Reflexiones en torno a una visita a un museo etnológico en Alemania: Grassi
- 21/07/2024 00:00
- 20/07/2024 17:08
Un concepto que define al museo es el de ‘colaboración’, que pertenece a una red donde colaboran académicos, artistas y comunidades Visitar un museo y, sobre todo, un museo etnológico europeo, tras la colonización de América, África y Europa, no es fácil, pues sabemos como fueron adquiridas las colecciones: incursiones militares, saqueos, robo de templos y tumbas, y viajes privados. En el tiempo poscolonial de las reclamaciones, articuladas por los países, comunidades y artistas en restituir lo que les pertenece, como se puede leer en el artículo de Humberto Vélez https://www.laestrella.com.pa/vida-y-cultura/donde-estan-nuestros-tesoros-culturales, visitar un museo de esta naturaleza es recordar inevitablemente a Walter Benjamin al escribir de que “no hay nunca un documento de la cultura que no sea a la vez un documento de la barbarie” (1940). En efecto, un museo etnológico, tomado como un documento de la cultura, ya sea en los antiguos centros coloniales, como en los museos fundacionales, de las repúblicas poscoloniales, revelan la huella colonial que está en todas partes e, incluso, es pertinente preguntar si designar los objetos allí presentados, como “artefactos”, no sería proseguir ese despojo colonial que, en la poscolonialidad, no termina de encontrar un concepto para nombrar esos objetos que, más allá de un fin determinado, traen consigo una historia compleja, espiritual, social y cultural. El museo Grassi (https://grassi-voelkerkunde.skd.museum/ausstellungen/), que recoge la colección etnológica del museo de Leipzig, fundado, en 1869, ciudad que no fue una metrópoli colonial, como Londres, París o Berlín, pero sí participo de la empresa colonial en el siglo XIX, es consciente de esta problemática conceptual, contemporánea, de los museos, y por ello se pregunta “¿quién habla aquí?”. Esta pregunta, autorreflexiva y crítica, aparte de que este museo ha participado activamente en la repatriación de Los Bronces de Benín a Nigeria, es la pregunta que sostiene los proyectos de investigación del museo, coordinados por grupos de trabajos que se distribuyen en tres módulos: ¨proveniencia¨ de las colecciones y objetos, ¨restitución¨ y ¨repatriación¨. Ya no se trata, en efecto, solo de saber de dónde provienen los objetos, sino también de restituirlos a sus comunidades y países, porque no solo se trata de los objetos, sino también de los sujetos y, en este caso, de antiguos sujetos colonizados con voz en la poscolonialidad. Aquí es interesante observar que, a diferencia de la práctica colonial de saqueo y despojo, se invitó a un grupo de artesanos de la India para que montaran una casa de su comunidad en el museo, evento que fue documentado, revelándose así la complejidad del proceso, manual y espiritual, que implica una construcción de esta naturaleza. Y de hecho, tras identificar la proveniencia de los objetos, resultado de la práctica colonial, los mismos son devueltos a sus lugares de origen con la participación activa de los sujetos implicados. Con respecto a la ¨repatriación¨ se trata de devolver, por ejemplo, los restos de prisioneros o esclavos a sus comunidades de origen. Aquí, por supuesto, se requiere la ¨colaboración¨ con los descendientes identificados en las respectivas comunidades. Un concepto que define al museo es el de ¨colaboración¨, que pertenece a una red donde colaboran académicos, artistas y comunidades, un proyecto de colaboración que camina hacia la descolonización de la institución, entendido esto como un proceso critico que identifica practicas institucionales, coloniales y racistas, que permitan desmontarlas. Este giro decolonial del museo etnológico pertenece a un proceso global de reconocimiento de problemáticas que van en doble vía, desde los antiguos centros coloniales, y viceversa, es decir, desde las antiguas colonias con sus posicionamientos, reclamaciones y demarcaciones. En este sentido, la pregunta sobre ¨¿quién habla aquí?¨ es una pregunta que deja de formularse desde el paradigma eurocéntrico para ganar perspectivas múltiples y diversificadas y así exponer la propia trayectoria colonialista del museo, en otras palabras, es como si en Panamá reconociéramos que el discurso de la identidad nacional, ya sea expuesto en palabras o en imágenes, responde a un paradigma romántico y colonizador, que se reproduce en la literatura y los museos, un paradigma fundacionalista que, en el siglo XXI, es extemporáneo y tremendamente excluyente y estrecho. Veremos, entonces, qué propondrá ahora el esperado Museo del Hombre Panameño, fundado en 1976. ¿Tendremos un Museo que realice una crítica de su propia práctica como Museo, de su discurso, y que permitirá la apertura y la colaboración crítica? ¿Acaso tendremos un Museo que nos aclare la historia de los objetos robados, traficados, como nos lo hace saber Humberto Vélez, incluso, con la colaboración de los panameños? En fin, ¿encontraremos un museo que, discursivamente, no nos aclare lo que es el Hombre Panameño, sino que deconstruya discursivamente, los mitos que las élites, a través de la historia, han querido contarnos bajo la idea del mestizaje, el crisol de razas, y otros constructos racistas?
Visitar el museo etnológico Grassi, en Leipzig, lo realizo en un país, como Alemania, que, por un lado, vive un resurgimiento de los particularismos culturales y nacionalismos en Europa, pero, por otro lado, ha transformado y aligerado la nacionalidad alemana, de ir de los instintos tribales y xenofóbicos, que niegan la apertura critica de las sociedades hacia sus propias historias coloniales, a ser un país cada vez más abierto, competitivo y pluralista que impulsa, finalmente, la idea y el hecho de que el mundo está en Alemania.
