En las entrañas del Chucantí
- 07/04/2024 00:00
- 06/04/2024 15:14
En Darién se ha creado un santuario natural para el estudio y protección de aves, reptiles, anfibios y mamíferos Al principio pensé que respiraría aire puro, pero no fue así. El desagradable olor a humo y la tierra quemada evidenciaban un problema constante: los incendios provocados por personas que se dedican a la ganadería, agricultura y tala. La tierra desolada, cubierta de cenizas negras y la vegetación muerta están a simple vista desde la carretera de Tortí. El tétrico escenario desprecia el color verde y la vida animal. Sin embargo, desde allí también se observa, a lo lejos, la silueta de otro elemento: el imponente Cerro Chucantí, un refugio para que diversas especies estén protegidas de la devastación humana. Y es así que la deforestación y la quema fueron la motivación para la compra de aproximadamente 850 hectáreas de bosque por parte de la Fundación Adopta el Bosque Panamá-ADOPTA, con la finalidad de protegerlo del daño causado por la tala e incendios y, de esa forma, lo que hace veinte años atrás era un arrozal hoy se ha convertido en un sitio donde biólogos e investigadores dan vida a sus estudios y proyectos de investigación. ADOPTA se estableció legalmente en el 2016, justamente con el objetivo de proteger el área de Cerro Chucantí.
Pero ya desde el 2004 los fundadores, con aportes de personas particulares a nivel local y fundaciones como Weeden Foundation, Rainforest Trust e International Conservation Fund of Canada fieron adquiriendo varias parcelas de bosque originando así la Reserva Natural Privada Cerro Chucantí.
Características únicas Chucantí, que posiblemente signifique “Río de los cangrejos” pertenece a dos cordilleras: la Serranía de Majé y la Serranía Cañazas, ambas compartidas por las provincias de Panamá y Darién. Posee aproximadamente 1.440 metros de altura, siendo así la cima más elevada de la Serranía de Majé. Y esa misma cumbre tiene un bosque nuboso, distinto al bosque tropical que se encuentra a una menor altitud en el mismo cerro.
Lo especial de este caso es que el bosque nuboso, húmedo y frío, es hogar de especies que no toleran las temperaturas más altas que hay a menor elevación en el resto del bosque. Y precisamente ésta es otra peculiaridad: No hay otra montaña en toda la Serranía de Majé tan alta como para ser testigo de este hábitat tan curioso. Incluso, el bosque nuboso más cercano está separado a más de 100km de distancia. Esto significa que, gracias a dicho aislamiento, existen especies endémicas en Chucantí, puesto que han evolucionado por separado de otras. Son 65 las especies nuevas para la ciencia, descubiertas en la Reserva.
Pero el cerro también posee sus misterios. En él yacen los restos de dos helicópteros de la armada estadounidense, desde hace cerca de 40 años. Nadie ha tenido una respuesta del porqué y cómo llegaron allí.
Cerro Chucantí se ubica en una zona de transición biológica clave en el borde de la provincia de Darién. Se ingresa desde el área de “Platanilla”, en dicha provincia, y la estación seca permite la movilización hacia la reserva a través de vehículos 4x4. En temporada lluviosa, sin embargo, sólo es posible acceder a lomo de caballos, cruzando a través de afluentes de agua, además de las condiciones propias de un camino de tierra durante el invierno.
Campamento y estaciones de trabajo En el cerro fueron creadas tres estaciones: la estación remota (tan remota que no conocimos), la estación central, y la estación del filo. La estación central, se ubica a aproximadamente 800 metros de altura. Está diseñada para albergar a los biólogos y demás visitantes de la reserva. A pesar de estar en la montaña, las comodidades van desde habitaciones con camas, baños privados y agua potable, hasta WIFI. Sí, WIFI en medio del bosque. Es posible cargar baterías con la planta de paneles solares que se enciende en un determinado horario.
Desde allí son fácilmente audibles los sonidos de aves, y hacia donde se dirija la vista, el color verde es el protagonista. Los colibríes se pasean con confianza entre los bebederos colocados para ellos, mientras los monos envuelven las ramas más altas de los árboles con sus extremidades y colas en un balanceo constante y alocado de un lado a otro.
