‘Los habitantes de la noche’ conviven en la obra de Silfrido Ibarra
- 12/10/2024 00:00
- 11/10/2024 19:18
El artista conversa con este medio sobre la obra más personal que ha desarrollado, en la que relata las historias de prostitutas y travestis “En la mañana, al abrir la puerta del balcón, las lentejuelas de colores aparecían en el suelo. Más tarde descubrí que los travestís del apartamento de arriba cosían vestidos largos con plumas y fantasías para enamorar a los clientes”.
Así describe el pintor Silfrido Ibarra (Gualaca, Panamá, 1954) sus impresiones sobre la realidad de las prostitutas, los travestís y los otros “habitantes de la noche”, que conviven en su obra.Explica también la función de las “mujeres sin juventud ni encanto cuyos ratos de placer ya nadie compraba y que se habían reconvertido en celestinas para conseguir clientes estadounidenses para las prostitutas más jóvenes de la calle Estudiante, en el barrio de Santa Ana¨.
En una entrevista, Ibarra habla a corazón abierto sobre su obra más personal de pequeño formato. Allí describe toda esa soledad, oscuridad y oropel vano de lentejuelas en la que tanto prostitutas como travestis se vendían por unos dólares intentando resolver su día a día.
El maestro Ibarra describe “a la mulata Alicia (nombre ficticio), mujer enorme y rotunda de quien un soldado estadounidense de ascendencia filipina se enamoró”. Describe sin reservas lo humanos que eran esos “habitantes de la noche” cuando el sol salía al final del día. Eran solo personas intentando sobrevivir.
El maestro muestra así que no solo pinta esos árboles majestuosos de las montañas de su natal Gualaca o los retratos hiperrealistas que le caracterizan.
Sus recuerdos se remontan a cuando tenía 27 años, y vuelve de Costa Rica, después de graduarse en la Universidad Nacional de Heredia, gracias a una beca. Todos los comienzos para los artistas son difíciles y, con el poco dinero que tenía, solo podía pagar una escasa renta y vivir en la calle Estudiante, también conocida como calle K.
El área “roja” de la Ciudad de Panamá era también un espacio de “tolerancia. Todas estas discrepancias rodeaban los “habitantes de la noche” que, más tarde, sin proponérselo, se convirtieron en los protagonistas de esta serie pictórica, su obra más íntima, más contextual... visibilizando un pasado que ya no existe, al menos en esas circunstancias.
El recuerdo de hombres y mujeres se plasma en esta serie, repartida ahora en colecciones privadas. Esta representación visual, las sombras que invaden sus composiciones, esconden la evocación de la lujuria y el erotismo. Esa ambigüedad de personajes a quienes la penumbra envuelve. Su obra describe a almas anónimas que entretienen a los clientes y prestan servicios sexuales. Trasvestis y hombres de traje y corbata, individuos de edad madura aparecen junto a musculosos norteamericanos que beben licor.
Cantinas como Hawái, La Panamericana, La Mayor o Nick, existieron por las circunstancias históricas y sociales que rodearon la mayor presencia estadounidense en suelo panameño desde 1903 hasta 1979, cuando fue abolida la llamada “Zona del Canal”.
Hoy solo quedan algunas de esas cantinas y desde fuera se observan los edificios y su arquitectura en una situación deplorable. Los tratados Torrijos-Carter, firmados en 1977, marcaron el fin progresivo del enclave colonial en el país, que culminó el 31 de diciembre de 1999, con la entrega a Panamá del control total del Canal.
Los territorios ocupados por Estados Unidos (una franja de 8,1 kilómetros a cada lado del Canal desde el Pacífico al Atlántico), en los que se establecieron los militares norteamericanos, acabaron por condicionar a la sociedad, dejando su huella en el territorio nacional.
El contexto generado por esa coexistencia en el país, y la prohibición de la prostitución por los estadounidenses en “su zona”, engendra estos “habitantes”.
La observación de las obras de Ibarra constituye un discurso social y un análisis que aborda la prostitución desde una perspectiva visual, pero también antropológica. Esos personajes que ocuparon un espacio físico y social quedan plasmados en las figuras que fuman, beben alcohol, bailan, comparten el aburrimiento o, ya agotados, apoyan sus cabezas en la barra del bar.
Aunque la denominada “Zona del Canal” tenía su policía, compañía de teléfonos, hospitales, escuelas y teatros, los pretextos morales prohibían la existencia de cantinas y bares con fines de prostitución.
Santiago De la Guardia Fábrega (1858-1925), ministro de Hacienda y Tesoro, reflexionaba:
“Pero a mí se me ocurre preguntar, los que tal cosa desean, ¿por qué no establecen ese barrio en la Zona del Canal, por qué no lo reglamentan, lo vigilan y pagan su enorme costo? (...) Sin barrios rojos en Panamá y Colón, y con leyes prohibitivas de la prostitución en la República de Panamá, no nos queda más recurso que pedir que no nos visiten los soldados y marinos, porque no tendríamos garantía para la parte honrada y virtuosa de nuestras mujeres (...) Y, por último, yo declaro que no me parece justo que quieran ustedes para su país la honestidad, la moral y la pulcritud, y que se convierta el nuestro en un desaguadero de sus vicios. (Santiago de la Guardia, “Sobre el problema de la prostitución en Panamá”. Lotería #28, marzo de 1958, citado por Damaris Díaz Jaén. “La Ciudad de Panamá en las primeras dos décadas del siglo XX”, Universidad de Panamá. Agosto de 2000).
