Recuerdos de Blanquita Clement de Orillac, reina del Carnaval de 1968
- 03/03/2025 10:34
- 02/03/2025 13:42
La reina comparte con este medio las memorias más preciadas de su paso por la época dorada del Carnaval de Panamá. Hubo una época en Panamá en la que no había culecos durante los carnavales. Había confeti y serpentinas, al menos en la ciudad. Había una junta permanente del Carnaval que operaba todo el año -ad honorem- y estaba conformada por empresarios y personajes distinguidos. Así lo fue hasta febrero de 1968. El 11 de octubre de ese año, los militares tomaron el poder y la festividad pasó a manos de clubes cívicos.
En aquel tiempo, la reina era la figura más destacada. Blanquita Clement de Orillac, reina de 1968, nos recibe en su casa para contarnos su experiencia. Entre la tertulia, la mañana se convierte en un viaje al pasado, a los carnavales de antaño.
“Yo trabajaba y estudiaba, no sé cómo hacía”, es lo primero que recuerda Blanquita. Muestra una foto en la que aparece al lado de su padre cuando fue a inscribirse al concurso. “Él me apoyaba en todo”. En la imagen aparecen otras personas que no recuerda quiénes son.
Cuando ella era niña, su abuela vivía en la avenida Central y desde el balcón veía pasar los desfiles, pero nunca soñó con ser reina. Al cumplir los 20 años, sus amigos la animaron a inscribirse para concursar y ganó. La elección de la reina se hacía por votos; estos se tenían que vender. Blanquita relata que se organizó con su familia y amigos en grupos para recorrer los locales que estaban en la avenida Balboa para vender los votos: “era un boleto con una foto mía”.
También, la junta permanente de Carnaval rifaba una casa; ese año fue en Chanis. Las candidatas vendían los boletos a $10. “Iba a empresas grandes, la viveza era llegar primero que las otras candidatas porque ellos te compraban las libretas completas. Cada dólar representaba un voto”. Todo comenzaba desde noviembre del año anterior. Las candidatas organizaban bailes y otras actividades para levantar sus fondos. “Se hacían tres escrutinios y la que más dinero aportaba era la que se convertía en reina oficial”.
Izada de la bandera y coronación
Clement fue coronada como Blanquita primera el viernes 23 de febrero de 1968. Tuvo lugar en el Estadio Juan Demóstenes Arosemena. “Era un evento gratis para el pueblo, el estadio se llenaba ya que traían orquestas de afuera y participaban las mejores orquestas y combos de artistas nacionales.
Unos dos meses antes de la fecha de la celebración, la junta comenzaba los preparativos con la izada de la bandera del Carnaval, que era blanca y celeste. Se izaba en diferentes puntos de la ciudad, como la plaza 5 de Mayo, el parque de Santa Ana, la Catedral, El Chorrillo, Río Abajo y otros. “Asistían las diferentes comparsas de barrio, Los Campesinos de El Chorrillo era una de las más famosas. A las izadas siempre acompañaban la Murga del Carnaval y las diferentes candidatas que se habían inscrito para convertirse en la reina oficial.
Al ser escogida, la reina era tratada como tal, “era un trato superespecial”. A Blanquita le asignaron una limusina blanca que la trasladaba de un lado a otro e iba escoltada con dos motorizados adelante, tenía las banderas de Panamá y del Carnaval y con una sirena sonando. “Después les pedí que no llegaran con la sirena a la casa porque todo el mundo se da cuenta a qué hora llego [ríe]. Lo bonito era que se le daba su lugar a la reina”, cuenta.
El carro alegórico que Blanquita no puedo usar
“Para el Martes de Carnaval me hicieron un carro alegórico. Querían que fuera algo muy especial, yo quería un pavo real que abriera y cerrara las plumas. Pero hicieron el carro tan grande, que a la hora de sacarlo del Estadio Juan Demóstenes Arosemena, donde lo hicieron, no cabía”, narra Blanquita.
