y los valores de su país. Al mismo tiempo, permite que los mismos puedan adaptarse a los desafíos contemporáneos y a la diversidad cultural, cultivando una identidad inclusiva que refuerza la cohesión y el desarrollo de la nación.

La autora es Socióloga. Académica de la Universidad de Panamá.

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