Cuentos y poesía

El bolero de Silka y Güin

Xavier Stanziola
Actualizado
  • 08/06/2024 00:00
Creado
  • 07/06/2024 19:19
El autor
Casado con un irlandés que ha intentado aprender español muchas veces. Co-padre de un hijo trilingüe. Ha recibido el premio Ricardo Miró en cuatro ocasiones, por sus obras teatrales ‘De mangos y albaricoques’, ‘Solsticio de invierno’, ‘Hablemos de lo que hemos vivido’, y su novela ‘Hombres enlodados’. Con Fernando Beseler dirigió ‘Cristo Quijote Tratado’, una obra sobre los 20 años entre la firma del Canal y la recuperación de la soberanía territorial, se presentó en el Festival Internacional de Teatro de Panamá 2022 (FAE) con la co-dirección de Sandy Correa. Su obra ‘El mito de la gravedad’ fue parte del festival Out of the Wings en Londres, en 2023, traducido al inglés por Alexander Aguayo y será publicada este año en el Reino Unido. Su más reciente obra, ‘La pura pureza de la luz’, tendrá su segunda temporada este julio en el Museo del Canal.

«Sí, Güin, también le pedí que trajera agua para las flores.»

Agüitas para que no se vuelvan orugas. Inútil, lo sé. Estas flores no las salva ni agua bendita. Pero Güin, si dejo de hurgar estas matas toscas te aprovecharás del chisguete de aire que produce la inacción y me preguntarás si ya tomé una decisión. Y ya la tomé. Flaco, no sé cómo decirte que te vayas a la mierda.

Es lo que siempre decías: Nadie detiene deterioro. Eso me dijiste esa noche, hace ya tantas noches, que te nombraron asesor de ministro. Estábamos en esa esquina de la Asamblea y el Banco. Tú me lo dijiste: Silka, el Señor presidente no quiere sanarnos. Él solo quiere pintar de blanco lo podrido. Y a pesar de que el tamal venía agrio, regresaste a lo que eras. Por enésima vez. Porque nadie cambia como quiere, flaco. Cambiamos para convertirnos en lo que nacimos para ser. Lo que quiero decir, pero no encuentro la voz, es que pensé que siempre seríamos los mismos. Y míranos ahora, Güin. Yo estoy hecha pedazos, y debo seguir. Tú estás de pieza entera, y hundido en una cama de un hospital donde tienes que traer tu propia bacinilla para cagar.

«Silka, agua que me derramo.»

Eso sonó a reclamo. ¿Silka lo habrá sentido como reclamo? Ya me quejé de cansancio. Ya le reclamé su demora. Ahora esto. Disculpa, mi vida, ahora solo salen reclamos de mi páncreas podrido. Debí haber dicho: Silka, ¿me das agua, por favor? O: mi vida, agua por fa. Así, sin el “vor” como dicen los pelaos ahora para que el favor no suene tan oneroso. Es solo una solicitud, mi vida. Mírame. Sí, yo sé que enviaste al enfermero primíparo a la tiendita de la esquina por una botella de agua. Agua potable. Potabilidad. Esa maravilla de la tecnología de salubridad que aún no llega a este hospital. Un chorro que ni mi General, ni el enjambre, ni yo pudimos traer a este hospital. Silka, lo del agua era para que dejaras de fastidiar a esas pobres plantas que me trajiste hace unos días y me respondas. Tengo miedo de preguntarte de nuevo. ¿Aceptas mi propuesta? Solo quiero que me mires a los ojos para adivinar tu respuesta.

«El enfermerito ya debe estar por regresar con el agua, Güin. ¿Puedes creer lo joven que son los enfermeros ahora? Parece de doce años.»

Así serían las cosas si acepto tu propuesta.

Tú, un mar de reclamos.

Yo, una pulpa adolorida.

Aclaremos, mi flaco bello, lo tuyo no es una propuesta. Tú no tienes nada que proponer porque no tienes nada que ofrecer. No es como antes que los funcionarios y periodistas te llamaban Licenciado Güin sin tú haber siquiera terminado la primaria. El Licenciado Carlos Güin que llegaba a casa en carro de paquete, efectivo en los bolsillos y un tornado hurtado de alambres de cobre en los hombros. El obrero Carlos que viajaba de este a oeste con su enjambre de asistentes para nunca quemarse los dedos comiendo la sopa. El zanganito Quito, de ojos rojos y dientes de oro. El zanganote Margarito, de dedos partidos desde que bajó el cerro Tute. El palitroque Matute, de aguijón asesino. Todos soñando con matar a la reina. Todos frenteando el negocio de venta de casas y lotes de las áreas revertidas sin contratos ni firmas.

