Empirismo lógico, metafísica social y algo más
- 13/10/2024 00:00
- 12/10/2024 16:52
La metafísica social puede entenderse como algo situado, algo que deriva de la propia dinámica de relaciones sociales, mediadas por el lenguaje, que merece la pena investigarse, aunque -tal vez por metafísica- no sea del todo interesante para los científicos sociales Hace algunas décadas había en los círculos filosóficos de corte analítico un denodado entusiasmo por la game-theoretical semantics (semántica de teoría de juegos). Autores como Hintikka, Carlson y otros se convirtieron en el escenario filosófico en auténticos referentes de este enfoque para el tratamiento de cuestiones lógico-semánticas y epistemológicas. [Véase, por ejemplo, la obra editada por Saarinen, E. (1979). Game-Theoretical Semantics. Essays on Semantics by Hintikka, Carlson, Peacocke, Rantala and Saarinen. Springer]
¿Qué tiene que ver esto con el empirismo lógico? Saarinen, dos años antes de publicarse el texto mencionado (Saarinen, E. (1977). Game-Theoretical Semantics, The Monist, 60 (3), pp. 406-418), lo presenta de la siguiente manera [traduzco]:
“A cada fórmula del lenguaje podemos asociar un juego entre dos personas, a las que podríamos llamar Yo y Naturaleza. En el transcurso de cada jugada del juego se llega a una fórmula atómica en un número finito de pasos. [...] Si la fórmula es cierta, yo he ganado y Naturaleza ha perdido; de lo contrario, ha ganado Naturaleza y yo he perdido [...] Por lo tanto, el juego puede, para ciertos fines, ser pensado como un intento de verificación de la sentencia inicial contra esquemas de naturaleza maliciosa” (pp. 407-408).
Llegamos, de este modo, a una categoría central en el empirismo lógico: la verificación (principio de verificabilidad) a través del juego. Una fórmula (proposición empírica), por lo tanto, se verifica si existe una estrategia ganadora para alguno de los jugadores, de modo que la contraparte pierde.
No estoy diciendo, desde luego, que la semántica de teoría de juegos rehabilita al empirismo lógico, sino -más bien- que ese concepto (la verificación) se mimetiza en dicha teoría y pervive epistemológicamente de algún modo: por más que nos esforcemos por declarar su muerte absoluta, de alguna forma sigue presente (consciente o inconscientemente) en nuestros esquemas mentales.
El principio de verificación funciona(ba) como un antídoto contra la carencia de sentido, y contra el palabrerío, en ocasiones absurdo e inconducente, al que habitualmente nos tienen acostumbrados los filósofos, pero requiere de una tesis adicional como complemento: el fisicalismo, es decir, la tesis lingüística de que todo enunciado equivale a un enunciado físico.
Esto, desde luego, alcanzaba a disciplinas como la sociología [Neurath, O. (1931-32). La sociología en fisicalismo. Erkenntnis, II) y la psicología [Carnap, R. (1932-33). Psicología en lenguaje fisicalista. Erkenntnis, III], y la propia filosofía no escapaba a la pretensión científica [Reichenbach, H. (1951). ‘The Rise of Scientific Philosophy’. University of California Press]. La integración verificación + fisicalismo posibilitaba la superación de la metafísica: el camino era menos radical que el avizorado por Hume en el cierre de su clásico “Investigación sobre el conocimiento humano”.
Metafísica social Pero desterrar la metafísica de nuestros esquemas conceptuales ha sido una tarea infructuosa: Hume, Kant, Comte, Marx, Schlick, Neurath, y tantos otros, desde distintas trincheras doctrinales, han fracasado estrepitosamente. Ya lo intuía Schopenhauer (“El mundo como voluntad y representación”): el hombre es un animal metafísico.
Casi un siglo después de la fundación del Círculo de Viena, las cosas pintan de otra manera. La metafísica -¡quién lo diría!-, incluso, ofrece un marco para la reflexión sobre la ciencia (metafísica de la ciencia), abordando conceptos científicos que requieren ser clarificados: causalidad, leyes de la naturaleza, esencialismo, necesidad, etc. Aunque la metafísica carezca de ‘sentido’ en el sentido empirista de la palabra, no implica carencia absoluta de sentido. ¿Pero, qué pinta lo social en todo esto?
