La mística en la trayectoría cívica y moral de Carlos Iván Zúñiga Guardia (Cuarta parte)
- 10/08/2024 00:00
- 09/08/2024 14:14
En los años 1980, Carlos Iván seguía luchando porque existiera una verdadera democracia y sus intervenciones radiales, magistrales y didácticas, iban calando en la conciencia del pueblo La lucha fue clandestina, siempre fundamentada en sus ideas demócratas, civilistas y antimilitaristas. Vivir en un país sin libertades públicas, con la prensa escrita y hablada, silenciada; donde nadie podía expresar sus ideas en contra del régimen de facto, sin ser víctima “del entierro, del destierro o del encierro”, como él mismo decía, afianzó en él esa conducta mística de luchador incansable por los derechos humanos. Se mantuvo fiel a sus principios. Se reunía con disidentes al régimen, con quienes escribía crónicas clandestinas. Y pensaba que sólo afianzando en el hombre panameño nuestro nacionalismo, conociendo nuestra propia historia, podríamos zafarnos del yugo dictatorial.
En 1970 continuó la represión y las desapariciones de personajes cercanos a él, como, por ejemplo, el dirigente indígena Tomás Palacios Salinas y muchos otros que aparecen mencionados en los libros de la Comisión de la Verdad. De 1968 a 1976 hubo numerosos exilios y fuertes represiones contra ciudadanos decentes, por el hecho de ser civilistas. En respuesta a estas maniobras de la dictadura, se crearon grupos gremialistas como el Movimiento de Abogados Independientes (MAI), del cual fue miembro conspicuo. La lucha de esos años, repito, fue clandestina.
El Movimiento de Abogados Independientes se opuso tenazmente a los Tratados sobre el Canal de Panamá, cuya discusión y firma culminaron el 7 de septiembre de 1977, por considerar que legalizaban las bases militares y prorrogaban el control del Canal por los Estados Unidos hasta el 2000, e incluían un Tratado de Neutralidad que nos amarra a perpetuidad. Poco después de consumado el acuerdo, por exigencias de los Estados Unidos, la dictadura abrió “un veranillo democrático”, como lo definió Carlos Iván.
Su lucha fue tenaz y difundida. El grupo formado por Mario Galindo, Carlos B, Pedreschi, Miguel J. Moreno, Jr., Julio Linares, Diógenes Arosemena, Fabián Echevers y Carlos Iván Zúñiga, publica una carta abierta a Henry Kissinger donde se exponían todas sus ideas. Carlos Iván se convirtió en el vocero de este Movimiento que tuvo un gran apoyo popular por la claridad como expresaban sus fundamentos y principios.
La trayectoria antimilitarista de Carlos Iván fue permanente. En el año de 1979, los educadores iniciaron la huelga en contra de la Reforma Educativa por considerar que la misma no era democrática, sino ambigua e impuesta por influencias foráneas, de culto a la personalidad y donde se bajaba el nivel cultural, se vejaba a los profesores y los métodos eran contrarios a una educación humanística. Carlos Iván apoyó a los educadores y a través de Radio 10, emisora de su propiedad, todos los días analizaba lo nefasto de la Reforma y ofrecía los micrófonos a los educadores para que expusieran sus puntos de vista. La huelga educativa apoyada por sus claros planteamientos terminó con una derogatoria a la pretendida Reforma y con el cambio de Ministro de Educación. En ese entonces, como educadora, fui militante de esa lucha que tenía su bastión en la Escuela República de Venezuela y tanto me conmovió el justo movimiento que compuse cantos y poesías, una de éstas dedicada a los luchadores maestros.
En los años 1980, Carlos Iván seguía luchando porque existiera una verdadera democracia y sus intervenciones radiales, magistrales y didácticas, iban calando en la conciencia del pueblo. Se creó en esa época el Movimiento Independiente Democrático (MID) que reemplazó al Movimiento de Abogados Independientes (MAI) con el objeto de ampliar la lucha por la democracia y la libertad del país. En esa misma época se ideó la creación de un Partido militante que aglutinara a todos los civilistas y comenzaron las consignas aquellas donde se expresaba que solamente cambiando la Constitución totalitaria de 1972, se podría llegar a la real democracia. Carlos Iván, consciente de ello, seguía fustigando a través de la Radio Mundial y Radio Diez y así, junto con otros valiosos ciudadanos, logró crear en 1983 el Partido Acción Popular (PAPO). Una de sus principales consignas era convocar a una Asamblea Nacional Constituyente, proposición ésta que ya venía circulando desde la época en que se creó el MID, apoyado por los exiliados y los civilistas que como él nunca dejaron sus luchas a favor de la democracia. Por esta presión, el gobierno de los militares intenta socavar la idea de la Constituyente y convoca en el año de 1983 un referéndum para aprobar unas simples Reformas a la Constitución de 1972, reformas éstas a las que se opuso Carlos Iván con vehemencia, por considerar que el espíritu de la Constitución de 1972 se mantenía vigente y porque no había participación ciudadana. El abstencionismo fue grande, pero las reformas se llevaron a cabo, ya que los otros partidos políticos de oposición, en una actitud nefasta y de acomodo, las apoyaron.
