El papa de la esperanza
- 26/04/2025 00:00
En su tarea pastoral excepcional en Argentina, insertó una palabra nueva en el lenguaje del país. Obligó a poner la mirada colectiva en los “descartables”, compartió con ellos, física y espiritualmente, recorrió las “villas miseria” Cuando fue designado papa por el cónclave de cardenales, era muchas cosas: el primer papa latinoamericano y argentino, el primer jesuita nombrado papa, una expectativa total hacia qué haría después de que su antecesor, Joseph Ratzinger, había renunciado señalando su impotencia para conducir una Iglesia tan inmanejable. La primera señal premonitoria de que habría grandes reformas fue su elección de nombre. Se apartó de los usuales, y eligió Francisco, que significaba compromiso absoluto con el legado de san Francisco de Asís, que abandonó los bienes terrenales para dedicar su vida con alegría a los más pobres. Lo hizo y con qué fuerza, coraje, y consecuencia. El papa Francisco transformó la Iglesia por dentro y actualizó su rol en el mundo. La convirtió en un faro de luz en un planeta sediento de ética, amor y solidaridad.
Jorge Mario Bergoglio, cardenal infatigable
En su tarea pastoral excepcional en Argentina, insertó una palabra nueva en el lenguaje del país. Obligó a poner la mirada colectiva en los “descartables”, compartió con ellos, física y espiritualmente, recorrió las “villas miseria”. Los reivindicó plenamente, enfrentó a quienes los despreciaban y calumniaban. Fue ascendido una y otra vez por su labor entregada hasta convertirse en cardenal primado y presidente de la Conferencia Episcopal. Impulsó formidablemente el diálogo interreligioso y la confraternidad judeo-cristiana. Para él, los judíos eran nuestro hermano mayor. Multiplicó esfuerzos contra el antisemitismo. Como no tener presente asimismo su interés en el otro y su modestia.
Bergoglio viajaba a sus altísimas funciones en el transporte público. Se convirtió en la referencia querida de los sacerdotes jóvenes y de los pobres.
Cambiando al mundo
Empezó afirmando “Escuchemos el grito silencioso de los pobres y el gemido de la tierra”. Los pobres no tienen agencia de noticias ni prensa ni espacios sociales, pero encontraron en él su voz. Los puso en el centro de los retos del orbe. Los visitó para traerles reconocimiento y amor en sus 45 viajes a 66 países. En su gira por Perú, Paraguay, Chile y Bolivia, como en todos lados, fue al encuentro con ellos y acuñó la consigna de las tres T, exijamos Tierra, Techo y Trabajo. Clamó por el medioambiente. “Estamos destruyendo la casa común que la divinidad nos entregó”. Su célebre encíclica Laudato SI tuvo un enorme impacto en la histórica Conferencia Mundial Ambiental de París. Denunció sin ninguna vacilación a los actores de la depredación climática. Peleó por los inmigrantes y contra la xenofobia que encontraron con frecuencia los que sobrevivieron a las travesías infernales en los mares.
Le dijo al Parlamento Europeo: están convirtiendo al Mediterráneo en un gigantesco cementerio. Demandó a los poderosos, al 1 % más rico, globalizar la solidaridad y en lugar de una “economía que mata”, abrir oportunidades para una “economía con rostro humano”. Ligó la ética y la justicia social a la más alta prioridad en todas las áreas, desde el derecho a la salud y la educación hasta el uso ético de la inteligencia artificial. Con su visión de estadista, mirando hacia el futuro, hizo reformas muy profundas en la Iglesia católica.
Una reflexión final
Lo conocí personalmente. Me recibió en audiencia privada en su humilde residencia de Santa Marta y me dijo con su memoria prodigiosa: lo vi la última vez cuando le conferí el premio “Juntos Educar” de la Iglesia católica. Me habló con enorme pasión de su gran proyecto Scholas Ocurrentes, como formador de jóvenes de todos los credos y países, en cómo construir un mundo mejor. Me dijo: los convoqué a “hacer lío, lío para el bien”.
