Cultura

Nacimiento, gloria y muerte de la Tierra

El planeta es un complejo sistema y, como en todo sistema, todas sus partes están relacionadas e integradas entre sí, forman un todo y, si se daña una, se dañan otras.
Actualizado
  • 08/09/2024 00:00
Creado
  • 07/09/2024 20:51

Las condiciones requeridas para la supervivencia pueden desaparecer y, con ellas, todos los seres vivientes

“Nuestra lealtad es para las especies y el planeta. Nuestra obligación de sobrevivir no es solo para nosotros mismos, sino también para ese cosmos, antiguo y vasto, del cual derivamos”.

Carl Sagan

Mucha gente, pero mucha, muchísima, más de la que debiera, inclusive científicos de entalladura, talla, casta y talante, a la que se suman aguerridos y consecuentes de sus defensores, no perciben la Tierra como un sistema, o como un organismo “viviente”, siéndolo, en tanto que, en su vientre, literalmente en sus ovarios cósmicos, cuajó la abiogénesis.

Nuestros ancestros prehistóricos tenían más sentido común, imaginación, vislumbre y respeto al llamarla dadora de vida, Gea, Gaia, Madre Tierra, Pachamama, y de tratarla como tal, de usted.

¿Cómo la Tierra engendró la vida?

Sin duda, la biovida es el resultado de procesos fisicoquímicos prebiológicos. Científicos aducen que, bajo el bombardeo de rayos ultravioletas, aguaceros y relámpagos (energía eléctrica) sobre concentraciones de carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, fósforo, azufre y otros elementos, a la sazón dispersos por todo el Universo, se configuraron en el seno de la Tierra las primeras formas de organismos unicelulares conocidos como protobiontes, idénticos o parecidos a las bacterias de hoy.

La mezcla a la que me refiero se estructuró en las profundidades del mar primitivo, llamado también sopa cósmica o caldo primordial. Para decirlo en forma sencilla, ocurrió cuando la materia inorgánica (inerte), al fundirse los dichos elementos al influjo de procesos fisicoquímicos, dio origen a la materia orgánica. Esta, a su vez, evolucionó a partir de los primeros escalones biológicos, desde las formas más sencillas, unicelulares, a las más complejas, pluricelulares. A esas conclusiones ha llegado con bastante precisión, gracias al arsenal científico-tecnológico acumulado a través de años, que suman siglos.

No es descabellada la teoría de que estos bichitos microscópicos, unicelulares, todavía andan por ahí, dando qué hacer, endémicos y pandémicos, jaqueando la vida de las especies más evolucionadas, incluyendo a los seres humanos.

Interesados en explicar, criticar y clasificar en forma gráfica y sencilla la teoría de la evolución, los seguidores de Darwin han clasificado hasta ahora la existencia de siete grandes reinos de la naturaleza, además de los antiquísimos unicelulares (moneras, bacterias, protozoos) vegetal y animal.

El sistema biopsicosociocultural

Lo importante es destacar en este breve lapsus que a los seres orgánicos se los clasifica según lo que “comen”, es decir, de acuerdo con veneros de energía predeterminada y ofertas de la naturaleza requeridos para vivir y jugar el papel de último eslabón de la cadena alimenticia. Tal vez, la frase bíblica por excelencia debió ser “comeos los unos a los otros”.

Eso nos lleva a colegir que así como se protege la piel de los seres humanos y de otras especies (epidermis + dermis + capa subcutánea) de las altas y bajas temperaturas, de la luz y diversidad de rayos solares y galácticos, y se lucha por conservar el agua y la grasa corporal que se hereda de la sopa cósmica, sin olvidar la función sensorial de sentir, reconocer y protegerse de insectos, virus, bacterias, lesiones e infecciones, así, de la misma manera, debe ser protegida la piel de la Tierra, la litósfera (geósfera-tierra + hidrósfera-agua + atmósfera-vida).

No está de más reiterar, una y otra vez, que la Tierra es un sistema biopsicosocioculturalmente estructurado, tocándole al homo sapiens-sapiens interactuar con el medio ambiente, proveedor de la energía (alimentación) requerida para vivir, en acato del instinto de supervivencia.