A la estación del filo se puede llegar después de subir cerca de 2 horas desde la estación central, a paso de persona normal. El constante ascenso por parte de los investigadores permite que tarden mucho menos tiempo. Dicha estación no cuenta con las comodidades de la central, pero el techo de madera es un refugio contra la lluvia, además de que allí mantienen tiendas de acampar para el que así lo desee. Y si logramos que nuestras piernas respondan y caminamos aproximadamente 30 minutos más llegamos finalmente a la cima, a 1.440 metros aproximadamente. La cumbre tiene una estructura de metal en forma de triángulo y una placa de cemento que indica que hemos llegado al punto más elevado. A diferencia de otros cerros, el paisaje está totalmente tupido de árboles.
Veintinueve especies de murciélagos Desde la estación central, Melquiades Castillo, biólogo e investigador especializado en murciélagos caminó algunos metros para ubicar sus redes trampa. Las montó dos noches, en dos lugares diferentes. La primera noche, cerca de los 800 msnm, sus redes atraparon 13 murciélagos de cuatro especies: Artibeus Jamaicensis, Carollia perspicillata, Artibeus lituratus y Glossophaga mutica. Los dedos de Melquiades parecen vulnerables a la mordedura de estos pequeños mamíferos que luchan por liberarse. Los dientes, a pesar de ser tan diminutos inspiran respeto. La segunda noche, subiendo un poco más a 1.316 msnm, obtuvo la muestra de siete murciélagos de cinco especies diferentes: Artibeus jamaicensis, Artibeus lituratus, Chiroderma salvini, Myotis oxyotus y Lampronycteris brachyotis. Estas dos últimas especies no habían sido reportadas en Chucantí previamente. En total, los murciélagos contabilizados por Melquiades corresponden a 29 especies encontradas en la reserva.
Para este biólogo, que trabaja con murciélagos desde hace 15 años, el dato curioso lo marca la especie Lampronycteris brachyotis, ya que es un murciélago de tierras bajas, reportado en Latinoamérica, siempre por debajo de los 700 msnm. Melquiades nos comenta que el haber encontrado dicha especie en Chucantí es indicador de buena calidad del bosque pues es muy sensible a los cambios antropogénicos.
Vertebrados terrestres y arborios Otra de las investigadoras es Carolina Mitre. Ella realiza su proyecto de tesis titulado “Estado de las poblaciones de vertebrados terrestres y arbóreos, mediante el uso de cámaras trampa, en Cerro Chucantí, Darién”. Este proyecto de investigación es financiado por Senacyt, bajo la convocatoria “nuevos investigadores”. Con este trabajo, se han identificado 94 especies de vertebrados, en más de 5,000 noches trampa. Actualmente, hacen uso de 50 cámaras trampa, activas las 24 horas del día, durante un año completo. Entre las especies más abundantes destacan el mono araña negro del Darién, el mono cara blanca, el puerco espín y el mono aullador. Además, ñeques, pavos, palomas, armadillos, saínos y ardillas. Incluso, especies menos comunes también han sido registradas, tales como el zorro cangrejero, tayras, hurones, armadillos de una banda. Y seis especies de felinos están presentes también en la reserva: jaguares, pumas, ocelotes, yaguarundi, tigrillos y oncillas. Carolina nos muestra su método de ascenso a los árboles para la ubicación de sus cámaras. Y quien en apariencia parece ser una tranquila muchacha amante de los animales, se convierte en una aguerrida bióloga dispuesta a ascender varios metros de altura sostenida por el sistema de escalada que la lleva hasta puntos altos de los gigantes de madera, donde cualquiera con vértigo preferiría no estar.
Reptiles y anfibios Y cuando el reloj avanza y cae la noche llega el escenario perfecto para que el biólogo Macario González camine sobre las abundantes hojas que han dejado caer los árboles, en busca de reptiles y anfibios, su especialidad. Y así, mientras la luna ilumina el cielo Macario alumbra el suelo con su linterna manos libres. Su vista de águila nos muestra pequeñas culebras y ranas que nadie más hubiera sido capaz de ver. El biólogo nos relata que encontró 36 especies entre ranas, salamandras, cecilias (que son unos anfibios sin patas con apariencia de lombriz). Su método para visualizar los objetos de su estudio consiste en hacer transectos, ya sea de 200 o 400 metros dependiendo del estudio que vaya a realizar, y los monitorea durante la noche, puesto que es cuando la mayoría de las especies de anfibios tienen mayor actividad. Recorre el terreno y contabiliza lo que vaya encontrando. Macario cuenta que una de las especies endémicas de Chucantí, de hecho, es una salamandra, registrada por Abel Batista y llamada Bolitoglossa chucantiensis o “salamandra de Chucantí” la cual se encuentra únicamente en el bosque nuboso del cerro. Otro anfibio endémico de la Serranía de Majé es la rana campanita, del género diasporus.
