Vida y cultura

La mística en la trayectoria cívica y moral de Carlos Iván Zúñiga Guardia (segunda parte)

Imagen ilustrativa Shutterstock
Actualizado
  • 27/07/2024 00:00
Creado
  • 26/07/2024 19:15

Su lucha fue intensa por consolidar al Partido como una entidad ideológica democrática y social y ya en el año 1952 actuó como candidato a diputado suplente en las elecciones

Su preocupación por la cultura fue intensa, en grado tal, que esa idealización iba forjándose a través de toda su existencia. Los estudios no cejaban y el derecho como medio de ayuda al ser humano y a la comunidad fue el motivo de sus desvelos. En ese tiempo la participación política de mi esposo iba aumentando no sólo por sus actos públicos en reuniones, mítines, escritos, conferencias y en columnas publicadas en los diarios de la localidad. Algunas de ellas como ‘Camino Abierto’ firmada con el seudónimo Juan Cristóbal y que fue responsabilidad del Frente Patriótico, era cubierta principalmente por la pluma encendida de Carlos Iván en los periódicos La Nación y La Hora.

Ya en 1949, Carlos Iván continuaba su trayectoria universitaria y política. Yo me encontraba en plena gestación de nuestro segundo hijo, Carlos Iván, cuando se dio la caída del breve gobierno del presidente, Daniel Chanis, aupado por el militarista José A. Remón Cantera. Como universitaria, quise marchar en esa gran manifestación de apoyo al civilismo representado por Chanis, pero mi esposo, quien tuvo una participación importante en esta protesta estudiantil, como dirigente máximo instruye a la masa desde la tribuna institutora, cómo actuar sin desmanes, pero con firmeza, y a mí que estaba embarazada, me aconsejó irme a casa. Vivíamos entonces en calle tercera en el Casco Viejo. Su prudente consejo fue oportuno, pues casi entrando al hogar comenzó la represión armada en el parque de la Plaza Catedral y lugares aledaños a la Presidencia.

Nuestro matrimonio continuaba con la idea de la superación intelectual. En el año de 1952, mi esposo se graduó de licenciado en Leyes y yo, de profesora de Español, un año antes, en 1951. Su profesión de abogado le sirvió para acrisolar su alma, para luchar con honestidad por la justicia social, la paz, la libertad. Me decía en una de sus epístolas:

”Día a día pasa este triste vía crucis de mi existencia, día a día observo, experimento, cómo esa masilla que edifica mi personalidad física presenta una aparente quietud de lago y en los mismos instantes de mi vida veo en las interioridades de mi ser esas corrientes de zozobra, de lucha, de inquietud que también existen en las profundidades de los aparentes lagos tranquilos. Así es mi vida y así es la vida de todos los hombres que hacen de sus juramentos, devociones constantes, ratificaciones invariables”.

Estas palabras fueron expresadas a sus escasos veintidós años, cuando su fogoso espíritu no denotaba aún esos lagos interiores que sólo los que estábamos cerca de él los percibíamos y que eran manifestaciones poco comunes en jóvenes de todos los tiempos.

Sus ideas claras sobre lo que era un político en pos del bien común contribuyeron a que fuera miembro fundador de agrupaciones cívicas como la Vanguardia Coclesana y el Frente Patriótico de la Juventud, originalmente como agrupación cívica y después como partido político. Su lucha fue intensa por consolidar al partido como una entidad ideológica democrática y social y ya en el año 1952 actuó como candidato a diputado suplente en las elecciones. El triunfo fue rotundo, porque se ganó la curul.

En mayo de 1951, previo al golpe de Estado que propició por segunda vez Remón Cantera para liquidar al presidente Arnulfo Arias, a quien había colocado en el poder como verdadero ganador de esas elecciones, mi esposo fue apresado por expresar sus claras ideas en fogosos discursos y en comentarios difundidos en el Radioperiódico Libertad que dirigía junto a Ramón H. Jurado. Ellos criticaban con vehemencia, entre otras, las prácticas antidemocráticas, el statu quo imperante y el militarismo rampante. Sus afanes eran por la democracia y en contra de la arbitraria derogación de la Constitución de 1946, acto ejecutado por el gobierno de Arnulfo Arias. Empero, esa Constitución que fue aprobada por una Asamblea Constituyente no era ni obsoleta ni antidemocrática, por consiguiente, no se justificaba ese acto gubernamental. Además, las intervenciones de mi esposo se enfilaban contra la asechanza militarista representada por Remón Cantera. Fueron momentos cruciales para la patria y Carlos Iván adoptó, como amante de la Constitución, una actitud combativa frente a esa extraña conducta presidencial y ese deseo que tenía Remón por militarizar el país. En esos convulsos momentos nacía nuestra tercera hija, Gloria.