Posterior a esta conducta, la dictadura, por primera vez desde 1968, convocó a elecciones presidenciales programadas para mayo de 1984. Para entonces los partidos políticos firmaron un pacto donde las decisiones en torno a estas elecciones se tomarían de común acuerdo. Dicho pacto fue firmado por César Arrocha, del Partido Molirena; Ricardo Arias Calderón, del Partido Demócrata Cristiano; y Carlos Iván Zúñiga Guardia, del Partido Acción Popular. Sin embargo, violando el Pacto, especialmente el Partido Demócrata Cristiano, de improviso, sin consulta previa al PAPO ni a la masa civilista, presentó a la luz pública la candidatura de una terna presidencial presidida por Arnulfo Arias. Ante esta decisión inconsulta, la Convención Nacional de su partido PAPO dio como respuesta la postulación de Carlos Iván como candidato a la Presidencia de la República.
A los que lo acusaron de divisionista en ese entonces, la historia les demostró que él se presentó con la división de su autoridad moral, “el único batallón invencible en las contiendas políticas y humanas”, como él mismo lo afirmaba. El papel de Carlos Iván como candidato antes, durante y después de las elecciones fue denunciar el fraude electoral y las componendas de los corruptos partidos oficialistas cuyo candidato había sido escogido por el Estado Mayor de la Guardia Nacional.
Recorrió todo el país para presentar su propuesta y es anecdótica su intervención televisada en el debate universitario en donde retó al candidato oficialista a un nuevo debate y que se trajera de gabela al General de turno. Esto me recuerda que desde muy joven fue un gran orador y en el año de 1946, en una carta que me envío a Chiriquí, antes de casarnos, me expresaba: “En esta carta te mando un retrato que me tomaron en momentos que arengaba a las masas de Santa Ana. Tuvimos un mitin espectacular, como 4,000 personas invadían el Parque de Santa Ana. Policías por todos lados, como tres caballos con sus respectivos agentes.
”Hablé por espacio de quince minutos, jamás pensé que yo llegaría a ser tan aplaudido en un mitin. He hablado en cinco mítines (desde cuando el problema religioso) y en ninguno me aplaudieron tanto. Eso fue fenomenal. Delio y Federico, mis hermanos, me estaban escuchando, cuando terminé de hablar Federico se acercó al quiosco y me dio un abrazo.” (21 de febrero de 1946).
Después del fraude electoral más grande de la historia republicana que significó la elección de 1984 y que fue avalada por personajes civiles conocidos, Carlos Iván tuvo una posición clara, cónsona con sus convicciones y con ese pacto que firmaron los tres partidos civilistas. En ese momento se corroboró que mi esposo tenía razón porque las contiendas electorales en una dictadura se defienden con la fuerza de la razón, con verdaderas convicciones donde no flaquean ni la moral ni la entereza de carácter, porque el oportunismo es el que lleva al desastre a los hombres.
Su participación continuó como excandidato presidencial, marcando pautas por su posición ética en la lucha democrática, denunciando el fraude contra Arnulfo Arias que había ganado las elecciones y poniendo en evidencia los desmanes de la dictadura.
En el año 1985 hubo una situación muy controvertida en el país y la represión volvió, como al principio del régimen, recrudeciendo los ataques personales a los líderes opositores. Carlos Iván en su programa de Radio fustigaba todos los actos vergonzosos del gobierno militar. La Universidad se había convertido en un bastión de lucha y grupos mayoritarios de la misma respaldaron su retorno a su cátedra de Derecho Penal. En la Facultad de Derecho siguió militando como Profesor Emérito y como Presidente del Partido Acción Popular atacaba diariamente en su programa de Radio Mundial “La Voz del PAPO”.
Sorpresa causó en el país la confesión de Díaz Herrera, cuando al ser defenestrado de las Fuerzas de Defensa, reconoció públicamente el fraude electoral de 1984 y los crímenes, robos y desmanes tanto de él como de los otros militares. El mismo día de la publicación periodística, Carlos Iván convocó al pueblo a una resistencia civilista para que a las doce del día y a las seis de la tarde, cada cual en el sitio que se encontrara, enarbolara un pañuelo blanco e hiciera ruido tocando pailas y los pitos de sus automóviles. Esa consigna se convirtió en la lucha pacífica que creó la conciencia a nivel nacional e internacional para que el régimen fuera derrotado moralmente y se mantuviera sólo por la fuerza de las bayonetas.