“Cuando llegué a montarme en mi carro, con la corona y el manto ¡que pesaba!, me dijeron que no podía salir. Ahí también estaba la reina de la Zona del Canal, Bárbara Hopkins, que me dijo ‘Blanquita, te cedo mi carro’, pero ¿cómo iba a tomarlo y dejarla sin carro?, no me pareció. Le dije ‘acepto si vamos las dos’. Y así fue, las dos, agarradas de la mano, paseamos el Martes de Carnaval. La gente no sabía qué había pasado, sin embargo, le cambiaron el nombre a Carnaval de la fraternidad”.
La Zona del Canal tenía un papel importante, también tenían su Junta del Carnaval y tenían su reina. Ellos proveían la serpentina y el confeti, prestaban los carros y camiones para las comparsas.
Los carnavales
El Sábado de Carnaval en la mañana, la reina asistía a una sesión en el Consejo Municipal de Panamá, donde el alcalde de la ciudad le entregaba la llave de la ciudad capital. Luego, la reina y su corte asistían a un brindis en el Palacio de las Garzas, donde eran recibidas por el presidente de la República. En febrero de 1968, el presidente era Marco Aurelio Robles, quien gobernó desde el 1 de octubre de 1964 hasta el 1 de octubre de 1968.
Además, el Sábado de Carnaval estaba dedicado a los niños, por lo que también había una reina infantil, quien desfilaba por las calles de la ciudad ese día. La reina oficial no desfilaba.
“En ese tiempo no había culecos, mojaderas ni nada por el estilo en la ciudad capital. Los desfiles comenzaban en el parque Porras y terminaban, por lo general, en la plaza de la Catedral”, cuenta la reina. El Martes de Carnaval el desfile comenzaba en la avenida Nacional, recorría toda la 4 de Julio, bajaba por El Chorrillo, pasaba por el parque Catedral, subía por la avenida Central, pasaba por la plaza 5 de Mayo y terminaba en el teatro Bella Vista.
El Domingo de Carnaval era el Día de la Pollera, la reina, su corte y la comparsa paseaban por la ciudad en carros alegóricos. El lunes era el día de la fantasía, el recorrido del desfile se hacía a pie. El Martes de Carnaval era el día de gala, y en esa ocasión, la reina usaba el traje con el cual había sido coronada. “Había lujo, pero no tanto como ahora. Todo era más sencillo”.
En ese tiempo existían los llamados toldos populares. Había uno cerca de la Plaza 5 de Mayo y otro en Río Abajo. Era costumbre que la reina oficial, su corte y la comparsa, después de las 12 de la noche del Lunes de Carnaval, salieran de su sede (que por lo general era el hotel El Panamá) para visitar los toldos populares y compartir un rato con el pueblo. Esto también lo hacían las otras reinas, como la de la colonia china, la de la colonia española y la reina del Club de Yates y Pesca.
El Martes de Carnaval se amanecía, y alrededor de las 5 de la mañana se daba inicio al entierro de la sardina, una tradición que indicaba que el jolgorio había terminado y daba paso a lo que vendría después: la Semana Santa.
Toda una reina, 57 años después
El fotógrafo de La Decana le pide a Blanquita que pose para las fotos. Ella no ha terminado de decir que no recuerda cómo posar, cuando ya se ha colocado las manos en la barbilla, mueve los hombros hacia un lado y sonríe.
Después de ser reina del Carnaval en 1968, Blanquita participó en un concurso de belleza en Miami. También en el Reinado Internacional del Café en Manizales, Colombia.
De los carnavales de antaño, la reina añora la sencillez. Si hoy pudiera rescatar algo de aquella época, sería lo familiar y lo participativo del pueblo. Quitaría “la locura y la agresión, las cosas que se cantan, sin peleas y sin mojaderas. Mi concepto, muy personal, es que ahora hay mucha vulgaridad”.
En 1974, Blanquita se casó con el doctor Rogelio Orillac. Tiene cinco hijos (dos de su vientre y tres de su corazón) y once nietos. “He sido muy bendecida con una familia preciosa”. Vivió más de 30 años en Estados Unidos, pero la tierra la llamó y regresó a su natal Panamá.