Le pregunté por su salud, respondió: “soy más feliz que nunca, ahora puedo trabajar, servir a todo el género humano”. Una de sus frases favoritas era: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”.
Cuando fue designado papa por el cónclave de cardenales, era muchas cosas: el primer papa latinoamericano y argentino, el primer jesuita nombrado papa, una expectativa total hacia qué haría después de que su antecesor, Joseph Ratzinger, había renunciado señalando su impotencia para conducir una Iglesia tan inmanejable. La primera señal premonitoria de que habría grandes reformas fue su elección de nombre. Se apartó de los usuales, y eligió Francisco, que significaba compromiso absoluto con el legado de san Francisco de Asís, que abandonó los bienes terrenales para dedicar su vida con alegría a los más pobres. Lo hizo y con qué fuerza, coraje, y consecuencia. El papa Francisco transformó la Iglesia por dentro y actualizó su rol en el mundo. La convirtió en un faro de luz en un planeta sediento de ética, amor y solidaridad.
Jorge Mario Bergoglio, cardenal infatigable
En su tarea pastoral excepcional en Argentina, insertó una palabra nueva en el lenguaje del país. Obligó a poner la mirada colectiva en los “descartables”, compartió con ellos, física y espiritualmente, recorrió las “villas miseria”. Los reivindicó plenamente, enfrentó a quienes los despreciaban y calumniaban. Fue ascendido una y otra vez por su labor entregada hasta convertirse en cardenal primado y presidente de la Conferencia Episcopal. Impulsó formidablemente el diálogo interreligioso y la confraternidad judeo-cristiana. Para él, los judíos eran nuestro hermano mayor. Multiplicó esfuerzos contra el antisemitismo. Como no tener presente asimismo su interés en el otro y su modestia.
Bergoglio viajaba a sus altísimas funciones en el transporte público. Se convirtió en la referencia querida de los sacerdotes jóvenes y de los pobres.
Cambiando al mundo
Empezó afirmando “Escuchemos el grito silencioso de los pobres y el gemido de la tierra”. Los pobres no tienen agencia de noticias ni prensa ni espacios sociales, pero encontraron en él su voz. Los puso en el centro de los retos del orbe. Los visitó para traerles reconocimiento y amor en sus 45 viajes a 66 países. En su gira por Perú, Paraguay, Chile y Bolivia, como en todos lados, fue al encuentro con ellos y acuñó la consigna de las tres T, exijamos Tierra, Techo y Trabajo. Clamó por el medioambiente. “Estamos destruyendo la casa común que la divinidad nos entregó”. Su célebre encíclica Laudato SI tuvo un enorme impacto en la histórica Conferencia Mundial Ambiental de París. Denunció sin ninguna vacilación a los actores de la depredación climática. Peleó por los inmigrantes y contra la xenofobia que encontraron con frecuencia los que sobrevivieron a las travesías infernales en los mares.
Le dijo al Parlamento Europeo: están convirtiendo al Mediterráneo en un gigantesco cementerio. Demandó a los poderosos, al 1 % más rico, globalizar la solidaridad y en lugar de una “economía que mata”, abrir oportunidades para una “economía con rostro humano”. Ligó la ética y la justicia social a la más alta prioridad en todas las áreas, desde el derecho a la salud y la educación hasta el uso ético de la inteligencia artificial. Con su visión de estadista, mirando hacia el futuro, hizo reformas muy profundas en la Iglesia católica.
Una reflexión final
Lo conocí personalmente. Me recibió en audiencia privada en su humilde residencia de Santa Marta y me dijo con su memoria prodigiosa: lo vi la última vez cuando le conferí el premio “Juntos Educar” de la Iglesia católica. Me habló con enorme pasión de su gran proyecto Scholas Ocurrentes, como formador de jóvenes de todos los credos y países, en cómo construir un mundo mejor. Me dijo: los convoqué a “hacer lío, lío para el bien”.
Le pregunté por su salud, respondió: “soy más feliz que nunca, ahora puedo trabajar, servir a todo el género humano”. Una de sus frases favoritas era: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”.