Vida y cultura

Harmodio Arias Madrid, homenaje a un ciudadano y presidente excepcional

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Actualizado
  • 01/06/2024 00:00
Creado
  • 31/05/2024 18:33

Discurso pronunciado el día 3 de julio de 1986, en Penonomé, provincia de Coclé, en el centenario de su natalicio. III parte

La función civilizadora del Dr. Arias lo llevó a expresar que este país debía descansar en la base de todas las bases, que es la cultura.

Este pueblo, desde sus inicios como nación, sometido a los rigores del transitismo, ha permanecido mucho tiempo desamparado. ¿Cuál ha sido el milagro para que sus costumbres ancestrales hayan subsistido a través de los años? No lo sé. Solo sé que ningún pueblo ha estado sometido a mayores fuerzas disolventes, de sus valores, de su pasado, de sus ideales, que este pueblo panameño. Y de las duras pruebas ha permanecido.

El hecho lo configuró en el pasado como una nación, con sus atributos para convertirlo luego en virtud de la hazaña de la libertad, en un Estado. Todo esto lo comprendía el Dr. Harmodio Arias y su conocimiento lo llevó a dar conferencias sobre la enseñanza del patriotismo y sobre la influencia extranjera en la cultura nacional con el propósito de lograr una conciencia nueva en el viejo esqueleto del istmo.

Harmodio Arias llega a la Presidencia y crea la base de todas las bases de la cultura, que es la universidad. La funda con orgullo. Usa un lenguaje grácil, pero a su vez denso y profundo sobre el destino de la universidad. La funda en plena crisis. Había que vestir de cultura a un pueblo a la intemperie. Había que crear una coraza contra las fuerzas disolventes. Lo hizo con orgullo y hasta con graciosa vanidad, a sabiendas que sembraba para la eternidad.

”Yo estoy plenamente convencido, decía, de que la Universidad de Panamá que estamos inaugurando con la sencillísima modestia que las estrecheces fiscales hoy permiten, ha de hacer un largo y provechoso recorrido por el camino que brevemente he bosquejado. Las consideraciones en que me he detenido se deben no al mero hecho de hacer frases, que es ajeno a mi temperamento y a mi educación, sino a la firme convicción que tengo de que se trata de algo grande, realmente trascendental. Hay razón para que mi gobierno sienta legítimo orgullo por haber ordenado la fundación de la universidad, y yo no hago más que obedecer, con profunda emoción, el decreto del destino que a mí me ha deparado la suerte –que la posteridad juzgará envidiable– de estar colocando junto con vosotros esta noche una verdadera piedra miliar en la senda por donde se deslizará nuestra historia nacional”.

Ante esta extraordinaria creación del Dr. Arias, el juicio de la posteridad ha sido egoísta. Se ha pretendido desconocer su obra, creando una artificial competencia de méritos con el apostolado de su primer rector, el Dr. Octavio Méndez Pereira. En Chile ocurrió otro tanto con el presidente fundador de la Universidad de Chile y su primer rector, Andrés Bello. Méndez Pereira y Bello llevaron de la mano con la mayor ternura, consagración y eficiencia a la criatura que daba sus primeros pasos.

Nunca pudieron encontrar lazarillos más luminosos para estas casas de cultura. Harmodio Arias creó la arcilla, le dio color de patria, y la entregó a Méndez Pereira para que moldeara al nuevo hombre panameño.

¡Esa es la verdad irrebatible y eterna!

De Ricardo Miró se dijo que un par de versos de su inspiración bastaban para consagrarlo como poeta:

Era dolorosa y muda, lo mismo que una herida

Brillaba sin saberlo, lo mismo que una estrella.

Y de Harmodio Arias podríamos decir con firmeza que la sola fundación de la universidad lo ha consagrado como uno de los grandes estadistas de la república.

Su tarea civilizadora lo lleva a resolver los problemas de la salubridad, a la siembra de alcantarillados, de escuelas, de centros de salud, de hospitales, y de toda la infraestructura que en su hora e inmerso en la crisis reclamaba el país panameño. Crea un banco para el pueblo, la Caja de Ahorros, y a pesar del centenario de su fundador pesa más la mediocridad que ha rodado por años para negar u olvidar una paternidad histórica. Funda el Instituto Pedagógico, el Centro de Estudio Pedagógico Hispanoamericano. Establece la radiodifusión, la reglamenta, y exhorta a los municipios a comprar aparatos receptores, reorganiza la Contraloría Nacional y coloca al frente de esta a funcionarios independientes y honorables, con autoridad para fiscalizar al propio presidente.

Señoras y señores:

A una distancia de 50 años de haber de haber dejado el poder el Dr. Harmodio Arias, cualquier análisis de su obra no puede pecar de subjetivo. Existe en cuanto a su obra la perspectiva del tiempo que reduce todo a su real dimensión. El país y sus gobernantes bien pudieron obtener provechosas lecciones de la experiencia administrativa del Dr. Arias. Sobre todo si hoy como ayer podríamos calificar de crítica la vida nacional y repetir con Ricardo J. Alfaro lo que dijo en su mensaje presidencial de 1932, que también nos define hoy dramáticamente:

”Falta de capital, falta de confianza, falta de crédito, decaimiento en el comercio, languidez en las industrias, miseria en las masas, inquietud en los espíritus, desasosiego general ante el malestar general, tales son los factores que amontonan ante la patria los problemas, los obstáculos, las complicaciones y las dificultades”.