Visitar un museo y, sobre todo, un museo etnológico europeo, tras la colonización de América, África y Europa, no es fácil, pues sabemos como fueron adquiridas las colecciones: incursiones militares, saqueos, robo de templos y tumbas, y viajes privados. En el tiempo poscolonial de las reclamaciones, articuladas por los países, comunidades y artistas en restituir lo que les pertenece, como se puede leer en el artículo de Humberto Vélez https://www.laestrella.com.pa/vida-y-cultura/donde-estan-nuestros-tesoros-culturales, visitar un museo de esta naturaleza es recordar inevitablemente a Walter Benjamin al escribir de que “no hay nunca un documento de la cultura que no sea a la vez un documento de la barbarie” (1940). En efecto, un museo etnológico, tomado como un documento de la cultura, ya sea en los antiguos centros coloniales, como en los museos fundacionales, de las repúblicas poscoloniales, revelan la huella colonial que está en todas partes e, incluso, es pertinente preguntar si designar los objetos allí presentados, como “artefactos”, no sería proseguir ese despojo colonial que, en la poscolonialidad, no termina de encontrar un concepto para nombrar esos objetos que, más allá de un fin determinado, traen consigo una historia compleja, espiritual, social y cultural. El museo Grassi (https://grassi-voelkerkunde.skd.museum/ausstellungen/), que recoge la colección etnológica del museo de Leipzig, fundado, en 1869, ciudad que no fue una metrópoli colonial, como Londres, París o Berlín, pero sí participo de la empresa colonial en el siglo XIX, es consciente de esta problemática conceptual, contemporánea, de los museos, y por ello se pregunta “¿quién habla aquí?”. Esta pregunta, autorreflexiva y crítica, aparte de que este museo ha participado activamente en la repatriación de Los Bronces de Benín a Nigeria, es la pregunta que sostiene los proyectos de investigación del museo, coordinados por grupos de trabajos que se distribuyen en tres módulos: ¨proveniencia¨ de las colecciones y objetos, ¨restitución¨ y ¨repatriación¨. Ya no se trata, en efecto, solo de saber de dónde provienen los objetos, sino también de restituirlos a sus comunidades y países, porque no solo se trata de los objetos, sino también de los sujetos y, en este caso, de antiguos sujetos colonizados con voz en la poscolonialidad. Aquí es interesante observar que, a diferencia de la práctica colonial de saqueo y despojo, se invitó a un grupo de artesanos de la India para que montaran una casa de su comunidad en el museo, evento que fue documentado, revelándose así la complejidad del proceso, manual y espiritual, que implica una construcción de esta naturaleza. Y de hecho, tras identificar la proveniencia de los objetos, resultado de la práctica colonial, los mismos son devueltos a sus lugares de origen con la participación activa de los sujetos implicados. Con respecto a la ¨repatriación¨ se trata de devolver, por ejemplo, los restos de prisioneros o esclavos a sus comunidades de origen. Aquí, por supuesto, se requiere la ¨colaboración¨ con los descendientes identificados en las respectivas comunidades. Un concepto que define al museo es el de ¨colaboración¨, que pertenece a una red donde colaboran académicos, artistas y comunidades, un proyecto de colaboración que camina hacia la descolonización de la institución, entendido esto como un proceso critico que identifica practicas institucionales, coloniales y racistas, que permitan desmontarlas. Este giro decolonial del museo etnológico pertenece a un proceso global de reconocimiento de problemáticas que van en doble vía, desde los antiguos centros coloniales, y viceversa, es decir, desde las antiguas colonias con sus posicionamientos, reclamaciones y demarcaciones. En este sentido, la pregunta sobre ¨¿quién habla aquí?¨ es una pregunta que deja de formularse desde el paradigma eurocéntrico para ganar perspectivas múltiples y diversificadas y así exponer la propia trayectoria colonialista del museo, en otras palabras, es como si en Panamá reconociéramos que el discurso de la identidad nacional, ya sea expuesto en palabras o en imágenes, responde a un paradigma romántico y colonizador, que se reproduce en la literatura y los museos, un paradigma fundacionalista que, en el siglo XXI, es extemporáneo y tremendamente excluyente y estrecho. Veremos, entonces, qué propondrá ahora el esperado Museo del Hombre Panameño, fundado en 1976. ¿Tendremos un Museo que realice una crítica de su propia práctica como Museo, de su discurso, y que permitirá la apertura y la colaboración crítica? ¿Acaso tendremos un Museo que nos aclare la historia de los objetos robados, traficados, como nos lo hace saber Humberto Vélez, incluso, con la colaboración de los panameños? En fin, ¿encontraremos un museo que, discursivamente, no nos aclare lo que es el Hombre Panameño, sino que deconstruya discursivamente, los mitos que las élites, a través de la historia, han querido contarnos bajo la idea del mestizaje, el crisol de razas, y otros constructos racistas?
Visitar el museo etnológico Grassi, en Leipzig, lo realizo en un país, como Alemania, que, por un lado, vive un resurgimiento de los particularismos culturales y nacionalismos en Europa, pero, por otro lado, ha transformado y aligerado la nacionalidad alemana, de ir de los instintos tribales y xenofóbicos, que niegan la apertura critica de las sociedades hacia sus propias historias coloniales, a ser un país cada vez más abierto, competitivo y pluralista que impulsa, finalmente, la idea y el hecho de que el mundo está en Alemania.