Después de todas estas contiendas políticas ocupó la presidencia Alcibiades Arosemena, en ese año de 1951, apoyado entre otros partidos por el Frente Patriótico. Fue designado ministro de Educación Ricardo J. Bermúdez y Carlos Iván, viceministro, alcanzando la investidura de ministro encargado en reemplazo del titular quien viajó a México. En ese entonces tenía la edad de 25 años. La participación del Frente Patriótico en el gobierno fue breve por un incidente inusitado de tipo educativo que era contrario al ideario del Partido Frente Patriótico.

En nuestras conversaciones personales, siendo ministro, me expresaba que él quería la independencia total del país, el bienestar del pueblo, acabar con las injusticias, lograr una democracia más justa e impulsar la educación por los senderos del humanismo, donde el hombre panameño se educara en forma integral. Leyendo el archivo de sus cartas enviadas a Chiriquí, observo los claros pensamientos que denotan sus aspiraciones políticas y educativas para hacer algo en este Panamá:

“En mis horas de vagar constante sobre las páginas de los libros, porque mi vida es leer y más leer, me he dado cuenta de varias cosas, entre ellas, los sentimientos que me conducen a ti; la educación que nos han inculcado desde niños donde la moral, el amor y la decencia, nos distingue. Hoy que estoy alejado de tu presencia, en meditación profunda pienso que esa educación sólo la lograremos con un estado en función pedagógica, que lleve al hombre a educarse con una verdadera formación integral”.

Palabras visionarias, llenas de profundos mensajes e impregnadas de un místico sentido, que en su alma joven eran apenas los primeros visos de su posterior actuación, especialmente cuando ejerciendo la rectoría de la Universidad de Panamá siempre abogó por una enseñanza académica y científica y donde la preparación humanística imperara sobre situaciones subalternas.

En el año de 1953, por razones económicas, emigramos del todo a la provincia de Chiriquí. Allá nacieron nuestros dos últimos hijos, Juan Cristóbal y Sergio Pablo. Carlos Iván ejerció su profesión en dicha provincia, pero como su mente era prolífica y activa comenzó a escribir en el periódico provincial, querido y de vieja trayectoria, Ecos del Valle.

En 1954, como mandado por el destino, a mi esposo se le ocurrió comprar una finca en Boquete, no sé si en su fuero interno él deseaba transformarse en agricultor, lo cierto es que en nuestras conversaciones le pregunté si su idea era quedarse viviendo en Chiriquí. Me dijo que sí y que compraba la finca para pasar nuestra vejez allá.

Nos mudamos para Boquete, él viajaba todos los días a ejercer su profesión en David y se trasladaba a Panamá cuando tenía que ocupar la curul en la Asamblea Nacional. Hay que destacar que, en aquel entonces, los ingresos de los diputados eran de quinientos balboas (B/.500.00) mensuales, sueldo modesto para un incorruptible funcionario.

El 2 de enero de 1955 ocurre el asesinato del presidente, José Antonio Remón Cantera. Como diputado principal en la Asamblea Nacional, a Carlos Iván le correspondió ejercer las funciones de diputado-magistrado en el juicio del presidente José Ramón Guizado. Fue uno de los nueve diputados que absolvieron al expresidente.

Con todas estas experiencias adquiridas, cuando vivimos en Lima, Perú como veremos más adelante, Carlos Iván publicó el libro ‘El proceso Guizado’ (Un alegato para la historia), en 1957, que fue la separata de su tesis doctoral: “El homicidio en el Código Penal peruano”. Hoy esta tesis es un libro de consulta obligatoria en las universidades peruanas.

Los ideales de Carlos Iván, fortalecidos con sus meditaciones, con su espíritu observador y su sincero amor a los suyos, se convirtieron en verdadero acicate en nuestras vidas. Ellos cambiaron de rumbo cuando en fecha posterior a la muerte de Remón, el nuevo gobierno decidió entregarme, por fin, la beca del Cincuentenario de Chiriquí, que me había ganado como buena estudiante y que fue retenida por razones políticas. La beca era de cuatrocientos cincuenta balboas (B/.450.00) trimestrales. Una vez recibida la autorización decidimos viajar a Santiago de Chile en busca de nuestros doctorados.