La metafísica “puede describirse como el estudio que evalúa enunciados ‘a priori’ acerca de la existencia” [Hartshorne, C. (1983). ‘Creative Synthesis and Philosophic Method’. University Press of America, p. 19). La metafísica social, por su parte, se ocupa de la existencia y naturaleza de las entidades sociales, como hechos sociales (v.g., la unión de dos personas de sexo distinto ante un juez se reconoce como matrimonio y tiene determinados efectos civiles), tipos sociales (v.g., género, raza) y grupos (v.g., la OTAN, la OCDE, etc.). [Véase Mason, R. (2018). ‘Social metaphysics’,
The Routledge Encyclopedia of Philosophy. Taylor and Francis.
https://www.rep.routledge.com/articles/thematic/social-metaphysics/v-1]
Una teoría sociológica puede, por ejemplo, comprometerse ontológicamente con clases sociales, fuerzas económicas-sociales-políticas, instituciones, etc. y presuponer cierto telos, cierto sentido o intencionalidad en ellas. Cuando esto ocurre, difícilmente se pueden fundamentar tales presupuestos apelando a la metodología científica (empírica) convencional: es necesario dotarse de herramientas conceptuales inevitablemente metafísicas para dar cuentas de tales presupuestos.
Desde luego, postular la existencia de entidades sociales es problemático. Pensemos en los hechos sociales, ¿qué son exactamente? En general, ¿qué es un hecho? A esta última pregunta, los filósofos han respondido de diversas formas, siendo las siguientes algunas de las respuestas más populares:
Un hecho es un hacedor de verdad; un hecho es un portador de verdad verdadero; un hecho es un estado de cosas realizado; un hecho es un tipo sui géneris de entidad en la que los objetos ejemplifican propiedades o mantienen relaciones.
[Véase, Mulligan, K. & Correia, F. (Winter 2021). ‘Facts’, The Stanford Encyclopedia of Philosophy. https://plato.stanford.edu/archives/win2021/entries/facts/.]
De modo que cuando usamos ‘hecho’ en afirmaciones como “es un hecho que el pueblo panameño rechaza la minería a cielo abierto”, es necesario determinar qué se está diciendo exactamente. En primer lugar, porque ‘hecho’ puede entenderse de más de una manera, es un término equívoco; en segundo lugar, porque ‘pueblo’ designa una suerte de entidad abstracta. ¿Por qué es esto importante? Fundamentalmente, porque existe una conexión entre hecho-conocimiento-verdad: si tengo un conocimiento del hecho de que p, entonces p es verdadero.
No obstante, es posible adoptar una actitud crítica en relación con los hechos, negando incluso que existan [Betti, A. (2015). Againt Facts. Mit Press] tampoco tendría sentido hablar de verdad o de cosas verdaderas (nihilismo alético) [Liggin, D. (2022). ‘This essay isn’t true’. Aeon.https://aeon.co/essays/on-the-advantages-of-believing-that-nothing-is-true]
Aunque desde la perspectiva del sentido común se trata de dos conceptos fundamentales para muchas de nuestras prácticas argumentativas y comunicativas, por lo cual no podemos deshacernos tan fácilmente de ellos. Visto de esta manera, la metafísica social puede entenderse como algo situado, algo que deriva de la propia dinámica de relaciones sociales (y, tal vez, políticas o económicas, etc.), mediadas por el lenguaje, que merece la pena investigarse, aunque -tal vez por metafísica- no sea del todo interesante para los científicos sociales.
Reflexión final. Buena y mala metafísica Hartshorne (1983) distingue entre buena (exitosa) y mala (no exitosa) metafísica; la primera es caracterizada como expresando verdades necesarias o a priori acerca de la realidad como tal (realismo metafísico); la buena metafísica es balanceada y procura evitar todo extremismo, el cual -para Hartshorne- es “la marca del error en la filosofía y en la vida”.
En tanto situada socialmente, es decir, articulada en la realidad social, la metafísica social podría considerarse buena metafísica; además, en mi opinión, ha de ser descriptiva, es decir, atenerse a la descripción de la estructura de nuestro pensamiento sobre la realidad (social), y no a ‘mejorar’ dicha estructura (metafísica revisionaria). (Strawson, P. F. (1959). Individuals. An Essay in Descriptive Metaphysics. Routledge). Por esta vía, pienso que es posible articular ecuménicamente una relación problemática: ciencia-sentido común-metafísica. Pero eso requeriría un mayor desarrollo.
El autor es docente de la Universidad de Panamá. Departamento de Filosofía.