Solamente un líder con la mística de Carlos Iván pudo influir sobre la conciencia nacional para que todo un país reaccionara al unísono, mediante una resistencia pacífica: “...de ese misticismo tremante de realizaciones y ardoroso de vitalidad... heraldo imbatible del amor humano que en su romería sangrante, dejó la luz de su entendimiento y un reguero de sagrada inspiración.”
Su misticismo era “fe ardiente y ansia de peregrinaje, en lucha con los demonios del maleficio y en elaboración constante de realizaciones positivas que saquen del aquelarre del infortunio a las almas torturadas por las crueldades y quebrantadas por el sinsabor.”
En ese día, a las doce meridianas, recuerdo que mi esposo llegó a Calle 50. Allí lo esperaban sus amigos de lo que se llamaría después la Cruzada Civilista Nacional. Su espíritu de lucha oscilaba entre la incertidumbre y el optimismo triunfante. Pero cuál no sería su asombro, todo salió como lo presentía. En Calle 50 y en otras partes de la ciudad comenzó a aglutinarse la gente, a sacar pañuelos y a tocar pitos y pailas.
Desde ese día la participación fue masiva en las calles y allí nos encontrábamos Carlos Iván y yo deseosos de acabar con la situación imperante. En los mítines casi siempre era el orador de fondo. No teníamos vida propia y mi esposo como líder fue vejado, golpeado, “perdigoneado” y tomado preso. Igual ocurrió en diferentes jornadas con mis hijos Sergio, Carlos Iván y Juan Cristóbal.
Nunca olvidaremos el Viernes Negro, cuando se programó una gran manifestación que saldría de Radio Mundial. Todo el mundo vestido de blanco con pañuelos blancos y similares banderas, nos juntamos con los grupos de estudiantes que venían de la Universidad. La tarde se notaba pesada y sólo se sentía un ruido sordo de pasos y gritos acompasados. La consigna era iniciar una gran marcha de protesta y terminar en un gran mitin. El instante fue grandioso, palpitante e inseguro porque nadie presentía por dónde saldrían los Doberman con sus bombas lacrimógenas, sus arreos de combate y sus vejámenes de armas, palos y mangueras.
Carlos Iván estaba allí, con otros dirigentes dispuestos a la lucha. Se inició la marcha, pero cuando se entraba a Vía Argentina ya estaban los gendarmes con sus corazas, bombas y arreos de combate. La batalla fue cruenta y las huestes arremetían con piedras; los militares tiraban bombas y los civilistas devolvían piedras. Algunos cayeron vencidos por las bombas y los golpes; otros, como mi esposo, fueron correteados por los Doberman, pero a él los estudiantes lo pasaron por una malla alta a la calle contigua, para seguir arremetiendo contra otros que los apañaban del otro lado. Lo perdí de vista y llegué a Radio Mundial agitada, él siguió y no supe más de él hasta la noche.
Carlos Iván poseía una personalidad vigorosa, la que demostró a lo largo de su existencia. Sus actuaciones fueron siempre solidarias no sólo en su vida pública, sino familiar. En el hogar todo lo consultábamos, por ello, cuando los grupos universitarios lo abordaron ofreciéndole la candidatura (a Rector de la Universidad de Panamá), inmediatamente dialogamos sobre la propuesta. Mi posición fue positiva y le expresé: “Acepta, porque en el año 1968, cuando fuiste candidato a Rector, ganaste la elección democráticamente y te privaron de esa victoria, ahora tu elección también se llevará voto a voto y triunfarás. Se te hará justicia, pues tu prestigio es reconocido y lograrás demostrarlo”. Y así sucedió.
La campaña fue hermosa. Como esposa, compañera y colega universitaria le brindé mi apoyo. Íbamos a los diferentes Centros Universitarios, hablábamos en ellos y Carlos Iván presentaba sus planes y su ideario. El triunfo fue rotundo para bien de la Universidad. Considero que la Primera Casa de Estudios adquirió de nuevo su prestigio por la labor tesonera, honesta y vertical como se manejó. El grupo de profesores, estudiantes y administrativos que lo apoyaron fueron sus principales aliados.
