Mario Vargas Llosa: el adiós al último gran narrador de América Latina
- 15/04/2025 00:00
El escritor peruano, nobel de literatura y figura clave del ‘boom’ latinoamericano, falleció el pasado 13 de abril a los 89 años, dejando un legado inmenso en las letras universales Mario Vargas Llosa, nobel de literatura y uno de los escritores más influyentes y prolíficos del siglo XX y XXI, falleció a los 89 años, dejando un legado literario y político que marcó profundamente a generaciones enteras en América Latina y el mundo. Su muerte cierra un ciclo de las letras hispanoamericanas, el del llamado “boom latinoamericano”, movimiento que él protagonizó junto con gigantes como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes.
Desde sus inicios como joven escritor en el Perú, Vargas Llosa fue un intelectual comprometido con su tiempo. Pero, también fue, sobre todas las cosas, un narrador excepcional, obsesionado con el poder, la libertad, la corrupción y la condición humana. Su obra, atravesada por una lúcida mirada crítica, refleja tanto las contradicciones de América Latina como las del propio autor: un hombre de pensamiento liberal, con un pasado revolucionario, que nunca dejó de provocar, de desafiar y de escribir con la convicción de que la literatura es una forma de vida y verdad.
De Arequipa al mundo Jorge Mario Pedro Vargas Llosa nació en Arequipa, Perú, el 28 de marzo de 1936. Hijo de una familia marcada por la separación de sus padres, vivió una infancia itinerante entre Cochabamba, Piura y Lima. Desde joven descubrió en la lectura una vía de escape, y en la escritura una vocación. Estudió letras y derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde se forjó como pensador y periodista. En 1959 se trasladó a París, ciudad que se convirtió en su primer hogar literario. Allí conoció de cerca la efervescencia intelectual europea, trabajó como periodista y escribió sus primeras obras de ficción. Fue en esa época donde comenzó a cimentarse la leyenda.
Un novelista en guerra con el mundo La publicación de La ciudad y los perros en 1963 supuso un terremoto en la narrativa latinoamericana. La novela, feroz crítica a la educación militar y la represión social, ganó el Premio Biblioteca Breve y el Premio de la Crítica en España. Le siguieron La casa verde, Conversación en La Catedral, Pantaleón y las visitadoras, y La guerra del fin del mundo, novelas que no solo confirmaron su talento, sino que lo consagraron como una de las plumas más importantes de la lengua española. Vargas Llosa fue un escritor de estructuras complejas y ambición totalizadora. Cada obra suya parecía intentar abarcar el mundo entero. Su estilo, exigente y vigoroso, combinaba precisión narrativa, profundidad psicológica y un rigor técnico admirable. No escribía por escribir; escribía para comprender.
Un intelectual incómodo A diferencia de otros escritores del ‘boom’, Vargas Llosa nunca se acomodó a un pensamiento único. En su juventud apoyó la Revolución Cubana, pero más tarde rompió con Fidel Castro por sus posturas autoritarias. Su evolución hacia el liberalismo democrático fue tan pública como polémica. En 1990, se lanzó como candidato presidencial en Perú, en una campaña marcada por la crisis económica y la amenaza del terrorismo. Perdió ante Alberto Fujimori, un hecho que marcó profundamente su vida, pero que también reforzó su compromiso con la democracia. Su voz, siempre clara y afilada, fue escuchada en foros internacionales, columnas de opinión y debates políticos. Ganó enemigos, pero también el respeto de quienes valoraban su independencia y coraje intelectual. Fue miembro de la Real Academia Española y escribió ensayos fundamentales sobre literatura, política y cultura.
El Nobel y la consagración total En 2010, le fue concedido el Premio Nobel de Literatura “por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota”. Para entonces, su lugar en el panteón de la literatura ya estaba asegurado, pero el Nobel fue el broche de oro de una carrera inigualable. Vargas Llosa lo recibió con humildad, dedicándoselo a la lengua española, a la literatura y a su esposa Patricia, su compañera durante décadas. Lejos de retirarse tras el Nobel, continuó publicando novelas, ensayos, memorias y artículos. Obras como El sueño del celta, Cinco esquinas, Tiempos recios y Le dedico mi silencio confirmaron que su pasión por contar historias no menguaba con el tiempo. Hasta el final, siguió siendo un escritor en activo, comprometido con la palabra.