Pensamiento Social (PESOC) está conformado por un grupo de profesionales de las Ciencias Sociales que, a través de sus aportes, buscan impulsar y satisfacer necesidades en el conocimiento de estas disciplinas. Su propósito es presentar a la población temas de análisis sobre los principales problemas que la aquejan, y contribuir con las estrategias de programas de solución.
Hace algunas décadas había en los círculos filosóficos de corte analítico un denodado entusiasmo por la game-theoretical semantics (semántica de teoría de juegos). Autores como Hintikka, Carlson y otros se convirtieron en el escenario filosófico en auténticos referentes de este enfoque para el tratamiento de cuestiones lógico-semánticas y epistemológicas. [Véase, por ejemplo, la obra editada por Saarinen, E. (1979). Game-Theoretical Semantics. Essays on Semantics by Hintikka, Carlson, Peacocke, Rantala and Saarinen. Springer]
¿Qué tiene que ver esto con el empirismo lógico? Saarinen, dos años antes de publicarse el texto mencionado (Saarinen, E. (1977). Game-Theoretical Semantics, The Monist, 60 (3), pp. 406-418), lo presenta de la siguiente manera [traduzco]:
“A cada fórmula del lenguaje podemos asociar un juego entre dos personas, a las que podríamos llamar Yo y Naturaleza. En el transcurso de cada jugada del juego se llega a una fórmula atómica en un número finito de pasos. [...] Si la fórmula es cierta, yo he ganado y Naturaleza ha perdido; de lo contrario, ha ganado Naturaleza y yo he perdido [...] Por lo tanto, el juego puede, para ciertos fines, ser pensado como un intento de verificación de la sentencia inicial contra esquemas de naturaleza maliciosa” (pp. 407-408).
Llegamos, de este modo, a una categoría central en el empirismo lógico: la verificación (principio de verificabilidad) a través del juego. Una fórmula (proposición empírica), por lo tanto, se verifica si existe una estrategia ganadora para alguno de los jugadores, de modo que la contraparte pierde.
No estoy diciendo, desde luego, que la semántica de teoría de juegos rehabilita al empirismo lógico, sino -más bien- que ese concepto (la verificación) se mimetiza en dicha teoría y pervive epistemológicamente de algún modo: por más que nos esforcemos por declarar su muerte absoluta, de alguna forma sigue presente (consciente o inconscientemente) en nuestros esquemas mentales.
El principio de verificación funciona(ba) como un antídoto contra la carencia de sentido, y contra el palabrerío, en ocasiones absurdo e inconducente, al que habitualmente nos tienen acostumbrados los filósofos, pero requiere de una tesis adicional como complemento: el fisicalismo, es decir, la tesis lingüística de que todo enunciado equivale a un enunciado físico.
Esto, desde luego, alcanzaba a disciplinas como la sociología [Neurath, O. (1931-32). La sociología en fisicalismo. Erkenntnis, II) y la psicología [Carnap, R. (1932-33). Psicología en lenguaje fisicalista. Erkenntnis, III], y la propia filosofía no escapaba a la pretensión científica [Reichenbach, H. (1951). ‘The Rise of Scientific Philosophy’. University of California Press]. La integración verificación + fisicalismo posibilitaba la superación de la metafísica: el camino era menos radical que el avizorado por Hume en el cierre de su clásico “Investigación sobre el conocimiento humano”.
Pero desterrar la metafísica de nuestros esquemas conceptuales ha sido una tarea infructuosa: Hume, Kant, Comte, Marx, Schlick, Neurath, y tantos otros, desde distintas trincheras doctrinales, han fracasado estrepitosamente. Ya lo intuía Schopenhauer (“El mundo como voluntad y representación”): el hombre es un animal metafísico.
Casi un siglo después de la fundación del Círculo de Viena, las cosas pintan de otra manera. La metafísica -¡quién lo diría!-, incluso, ofrece un marco para la reflexión sobre la ciencia (metafísica de la ciencia), abordando conceptos científicos que requieren ser clarificados: causalidad, leyes de la naturaleza, esencialismo, necesidad, etc. Aunque la metafísica carezca de ‘sentido’ en el sentido empirista de la palabra, no implica carencia absoluta de sentido. ¿Pero, qué pinta lo social en todo esto?