Sin embargo, no queremos aprender la lección ni queremos aceptar que el pasado es el mejor profeta del futuro ni tenemos la prudencia de iniciar la reconstrucción nacional con austeridad. Por el contrario, al país lo cubre una maraña de incertidumbre y de mediocridad, y bajo sus palios prospera el despilfarro, la impunidad y el desasosiego general. Ni se toman medidas legislativas autónomas y sensatas ni se busca la reconciliación entre los panameños por la vía de la democracia y de la legitimidad ni surgen conductas ejemplares de estadistas ni, por tanto, se posee una fuerza moral que nos estimule para el bien y sea coraza contra el mal.

Si ayer estuvimos en nuestras luchas a la intemperie, hoy estamos con nuestras esperanzas a la deriva. El país presenta la imagen de un barco que se hunde y cada cual salva todo lo que puede ante un naufragio tan colectivo. Pero no salva lo propio, se apertrecha de lo ajeno siguiendo pautas oficiales.

No se busca una ley de sueldos de austeridad. En el Perú, Alán García, sin conocer a Harmodio Arias, implanta al amparo de su legitimidad un plan de emergencia semejante y dice solemne: “Somos un país pobre. En el Perú nadie puede devengar un salario mayor de $1.500 mensuales”. En el Panamá de hoy tenemos presupuestos de opulencia. Se juega así con la miseria cierta del pueblo y ese juego tienta la violencia dormida.

Si el Dr. Arias fijó salarios de $350 mensuales para los magistrados de la Corte Suprema de Justicia hoy, en medio de la crisis, devengan salarios que van llegando a los $6.000 mensuales y se les rodea adicionalmente de privilegios irritantes. Igual ocurre con los ministros de Estado, con los ingresos de los diputados, con los ingresos de la cúpula militar, con los ingresos de la alta burocracia. Esa real situación de irresponsabilidad oficial es lo que tiene perturbado al pueblo y es lo que obliga a los gobernantes a meter la mano en el bolsillo de la sociedad, como en el caso del combustible, para subsistir en el privilegio y en el desorden institucional.

Si no volvemos los ojos al pasado para iniciar las rectificaciones de rigor, si no logramos el establecimiento de un sistema democrático que genere presidentes de verdad, elegidos por el pueblo como a Harmodio Arias, Panamá no solo caerá en la violencia, caerá en algo peor, caerá en la miseria colectiva que es tanto como caer en la antesala de la esclavitud.

Señoras y señores:

Lo que viene es una breve exposición de una dilatada y afanosa vida. Evidentemente el Dr. Arias, como hombre público cometió sus errores, dada su naturaleza humana. Este acto no está destinado a discutirlo. La historia siempre otorga su veredicto inapelable y a ella estamos sujetos todos los mortales.

Fue Harmodio Arias un hombre de controversias. Inicia su gestión de gobierno con la aparición de una nueva clase política que reemplaza a la primera generación republicana de gobernantes. Se rompió con la clase que declinaba. Surgieron nuevos hombres dirigentes, nuevos métodos y nuevas proclamas.

Los que transforman sociedades o que reemplazan clases tradicionales en el ejercicio del poder y crean nuevos líderes son discutidos más allá de sus tumbas. Un juicio imparcial sobre esos líderes, esos métodos y esas proclamas solo vendrá con el tiempo y con la quietud del rencor. A Harmodio Arias como a Rafael Núñez en Colombia aún se le elogia o se le ataca, como si estuvieran actuando en el escenario nacional. ¡Tan profundas fueron sus huellas!

Este busto que el pueblo de Penonomé consagra al recuerdo imperecedero del Dr. Harmodio Arias Madrid y que hoy se inaugura bajo un sol tan canicular, ocupa la misma tierra penonomeña que ha recogido los despojos mortales de sus extraordinarios padres, quienes tuvieron el providencial privilegio de procrear dos presidentes de la República. A su lado, este mismo pueblo ha levantado, ha muchos años, la estatua de otro expresidente de la República, de esta misma tierra, el Dr. Ramón Maximiliano Valdés, fundador de la Facultad de Derecho, cuando ejercía la presidencia en 1918 y en cuyas aulas impartió enseñanzas el Dr. Harmodio Arias.

El monumento que hoy se inaugura será punto de referencia para los caminantes. Los que conozcan la historia de este hombre, a los pies de su estatua podrán dialogar con él sobre el derecho, sobre la personalidad internacional de la patria, sobre la independencia política y económica, sobre la cultura y sobre la misión de la universidad en los pueblos débiles.

A nombre del pueblo de Penonomé, que me ha honrado tan espléndidamente designándome su vocero en este merecido homenaje al insigne estadista Dr. Harmodio Arias, aseguro que este pueblo orgulloso y agradecido no permitirá que mueran en el olvido sus muertos ilustres.

Harmodio Arias llega a la Presidencia y crea la base de todas las bases de la cultura, que es la universidad. La funda con orgullo. Usa un lenguaje grácil, pero a su vez denso y profundo sobre el destino de la universidad”