Aves y más aves Y, por supuesto, en medio de la montaña, el sonido recurrente eran las agudas voces que inspiran a tanta gente con la frase “el canto de las aves”. Y sí que cantaban.
Jorge Garzón, estudiante de doctorado y biólogo, especialista en aves nos confirma que en Chucantí hay 3 especies endémicas: el Solitario Variado, el Clorospingus de Tacarcuna y el Goldmania Violiceps. Jorge colocó una red niebla, junto al también biólogo e investigador adjunto, Josué Justo, donde capturaron dos especies de colibríes: un Goldmania Violiceps y un Threnetes Ruckeri, además de un Zorzal del Darién. Para Jorge, que realiza un “estudio de los patrones de diversificación en aves endémicas de tierras altas del Darién mediante el uso de herramientas moleculares y morfométricas”, lo que más le ha impactado ha sido la gran diversidad de aves con distribución restringida que se encuentran en el Cerro Chucantí. Josué, por su parte, investiga sobre la diversidad de aves en tres niveles altitudinales dentro de la Reserva Natural Privada Cerro Chucantí. Para Josué, el principal desafío es la logística, trabajando en “una zona remota, con giras de muchos días y en constante movimiento entre gradientes altitudinales”. Sin embargo, algo curioso que comenta es que en su estudio han reportado especies que, aunque residen en tierras bajas, se han visualizado a más de 1.000 metros. Y a la inversa también. Especies de aves de altura han sido captadas a 500 metros. Para Josué, tener reservas como Cerro Chucantí es esencial para los estudiantes, además de la emoción que le produce la diversidad y las oportunidades que tiene para investigar y aprovechar los recursos naturales. Indica que la zona no es tan explorada como debería y es precisamente la razón por la cual él y los demás investigadores están allí, para aportar más a la ciencia, especialmente a la ciencia en Panamá.
Lo que hace veinte años atrás era un arrozal hoy se ha convertido en un sitio donde biólogos e investigadores dan vida a sus estudios y proyectos de investigación”.
Al principio pensé que respiraría aire puro, pero no fue así. El desagradable olor a humo y la tierra quemada evidenciaban un problema constante: los incendios provocados por personas que se dedican a la ganadería, agricultura y tala. La tierra desolada, cubierta de cenizas negras y la vegetación muerta están a simple vista desde la carretera de Tortí. El tétrico escenario desprecia el color verde y la vida animal. Sin embargo, desde allí también se observa, a lo lejos, la silueta de otro elemento: el imponente Cerro Chucantí, un refugio para que diversas especies estén protegidas de la devastación humana. Y es así que la deforestación y la quema fueron la motivación para la compra de aproximadamente 850 hectáreas de bosque por parte de la Fundación Adopta el Bosque Panamá-ADOPTA, con la finalidad de protegerlo del daño causado por la tala e incendios y, de esa forma, lo que hace veinte años atrás era un arrozal hoy se ha convertido en un sitio donde biólogos e investigadores dan vida a sus estudios y proyectos de investigación. ADOPTA se estableció legalmente en el 2016, justamente con el objetivo de proteger el área de Cerro Chucantí.
Pero ya desde el 2004 los fundadores, con aportes de personas particulares a nivel local y fundaciones como Weeden Foundation, Rainforest Trust e International Conservation Fund of Canada fieron adquiriendo varias parcelas de bosque originando así la Reserva Natural Privada Cerro Chucantí.
Chucantí, que posiblemente signifique “Río de los cangrejos” pertenece a dos cordilleras: la Serranía de Majé y la Serranía Cañazas, ambas compartidas por las provincias de Panamá y Darién. Posee aproximadamente 1.440 metros de altura, siendo así la cima más elevada de la Serranía de Majé. Y esa misma cumbre tiene un bosque nuboso, distinto al bosque tropical que se encuentra a una menor altitud en el mismo cerro.
