Vida y cultura

El ideario bolivariano en los discursos de Carlos Iván Zúñiga

Una estauta de Simón Bolívar en Medellin, Colombia
Actualizado
  • 23/03/2024 00:00
Creado
  • 22/03/2024 19:08

Estudio introductorio de dicha obra publicada en la Editorial Portobelo, 2013

Desde su infancia, mi padre fue forjado en el ideario bolivariano. En su casa en Penonomé, un medallón de Bolívar colocado en la pared de la sala por mi abuelo, el educador Federico Zúñiga Feliú, bolivariano y morazanista, le señaló la importancia y el afecto familiar a la heroica figura del Libertador.

En Penonomé, de niño presidió la Asociación Bolivariana del colegio, y a los 12 años dio su primer discurso sobre la vida de Bolívar. Como periodista en la década de 1940 y 1950 del siglo pasado, siempre mencionaba pensamientos y pasajes de la vida de Bolívar, y siendo dirigente del Frente Patriótico y diputado de la Asamblea Nacional, en 1953, ante centenares de educadores de la provincia de Chiriquí le rindió homenaje en la conmemoración del 170 aniversario de su natalicio.

Cuando leí por primera vez el discurso que pronunció en dicho homenaje, me pareció extraordinario. Lo levanté en texto y lo conservé hasta ahora que se logra por primera vez su publicación. Mi padre, cuando le rindió homenaje al Libertador en 1953, tenía solo 27 años. En ese discurso demuestra el nivel de su formación cultural.

Allí compara la conducta del Libertador con figuras de la literatura, con el Fausto de Goethe y el Prometeo de Esquilo, y recoge pasajes de ambas obras. Nos demuestra su vasto conocimiento de la vida del Libertador y vierte las opiniones de destacados bolivarianos como Martí, Rodó y Neruda, así como el pensamiento de su amigo y compañero de ideales, el expresidente guatemalteco Juan José Arévalo.

El ideario bolivariano de mi padre es reconocido posteriormente por el propio Arévalo en 1956, quien al dedicarle su obra cumbre Fábula del tiburón y las sardinas le expresa: “Para Carlos Iván Zúñiga, también el condiscípulo en Bolívar y compatriota en Istmania, con alta estimación, por su promisoria personalidad”.

Conociendo su posición bolivariana, el peruano Andrés Townsend Ezcurra le dedica su obra Bolívar, alfarero de repúblicas y muchos otros autores de diversas nacionalidades le enviaban obras sobre el Libertador. En 1958 visita el Museo de Bolívar en Perú, y así se lo comunicó a su madre: “No sé si le he contado que recientemente fui a visitar el Museo de Bolívar y el Incaico... En el de Bolívar se conservan todos los artículos y efectos del Libertador. Sus uniformes, sus sillas de montar, los estribos, su catre de campaña, su espejo de afeitar, los paradores de Manuelita, pues ella lo acompañó durante varios años en Lima.

En fin, hasta la higuera que sembró en el año 1826 se conserva enteramente, muy hermosa, y de ella tengo en mi poder una hoja. A principios de enero me darán un higo, y con toda seguridad unas ramitas. A lo mejor siembro en Panamá una higuera bolivariana. En el palacio presidencial se conserva la higuera que hace 400 años sembrara Pizarro. Bolívar en esto quiso simplemente imitar a Pizarro cuando la higuera de él tenía casi 300 años.

Ahora la higuera de Bolívar es tan importante como la del Conquistador. Dos higueras, la del Conquistador y la del Libertador, disputándose la gloria del tiempo.

“En junio de 1980, siendo dirigente de la oposición democrática, concurre la Sociedad Bolivariana en conmemoración de un aniversario más del Congreso Anfictiónico celebrado en nuestro país. En dicho discurso reitera algunos criterios expuestos en su discurso de 1953. Reclamaba volver a Bolívar y a su ideario, pero en esta ocasión hizo énfasis en la lucha por la libertad, por la separación de poderes, por la alternabilidad en el poder, por la necesidad de lograr la democracia en el istmo.

En 1991, como rector magnífico de la Universidad de Panamá, en un aniversario más del fallecimiento del Libertador, volvió a la tribuna de la Sociedad Bolivariana con un ensayo jurídico sobre Bolívar y la Constitución Bolivariana, donde deja constancia de su formación jurídica y del reconocimiento que siempre le tributó al genio de Bolívar.

El 23 de noviembre de 1992, la junta directiva de la Sociedad Bolivariana de Panamá aprobó su solicitud de reintegrarse como miembro de la misma. El presidente de la sociedad, en esa época Aníbal Illueca Sibauste, le comunicó en virtud de ello que desde ese momento quedaba incorporado como miembro activo.

Desde finales de la década de 1940, junto a varios jóvenes del Frente Patriótico, había ingresado a esta histórica sociedad. Mi padre admiraba de Bolívar su extraordinario talento, su energía arrolladora y sus supremos ideales. Se leyó las cartas de Bolívar compiladas en una extraordinaria colección que reposaba en su biblioteca.

Durante su etapa de estudios superiores en Chile y Perú, se interesó por la historia de los panameños ilustres de la época de la independencia, y copió a mano un libro donde aparecía la biografía de los panameños más destacados que combatieron en el ejército patriota.

En Perú fotocopió los decretos firmados por Bolívar donde aparecía la firma de su secretario, el panameño José Domingo Espinar, y los envió al Museo de Panamá para que sus conciudadanos tuvieran conciencia del papel de importancia que jugó junto a Bolívar nuestro coterráneo. En homenaje a ese extraordinario panameño que fue amigo y médico de Bolívar, de paso por Arica bajó del barco para visitar su tumba.

Esa era la concepción que tenía mi padre del valor del agradecimiento. En ellos también Bolívar fue para él un guía. En cierta ocasión mi padre preguntó, ¿cuál era la virtud que empuja a servir a la patria, a los amigos ya la familia? Y se respondió: “El maestro Simón Rodríguez lo dijo al Libertador: La gratitud es la primera virtud del hombre. La gratitud por todo lo bueno que da la patria, la gratitud por la existencia del manto protector de la familia, y la gratitud por las buenas palabras y los buenos hechos recibidos”. Esa introducción a los discursos de mi padre sobre Bolívar quedaría inconclusa si no expresa nuestra igualmente gratitud a todos los que han mantenido viva la llama del recuerdo a la memoria de mi padre, quien dedicó su vida a elevar los valores patrióticos y democráticos del pueblo panameño, así como mantener vivo y perenne el ideario del Libertador.