El Fútbol. La identidad nacional y el espectáculo, entre Copas
- 30/06/2024 00:00
- 29/06/2024 16:53
Existe una contraparte político cultural que emerge en situaciones límites, donde el fútbol se conjuga con el orgullo social de quienes no tiene voz o representación; y les permite desde lo popular tenerlo como medio de expresión En su libro El fútbol a sol y sombra, Eduardo Galeano, escribe: “El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue”.
Es este vínculo entre el fútbol y los negocios el que coloca la actividad deportiva en el ámbito de la profesionalización de sus actores, la comercialización de marcas, la masificación global de la actividad, la edificación de una institucionalidad de soporte, más los profesionales de apoyo (médicos, kinesiólogos, etc.). Todos estos constituyen algunos atributos, que nos permiten dimensionar la complejidad de uno de los negocios más rentables de la globalización deportiva. Es aquí donde el eje entretenimiento-mercado abre el espacio para que se instale también, una contradictoria relación del fútbol con el poder, tanto en el ámbito globalizado como local.
El futbol globalizado Desde la dimensión económica, algunas cifras permiten aproximarnos a los costos “empresariales” del futbol a nivel global: la FIFA presupuestó para el mundial de Qatar gastos/inversión entre 2,000 y 2,200 millones de dólares, del cual uno de cuatro dólares se destinó a premios. En este contexto de millones, el ganador se llevó 42 y el subcampeón 30. A su vez, al terminar el mundial, este dejó dividendos millonarios para la FIFA, para Qatar y para los medallistas del cobre, la plata y el oro, más trofeos. Qatar invirtió aproximadamente una cifra casi obscena en su mundial, cercana a los 200,000 millones de dólares. Escandalosa cifra si se considera que los mundiales precedentes—Brasil y Rusia—, costaron menos de 15,000 millones c/u. Todo un negocio.
Para establecer uno de los tantos niveles de la globalización comercial del deporte, y como curiosa nota anecdótica, el equipo argentino del 78 que ganó la copa del mundo tenía 21 jugadores que se desempeñaban en el país; en México 1986 eran 15 de los 22 que se elegían para esa época. El equipo de Qatar contaba con un solo jugador que se desempeñaba en el país (De Benedictis, Página 12: Argentina).
Lo sociológico y lo político No obstante y con la perspectiva adecuada, es necesario situar desde lo sociológico este fenómeno deportivo que acompaña a la globalización económica y cultural, entre otros componentes: se trata, en definitiva, de entender sus significaciones contemporáneas, en la actual etapa de la globalización. Por ejemplo, las llamadas “series mundiales” en Estados Unidos no tienen siquiera, el nivel de significación simbólica que exhibe el mundial de futbol-FIFA. No lo tienen, porque están ancladas en el cotidiano deportivo social-regional norteamericano. Con todo, aunque convoquen a uno que otro espectador colectivo a nivel mundial, no están en capacidad de generar conflictos identitarios socioculturales de carácter nacional a nivel global, como sí lo hace el fútbol y su copa a mundial. Esto último es crucial para comprender lo plurisignificativo del contenido político y cultural de este deporte,
El fútbol moderno es una relación social. Aun cuando esté revestido como deporte de ejercicios corporales y haya dejado atrás—como otros deportes—, su carácter tradicional; es decir, como juegos festivos vinculados a un calendario agrario, ritual místico o a competencias individualistas de élites tradicionales. Hoy en su expresión moderna, el fútbol es un campo de relaciones de poder en las que convergen distintos actores colectivos en pugna, orientados por imponer imaginarios diferentes, algunos de naturaleza contradictoria: empresarios, deportistas, instituciones políticas; amén la de los denominados fanáticos
El futbol como campo de poder El conjunto heterogéneo de actores colectivos que articulan relaciones sociales demarca espacios, primero sociales; después “campos de relaciones de poder” (P. Bourdieu. sociólogo francés). Es la construcción de un campo de poder el que constituye el ámbito de los actores de mercado, que lucran y expanden la mercantilización del espacio deportivo, orientados a construir desde los medios de comunicación un fanático consumidor de imágenes y de marcas.
Mercantilización de relaciones, cuyo único objetivo empresarial es lucrar de la masificación del fútbol, a través de una violencia simbólica (imposición de significaciones), que despoja al ciudadano de su capacidad de construcción cultural crítica, del cual forma parte. Pero este componente de mercantilización de la actividad deportiva es el que constituye al espectador como un sujeto consumidor de espectáculos y mercancías. Integran también este campo de relaciones de poder, las instituciones públicas que manipulan la actividad, construyendo permanentemente lealtades entre el deporte y el poder político. Estas instituciones públicas constituyen un consumidor de distinto tipo, consumidor de sumisiones y conformismos.