Vendimos lo poco que teníamos en Boquete, menos la finca, y emigramos con nuestros cinco pequeños hijos.

El ímpetu que había nacido en nosotros desde muy jóvenes corrió por nuestras venas y nos empujó a esos países llenos de leyendas y cultura. En Chile estudiamos un año, Carlos Iván en la Facultad de Derecho tomó todos los cursos penales y de criminología que pudo y yo, los cursos de posgrado en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Además, asistimos a las clases de verano que eran prestigiosas porque se nutrían de las enseñanzas de profesores como Luis Alberto Sánchez, Clodomiro Almeida y otros catedráticos de renombre internacional. Mi esposo se relacionó con muchos personajes del mundo político e intelectual chileno. Asistía constantemente a conferencias y a la Biblioteca Nacional que lo robustecía en sus conocimientos. Tuvo otros amigos latinoamericanos como Juan José Arévalo, Raúl Leoni, Jaime Lusinchi, Armando Rodríguez Trilla, José Tohá, Manuel Martínez, Fariñas Salgado y otros personajes importantes de la época.

Por otra parte, en nuestro mundo social nos relacionábamos con los estudiantes panameños que tomaban clases en universidades chilenas. De ellos tenemos muy buenos recuerdos, entre otros, del Dr. Hernán Brenes, quien atendía a nuestros niños. Fue nuestro lazarillo y le dedicamos nuestro agradecimiento y recuerdo.

Al año siguiente, como en este país no había doctorado en Derecho, decidimos viajar a Lima, Perú, para terminar nuestros estudios doctorales. Ingresamos en la histórica y prestigiosa Universidad Mayor de San Marcos. Allí mi esposo se relacionó con otras figuras prestantes de la política latinoamericana. Hizo amistad con Ramiro Prialé y su esposa quienes fueron nuestros guías y amigos, el Cachorro Manuel Seoane, Armando Villanueva del Campo, Andrés Townsend Ezcurra, Luis Felipe De las Casas, Luis Alberto Sánchez, dirigentes apristas y muchos más. Nunca se me olvida el aprecio que sentía por su profesor de derecho penal, Manuel Abastos, hombre sabio que lo condujo a la investigación y al mundo intrincado de las teorías penales.

Carlos Iván se doctoró en Derecho Público con especialización en Derecho Penal. Su tesis, como dije antes, versó sobre el “Homicidio en el Código Penal Peruano”. Su interés era por los seres que caían en ambientes delictivos con el fin de regenerarlos. Primero era el hombre y después, la pena.

Por mi parte, hice mi doctorado en Educación con especialización en Castellano y Literatura. Los ideales de nuestras vidas iban fructificando y la mística alumbraba nuestro caminar y digo nuestro, porque Carlos Iván cubría de anhelos todos nuestros proyectos. Cuando mi espíritu retoza en la ruta de los recuerdos me parece mentira lo mucho que logró mi esposo en su andar terrenal. Un hombre sencillo que por su humildad tuvo muchos amigos que lo despidieron el día de su partida, pero también sufrió los vejámenes de tirios y troyanos que tal vez no comprendieron cuáles eran sus ideales nacionalistas, libertarios y democráticos.

Regresamos a Panamá el 27 de diciembre de 1957, después de nuestros triunfos académicos; creo que milagrosamente con los cinco hijos, en el barco La Reina del Pacífico. Veníamos dispuestos a continuar la lucha por nuestra patria y por nuestra familia. Toda esta idealización sirvió para el encuentro cercano con algunos de los dones de Dios, tales como los del entendimiento, de la sabiduría, de la honradez, de la paciencia y la tenacidad.

Publicado en Testimonio de una Época, volumen I, junio 2009, págs. xi-xiv

Nuestro matrimonio continuaba con la idea de la superación intelectual. En el año de 1952, mi esposo se graduó de Licenciado en Leyes y yo, de profesora de español, un año antes, en 1951. Su profesión de abogado le sirvió para acrisolar su alma, para luchar con honestidad por la justicia social, la paz, la libertad”.