De la Guardia no fue escuchado, una calle con árboles frondosos y malla de ciclón separaba la moral de la perdición y, claro, el rechazo a la prostitución por los norteamericanos trasladaba el problema a territorio panameño.
Este fenómeno hipócrita, que permite y, por otro lado, censura las relaciones sexuales a cambio de dinero, es el tema central de las obras de Silfrido Ibarra, sin condena ni absolución. “Pinto a aquellas mujeres y hombres vulnerables, sometidas por las circunstancias. Mujeres que, por una u otra razón, acaban atrapadas en esa vida, donde había panameñas y extranjeras”.
Aquí es donde surgen en sus cuadros figuras sin rostro que no miran a ninguna parte, tanto mujeres como hombres que, recostados en las barras de bares y cantinas, iluminados con luces tenues y con ajustados vestidos, esperan al próximo cliente.
En esta serie aparece también algún hombre de traje y corbata, funcionarios que quieren sexo rápido y sin compromisos, amparados por la oscuridad. “Compraban por un instante las pasiones de mujeres y hombres de lentejuelas y faldas cortas, bañadas en perfume que agradaban a sus clientes”, rememora Ibarra.
Si el arte es un reflejo de la sociedad y la cultura, esta serie de “Los habitantes de la noche” explora el contexto social político y cultural de Panamá durante la ocupación norteamericana de principios del siglo XX.
El trabajo de Silfrido Ibarra ha sido exhibido, entre otros muchos, en el museo Nacional de Costa Rica, en el Caldic Museum de Rotterdam (Holanda), en el Latin American Master de Beverly Hills (Los Ángeles, EEUU) y en el (MAC) Museo de Arte Contemporáneo de Panamá. Su obra ha sido adquirida por destacados coleccionistas de arte, incluidos expresidentes. Este año estará presente en la Bienal de la Habana desde noviembre hasta finales de febrero del 2025.
Ibarra expone actualmente en la Fundación Los Carbonell, en la Ciudad de Panamá, donde se pueden contemplar una de sus pinturas inspiradas en los árboles de las montañas de Chiriquí, que es su obra más conocida, y otra de la serie “Los habitantes de la noche”.
“En la mañana, al abrir la puerta del balcón, las lentejuelas de colores aparecían en el suelo. Más tarde descubrí que los travestís del apartamento de arriba cosían vestidos largos con plumas y fantasías para enamorar a los clientes”.
Así describe el pintor Silfrido Ibarra (Gualaca, Panamá, 1954) sus impresiones sobre la realidad de las prostitutas, los travestís y los otros “habitantes de la noche”, que conviven en su obra.Explica también la función de las “mujeres sin juventud ni encanto cuyos ratos de placer ya nadie compraba y que se habían reconvertido en celestinas para conseguir clientes estadounidenses para las prostitutas más jóvenes de la calle Estudiante, en el barrio de Santa Ana¨.
En una entrevista, Ibarra habla a corazón abierto sobre su obra más personal de pequeño formato. Allí describe toda esa soledad, oscuridad y oropel vano de lentejuelas en la que tanto prostitutas como travestis se vendían por unos dólares intentando resolver su día a día.
El maestro Ibarra describe “a la mulata Alicia (nombre ficticio), mujer enorme y rotunda de quien un soldado estadounidense de ascendencia filipina se enamoró”. Describe sin reservas lo humanos que eran esos “habitantes de la noche” cuando el sol salía al final del día. Eran solo personas intentando sobrevivir.
El maestro muestra así que no solo pinta esos árboles majestuosos de las montañas de su natal Gualaca o los retratos hiperrealistas que le caracterizan.
Sus recuerdos se remontan a cuando tenía 27 años, y vuelve de Costa Rica, después de graduarse en la Universidad Nacional de Heredia, gracias a una beca. Todos los comienzos para los artistas son difíciles y, con el poco dinero que tenía, solo podía pagar una escasa renta y vivir en la calle Estudiante, también conocida como calle K.
El área “roja” de la Ciudad de Panamá era también un espacio de “tolerancia. Todas estas discrepancias rodeaban los “habitantes de la noche” que, más tarde, sin proponérselo, se convirtieron en los protagonistas de esta serie pictórica, su obra más íntima, más contextual... visibilizando un pasado que ya no existe, al menos en esas circunstancias.