Si hoy pudiera rescatar algo de aquella época, sería lo familiar y lo participativo del pueblo. Quitaría la locura y la agresión, las cosas que se cantan, sin peleas y sin mojaderas. Mi concepto, muy personal, es que ahora hay mucha vulgaridad”. Blanquita Clement de Orillac Reina del Carnaval de 1968 Blanquita Clemente de OrillacReina del Carnaval de 1968Para el Martes de Carnaval me hicieron carro alegórico. Querían que fuera algo muy especial, yo quería un pavo real que abriera y cerrara las plumas. Pero hicieron el carro tan grande, que a la hora de sacarlo del Estadio Juan Demóstenes Arosemena donde lo hicieron, no cabía”. Hechos
Hubo una época en Panamá en la que no había culecos durante los carnavales. Había confeti y serpentinas, al menos en la ciudad. Había una junta permanente del Carnaval que operaba todo el año -ad honorem- y estaba conformada por empresarios y personajes distinguidos. Así lo fue hasta febrero de 1968. El 11 de octubre de ese año, los militares tomaron el poder y la festividad pasó a manos de clubes cívicos.
En aquel tiempo, la reina era la figura más destacada. Blanquita Clement de Orillac, reina de 1968, nos recibe en su casa para contarnos su experiencia. Entre la tertulia, la mañana se convierte en un viaje al pasado, a los carnavales de antaño.
“Yo trabajaba y estudiaba, no sé cómo hacía”, es lo primero que recuerda Blanquita. Muestra una foto en la que aparece al lado de su padre cuando fue a inscribirse al concurso. “Él me apoyaba en todo”. En la imagen aparecen otras personas que no recuerda quiénes son.
Cuando ella era niña, su abuela vivía en la avenida Central y desde el balcón veía pasar los desfiles, pero nunca soñó con ser reina. Al cumplir los 20 años, sus amigos la animaron a inscribirse para concursar y ganó. La elección de la reina se hacía por votos; estos se tenían que vender. Blanquita relata que se organizó con su familia y amigos en grupos para recorrer los locales que estaban en la avenida Balboa para vender los votos: “era un boleto con una foto mía”.
También, la junta permanente de Carnaval rifaba una casa; ese año fue en Chanis. Las candidatas vendían los boletos a $10. “Iba a empresas grandes, la viveza era llegar primero que las otras candidatas porque ellos te compraban las libretas completas. Cada dólar representaba un voto”. Todo comenzaba desde noviembre del año anterior. Las candidatas organizaban bailes y otras actividades para levantar sus fondos. “Se hacían tres escrutinios y la que más dinero aportaba era la que se convertía en reina oficial”.
Izada de la bandera y coronación
Clement fue coronada como Blanquita primera el viernes 23 de febrero de 1968. Tuvo lugar en el Estadio Juan Demóstenes Arosemena. “Era un evento gratis para el pueblo, el estadio se llenaba ya que traían orquestas de afuera y participaban las mejores orquestas y combos de artistas nacionales.
Unos dos meses antes de la fecha de la celebración, la junta comenzaba los preparativos con la izada de la bandera del Carnaval, que era blanca y celeste. Se izaba en diferentes puntos de la ciudad, como la plaza 5 de Mayo, el parque de Santa Ana, la Catedral, El Chorrillo, Río Abajo y otros. “Asistían las diferentes comparsas de barrio, Los Campesinos de El Chorrillo era una de las más famosas. A las izadas siempre acompañaban la Murga del Carnaval y las diferentes candidatas que se habían inscrito para convertirse en la reina oficial.
Al ser escogida, la reina era tratada como tal, “era un trato superespecial”. A Blanquita le asignaron una limusina blanca que la trasladaba de un lado a otro e iba escoltada con dos motorizados adelante, tenía las banderas de Panamá y del Carnaval y con una sirena sonando. “Después les pedí que no llegaran con la sirena a la casa porque todo el mundo se da cuenta a qué hora llego [ríe]. Lo bonito era que se le daba su lugar a la reina”, cuenta.
El carro alegórico que Blanquita no puedo usar
“Para el Martes de Carnaval me hicieron un carro alegórico. Querían que fuera algo muy especial, yo quería un pavo real que abriera y cerrara las plumas. Pero hicieron el carro tan grande, que a la hora de sacarlo del Estadio Juan Demóstenes Arosemena, donde lo hicieron, no cabía”, narra Blanquita.