En el discurso de despedida presentó todas sus ejecutorias y frutos, las cuales eran tantas y tan importantes, que parecía increíble que lo hubiera ejecutado solamente su Rectoría. Y así, muchas de sus obras fueron reinauguradas como propias por la nueva administración. Lástima que este discurso que obligatoriamente debió publicar la Universidad, fue encarpetado. Mi esposo, después de un año, muy disgustado, lo recogió de la Imprenta Universitaria y hoy gracias a la publicación que hará la Editorial Libertad Ciudadana, será conocido por sus lectores. Pero su labor aparece en los anales y revistas de la Universidad de Panamá que se publicaron durante su periodo. Carlos Iván le dedicó las veinticuatro horas del día a su labor, sin escatimar sacrificio alguno. La tarde de su despedida expresó: “Me voy satisfecho de mi trabajo y doy gracias a Dios por haber salido ileso en este caminar por la Casa de Méndez Pereira.”
Durante su paso por la máxima casa de estudios fue creador de la Universidad Autónoma de Chiriquí (UNACHI). Su prestigio nacional le hizo posteriormente acreedor a varias distinciones. Fue Miembro de la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya (2000). Miembro de la Comisión Presidencial Anticorrupción (2002). Abanderado del Centenario de la República (2003). Recibió numerosas condecoraciones, como la Condecoración Orden del Sol de Perú, Manuel Amador Guerrero, Justo Arosemena y otras. Doctor Honoris Causa por la Universidad de Chiriquí y el edificio de la Facultad de Derecho de la Universidad de Panamá lleva hoy su nombre.
Además, durante su existencia publicó muchas Obras: El Proceso Guizado; Manual del trabajador; El desarme de la Policía Nacional; Dos tratados: Consideraciones históricas sobre el Tratado Thompson-Urrutia; El panameño, su vocación de libertad y las negociaciones; El Tratado de 1936; Meditaciones en torno a Victoriano Lorenzo; El Homicidio en el Perú (Tesis Doctoral).
Fue tan intensa su historia, se suscitaron tantas experiencias, que se dificulta llevar un orden cronológico minucioso. No quiero olvidar los distintos momentos vividos, por eso los incluyo en evocaciones inevitables, sin pretender que se sucedan en el orden en que surgieron en nuestras vidas. Corría el año de 1953. En una ocasión, mi querido Carlos Iván, con aire meditativo, me dijo: “Esta finca boqueteña que compro ahora tendrá tres propósitos, compartir nuestra vida de ciudad con esa campestre que tanto nos gusta, cultivarla para aumentar nuestros ingresos y vivir en ella nuestros últimos días.”
Al principio, no lo creía, por el ímpetu fogoso que anidaba en su corazón, porque sus actitudes permanentes eran de lucha infinita y porque no concebía que él pudiera recluirse en un campo silencioso y tranquilo. En 1994, al igual que años atrás marchamos a Chile a buscar nuestra superación, viajábamos ahora a Chiriquí, seguros de haber cumplido con nuestro deber. La vida intensa de Carlos Iván tanto pública como privada fue prístina y su familia se siente orgullosa de haber compartido con él su existencia. Allá en mi provincia chiricana de ese Valle de la Luna, para terminar su labor terrenal dio conferencias magistrales en David, escribió sus mejores columnas sociales, políticas e intimistas, cada una de ellas con mensajes increíbles que llenan los espíritus de aquellos que los leen.
Como compañera, amiga, y esposa, me regaló no sólo su infinito amor, sino la publicación de mi obra completa Las Flores de mi Vendimia, unida a la impresión de los libros de poemas de mis dos hijos poetas. Mi alma se enorgullece de haber compartido desde muy joven toda su existencia. Cada vez que leo sus cartas, cada vez que leo sus escritos, cada vez que recuerdo sus pasos, mi emoción se desborda en llanto, pero vuelvo atrás y medito sus palabras cuando me decía no sólo a mí, sino a todos nuestros hijos, “tienen que poseer fortaleza y dignidad siempre, y más cuando falte, cuando ya no esté a vuestro lado”. Por ello lo acompañé al final, siguiendo sus pasos hasta su última morada. Estaba tan segura de su tristeza como de la mía cuando lo vi agonizante con su expresiva mirada, lleno de dolor, pero seguro que había realizado su misión en la tierra.
Estos vocablos engarzan su profundo amor de sentida mística, con su trayectoria valiosa y moral de gran hombre que dedicó su existencia a la patria, a su pueblo y a su querida familia.
Así lo demostró durante su larga enfermedad, cuando soportó estoicamente los síntomas, los dolores y los cambios físicos que experimentaba cada día. Su vida se convirtió en su sacrificio silencioso y amoroso a la vez, porque cada momento era un acercamiento espiritual a sus convicciones religiosas que lo ayudaban a soportar los trances más inusitados de su sufrimiento. Hasta el último día tuvo fuerzas sacadas de su espíritu para demostrar su entereza comprobada a lo largo del tiempo y puesta a prueba hasta su aliento final. La fuente de su fuerza era el amor condensado en ese gran y perenne misticismo que lo acompañó en su vida terrenal.