El recuerdo de hombres y mujeres se plasma en esta serie, repartida ahora en colecciones privadas. Esta representación visual, las sombras que invaden sus composiciones, esconden la evocación de la lujuria y el erotismo. Esa ambigüedad de personajes a quienes la penumbra envuelve. Su obra describe a almas anónimas que entretienen a los clientes y prestan servicios sexuales. Trasvestis y hombres de traje y corbata, individuos de edad madura aparecen junto a musculosos norteamericanos que beben licor.
Cantinas como Hawái, La Panamericana, La Mayor o Nick, existieron por las circunstancias históricas y sociales que rodearon la mayor presencia estadounidense en suelo panameño desde 1903 hasta 1979, cuando fue abolida la llamada “Zona del Canal”.
Hoy solo quedan algunas de esas cantinas y desde fuera se observan los edificios y su arquitectura en una situación deplorable. Los tratados Torrijos-Carter, firmados en 1977, marcaron el fin progresivo del enclave colonial en el país, que culminó el 31 de diciembre de 1999, con la entrega a Panamá del control total del Canal.
Los territorios ocupados por Estados Unidos (una franja de 8,1 kilómetros a cada lado del Canal desde el Pacífico al Atlántico), en los que se establecieron los militares norteamericanos, acabaron por condicionar a la sociedad, dejando su huella en el territorio nacional.
El contexto generado por esa coexistencia en el país, y la prohibición de la prostitución por los estadounidenses en “su zona”, engendra estos “habitantes”.
La observación de las obras de Ibarra constituye un discurso social y un análisis que aborda la prostitución desde una perspectiva visual, pero también antropológica. Esos personajes que ocuparon un espacio físico y social quedan plasmados en las figuras que fuman, beben alcohol, bailan, comparten el aburrimiento o, ya agotados, apoyan sus cabezas en la barra del bar.
Aunque la denominada “Zona del Canal” tenía su policía, compañía de teléfonos, hospitales, escuelas y teatros, los pretextos morales prohibían la existencia de cantinas y bares con fines de prostitución.
Santiago De la Guardia Fábrega (1858-1925), ministro de Hacienda y Tesoro, reflexionaba:
“Pero a mí se me ocurre preguntar, los que tal cosa desean, ¿por qué no establecen ese barrio en la Zona del Canal, por qué no lo reglamentan, lo vigilan y pagan su enorme costo? (...) Sin barrios rojos en Panamá y Colón, y con leyes prohibitivas de la prostitución en la República de Panamá, no nos queda más recurso que pedir que no nos visiten los soldados y marinos, porque no tendríamos garantía para la parte honrada y virtuosa de nuestras mujeres (...) Y, por último, yo declaro que no me parece justo que quieran ustedes para su país la honestidad, la moral y la pulcritud, y que se convierta el nuestro en un desaguadero de sus vicios. (Santiago de la Guardia, “Sobre el problema de la prostitución en Panamá”. Lotería #28, marzo de 1958, citado por Damaris Díaz Jaén. “La Ciudad de Panamá en las primeras dos décadas del siglo XX”, Universidad de Panamá. Agosto de 2000).
De la Guardia no fue escuchado, una calle con árboles frondosos y malla de ciclón separaba la moral de la perdición y, claro, el rechazo a la prostitución por los norteamericanos trasladaba el problema a territorio panameño.
Este fenómeno hipócrita, que permite y, por otro lado, censura las relaciones sexuales a cambio de dinero, es el tema central de las obras de Silfrido Ibarra, sin condena ni absolución. “Pinto a aquellas mujeres y hombres vulnerables, sometidas por las circunstancias. Mujeres que, por una u otra razón, acaban atrapadas en esa vida, donde había panameñas y extranjeras”.
Aquí es donde surgen en sus cuadros figuras sin rostro que no miran a ninguna parte, tanto mujeres como hombres que, recostados en las barras de bares y cantinas, iluminados con luces tenues y con ajustados vestidos, esperan al próximo cliente.
En esta serie aparece también algún hombre de traje y corbata, funcionarios que quieren sexo rápido y sin compromisos, amparados por la oscuridad. “Compraban por un instante las pasiones de mujeres y hombres de lentejuelas y faldas cortas, bañadas en perfume que agradaban a sus clientes”, rememora Ibarra.
Si el arte es un reflejo de la sociedad y la cultura, esta serie de “Los habitantes de la noche” explora el contexto social político y cultural de Panamá durante la ocupación norteamericana de principios del siglo XX.
El trabajo de Silfrido Ibarra ha sido exhibido, entre otros muchos, en el museo Nacional de Costa Rica, en el Caldic Museum de Rotterdam (Holanda), en el Latin American Master de Beverly Hills (Los Ángeles, EEUU) y en el (MAC) Museo de Arte Contemporáneo de Panamá. Su obra ha sido adquirida por destacados coleccionistas de arte, incluidos expresidentes. Este año estará presente en la Bienal de la Habana desde noviembre hasta finales de febrero del 2025.
Ibarra expone actualmente en la Fundación Los Carbonell, en la Ciudad de Panamá, donde se pueden contemplar una de sus pinturas inspiradas en los árboles de las montañas de Chiriquí, que es su obra más conocida, y otra de la serie “Los habitantes de la noche”.