El maestro Mizoguchi
- 02/06/2024 00:00
- 01/06/2024 15:28
El cineasta Kenji Mizoguchi es considerado uno de los cineastas consagrados de la era dorada del cine japonés Cuando pensamos en la cinematografía japonesa vienen a nuestra mente algunas películas y nombres de directores de épocas recientes, pero a los japoneses lo que los guía es la triada conformada por los que consideran son los mejores exponentes de su cine. Por tanto los consagrados son representantes de la era dorada del cine japonés: Yasujiro Ozu (1903–1963) —de quien escribimos “Una historia de Japón”—, Akira Kurosawa (1910–1998) y Kenji Mizoguchi (1898–1956) a quien honraremos hoy.
Un poco de historia Mizoguchi fue un director prolífico con más de ochenta películas en su haber, pero solo sobrevive el 36% de su filmografía. El resto se perdió y, de tres o cuatro, solo quedan escasos minutos. El aforismo popular dice que “para producir buen arte hay que sufrir en la vida” y Mizoguchi sería el ejemplo perfecto: fue el segundo de tres hermanos, sufrió la venta de su hermana para que se convirtiera en geisha, a los trece años lo enviaron a vivir con un tío porque no podían costear sus estudios escolares y un año más tarde comenzó a sufrir de artritis reumatoide.
Gracias a su hermana consiguió trabajos como diseñador en una fábrica de yukata —kimono de verano—, diseñador publicitario y ayudante de decorador, constructor y tramoyista de teatro; hasta que en 1920 inició su carrera como asistente de director en la productora Nikkatsu y tres años después debutó con El día en que vuelve el amor (“Ai ni yomigaeru hi”, 1923).
Durante su carrera de director navegó por diversas aguas, algunos historiadores dicen que produjo películas en pro y contra el gobierno. En ellas estas se trabajan por lo menos tres géneros: el gendai geki —drama contemporáneo—, jidai geki —drama histórico o de época— y en ocasiones el shomin geki —drama familiar o de la cotidianeidad—.
En su ensayo La decadencia de la mentira (1891) Oscar Wilde dice que: “La vida imita al arte mucho más de lo que el arte imita a la vida”. Nada más acertado se puede decir de la vida de Mizoguchi, que recuerda a un shimpa —melodramas de mujeres— en especial a los que tocaban el tema de geishas que mantenían a hombres con los que tenían una relación, aunque en el caso de Mizoguchi la misma fuese filial y no sentimental.
El Legado Sus películas han sido galardonadas múltiples veces en festivales como el de Venecia, el Concurso de Cine Mainichi, los premios de la Kinema Jumpo, y de Cinta Azul y los de Cahiers du Cinéma. Sus producciones enviaban al público un mensaje sobre la opresión de la mujer japonesa por los hombres, la sociedad, el estado o el destino, sin tratar una reivindicación con final feliz al estilo hollywoodiense, en verdad eran una protesta por lo que sucedía a sus conciudadanas cuyo final, la mayoría de las veces, era tan duro como sus vidas mismas. El mejor exponente es La vida de Oharu (“Saikaku ichidai onna”, 1952) en que se expresa vívidamente la opresión sufrida por el personaje.
De Mizoguchi se han dicho muchas opiniones, algunos académicos consideran que sus películas eran una defensa de la mujer aunque otros están en desacuerdo. Lo cierto es que en la vida real, la relación de Mizoguchi con el sexo opuesto fue controversial, como lo comentó Ferrán de Vargas en una conferencia: “[Mizoguchi] siempre tuvo una relación tumultuosa y contradictoria con las mujeres, un tanto ambivalente, tal vez producto de los maltratos que vio sufrir a su madre y hermana por parte de su padre”.