La trayectoria antimilitarista de Carlos Iván fue permanente. En el año de 1979, los educadores iniciaron la huelga en contra de la Reforma Educativa por considerar que la misma no era democrática, sino ambigua e impuesta por influencias foráneas, de culto a la personalidad y donde se bajaba el nivel cultural, se vejaba a los profesores y los métodos eran contrarios a una educación humanística”
La lucha fue clandestina, siempre fundamentada en sus ideas demócratas, civilistas y antimilitaristas. Vivir en un país sin libertades públicas, con la prensa escrita y hablada, silenciada; donde nadie podía expresar sus ideas en contra del régimen de facto, sin ser víctima “del entierro, del destierro o del encierro”, como él mismo decía, afianzó en él esa conducta mística de luchador incansable por los derechos humanos. Se mantuvo fiel a sus principios. Se reunía con disidentes al régimen, con quienes escribía crónicas clandestinas. Y pensaba que sólo afianzando en el hombre panameño nuestro nacionalismo, conociendo nuestra propia historia, podríamos zafarnos del yugo dictatorial.
En 1970 continuó la represión y las desapariciones de personajes cercanos a él, como, por ejemplo, el dirigente indígena Tomás Palacios Salinas y muchos otros que aparecen mencionados en los libros de la Comisión de la Verdad. De 1968 a 1976 hubo numerosos exilios y fuertes represiones contra ciudadanos decentes, por el hecho de ser civilistas. En respuesta a estas maniobras de la dictadura, se crearon grupos gremialistas como el Movimiento de Abogados Independientes (MAI), del cual fue miembro conspicuo. La lucha de esos años, repito, fue clandestina.
El Movimiento de Abogados Independientes se opuso tenazmente a los Tratados sobre el Canal de Panamá, cuya discusión y firma culminaron el 7 de septiembre de 1977, por considerar que legalizaban las bases militares y prorrogaban el control del Canal por los Estados Unidos hasta el 2000, e incluían un Tratado de Neutralidad que nos amarra a perpetuidad. Poco después de consumado el acuerdo, por exigencias de los Estados Unidos, la dictadura abrió “un veranillo democrático”, como lo definió Carlos Iván.
Su lucha fue tenaz y difundida. El grupo formado por Mario Galindo, Carlos B, Pedreschi, Miguel J. Moreno, Jr., Julio Linares, Diógenes Arosemena, Fabián Echevers y Carlos Iván Zúñiga, publica una carta abierta a Henry Kissinger donde se exponían todas sus ideas. Carlos Iván se convirtió en el vocero de este Movimiento que tuvo un gran apoyo popular por la claridad como expresaban sus fundamentos y principios.
La trayectoria antimilitarista de Carlos Iván fue permanente. En el año de 1979, los educadores iniciaron la huelga en contra de la Reforma Educativa por considerar que la misma no era democrática, sino ambigua e impuesta por influencias foráneas, de culto a la personalidad y donde se bajaba el nivel cultural, se vejaba a los profesores y los métodos eran contrarios a una educación humanística. Carlos Iván apoyó a los educadores y a través de Radio 10, emisora de su propiedad, todos los días analizaba lo nefasto de la Reforma y ofrecía los micrófonos a los educadores para que expusieran sus puntos de vista. La huelga educativa apoyada por sus claros planteamientos terminó con una derogatoria a la pretendida Reforma y con el cambio de Ministro de Educación. En ese entonces, como educadora, fui militante de esa lucha que tenía su bastión en la Escuela República de Venezuela y tanto me conmovió el justo movimiento que compuse cantos y poesías, una de éstas dedicada a los luchadores maestros.
En los años 1980, Carlos Iván seguía luchando porque existiera una verdadera democracia y sus intervenciones radiales, magistrales y didácticas, iban calando en la conciencia del pueblo. Se creó en esa época el Movimiento Independiente Democrático (MID) que reemplazó al Movimiento de Abogados Independientes (MAI) con el objeto de ampliar la lucha por la democracia y la libertad del país. En esa misma época se ideó la creación de un Partido militante que aglutinara a todos los civilistas y comenzaron las consignas aquellas donde se expresaba que solamente cambiando la Constitución totalitaria de 1972, se podría llegar a la real democracia. Carlos Iván, consciente de ello, seguía fustigando a través de la Radio Mundial y Radio Diez y así, junto con otros valiosos ciudadanos, logró crear en 1983 el Partido Acción Popular (PAPO). Una de sus principales consignas era convocar a una Asamblea Nacional Constituyente, proposición ésta que ya venía circulando desde la época en que se creó el MID, apoyado por los exiliados y los civilistas que como él nunca dejaron sus luchas a favor de la democracia. Por esta presión, el gobierno de los militares intenta socavar la idea de la Constituyente y convoca en el año de 1983 un referéndum para aprobar unas simples Reformas a la Constitución de 1972, reformas éstas a las que se opuso Carlos Iván con vehemencia, por considerar que el espíritu de la Constitución de 1972 se mantenía vigente y porque no había participación ciudadana. El abstencionismo fue grande, pero las reformas se llevaron a cabo, ya que los otros partidos políticos de oposición, en una actitud nefasta y de acomodo, las apoyaron.
