‘Tengo una obsesión por la migración, la gran tragedia que se está viviendo’
- 07/02/2025 00:00
- 06/02/2025 19:08
Julia Navarro (Madrid, 1953) plasma sus preocupaciones en sus escritos. Empezó a escribir libros sin pretensión, simplemente por pasión. Desarrolló una notable carrera dentro del mundo del periodismo antes de convertirse en una de las autoras más conocidas del panorama literario español.
Especializada en análisis político, durante más de 35 años trabajó para medios de comunicación. De esta época son sus primeros libros de ensayo, dedicados a analizar la Transición Española, así como la actualidad política de los años 90.
Navarro dio el salto a la literatura en 2004 con la publicación de La Hermandad de la Sábana Santa, una novela histórica cargada de intriga y buenos personajes que le supuso un éxito, siendo traducida y publicada en casi toda Europa.
Sus libros se han traducido en más de treinta países y de Dime quién soy se ha producido una ambiciosa serie de televisión.
La escritora recibe a La Estrella de Panamá en un hotel del Casco Antiguo; la entrevista se convierte en una tertulia con café y galletas de por medio. Navarro comparte cuál fue su sueño frustrado, cómo se convirtió en periodista y luego en escritora. Una exitosa escritora que invita a reflexionar sobre los problemas de la humanidad.
Un poco por descarte. Ejercí el periodismo durante muchos años, había escrito otros libros, libros de ensayo, de política, y un día encontré una noticia en un periódico, que hablaba sobre la Sábana Santa de Turín; aquello encendió mi imaginación y escribí una novela que fue La Hermandad de la Sábana Santa. Lo hice como un divertimento. Sin ninguna pretensión. Ni siquiera sabía si me la iban a publicar. Entonces, primera sorpresa, me la publicaron. Segunda sorpresa, fue un éxito.
A partir de ahí, intenté hacer compatible el periodismo con la escritura y me di cuenta de que era muy difícil. Para mí el periodismo se había convertido en una gran pasión; si intentaba seguir haciendo compatible las dos cosas, iba a terminar haciendo algo mal. Hay gente que tiene capacidad para hacer mucho, pero yo no. Decidí dar un paso atrás y cerrar esa etapa fantástica de mi vida y dedicarme exclusivamente a contar historias. De todas maneras, el periodismo y la literatura tienen mucho en común. El periodista cuenta historias reales, que al fin y al cabo son historias. Y el novelista cuenta historias fruto de la imaginación, pero son historias.
Siempre hablo de las cosas que me preocupan. Es que no sabría hacerlo de otra manera. En mis novelas hay temas que son recurrentes. Está el problema del desarraigo, la migración, la identidad, los totalitarismos, las autocracias... Todo eso está presente en mis libros. El tema de la libertad también.
Tengo una obsesión por el fenómeno de la migración. La gran tragedia que se está viviendo en estos momentos con tantas personas que tienen que huir de la miseria, de la violencia, de las guerras, desplazarse a otros lugares, lo difícil que es integrarse en otra sociedad, me pongo en el papel de los migrantes. Es un proceso largo y doloroso porque casi tienes que desaprender quién eras y todo lo que lo que ha sido tu vida para integrarte en una sociedad que es radicalmente distinta.
Mi profesora de literatura me dijo: ‘Mira, a ti lo que se te da bien es escribir’. Entonces pensé: ‘Bueno, voy a probar. Antes de estudiar, voy a intentarlo a ver qué tal’. Empecé a hacer prácticas y me di cuenta de que me podía gustar. No llegué con la intención firme de ser periodista. Simplemente dije que iba a ser periodista y lo hice.
En realidad, yo quería ser bailarina y no lo fui. El ballet es una disciplina muy difícil, exige un sacrificio enorme. Estudié ballet desde los 6 hasta los 17 años. El ballet me ha enseñado muchas cosas. Me ha ayudado a ser muy disciplinada, a saber lo que es el esfuerzo y el sacrificio. También me enseñó a sufrir, porque el baile en puntas es muy complicado y doloroso. Me ha enseñado a gestionar el dolor y la dificultad.
Por muy mal que esté, una bailarina que sale al escenario, aunque tenga los pies sangrando, se pondrá de puntas, bailará y mantendrá una expresión que nadie podrá descifrar, sin importar si está feliz o sufriendo. Para mí, el ballet ha sido algo que ha forjado mi carácter y mi manera de afrontar la vida.
No lo sé. Busco lo que quiero contar y cómo lo voy a contar, y al plantearme eso los personajes van viniendo para ayudarme a relatar la historia. Antes de sentarme a escribir pueden pasar meses o años. Estoy mucho tiempo pensando en lo que quiero contar y a través de eso voy buscando los personajes para indagar en la condición humana.
Toda una vida.
Sin mis lecturas. Sin todo aquello que me ha dejado una huella, seguramente no habría escrito este libro. Hablo de totalitarismos, denunciándolos sin importar si son de derecha o de izquierda. Refleja mi posición ante la vida y la política, y también tiene mucho que ver con mis lecturas.
Hace muchos años, quizá cuarenta, leí por primera vez Réquiem, de Anna Ajmátova. Fue una sacudida absoluta que me llevó a investigar quién era la mujer detrás de aquellos versos. Esa búsqueda me hizo indagar en su historia y, a través de ella, en la realidad de tantos intelectuales en la Unión Soviética. Necesité toda una vida para escribir este libro.
Todos mis libros son importantes porque en cada uno he puesto lo mejor de mí en ese momento. No hay un libro más relevante que otro. Es como los hijos: los quieres a todos por igual, aunque cada uno te da alegrías, pesares o sorpresas.
Los lectores, en cambio, tienen sus favoritos. Creo que Dime quién soy ha sido uno de los más apreciados. Y ahora me sorprende el impacto de El niño que vio la vida, que incluso podría ser mayor. No solo por las ventas, que han sido espectaculares, sino por las opiniones de los lectores.
Muchos me dicen que el libro los ha hecho sufrir, y siempre les respondo algo que los desconcierta, pero que es cierto: me alegro. Me alegro muchísimo de que hayan sufrido leyéndolo, porque eso significa que son personas sensibles y que han entendido el libro.
De mi madre, todo. Es decir, ella ha sido una figura fundamental en mi vida. No habría podido lograr nada sin su esfuerzo y su apoyo incondicional. Vengo de una familia mucho más matriarcal que patriarcal.
Mi abuela materna también fue una figura clave. Fue ella quien me enseñó a leer. Cuando yo no tenía ganas de hacerlo, me obligaba cada día a sentarme a su lado y leer un poema.
Así que, si lo pienso bien, mi madre, mi abuela y toda mi familia materna han sido esenciales en mi vida.