¿De quiénes son los museos?
- 19/05/2024 01:00
- 18/05/2024 16:31
La historia de los museos panameños ha sido muy accidentada, con poco compromiso y empatía hacia estas instituciones Como las lluvias de mayo, en esta segunda semana del mes, se celebran en Panamá (y en todo el mundo) los museos como centros de educación y de investigación, de espacios que, idealmente, hablen sobre nosotros, de nuestros logros, luchas y fallos colectivos de manera compleja, abierta al debate y a la participación, escuchando a las comunidades sin manipular su convocatoria y dándoles voto en la decisión de sus propuestas de exhibición, programas de educación y actividades dedicadas al público.
Si consideramos que los museos son de alguna forma parte del reflejo de nuestra nación, observaremos en ellos una imagen en constante lucha por sobrevivir, maltrecha y confusa, de carencias económicas y humanas, de largo olvido y desidia acumulada por gobiernos y buena parte de la sociedad civil; pero también de refrescantes renovaciones museográficas como la del Museo del Canal Interoceánico, el Museo de Arte Contemporáneo de Panamá (MAC) y la nueva sala de exposiciones de la Ciudad de las Artes. ¿Por qué esa falta histórica de compromiso y empatía con nuestros museos?
De lo público a lo particular En 1926, como parte de las instituciones que fundaron la República, se creó el Museo Nacional con una amalgama de temas y artefactos que iban desde las ciencias naturales hasta la arqueología, gabinete de colecciones y curiosidades más cercano al siglo XIX que a las exigencias del nuevo Estado. El Museo Nacional, hasta su desaparición en los años setenta, se caracterizó por su exiguo presupuesto y constantes cambios de sede que le impidieron trabajar con dignidad y acompañar el desarrollo del país. De este primer museo heredamos, tristemente, la pobreza y el desinterés, enfermedades endémicas de nuestras instituciones culturales y artísticas.
Fue en las décadas de los setenta y ochenta, de la mano del gobierno militar apoyado por las clases medias, que florecieron los museos con la idea de resolver las carencias culturales en la educación y proyectar la imagen de un país seguro de si mismo, una posición justa a la vez que populista y nacionalista que reivindicaba la entrega del Canal por parte de los Estados Unidos. Desde el Museo Afroantillano, pasando por el Museo de Historia de Panamá, los museos regionales en Penonomé, Herrera y David, hasta llegar a la fundación del Museo del Hombre Panameño (el museo de antropología, posteriormente llamado Reina Torres de Araúz), el país empezó a recorrer y bosquejar con más confianza un mapa de sus identidades.
Al arte le tocó en 1983 con la nueva sede del Instituto Panameño de Arte (PANARTE) en Ancón, actual Museo de Arte Contemporáneo de Panamá (MAC). Posteriormente, en 1997, apareció el Museo del Canal Interoceánico en el que participé, junto a Carlos Fitzgerald y Orlando Acosta, en la creación del concepto y propuesta museográfica para la exhibición inaugural que posteriormente se convirtió en permanente. Con la apertura del BIOMUSEO en 2014, que cuenta la historia de la formación de nuestro istmo y fue diseñado por el arquitecto de renombre internacional Frank Gehry, Panamá se incorporó a una tendencia internacional que transformaba a los museos en iconos arquitectónicos y atracciones turísticas.
El Museo del Canal y el BIOMUSEO están regidos por patronatos mientras que el MAC es una asociación civil sin fines de lucro. La política y programas del MAC están dirigidos por una asamblea general y una junta directiva de particulares que buscan patrocinio en el sector privado.
La política y programas del MAC están dirigidos por una junta directiva de particulares que busca patrocinio en el sector privado; el Museo del Canal está subvencionado en gran parte por la Autoridad del Canal de Panamá, pero sus empleados no son servidores públicos; y el BIOMUSEO ha pasado por graves problemas económicos desde la pandemia pues la mayor parte de su presupuesto es cubierto por donantes y patrocinadores privados.