Posterior a esta conducta, la dictadura, por primera vez desde 1968, convocó a elecciones presidenciales programadas para mayo de 1984. Para entonces los partidos políticos firmaron un pacto donde las decisiones en torno a estas elecciones se tomarían de común acuerdo. Dicho pacto fue firmado por César Arrocha, del Partido Molirena; Ricardo Arias Calderón, del Partido Demócrata Cristiano; y Carlos Iván Zúñiga Guardia, del Partido Acción Popular. Sin embargo, violando el Pacto, especialmente el Partido Demócrata Cristiano, de improviso, sin consulta previa al PAPO ni a la masa civilista, presentó a la luz pública la candidatura de una terna presidencial presidida por Arnulfo Arias. Ante esta decisión inconsulta, la Convención Nacional de su partido PAPO dio como respuesta la postulación de Carlos Iván como candidato a la Presidencia de la República.
A los que lo acusaron de divisionista en ese entonces, la historia les demostró que él se presentó con la división de su autoridad moral, “el único batallón invencible en las contiendas políticas y humanas”, como él mismo lo afirmaba. El papel de Carlos Iván como candidato antes, durante y después de las elecciones fue denunciar el fraude electoral y las componendas de los corruptos partidos oficialistas cuyo candidato había sido escogido por el Estado Mayor de la Guardia Nacional.
Recorrió todo el país para presentar su propuesta y es anecdótica su intervención televisada en el debate universitario en donde retó al candidato oficialista a un nuevo debate y que se trajera de gabela al General de turno. Esto me recuerda que desde muy joven fue un gran orador y en el año de 1946, en una carta que me envío a Chiriquí, antes de casarnos, me expresaba: “En esta carta te mando un retrato que me tomaron en momentos que arengaba a las masas de Santa Ana. Tuvimos un mitin espectacular, como 4,000 personas invadían el Parque de Santa Ana. Policías por todos lados, como tres caballos con sus respectivos agentes.
”Hablé por espacio de quince minutos, jamás pensé que yo llegaría a ser tan aplaudido en un mitin. He hablado en cinco mítines (desde cuando el problema religioso) y en ninguno me aplaudieron tanto. Eso fue fenomenal. Delio y Federico, mis hermanos, me estaban escuchando, cuando terminé de hablar Federico se acercó al quiosco y me dio un abrazo.” (21 de febrero de 1946).
Después del fraude electoral más grande de la historia republicana que significó la elección de 1984 y que fue avalada por personajes civiles conocidos, Carlos Iván tuvo una posición clara, cónsona con sus convicciones y con ese pacto que firmaron los tres partidos civilistas. En ese momento se corroboró que mi esposo tenía razón porque las contiendas electorales en una dictadura se defienden con la fuerza de la razón, con verdaderas convicciones donde no flaquean ni la moral ni la entereza de carácter, porque el oportunismo es el que lleva al desastre a los hombres.
Su participación continuó como excandidato presidencial, marcando pautas por su posición ética en la lucha democrática, denunciando el fraude contra Arnulfo Arias que había ganado las elecciones y poniendo en evidencia los desmanes de la dictadura.
En el año 1985 hubo una situación muy controvertida en el país y la represión volvió, como al principio del régimen, recrudeciendo los ataques personales a los líderes opositores. Carlos Iván en su programa de Radio fustigaba todos los actos vergonzosos del gobierno militar. La Universidad se había convertido en un bastión de lucha y grupos mayoritarios de la misma respaldaron su retorno a su cátedra de Derecho Penal. En la Facultad de Derecho siguió militando como Profesor Emérito y como Presidente del Partido Acción Popular atacaba diariamente en su programa de Radio Mundial “La Voz del PAPO”.
Sorpresa causó en el país la confesión de Díaz Herrera, cuando al ser defenestrado de las Fuerzas de Defensa, reconoció públicamente el fraude electoral de 1984 y los crímenes, robos y desmanes tanto de él como de los otros militares. El mismo día de la publicación periodística, Carlos Iván convocó al pueblo a una resistencia civilista para que a las doce del día y a las seis de la tarde, cada cual en el sitio que se encontrara, enarbolara un pañuelo blanco e hiciera ruido tocando pailas y los pitos de sus automóviles. Esa consigna se convirtió en la lucha pacífica que creó la conciencia a nivel nacional e internacional para que el régimen fuera derrotado moralmente y se mantuviera sólo por la fuerza de las bayonetas.