Un aporte excelente a la cinematografía fueron las tomas largas, no por nada se le apodaba “El maestro del plano secuencia” o como Tadao Sato lo describió en su libro Currents in Japanese Cinema: “Una escena, una toma”. Las tomas largas requerían de la pericia del director, el camarógrafo y los actores, podían demorar desde un minuto, cinco y hasta más, usualmente la cámara seguía a los actores en sus interacciones, podía pausarlos y continuar con otro actor, la dificultad radicaba en que cualquier falla que dañase la secuencia obligaba a iniciarla desde el principio. Los plano-secuencia se pueden apreciar en varias de sus películas, la que permanece en nuestra memoria es una de dos samuráis que conversan tranquilamente mientras caminan en Los leales 47 Ronin (“Genroku chushingura”, 1941).
Hoy su impronta se puede apreciar en otros directores tales como en La soga (“Rope”, 1948) de Alfred Hitchcock, Sed de mal (“Touch of evil”, 1958) de Orson Welles o Week end (1967) de Jean-Luc Godard.
En la actualidad A pesar de que existen más de treinta películas de Mizoguchi, el mercado actual dificulta su visualización, los servicios de transmisión de pago apuestan por películas recientes y los especializados, como Criterion Channel, no están disponibles en nuestras latitudes, a menos que se cuente con un servicio de VPN —Red privada virtual por sus siglas en inglés— y sea un cinéfilo en toda regla. En España, a principios de siglo, hubo compañías que distribuyeron en DVD o Bluray algunas de las películas, pero no se han vuelto a producir así que conseguir los discos de segunda no es tarea fácil y sus precios son exorbitantes.
El Cine Club de Arquitectura —de la Facultad de Arquitectura y Diseño— ha preparado para este 2024 el Ciclo “Una escena, una toma, un director” en el Cine Universitario, donde se podrá disfrutar de tres de las mejores obras del maestro Kenji Mizoguchi: La vida de Oharu (“Saikaku ichidai onna”, 1952), Cuentos de la luna pálida (“Ugetsu monogatari”, 1953) y El intendente Sansho (“Sansho dayu”, 1954), los días 28, 29 y 30 de agosto a las 7:00 pm, respectivamente. Es una buena ocasión para disfrutar de las creaciones del maestro Mizoguchi en pantalla grande, versión original subtitulada al español y las proyecciones son completamente gratis. ¡Los esperamos, para disfrutar juntos estas maravillosas obras!
El autor es Doctor en Comunicación Audiovisual y Vicedecano de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Panamá.
Cuando pensamos en la cinematografía japonesa vienen a nuestra mente algunas películas y nombres de directores de épocas recientes, pero a los japoneses lo que los guía es la triada conformada por los que consideran son los mejores exponentes de su cine. Por tanto los consagrados son representantes de la era dorada del cine japonés: Yasujiro Ozu (1903–1963) —de quien escribimos “Una historia de Japón”—, Akira Kurosawa (1910–1998) y Kenji Mizoguchi (1898–1956) a quien honraremos hoy.
Mizoguchi fue un director prolífico con más de ochenta películas en su haber, pero solo sobrevive el 36% de su filmografía. El resto se perdió y, de tres o cuatro, solo quedan escasos minutos. El aforismo popular dice que “para producir buen arte hay que sufrir en la vida” y Mizoguchi sería el ejemplo perfecto: fue el segundo de tres hermanos, sufrió la venta de su hermana para que se convirtiera en geisha, a los trece años lo enviaron a vivir con un tío porque no podían costear sus estudios escolares y un año más tarde comenzó a sufrir de artritis reumatoide.
Gracias a su hermana consiguió trabajos como diseñador en una fábrica de yukata —kimono de verano—, diseñador publicitario y ayudante de decorador, constructor y tramoyista de teatro; hasta que en 1920 inició su carrera como asistente de director en la productora Nikkatsu y tres años después debutó con El día en que vuelve el amor (“Ai ni yomigaeru hi”, 1923).
Durante su carrera de director navegó por diversas aguas, algunos historiadores dicen que produjo películas en pro y contra el gobierno. En ellas estas se trabajan por lo menos tres géneros: el gendai geki —drama contemporáneo—, jidai geki —drama histórico o de época— y en ocasiones el shomin geki —drama familiar o de la cotidianeidad—.