La literatura como forma de resistencia Vargas Llosa fue un defensor incansable de la libertad individual y del pensamiento crítico. Su vida y obra constituyen una defensa radical del individuo frente al dogma, del arte frente al poder, de la imaginación frente al totalitarismo. Creía que la literatura podía cambiar la vida, abrir conciencias, transformar sociedades. Su célebre ensayo La verdad de las mentiras es un manifiesto de amor a la ficción. Para él, las novelas no son un escape, sino una forma más intensa de la realidad. “Las ficciones nos enriquecen, nos ayudan a vivir, nos convierten en seres más completos”, escribió. Ese pensamiento lo acompañó siempre.
Un legado inmortal Con su muerte, el mundo pierde a uno de los grandes escritores de este y el siglo pasado. Pero su obra queda, vibrante y viva, en las páginas que escribió con disciplina, pasión y una devoción casi religiosa por el oficio. Vargas Llosa fue un autor que se exigió a sí mismo lo máximo, que no temió cambiar de ideas ni de estilo, que se mantuvo fiel a su vocación hasta el último aliento. Fue también un símbolo del escritor total: el que observa, el que participa, el que critica, el que sueña. Su paso por la política no eclipsó su obra; más bien, la alimentó. Sus contradicciones lo hicieron más humano, más real. No fue un hombre perfecto, pero fue, sin duda, un autor necesario.
Hoy, mientras el mundo despide a Mario Vargas Llosa, las palabras que él escribió siguen hablando por él. Siguen cuestionando, iluminando, conmoviendo. Porque los grandes escritores no mueren; simplemente cambian de forma. Y Vargas Llosa, eterno inconforme, eterno narrador, seguirá habitando en cada lector que se atreva a mirar el mundo con los ojos de la literatura.
Mario Vargas Llosa, nobel de literatura y uno de los escritores más influyentes y prolíficos del siglo XX y XXI, falleció a los 89 años, dejando un legado literario y político que marcó profundamente a generaciones enteras en América Latina y el mundo. Su muerte cierra un ciclo de las letras hispanoamericanas, el del llamado “boom latinoamericano”, movimiento que él protagonizó junto con gigantes como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes.
Desde sus inicios como joven escritor en el Perú, Vargas Llosa fue un intelectual comprometido con su tiempo. Pero, también fue, sobre todas las cosas, un narrador excepcional, obsesionado con el poder, la libertad, la corrupción y la condición humana. Su obra, atravesada por una lúcida mirada crítica, refleja tanto las contradicciones de América Latina como las del propio autor: un hombre de pensamiento liberal, con un pasado revolucionario, que nunca dejó de provocar, de desafiar y de escribir con la convicción de que la literatura es una forma de vida y verdad.
En 1959 se trasladó a París, ciudad que se convirtió en su primer hogar literario. Allí conoció de cerca la efervescencia intelectual europea, trabajó como periodista y escribió sus primeras obras de ficción. Fue en esa época donde comenzó a cimentarse la leyenda.
Vargas Llosa fue un escritor de estructuras complejas y ambición totalizadora. Cada obra suya parecía intentar abarcar el mundo entero. Su estilo, exigente y vigoroso, combinaba precisión narrativa, profundidad psicológica y un rigor técnico admirable. No escribía por escribir; escribía para comprender.
Su voz, siempre clara y afilada, fue escuchada en foros internacionales, columnas de opinión y debates políticos. Ganó enemigos, pero también el respeto de quienes valoraban su independencia y coraje intelectual. Fue miembro de la Real Academia Española y escribió ensayos fundamentales sobre literatura, política y cultura.
Lejos de retirarse tras el Nobel, continuó publicando novelas, ensayos, memorias y artículos. Obras como El sueño del celta, Cinco esquinas, Tiempos recios y Le dedico mi silencio confirmaron que su pasión por contar historias no menguaba con el tiempo. Hasta el final, siguió siendo un escritor en activo, comprometido con la palabra.
Su célebre ensayo La verdad de las mentiras es un manifiesto de amor a la ficción. Para él, las novelas no son un escape, sino una forma más intensa de la realidad. “Las ficciones nos enriquecen, nos ayudan a vivir, nos convierten en seres más completos”, escribió. Ese pensamiento lo acompañó siempre.
Fue también un símbolo del escritor total: el que observa, el que participa, el que critica, el que sueña. Su paso por la política no eclipsó su obra; más bien, la alimentó. Sus contradicciones lo hicieron más humano, más real. No fue un hombre perfecto, pero fue, sin duda, un autor necesario.
Hoy, mientras el mundo despide a Mario Vargas Llosa, las palabras que él escribió siguen hablando por él. Siguen cuestionando, iluminando, conmoviendo. Porque los grandes escritores no mueren; simplemente cambian de forma. Y Vargas Llosa, eterno inconforme, eterno narrador, seguirá habitando en cada lector que se atreva a mirar el mundo con los ojos de la literatura.