Lo especial de este caso es que el bosque nuboso, húmedo y frío, es hogar de especies que no toleran las temperaturas más altas que hay a menor elevación en el resto del bosque. Y precisamente ésta es otra peculiaridad: No hay otra montaña en toda la Serranía de Majé tan alta como para ser testigo de este hábitat tan curioso. Incluso, el bosque nuboso más cercano está separado a más de 100km de distancia. Esto significa que, gracias a dicho aislamiento, existen especies endémicas en Chucantí, puesto que han evolucionado por separado de otras. Son 65 las especies nuevas para la ciencia, descubiertas en la Reserva.
Pero el cerro también posee sus misterios. En él yacen los restos de dos helicópteros de la armada estadounidense, desde hace cerca de 40 años. Nadie ha tenido una respuesta del porqué y cómo llegaron allí.
Cerro Chucantí se ubica en una zona de transición biológica clave en el borde de la provincia de Darién. Se ingresa desde el área de “Platanilla”, en dicha provincia, y la estación seca permite la movilización hacia la reserva a través de vehículos 4x4. En temporada lluviosa, sin embargo, sólo es posible acceder a lomo de caballos, cruzando a través de afluentes de agua, además de las condiciones propias de un camino de tierra durante el invierno.
En el cerro fueron creadas tres estaciones: la estación remota (tan remota que no conocimos), la estación central, y la estación del filo. La estación central, se ubica a aproximadamente 800 metros de altura. Está diseñada para albergar a los biólogos y demás visitantes de la reserva. A pesar de estar en la montaña, las comodidades van desde habitaciones con camas, baños privados y agua potable, hasta WIFI. Sí, WIFI en medio del bosque. Es posible cargar baterías con la planta de paneles solares que se enciende en un determinado horario.
Desde allí son fácilmente audibles los sonidos de aves, y hacia donde se dirija la vista, el color verde es el protagonista. Los colibríes se pasean con confianza entre los bebederos colocados para ellos, mientras los monos envuelven las ramas más altas de los árboles con sus extremidades y colas en un balanceo constante y alocado de un lado a otro.
A la estación del filo se puede llegar después de subir cerca de 2 horas desde la estación central, a paso de persona normal. El constante ascenso por parte de los investigadores permite que tarden mucho menos tiempo. Dicha estación no cuenta con las comodidades de la central, pero el techo de madera es un refugio contra la lluvia, además de que allí mantienen tiendas de acampar para el que así lo desee. Y si logramos que nuestras piernas respondan y caminamos aproximadamente 30 minutos más llegamos finalmente a la cima, a 1.440 metros aproximadamente. La cumbre tiene una estructura de metal en forma de triángulo y una placa de cemento que indica que hemos llegado al punto más elevado. A diferencia de otros cerros, el paisaje está totalmente tupido de árboles.
Desde la estación central, Melquiades Castillo, biólogo e investigador especializado en murciélagos caminó algunos metros para ubicar sus redes trampa. Las montó dos noches, en dos lugares diferentes. La primera noche, cerca de los 800 msnm, sus redes atraparon 13 murciélagos de cuatro especies: Artibeus Jamaicensis, Carollia perspicillata, Artibeus lituratus y Glossophaga mutica. Los dedos de Melquiades parecen vulnerables a la mordedura de estos pequeños mamíferos que luchan por liberarse. Los dientes, a pesar de ser tan diminutos inspiran respeto. La segunda noche, subiendo un poco más a 1.316 msnm, obtuvo la muestra de siete murciélagos de cinco especies diferentes: Artibeus jamaicensis, Artibeus lituratus, Chiroderma salvini, Myotis oxyotus y Lampronycteris brachyotis. Estas dos últimas especies no habían sido reportadas en Chucantí previamente. En total, los murciélagos contabilizados por Melquiades corresponden a 29 especies encontradas en la reserva.
Para este biólogo, que trabaja con murciélagos desde hace 15 años, el dato curioso lo marca la especie Lampronycteris brachyotis, ya que es un murciélago de tierras bajas, reportado en Latinoamérica, siempre por debajo de los 700 msnm. Melquiades nos comenta que el haber encontrado dicha especie en Chucantí es indicador de buena calidad del bosque pues es muy sensible a los cambios antropogénicos.