El fútbol como asedio popular No obstante, existe una contraparte que emerge en situaciones límites, donde el fútbol se conjuga con el orgullo social de quienes no tiene voz o representación; y les permite desde lo popular tenerlo como medio de expresión. La victoria argentina en el mundial y su recibimiento multitudinario de varios millones de personas en Buenos Aires (cálculos estiman entre 3 a 5), es la expresión de una necesidad de compensación en el imaginario colectivo de una dignidad perdida en la condición social del ser ciudadano. A nivel mundial, la victoria argentina se constituyó, a su vez; en una victoria del sur global frente al norte global. Es este contexto, en que el fútbol actúa como un catalizador y/ o legitimador político, según la naturaleza del conflicto.
Estado-nación y deporte Hemos manifestado en otra parte, el carácter complejo que el deporte asume en la sociedad panameña. EAM (La Estrella de Panamá, 01/07/2018). El deporte forma parte de ese sinuoso y complicado proceso de construcción de lo nacional a lo largo de una sucesión de espacios “republicanos”, no siempre realizados y superados: oligárquico colonial, militar desarrollista y oligárquico neocolonial; todas ellos como formas u órdenes políticos que articulan hegemonías culturales en tensión. Desde estas perspectivas, el deporte se ha constituido históricamente en forma y contenido de políticas de poder y de cultura de masas, en la construcción de tres articulaciones de identidades nacionales: el béisbol, el boxeo, ahora el fútbol. Tres deportes que cimentan: tradiciones, procesos de socialización; y de empoderamientos individuales y colectivos a nivel popular.
Como béisbol profesional, este se articuló funcionalmente a la etapa económica denominada de “sustitución de importaciones”, y contó con la participación decidida de industrias vinculadas a la producción de cerveza, refrescos, tabaco, azúcar, ron. Comparable en funcionalidad al béisbol, el boxeo que se constituyó en la década de los 70 en agenda de Estado, al formar parte central del proyecto político nacionalista del régimen militar. Iconografía boxística que recrea el combate de David contra Goliat, en analogía a lucha soberana de recuperación del Canal. Recordemos el documental de Pituca de Heilbron, Los Puños de una Nación y su referencia a la carrera de Durán que corre en paralelo a la lucha nacionalista. EAM(La Estrella de Panamá, 01/07/2018).
Corolario Futbolístico Hoy no tenemos proyecto nacional, solo mercado. En ese sentido, el fútbol nacional se inscribe en este proyecto de mercado deportivo globalizado: Copa FIFA, Copa América. Como imaginario colectivo compite en el espacio de identidades nacional-popular, convertido en relaciones de “fuerza relativa” deportiva entre naciones; es segmento del gran “show business” global comercial deportivo; también, como porción del proyecto comercial financiero transitista del país, donde todo es mercancía, todo es negocio.
El autor es Sociólogo. Docente e investigador de la Universidad de Panamá
Pensamiento Social (PESOC) está conformado por un grupo de profesionales de las Ciencias Sociales que, a través de sus aportes, buscan impulsar y satisfacer necesidades en el conocimiento de estas disciplinas. Su propósito es presentar a la población temas de análisis sobre los principales problemas que la aquejan, y contribuir con las estrategias de programas de solución.
En su libro El fútbol a sol y sombra, Eduardo Galeano, escribe: “El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue”.
Es este vínculo entre el fútbol y los negocios el que coloca la actividad deportiva en el ámbito de la profesionalización de sus actores, la comercialización de marcas, la masificación global de la actividad, la edificación de una institucionalidad de soporte, más los profesionales de apoyo (médicos, kinesiólogos, etc.). Todos estos constituyen algunos atributos, que nos permiten dimensionar la complejidad de uno de los negocios más rentables de la globalización deportiva. Es aquí donde el eje entretenimiento-mercado abre el espacio para que se instale también, una contradictoria relación del fútbol con el poder, tanto en el ámbito globalizado como local.
Desde la dimensión económica, algunas cifras permiten aproximarnos a los costos “empresariales” del futbol a nivel global: la FIFA presupuestó para el mundial de Qatar gastos/inversión entre 2,000 y 2,200 millones de dólares, del cual uno de cuatro dólares se destinó a premios. En este contexto de millones, el ganador se llevó 42 y el subcampeón 30. A su vez, al terminar el mundial, este dejó dividendos millonarios para la FIFA, para Qatar y para los medallistas del cobre, la plata y el oro, más trofeos. Qatar invirtió aproximadamente una cifra casi obscena en su mundial, cercana a los 200,000 millones de dólares. Escandalosa cifra si se considera que los mundiales precedentes—Brasil y Rusia—, costaron menos de 15,000 millones c/u. Todo un negocio.
Para establecer uno de los tantos niveles de la globalización comercial del deporte, y como curiosa nota anecdótica, el equipo argentino del 78 que ganó la copa del mundo tenía 21 jugadores que se desempeñaban en el país; en México 1986 eran 15 de los 22 que se elegían para esa época. El equipo de Qatar contaba con un solo jugador que se desempeñaba en el país (De Benedictis, Página 12: Argentina).