La extinción antropocéntrica

Al respecto, los geohistoriadores han documentado que los cambios de la corteza terrestre (la piel de la Tierra) dan cuenta de la ocurrencia de cinco extinciones masivas. Solo para mencionar dos: Devónico, la primera, y Cretácico, la quinta, ocurrieron hace 439 y 65 millones años, respectivamente.

Estos científicos sustentan con mucha seriedad que desde el vigésimo siglo estamos embarcados (probablemente en curso) en la sexta extinción masiva, la que ya tiene nombre. Predictivamente la bautizaron Holoceno o Antropoceno [anthropos, humano, kainos, nuevo]. El solo nombre que se le adjudica es señal de la importancia que da la geociencia al factor humano en el desarrollo de extinción masiva de las especies.

En consideración de lo dicho, de que la Tierra es un sistema de vida unificado, sería la madre de las pendejadas no aceptar que, para bien o para mal, sus instancias inorgánicas, orgánicas y supraorgánicas interactúan y afectan mutuamente. Así como un terremoto acaba con la vida de miles de criaturas orgánicas, las heridas infligidas por el hombre a la corteza terrestre pueden provocar catástrofes de distinta naturaleza.

Solo para que se tenga idea del acelerado proceso de extinción, les informo que los científicos han cuantificado, en lo que va del siglo XXI, por razones diversas, la desaparición de 581 especies. Además, han datado que la extinción de 748 y 96 especímenes de los reinos animal y vegetal se debe exclusivamente a la mano del hombre.

La desaparición de miles de especies ya se da por descontado en el cercano futuro. Estamos hablando de mamíferos, aves, peces, anfibios y reptiles. Aún más, se estima que para en el año 2050 se habrán extinguido casi medio millón de especies. Las posibilidades de que no solo sea la crónica de una extinción anunciada, sino la culminación de humana un destino manifiesto.

El catafalco prometido

En fin, somos parte de la biósfera, es decir, de la relación simbiótica, sistémica y holística entre lo considerado inorgánico y orgánico. Tal es el hábitat de todo lo viviente, de las especies y de la Tierra misma, sencillamente porque posee las condiciones requeridas para la supervivencia. (Esas condiciones pueden dañarse en forma permanente e irreversible o desaparecer para siempre por errores de cálculo o estupidez humana. Lo más probable es que sea por la última razón).

Esta sencilla complejidad evolucionista hizo posible que la materia viva después de millones de años de evolución alcanzara la condición de materia supraorgánica, es decir, materia que piensa, homo sapiens-sapiens u homo cartesiano.

Pero, debe desprenderse de esta modesta reflexión que si desaparecen las fuentes energéticas que dan soporte vital a cada organismo o especie de la Tierra, o si la carga de gases de invernadero provoca el cambio climático (lo que ya es un hecho irreversible), si crecen incontrolablemente los socavones petroleros, si desaparecen los veneros y las aguas del mar se contaminan, lo que se debe tener muy claro es que el planeta es un complejo sistema y, como en todo sistema, todas sus partes, todas, toditas, están relacionadas e integradas entre sí, forman un todo, y si se daña una se le dañan otras.

Hay que tener en cuenta que el neocórtex permitió al hombre pensar (razonar, imaginar, recordar, deducir, inventar, etc.). Lejos de lo que se cree, la inteligencia no se desarrolló para ser servida, sino para servir. Su papel es elevar la eficacia del instinto de supervivencia en el cumplimiento de su misión. La opción de convertirse en el factor determinante de la conducta humana, posible a muy largo plazo, es la verdadera utopía.

Digo esto porque ahora se vive el proceso al revés en forma más que acelerada. Como pintan las cosas, la materia supraorgánica (el hombre), la biósfera y la biomasa (vida inorgánica y orgánica), retornará la condición de materia totalmente inorgánica (inerte). Lo que significa que más temprano que tarde la Tierra podría convertirse en sepulcro errante si, en vez de pensar con la cabeza, con el neocórtex el hombre piensa con las herraduras.

El autor es historiador. Varias veces Premio Ricardo Miró. Ensayista, poeta, cuentista y cineasta. Miembro de Número de la Academia Panameña de la Lengua.

Pensamiento Social (Pesoc) está conformado por un grupo de profesionales de las ciencias sociales que, a través de sus aportes, buscan impulsar y satisfacer necesidades en el conocimiento de estas disciplinas.
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