Y sí, yo me quedé callada. Me conformé con cama seca. Sin hijas. Sin hijos. Sin nietos. Sin nietas. Morí un poco el día que me enamoré de ti. Seca, todo se volvió cerebral. Tú y yo dependíamos de las probabilidades de que tú cambiaras y de la certeza de mi silencio. Todo tan intelectual. Amando como si supiese lo que iba a pasar. Pretendiendo calcular las probabilidades del destino.

Eso fue antes. Cuando pensaba que uno puede cambiar las cosas que uno quiere cambiar.

Tú no me hiciste una propuesta anoche, mi flaco de labios gordos. Tú me pediste lo imposible. Seamos honestos, me suplicaste. Pero esto se acabó hace tiempo. Es cierto, lo debí haber matado antes de morir. Peor, lo debí haber ahorcado ese domingo que encontré a Matute hurgando tu verga. Te debí haber hecho una escena telenovelera que rompiera tus tímpanos y rasgara tus huevos. Pero eras feliz. Lanzando esos resoplidos con cada lamida de Matute. Emitiendo bocanadas profundas. Búfalo de patas abiertas, nunca te vi tan feliz.

La gente cambia. Eso me dijiste. Y te creí. Sucede que la gente no cambia de la forma que quiere. Cambiamos a lo que somos y no nos damos cuenta. Siempre pensé que seríamos los mismos, y a la vez, que tú cambiarías. Es este sentimiento de estar hecha pedazos el que no afloja.

«Quizá no me expliqué bien. No tendrías que soltar un solo centavo, mi vida. Margarito consiguió que un amigo hablara con el asesor de un ministro para que pagaran el viaje y por el tratamiento. Eso es casi seguro. Cuando regrese, necesitaré atención por un par de meses. Constante. Eso es lo único que necesito de ti, atención, mi vida.»

Pone cara de tortilla frita fría cuando la recuerdo que es mi vida. Sé que para que me limpie el culo cuando cague muerte, debo ahogar lo quejumbroso. Debo aceptar que ya todo se acabó. Lo que pasa es que no puedo. ¿Por qué no puedes seguir siendo mi mejor amiga? Acompáñame al final de este camino. Ayúdame a ponerme de pie para poder comenzar este último tramo. Me ayudas a pararme, me dejas ir y nos vemos al otro lado.

«Güin, ese pelaito se quedó con el dinero del mandado. Tendré que ir yo misma a comprar el agua.»

Así es mejor. Me voy con la excusa del agua y no regreso.

«Es un buen pelao, Silka.»

«Un pelao de hombros enjutos, querrás decir.»

Así se acaba esta historia. Déjalo que se pudra solo.

«Podría ser mi nieto, Silka.»

«¿Eso cuándo te ha detenido, Güin?»

«Silka, ¿qué has decidido? Tienes cara de que ya decidiste.»

Tú eras tan joven, bella, pero tenías razón cuando me dijiste, esa noche de banco y bingo en el teatro Variedades: no te das cuenta de lo que tienes. Tú, una de las secretarias de mi General. Yo, uno de sus leguleyos. La pareja revolucionaria, completamente borrachitos con promesas de reversiones. Henchidos de haber derrumbado la quinta frontera que montaron los gringos en nuestra propia casa. Yo, igual que tú, siempre tratando de llegar a la cima del cerro para ondear banderas tricolores que anunciaran que todavía seguíamos comiendo nacionalismo. Yo, solo yo, rompiendo todas las otras fronteras con el enjambre. Cuando llegaba a casa hediondo a miel blanca, me recibías con tus ojos de flores marchitas. El enjambre me lubricaba. Con ellos, colocamos todos los soldaditos en fila recta para castrar a los culitosblancos, regresarle la dignidad a todas las abuelas con hambre. Al final, todo fue inútil. Solo pintamos lo podrido de blanco. De tanta frustración, se me olvidó la discreción y te restregué en la cara que yo no te sentía. Pero tú insistías en cubrirte los ojos con flores para olvidar que nunca te sentí.

«Y es por eso que aún no he decidido qué hacer.»

Ayer mismo te pude haber dicho que no, Güin.

Toda mi esperanza se ha convertido en dolor, mi búfalo bello. Y es dolor lo único que puedo darte. Para eso regresé esta noche. Y regresaré mañana.

Para verte suplicar, mil veces, que te reciba de vuelta en casa.

Para pasarle otro billete al enfermerito y pedirle que no se preocupe por ti.

Yo sola me encargaré de que termines de pudrirte.