No obstante y con la perspectiva adecuada, es necesario situar desde lo sociológico este fenómeno deportivo que acompaña a la globalización económica y cultural, entre otros componentes: se trata, en definitiva, de entender sus significaciones contemporáneas, en la actual etapa de la globalización. Por ejemplo, las llamadas “series mundiales” en Estados Unidos no tienen siquiera, el nivel de significación simbólica que exhibe el mundial de futbol-FIFA. No lo tienen, porque están ancladas en el cotidiano deportivo social-regional norteamericano. Con todo, aunque convoquen a uno que otro espectador colectivo a nivel mundial, no están en capacidad de generar conflictos identitarios socioculturales de carácter nacional a nivel global, como sí lo hace el fútbol y su copa a mundial. Esto último es crucial para comprender lo plurisignificativo del contenido político y cultural de este deporte,
El fútbol moderno es una relación social. Aun cuando esté revestido como deporte de ejercicios corporales y haya dejado atrás—como otros deportes—, su carácter tradicional; es decir, como juegos festivos vinculados a un calendario agrario, ritual místico o a competencias individualistas de élites tradicionales. Hoy en su expresión moderna, el fútbol es un campo de relaciones de poder en las que convergen distintos actores colectivos en pugna, orientados por imponer imaginarios diferentes, algunos de naturaleza contradictoria: empresarios, deportistas, instituciones políticas; amén la de los denominados fanáticos
El conjunto heterogéneo de actores colectivos que articulan relaciones sociales demarca espacios, primero sociales; después “campos de relaciones de poder” (P. Bourdieu. sociólogo francés). Es la construcción de un campo de poder el que constituye el ámbito de los actores de mercado, que lucran y expanden la mercantilización del espacio deportivo, orientados a construir desde los medios de comunicación un fanático consumidor de imágenes y de marcas.
Mercantilización de relaciones, cuyo único objetivo empresarial es lucrar de la masificación del fútbol, a través de una violencia simbólica (imposición de significaciones), que despoja al ciudadano de su capacidad de construcción cultural crítica, del cual forma parte. Pero este componente de mercantilización de la actividad deportiva es el que constituye al espectador como un sujeto consumidor de espectáculos y mercancías. Integran también este campo de relaciones de poder, las instituciones públicas que manipulan la actividad, construyendo permanentemente lealtades entre el deporte y el poder político. Estas instituciones públicas constituyen un consumidor de distinto tipo, consumidor de sumisiones y conformismos.
No obstante, existe una contraparte que emerge en situaciones límites, donde el fútbol se conjuga con el orgullo social de quienes no tiene voz o representación; y les permite desde lo popular tenerlo como medio de expresión. La victoria argentina en el mundial y su recibimiento multitudinario de varios millones de personas en Buenos Aires (cálculos estiman entre 3 a 5), es la expresión de una necesidad de compensación en el imaginario colectivo de una dignidad perdida en la condición social del ser ciudadano. A nivel mundial, la victoria argentina se constituyó, a su vez; en una victoria del sur global frente al norte global. Es este contexto, en que el fútbol actúa como un catalizador y/ o legitimador político, según la naturaleza del conflicto.
Hemos manifestado en otra parte, el carácter complejo que el deporte asume en la sociedad panameña. EAM (La Estrella de Panamá, 01/07/2018). El deporte forma parte de ese sinuoso y complicado proceso de construcción de lo nacional a lo largo de una sucesión de espacios “republicanos”, no siempre realizados y superados: oligárquico colonial, militar desarrollista y oligárquico neocolonial; todas ellos como formas u órdenes políticos que articulan hegemonías culturales en tensión. Desde estas perspectivas, el deporte se ha constituido históricamente en forma y contenido de políticas de poder y de cultura de masas, en la construcción de tres articulaciones de identidades nacionales: el béisbol, el boxeo, ahora el fútbol. Tres deportes que cimentan: tradiciones, procesos de socialización; y de empoderamientos individuales y colectivos a nivel popular.
Como béisbol profesional, este se articuló funcionalmente a la etapa económica denominada de “sustitución de importaciones”, y contó con la participación decidida de industrias vinculadas a la producción de cerveza, refrescos, tabaco, azúcar, ron. Comparable en funcionalidad al béisbol, el boxeo que se constituyó en la década de los 70 en agenda de Estado, al formar parte central del proyecto político nacionalista del régimen militar. Iconografía boxística que recrea el combate de David contra Goliat, en analogía a lucha soberana de recuperación del Canal. Recordemos el documental de Pituca de Heilbron, Los Puños de una Nación y su referencia a la carrera de Durán que corre en paralelo a la lucha nacionalista. EAM(La Estrella de Panamá, 01/07/2018).
Hoy no tenemos proyecto nacional, solo mercado. En ese sentido, el fútbol nacional se inscribe en este proyecto de mercado deportivo globalizado: Copa FIFA, Copa América. Como imaginario colectivo compite en el espacio de identidades nacional-popular, convertido en relaciones de “fuerza relativa” deportiva entre naciones; es segmento del gran “show business” global comercial deportivo; también, como porción del proyecto comercial financiero transitista del país, donde todo es mercancía, todo es negocio.
El autor es Sociólogo. Docente e investigador de la Universidad de Panamá