La metafísica “puede describirse como el estudio que evalúa enunciados ‘a priori’ acerca de la existencia” [Hartshorne, C. (1983). ‘Creative Synthesis and Philosophic Method’. University Press of America, p. 19). La metafísica social, por su parte, se ocupa de la existencia y naturaleza de las entidades sociales, como hechos sociales (v.g., la unión de dos personas de sexo distinto ante un juez se reconoce como matrimonio y tiene determinados efectos civiles), tipos sociales (v.g., género, raza) y grupos (v.g., la OTAN, la OCDE, etc.). [Véase Mason, R. (2018). ‘Social metaphysics’,
The Routledge Encyclopedia of Philosophy. Taylor and Francis.
https://www.rep.routledge.com/articles/thematic/social-metaphysics/v-1]
Una teoría sociológica puede, por ejemplo, comprometerse ontológicamente con clases sociales, fuerzas económicas-sociales-políticas, instituciones, etc. y presuponer cierto telos, cierto sentido o intencionalidad en ellas. Cuando esto ocurre, difícilmente se pueden fundamentar tales presupuestos apelando a la metodología científica (empírica) convencional: es necesario dotarse de herramientas conceptuales inevitablemente metafísicas para dar cuentas de tales presupuestos.
Desde luego, postular la existencia de entidades sociales es problemático. Pensemos en los hechos sociales, ¿qué son exactamente? En general, ¿qué es un hecho? A esta última pregunta, los filósofos han respondido de diversas formas, siendo las siguientes algunas de las respuestas más populares:
Un hecho es un hacedor de verdad; un hecho es un portador de verdad verdadero; un hecho es un estado de cosas realizado; un hecho es un tipo sui géneris de entidad en la que los objetos ejemplifican propiedades o mantienen relaciones.
[Véase, Mulligan, K. & Correia, F. (Winter 2021). ‘Facts’, The Stanford Encyclopedia of Philosophy. https://plato.stanford.edu/archives/win2021/entries/facts/.]
De modo que cuando usamos ‘hecho’ en afirmaciones como “es un hecho que el pueblo panameño rechaza la minería a cielo abierto”, es necesario determinar qué se está diciendo exactamente. En primer lugar, porque ‘hecho’ puede entenderse de más de una manera, es un término equívoco; en segundo lugar, porque ‘pueblo’ designa una suerte de entidad abstracta. ¿Por qué es esto importante? Fundamentalmente, porque existe una conexión entre hecho-conocimiento-verdad: si tengo un conocimiento del hecho de que p, entonces p es verdadero.
No obstante, es posible adoptar una actitud crítica en relación con los hechos, negando incluso que existan [Betti, A. (2015). Againt Facts. Mit Press] tampoco tendría sentido hablar de verdad o de cosas verdaderas (nihilismo alético) [Liggin, D. (2022). ‘This essay isn’t true’. Aeon.https://aeon.co/essays/on-the-advantages-of-believing-that-nothing-is-true]
Aunque desde la perspectiva del sentido común se trata de dos conceptos fundamentales para muchas de nuestras prácticas argumentativas y comunicativas, por lo cual no podemos deshacernos tan fácilmente de ellos. Visto de esta manera, la metafísica social puede entenderse como algo situado, algo que deriva de la propia dinámica de relaciones sociales (y, tal vez, políticas o económicas, etc.), mediadas por el lenguaje, que merece la pena investigarse, aunque -tal vez por metafísica- no sea del todo interesante para los científicos sociales.
Hartshorne (1983) distingue entre buena (exitosa) y mala (no exitosa) metafísica; la primera es caracterizada como expresando verdades necesarias o a priori acerca de la realidad como tal (realismo metafísico); la buena metafísica es balanceada y procura evitar todo extremismo, el cual -para Hartshorne- es “la marca del error en la filosofía y en la vida”.
En tanto situada socialmente, es decir, articulada en la realidad social, la metafísica social podría considerarse buena metafísica; además, en mi opinión, ha de ser descriptiva, es decir, atenerse a la descripción de la estructura de nuestro pensamiento sobre la realidad (social), y no a ‘mejorar’ dicha estructura (metafísica revisionaria). (Strawson, P. F. (1959). Individuals. An Essay in Descriptive Metaphysics. Routledge). Por esta vía, pienso que es posible articular ecuménicamente una relación problemática: ciencia-sentido común-metafísica. Pero eso requeriría un mayor desarrollo.
El autor es docente de la Universidad de Panamá. Departamento de Filosofía.