De acuerdo con Carlos Fitzgerald, antiguo director de Patrimonio Histórico, Panamá es el único país de América Latina y el Caribe que no tiene un museo nacional pues el Museo Antropológico Reina Torres de Arauz (MARTA), heredero del Museo Nacional, cerró en 1996 (aunque tuvo aperturas parciales posteriormente) y sigue en renovación sin fecha clara de reapertura. Por lo tanto, los dos museos más importantes del país, el MAC y el Museo del Canal, están dirigidos por particulares a los que el gobierno nacional les ha delegado su responsabilidad económica y programática.
Lluvias y sorpresas Recientemente los museos nos han dado sorpresas. Hace unas semanas durante la campaña electoral, el ahora alcalde electo de la Ciudad de Panamá sugirió que el MARTA acogiese a los buhoneros de las áreas aledañas porque el edificio da la impresión de que nunca volvería a ser utilizado. Por otra parte, el Museo del Canal interoceánico organizó el nuevo pabellón de Panamá en la Bienal de Venecia, ampliando sus áreas de trabajo. Y el fin de semana pasado los ministros de Gobierno y Justicia y de Cultura anunciaron sorpresivamente (inclusive para muchos de sus funcionarios), que la antigua sede del Ministerio de Gobierno y Justicia en San Felipe sería ahora el nuevo Museo de Historia y el Museo de los Pueblos Indígenas, sin explicar por qué se abandonó dicho proyecto en el edificio de la antigua Corte Suprema de Justicia.
A las noticias de la irrelevancia de los museos, la aparición de nuevos roles y los repentinos cambios en los proyectos gubernamentales con edificios de alto valor histórico y económico, se añaden la creación de salas y centros de arte en las ciudades de Panamá y Colón, y el Museo de la Memoria Afropanameña en Portobelo que, de acuerdo con Ana Laguna, curadora del Ministerio de Cultura, buscan atraer a jóvenes artistas y grupos sociales en situación de desventaja. Estoy convencido que la pronta reapertura del Museo Antropológico Reina Torrez de Araúz y la creación de un museo nacional de arte aumentarían la participación y el entusiasmo de los públicos en la historia, la cultura y las artes, refrescando el debate sobre nosotros mismos, como las lluvias de mayo nos refrescarían de esta larga sequía.
El autor es artista y director del Festival de Performance de Panamá.
Como las lluvias de mayo, en esta segunda semana del mes, se celebran en Panamá (y en todo el mundo) los museos como centros de educación y de investigación, de espacios que, idealmente, hablen sobre nosotros, de nuestros logros, luchas y fallos colectivos de manera compleja, abierta al debate y a la participación, escuchando a las comunidades sin manipular su convocatoria y dándoles voto en la decisión de sus propuestas de exhibición, programas de educación y actividades dedicadas al público.
Si consideramos que los museos son de alguna forma parte del reflejo de nuestra nación, observaremos en ellos una imagen en constante lucha por sobrevivir, maltrecha y confusa, de carencias económicas y humanas, de largo olvido y desidia acumulada por gobiernos y buena parte de la sociedad civil; pero también de refrescantes renovaciones museográficas como la del Museo del Canal Interoceánico, el Museo de Arte Contemporáneo de Panamá (MAC) y la nueva sala de exposiciones de la Ciudad de las Artes. ¿Por qué esa falta histórica de compromiso y empatía con nuestros museos?
En 1926, como parte de las instituciones que fundaron la República, se creó el Museo Nacional con una amalgama de temas y artefactos que iban desde las ciencias naturales hasta la arqueología, gabinete de colecciones y curiosidades más cercano al siglo XIX que a las exigencias del nuevo Estado. El Museo Nacional, hasta su desaparición en los años setenta, se caracterizó por su exiguo presupuesto y constantes cambios de sede que le impidieron trabajar con dignidad y acompañar el desarrollo del país. De este primer museo heredamos, tristemente, la pobreza y el desinterés, enfermedades endémicas de nuestras instituciones culturales y artísticas.