Solamente un líder con la mística de Carlos Iván pudo influir sobre la conciencia nacional para que todo un país reaccionara al unísono, mediante una resistencia pacífica: “...de ese misticismo tremante de realizaciones y ardoroso de vitalidad... heraldo imbatible del amor humano que en su romería sangrante, dejó la luz de su entendimiento y un reguero de sagrada inspiración.”
Su misticismo era “fe ardiente y ansia de peregrinaje, en lucha con los demonios del maleficio y en elaboración constante de realizaciones positivas que saquen del aquelarre del infortunio a las almas torturadas por las crueldades y quebrantadas por el sinsabor.”
En ese día, a las doce meridianas, recuerdo que mi esposo llegó a Calle 50. Allí lo esperaban sus amigos de lo que se llamaría después la Cruzada Civilista Nacional. Su espíritu de lucha oscilaba entre la incertidumbre y el optimismo triunfante. Pero cuál no sería su asombro, todo salió como lo presentía. En Calle 50 y en otras partes de la ciudad comenzó a aglutinarse la gente, a sacar pañuelos y a tocar pitos y pailas.
Desde ese día la participación fue masiva en las calles y allí nos encontrábamos Carlos Iván y yo deseosos de acabar con la situación imperante. En los mítines casi siempre era el orador de fondo. No teníamos vida propia y mi esposo como líder fue vejado, golpeado, “perdigoneado” y tomado preso. Igual ocurrió en diferentes jornadas con mis hijos Sergio, Carlos Iván y Juan Cristóbal.
Nunca olvidaremos el Viernes Negro, cuando se programó una gran manifestación que saldría de Radio Mundial. Todo el mundo vestido de blanco con pañuelos blancos y similares banderas, nos juntamos con los grupos de estudiantes que venían de la Universidad. La tarde se notaba pesada y sólo se sentía un ruido sordo de pasos y gritos acompasados. La consigna era iniciar una gran marcha de protesta y terminar en un gran mitin. El instante fue grandioso, palpitante e inseguro porque nadie presentía por dónde saldrían los Doberman con sus bombas lacrimógenas, sus arreos de combate y sus vejámenes de armas, palos y mangueras.
Carlos Iván estaba allí, con otros dirigentes dispuestos a la lucha. Se inició la marcha, pero cuando se entraba a Vía Argentina ya estaban los gendarmes con sus corazas, bombas y arreos de combate. La batalla fue cruenta y las huestes arremetían con piedras; los militares tiraban bombas y los civilistas devolvían piedras. Algunos cayeron vencidos por las bombas y los golpes; otros, como mi esposo, fueron correteados por los Doberman, pero a él los estudiantes lo pasaron por una malla alta a la calle contigua, para seguir arremetiendo contra otros que los apañaban del otro lado. Lo perdí de vista y llegué a Radio Mundial agitada, él siguió y no supe más de él hasta la noche.
Carlos Iván poseía una personalidad vigorosa, la que demostró a lo largo de su existencia. Sus actuaciones fueron siempre solidarias no sólo en su vida pública, sino familiar. En el hogar todo lo consultábamos, por ello, cuando los grupos universitarios lo abordaron ofreciéndole la candidatura (a Rector de la Universidad de Panamá), inmediatamente dialogamos sobre la propuesta. Mi posición fue positiva y le expresé: “Acepta, porque en el año 1968, cuando fuiste candidato a Rector, ganaste la elección democráticamente y te privaron de esa victoria, ahora tu elección también se llevará voto a voto y triunfarás. Se te hará justicia, pues tu prestigio es reconocido y lograrás demostrarlo”. Y así sucedió.
La campaña fue hermosa. Como esposa, compañera y colega universitaria le brindé mi apoyo. Íbamos a los diferentes Centros Universitarios, hablábamos en ellos y Carlos Iván presentaba sus planes y su ideario. El triunfo fue rotundo para bien de la Universidad. Considero que la Primera Casa de Estudios adquirió de nuevo su prestigio por la labor tesonera, honesta y vertical como se manejó. El grupo de profesores, estudiantes y administrativos que lo apoyaron fueron sus principales aliados.