Otra de las investigadoras es Carolina Mitre. Ella realiza su proyecto de tesis titulado “Estado de las poblaciones de vertebrados terrestres y arbóreos, mediante el uso de cámaras trampa, en Cerro Chucantí, Darién”. Este proyecto de investigación es financiado por Senacyt, bajo la convocatoria “nuevos investigadores”. Con este trabajo, se han identificado 94 especies de vertebrados, en más de 5,000 noches trampa. Actualmente, hacen uso de 50 cámaras trampa, activas las 24 horas del día, durante un año completo. Entre las especies más abundantes destacan el mono araña negro del Darién, el mono cara blanca, el puerco espín y el mono aullador. Además, ñeques, pavos, palomas, armadillos, saínos y ardillas. Incluso, especies menos comunes también han sido registradas, tales como el zorro cangrejero, tayras, hurones, armadillos de una banda. Y seis especies de felinos están presentes también en la reserva: jaguares, pumas, ocelotes, yaguarundi, tigrillos y oncillas. Carolina nos muestra su método de ascenso a los árboles para la ubicación de sus cámaras. Y quien en apariencia parece ser una tranquila muchacha amante de los animales, se convierte en una aguerrida bióloga dispuesta a ascender varios metros de altura sostenida por el sistema de escalada que la lleva hasta puntos altos de los gigantes de madera, donde cualquiera con vértigo preferiría no estar.
Y cuando el reloj avanza y cae la noche llega el escenario perfecto para que el biólogo Macario González camine sobre las abundantes hojas que han dejado caer los árboles, en busca de reptiles y anfibios, su especialidad. Y así, mientras la luna ilumina el cielo Macario alumbra el suelo con su linterna manos libres. Su vista de águila nos muestra pequeñas culebras y ranas que nadie más hubiera sido capaz de ver. El biólogo nos relata que encontró 36 especies entre ranas, salamandras, cecilias (que son unos anfibios sin patas con apariencia de lombriz). Su método para visualizar los objetos de su estudio consiste en hacer transectos, ya sea de 200 o 400 metros dependiendo del estudio que vaya a realizar, y los monitorea durante la noche, puesto que es cuando la mayoría de las especies de anfibios tienen mayor actividad. Recorre el terreno y contabiliza lo que vaya encontrando. Macario cuenta que una de las especies endémicas de Chucantí, de hecho, es una salamandra, registrada por Abel Batista y llamada Bolitoglossa chucantiensis o “salamandra de Chucantí” la cual se encuentra únicamente en el bosque nuboso del cerro. Otro anfibio endémico de la Serranía de Majé es la rana campanita, del género diasporus.
Y, por supuesto, en medio de la montaña, el sonido recurrente eran las agudas voces que inspiran a tanta gente con la frase “el canto de las aves”. Y sí que cantaban.
Jorge Garzón, estudiante de doctorado y biólogo, especialista en aves nos confirma que en Chucantí hay 3 especies endémicas: el Solitario Variado, el Clorospingus de Tacarcuna y el Goldmania Violiceps. Jorge colocó una red niebla, junto al también biólogo e investigador adjunto, Josué Justo, donde capturaron dos especies de colibríes: un Goldmania Violiceps y un Threnetes Ruckeri, además de un Zorzal del Darién. Para Jorge, que realiza un “estudio de los patrones de diversificación en aves endémicas de tierras altas del Darién mediante el uso de herramientas moleculares y morfométricas”, lo que más le ha impactado ha sido la gran diversidad de aves con distribución restringida que se encuentran en el Cerro Chucantí. Josué, por su parte, investiga sobre la diversidad de aves en tres niveles altitudinales dentro de la Reserva Natural Privada Cerro Chucantí. Para Josué, el principal desafío es la logística, trabajando en “una zona remota, con giras de muchos días y en constante movimiento entre gradientes altitudinales”. Sin embargo, algo curioso que comenta es que en su estudio han reportado especies que, aunque residen en tierras bajas, se han visualizado a más de 1.000 metros. Y a la inversa también. Especies de aves de altura han sido captadas a 500 metros. Para Josué, tener reservas como Cerro Chucantí es esencial para los estudiantes, además de la emoción que le produce la diversidad y las oportunidades que tiene para investigar y aprovechar los recursos naturales. Indica que la zona no es tan explorada como debería y es precisamente la razón por la cual él y los demás investigadores están allí, para aportar más a la ciencia, especialmente a la ciencia en Panamá.