Fue en las décadas de los setenta y ochenta, de la mano del gobierno militar apoyado por las clases medias, que florecieron los museos con la idea de resolver las carencias culturales en la educación y proyectar la imagen de un país seguro de si mismo, una posición justa a la vez que populista y nacionalista que reivindicaba la entrega del Canal por parte de los Estados Unidos. Desde el Museo Afroantillano, pasando por el Museo de Historia de Panamá, los museos regionales en Penonomé, Herrera y David, hasta llegar a la fundación del Museo del Hombre Panameño (el museo de antropología, posteriormente llamado Reina Torres de Araúz), el país empezó a recorrer y bosquejar con más confianza un mapa de sus identidades.
Al arte le tocó en 1983 con la nueva sede del Instituto Panameño de Arte (PANARTE) en Ancón, actual Museo de Arte Contemporáneo de Panamá (MAC). Posteriormente, en 1997, apareció el Museo del Canal Interoceánico en el que participé, junto a Carlos Fitzgerald y Orlando Acosta, en la creación del concepto y propuesta museográfica para la exhibición inaugural que posteriormente se convirtió en permanente. Con la apertura del BIOMUSEO en 2014, que cuenta la historia de la formación de nuestro istmo y fue diseñado por el arquitecto de renombre internacional Frank Gehry, Panamá se incorporó a una tendencia internacional que transformaba a los museos en iconos arquitectónicos y atracciones turísticas.
El Museo del Canal y el BIOMUSEO están regidos por patronatos mientras que el MAC es una asociación civil sin fines de lucro. La política y programas del MAC están dirigidos por una asamblea general y una junta directiva de particulares que buscan patrocinio en el sector privado.
La política y programas del MAC están dirigidos por una junta directiva de particulares que busca patrocinio en el sector privado; el Museo del Canal está subvencionado en gran parte por la Autoridad del Canal de Panamá, pero sus empleados no son servidores públicos; y el BIOMUSEO ha pasado por graves problemas económicos desde la pandemia pues la mayor parte de su presupuesto es cubierto por donantes y patrocinadores privados.
De acuerdo con Carlos Fitzgerald, antiguo director de Patrimonio Histórico, Panamá es el único país de América Latina y el Caribe que no tiene un museo nacional pues el Museo Antropológico Reina Torres de Arauz (MARTA), heredero del Museo Nacional, cerró en 1996 (aunque tuvo aperturas parciales posteriormente) y sigue en renovación sin fecha clara de reapertura. Por lo tanto, los dos museos más importantes del país, el MAC y el Museo del Canal, están dirigidos por particulares a los que el gobierno nacional les ha delegado su responsabilidad económica y programática.
Recientemente los museos nos han dado sorpresas. Hace unas semanas durante la campaña electoral, el ahora alcalde electo de la Ciudad de Panamá sugirió que el MARTA acogiese a los buhoneros de las áreas aledañas porque el edificio da la impresión de que nunca volvería a ser utilizado. Por otra parte, el Museo del Canal interoceánico organizó el nuevo pabellón de Panamá en la Bienal de Venecia, ampliando sus áreas de trabajo. Y el fin de semana pasado los ministros de Gobierno y Justicia y de Cultura anunciaron sorpresivamente (inclusive para muchos de sus funcionarios), que la antigua sede del Ministerio de Gobierno y Justicia en San Felipe sería ahora el nuevo Museo de Historia y el Museo de los Pueblos Indígenas, sin explicar por qué se abandonó dicho proyecto en el edificio de la antigua Corte Suprema de Justicia.
A las noticias de la irrelevancia de los museos, la aparición de nuevos roles y los repentinos cambios en los proyectos gubernamentales con edificios de alto valor histórico y económico, se añaden la creación de salas y centros de arte en las ciudades de Panamá y Colón, y el Museo de la Memoria Afropanameña en Portobelo que, de acuerdo con Ana Laguna, curadora del Ministerio de Cultura, buscan atraer a jóvenes artistas y grupos sociales en situación de desventaja. Estoy convencido que la pronta reapertura del Museo Antropológico Reina Torrez de Araúz y la creación de un museo nacional de arte aumentarían la participación y el entusiasmo de los públicos en la historia, la cultura y las artes, refrescando el debate sobre nosotros mismos, como las lluvias de mayo nos refrescarían de esta larga sequía.
El autor es artista y director del Festival de Performance de Panamá.