En el discurso de despedida presentó todas sus ejecutorias y frutos, las cuales eran tantas y tan importantes, que parecía increíble que lo hubiera ejecutado solamente su Rectoría. Y así, muchas de sus obras fueron reinauguradas como propias por la nueva administración. Lástima que este discurso que obligatoriamente debió publicar la Universidad, fue encarpetado. Mi esposo, después de un año, muy disgustado, lo recogió de la Imprenta Universitaria y hoy gracias a la publicación que hará la Editorial Libertad Ciudadana, será conocido por sus lectores. Pero su labor aparece en los anales y revistas de la Universidad de Panamá que se publicaron durante su periodo. Carlos Iván le dedicó las veinticuatro horas del día a su labor, sin escatimar sacrificio alguno. La tarde de su despedida expresó: “Me voy satisfecho de mi trabajo y doy gracias a Dios por haber salido ileso en este caminar por la Casa de Méndez Pereira.”
Durante su paso por la máxima casa de estudios fue creador de la Universidad Autónoma de Chiriquí (UNACHI). Su prestigio nacional le hizo posteriormente acreedor a varias distinciones. Fue Miembro de la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya (2000). Miembro de la Comisión Presidencial Anticorrupción (2002). Abanderado del Centenario de la República (2003). Recibió numerosas condecoraciones, como la Condecoración Orden del Sol de Perú, Manuel Amador Guerrero, Justo Arosemena y otras. Doctor Honoris Causa por la Universidad de Chiriquí y el edificio de la Facultad de Derecho de la Universidad de Panamá lleva hoy su nombre.
Además, durante su existencia publicó muchas Obras: El Proceso Guizado; Manual del trabajador; El desarme de la Policía Nacional; Dos tratados: Consideraciones históricas sobre el Tratado Thompson-Urrutia; El panameño, su vocación de libertad y las negociaciones; El Tratado de 1936; Meditaciones en torno a Victoriano Lorenzo; El Homicidio en el Perú (Tesis Doctoral).
Fue tan intensa su historia, se suscitaron tantas experiencias, que se dificulta llevar un orden cronológico minucioso. No quiero olvidar los distintos momentos vividos, por eso los incluyo en evocaciones inevitables, sin pretender que se sucedan en el orden en que surgieron en nuestras vidas. Corría el año de 1953. En una ocasión, mi querido Carlos Iván, con aire meditativo, me dijo: “Esta finca boqueteña que compro ahora tendrá tres propósitos, compartir nuestra vida de ciudad con esa campestre que tanto nos gusta, cultivarla para aumentar nuestros ingresos y vivir en ella nuestros últimos días.”
Al principio, no lo creía, por el ímpetu fogoso que anidaba en su corazón, porque sus actitudes permanentes eran de lucha infinita y porque no concebía que él pudiera recluirse en un campo silencioso y tranquilo. En 1994, al igual que años atrás marchamos a Chile a buscar nuestra superación, viajábamos ahora a Chiriquí, seguros de haber cumplido con nuestro deber. La vida intensa de Carlos Iván tanto pública como privada fue prístina y su familia se siente orgullosa de haber compartido con él su existencia. Allá en mi provincia chiricana de ese Valle de la Luna, para terminar su labor terrenal dio conferencias magistrales en David, escribió sus mejores columnas sociales, políticas e intimistas, cada una de ellas con mensajes increíbles que llenan los espíritus de aquellos que los leen.
Como compañera, amiga, y esposa, me regaló no sólo su infinito amor, sino la publicación de mi obra completa Las Flores de mi Vendimia, unida a la impresión de los libros de poemas de mis dos hijos poetas. Mi alma se enorgullece de haber compartido desde muy joven toda su existencia. Cada vez que leo sus cartas, cada vez que leo sus escritos, cada vez que recuerdo sus pasos, mi emoción se desborda en llanto, pero vuelvo atrás y medito sus palabras cuando me decía no sólo a mí, sino a todos nuestros hijos, “tienen que poseer fortaleza y dignidad siempre, y más cuando falte, cuando ya no esté a vuestro lado”. Por ello lo acompañé al final, siguiendo sus pasos hasta su última morada. Estaba tan segura de su tristeza como de la mía cuando lo vi agonizante con su expresiva mirada, lleno de dolor, pero seguro que había realizado su misión en la tierra.
Estos vocablos engarzan su profundo amor de sentida mística, con su trayectoria valiosa y moral de gran hombre que dedicó su existencia a la patria, a su pueblo y a su querida familia.
Así lo demostró durante su larga enfermedad, cuando soportó estoicamente los síntomas, los dolores y los cambios físicos que experimentaba cada día. Su vida se convirtió en su sacrificio silencioso y amoroso a la vez, porque cada momento era un acercamiento espiritual a sus convicciones religiosas que lo ayudaban a soportar los trances más inusitados de su sufrimiento. Hasta el último día tuvo fuerzas sacadas de su espíritu para demostrar su entereza comprobada a lo largo del tiempo y puesta a prueba hasta su aliento final. La fuente de su fuerza era el amor condensado en ese gran y perenne misticismo que lo acompañó en su vida terrenal.