En su ensayo La decadencia de la mentira (1891) Oscar Wilde dice que: “La vida imita al arte mucho más de lo que el arte imita a la vida”. Nada más acertado se puede decir de la vida de Mizoguchi, que recuerda a un shimpa —melodramas de mujeres— en especial a los que tocaban el tema de geishas que mantenían a hombres con los que tenían una relación, aunque en el caso de Mizoguchi la misma fuese filial y no sentimental.
Sus películas han sido galardonadas múltiples veces en festivales como el de Venecia, el Concurso de Cine Mainichi, los premios de la Kinema Jumpo, y de Cinta Azul y los de Cahiers du Cinéma. Sus producciones enviaban al público un mensaje sobre la opresión de la mujer japonesa por los hombres, la sociedad, el estado o el destino, sin tratar una reivindicación con final feliz al estilo hollywoodiense, en verdad eran una protesta por lo que sucedía a sus conciudadanas cuyo final, la mayoría de las veces, era tan duro como sus vidas mismas. El mejor exponente es La vida de Oharu (“Saikaku ichidai onna”, 1952) en que se expresa vívidamente la opresión sufrida por el personaje.
De Mizoguchi se han dicho muchas opiniones, algunos académicos consideran que sus películas eran una defensa de la mujer aunque otros están en desacuerdo. Lo cierto es que en la vida real, la relación de Mizoguchi con el sexo opuesto fue controversial, como lo comentó Ferrán de Vargas en una conferencia: “[Mizoguchi] siempre tuvo una relación tumultuosa y contradictoria con las mujeres, un tanto ambivalente, tal vez producto de los maltratos que vio sufrir a su madre y hermana por parte de su padre”.
Un aporte excelente a la cinematografía fueron las tomas largas, no por nada se le apodaba “El maestro del plano secuencia” o como Tadao Sato lo describió en su libro Currents in Japanese Cinema: “Una escena, una toma”. Las tomas largas requerían de la pericia del director, el camarógrafo y los actores, podían demorar desde un minuto, cinco y hasta más, usualmente la cámara seguía a los actores en sus interacciones, podía pausarlos y continuar con otro actor, la dificultad radicaba en que cualquier falla que dañase la secuencia obligaba a iniciarla desde el principio. Los plano-secuencia se pueden apreciar en varias de sus películas, la que permanece en nuestra memoria es una de dos samuráis que conversan tranquilamente mientras caminan en Los leales 47 Ronin (“Genroku chushingura”, 1941).
Hoy su impronta se puede apreciar en otros directores tales como en La soga (“Rope”, 1948) de Alfred Hitchcock, Sed de mal (“Touch of evil”, 1958) de Orson Welles o Week end (1967) de Jean-Luc Godard.
A pesar de que existen más de treinta películas de Mizoguchi, el mercado actual dificulta su visualización, los servicios de transmisión de pago apuestan por películas recientes y los especializados, como Criterion Channel, no están disponibles en nuestras latitudes, a menos que se cuente con un servicio de VPN —Red privada virtual por sus siglas en inglés— y sea un cinéfilo en toda regla. En España, a principios de siglo, hubo compañías que distribuyeron en DVD o Bluray algunas de las películas, pero no se han vuelto a producir así que conseguir los discos de segunda no es tarea fácil y sus precios son exorbitantes.
El Cine Club de Arquitectura —de la Facultad de Arquitectura y Diseño— ha preparado para este 2024 el Ciclo “Una escena, una toma, un director” en el Cine Universitario, donde se podrá disfrutar de tres de las mejores obras del maestro Kenji Mizoguchi: La vida de Oharu (“Saikaku ichidai onna”, 1952), Cuentos de la luna pálida (“Ugetsu monogatari”, 1953) y El intendente Sansho (“Sansho dayu”, 1954), los días 28, 29 y 30 de agosto a las 7:00 pm, respectivamente. Es una buena ocasión para disfrutar de las creaciones del maestro Mizoguchi en pantalla grande, versión original subtitulada al español y las proyecciones son completamente gratis. ¡Los esperamos, para disfrutar juntos estas maravillosas obras!
El autor es Doctor en Comunicación Audiovisual y Vicedecano de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de Panamá.