“Cuando llegué a montarme en mi carro, con la corona y el manto ¡que pesaba!, me dijeron que no podía salir. Ahí también estaba la reina de la Zona del Canal, Bárbara Hopkins, que me dijo ‘Blanquita, te cedo mi carro’, pero ¿cómo iba a tomarlo y dejarla sin carro?, no me pareció. Le dije ‘acepto si vamos las dos’. Y así fue, las dos, agarradas de la mano, paseamos el Martes de Carnaval. La gente no sabía qué había pasado, sin embargo, le cambiaron el nombre a Carnaval de la fraternidad”.
La Zona del Canal tenía un papel importante, también tenían su Junta del Carnaval y tenían su reina. Ellos proveían la serpentina y el confeti, prestaban los carros y camiones para las comparsas.
Los carnavales
El Sábado de Carnaval en la mañana, la reina asistía a una sesión en el Consejo Municipal de Panamá, donde el alcalde de la ciudad le entregaba la llave de la ciudad capital. Luego, la reina y su corte asistían a un brindis en el Palacio de las Garzas, donde eran recibidas por el presidente de la República. En febrero de 1968, el presidente era Marco Aurelio Robles, quien gobernó desde el 1 de octubre de 1964 hasta el 1 de octubre de 1968.
Además, el Sábado de Carnaval estaba dedicado a los niños, por lo que también había una reina infantil, quien desfilaba por las calles de la ciudad ese día. La reina oficial no desfilaba.
“En ese tiempo no había culecos, mojaderas ni nada por el estilo en la ciudad capital. Los desfiles comenzaban en el parque Porras y terminaban, por lo general, en la plaza de la Catedral”, cuenta la reina. El Martes de Carnaval el desfile comenzaba en la avenida Nacional, recorría toda la 4 de Julio, bajaba por El Chorrillo, pasaba por el parque Catedral, subía por la avenida Central, pasaba por la plaza 5 de Mayo y terminaba en el teatro Bella Vista.
El Domingo de Carnaval era el Día de la Pollera, la reina, su corte y la comparsa paseaban por la ciudad en carros alegóricos. El lunes era el día de la fantasía, el recorrido del desfile se hacía a pie. El Martes de Carnaval era el día de gala, y en esa ocasión, la reina usaba el traje con el cual había sido coronada. “Había lujo, pero no tanto como ahora. Todo era más sencillo”.
En ese tiempo existían los llamados toldos populares. Había uno cerca de la Plaza 5 de Mayo y otro en Río Abajo. Era costumbre que la reina oficial, su corte y la comparsa, después de las 12 de la noche del Lunes de Carnaval, salieran de su sede (que por lo general era el hotel El Panamá) para visitar los toldos populares y compartir un rato con el pueblo. Esto también lo hacían las otras reinas, como la de la colonia china, la de la colonia española y la reina del Club de Yates y Pesca.
El Martes de Carnaval se amanecía, y alrededor de las 5 de la mañana se daba inicio al entierro de la sardina, una tradición que indicaba que el jolgorio había terminado y daba paso a lo que vendría después: la Semana Santa.
Toda una reina, 57 años después
El fotógrafo de La Decana le pide a Blanquita que pose para las fotos. Ella no ha terminado de decir que no recuerda cómo posar, cuando ya se ha colocado las manos en la barbilla, mueve los hombros hacia un lado y sonríe.
Después de ser reina del Carnaval en 1968, Blanquita participó en un concurso de belleza en Miami. También en el Reinado Internacional del Café en Manizales, Colombia.
De los carnavales de antaño, la reina añora la sencillez. Si hoy pudiera rescatar algo de aquella época, sería lo familiar y lo participativo del pueblo. Quitaría “la locura y la agresión, las cosas que se cantan, sin peleas y sin mojaderas. Mi concepto, muy personal, es que ahora hay mucha vulgaridad”.
En 1974, Blanquita se casó con el doctor Rogelio Orillac. Tiene cinco hijos (dos de su vientre y tres de su corazón) y once nietos. “He sido muy bendecida con una familia preciosa”. Vivió más de 30 años en Estados Unidos, pero la tierra la llamó y regresó a su natal Panamá.