Alumbrar el camino
- 29/04/2024 00:00
- 27/04/2024 11:23
Horacio Castellanos Moya es una de las principales voces de las letras salvadoreñas. Estará en Panamá durante el festival literario Centroamérica Cuenta (22 al 26 de mayo) De adolescente, Horacio Castellanos Moya quería ser compositor de rock progresivo inglés, aunque en idioma español. Quería tocar la guitarra como Jimi Hendrix y soñaba con llenar estadios de fútbol con fans que corearan frenéticas los temas que su colega Douglas cantaba.
Hoy es el autor de 13 novelas, 5 libros de relatos y 3 colecciones de ensayos, pero hace casi 50 años su principal propósito de vida era emular la carrera de grupos como Yes, Pink Floyd, King Crimson y Jethro Tull.
“Éramos dos integrantes: Douglas y yo. Fue una aventura adolescente. Enseguida explotó la guerra civil. A Douglas lo mataron” y todo cambió para su patria, El Salvador, y para Horacio. Fueron los años entre 1979 y 1992.
El actual profesor de la Universidad de Iowa (Estados Unidos) es el vicepresidente del festival literario Centroamérica Cuenta, que ocurrirá en Panamá del 22 al 26 de mayo.
Horacio participará el 23 de mayo en el Museo del Canal en dos mesas: “El ensayo literario para entender otras realidades” (6:00 p.m.) y “De lo propio y lo ajeno: dos ríos que dan al mar de la literatura” (7:00 p.m.).
El 24 de mayo, a las 6:10 p.m., en el Museo del Canal, integrará la mesa “De la oscuridad a la luz: la imaginación como espejo de la realidad”. Y el 25 de mayo, a las 7:00 p.m., en el Teatro Nacional, formará parte de la mesa “La risa cómplice de la literatura”.
Raíces e identidad A los 16 años vendiste tu guitarra para comprarte una máquina de escribir. ¿Qué pasó?
Hubo un shock: descubrí que era sordo musicalmente y que era una estupidez seguir con eso. Era una guitarra Suzuki, japonesa, magnífica. Me la había escogido mi profesor de guitarra, don Cándido Morales, un discípulo del genial compositor y guitarrista paraguayo Mangoré. Luego de venderla, compré una máquina Royal.
¿Cómo llegaste al cuento y a la novela?
Eso sucedió naturalmente. Hubo un momento en que también descubrí que era mal poeta y que se me daba mejor la narrativa. Primero los cuentos y luego la novela. Me parece que es un proceso de expansión natural de las fuerzas creativas en todo joven escritor.
¿Qué peso tuvieron en tu juventud la obra de Henry Miller, Rilke y Pavese?
Esos autores me permitieron comprender que la literatura no era la cosa aburridísima que los curas nos enseñaban en el colegio. Lo que más me impresionó de Miller fue la libertad con la que trataba los temas más escabrosos, su desenfado para abordar la sexualidad y el erotismo. En cuanto a Rilke, sus Cartas a un joven poeta han iluminado a generaciones de jóvenes que comienzan a escribir y buscan referentes, ideas que alumbren el camino. Y Pavese, en sus diarios recopilados, Oficio de vivir, combina la introspección, la angustia existencial y la pasión literaria de una forma tan extrema que sólo podían culminar en su suicidio.
¿Cuándo descubres la literatura salvadoreña?
Ese tema lo he abordado en varios ensayos, en especial en Orfandad y herencia literarias, que está incluido en el libro Roque Dalton: Correspondencia clandestina y otros ensayos. Fue un proceso no muy largo en el tiempo, pero intenso. Éramos un grupo de jóvenes poetas explorando nuestras raíces literarias, tratando de descifrar las claves de nuestra identidad. Las huellas que quedaron en mí habrá que descubrirlas en lo que he escrito.
¿Qué representa para ti la poesía de Roque Dalton?
Dalton fue el poeta más influyente en El Salvador en el siglo XX. Fue fundamental por su escritura satírica, desenfadada, con un gran virtuosismo estilístico. Fue un poeta vasto. Una cineasta austriaca hizo un documental, Roque Dalton: Fusilemos la noche (YouTube), en el que trata de captar la presencia de Dalton en el imaginario salvadoreño. Es muy interesante. Con Dalton arranca el mito trágico del poeta revolucionario asesinado por sus propios compañeros revolucionarios. No es poca cosa.
¿Puedes hablarme de Roque Dalton: Correspondencia clandestina?
El ensayo principal de ese libro, y que le da título, trata sobre los quince o dieciséis meses que Dalton estuvo como combatiente clandestino en El Salvador en las filas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), desde noviembre de 1974 hasta que fue asesinado en mayo de 1975. Está basado en la correspondencia que tuvo con la madre de sus hijos, Aída, quien en ese entonces vivía en La Habana. Muestra sus preocupaciones del momento: la familia, la obra, los amores, las intrigas.
¿Cómo surge ‘La metamorfosis del sabueso’ (2023)?
Ese libro está integrado por ensayos y conferencias que reuní a sugerencia de la editorial Diego Portales de Chile, que lo publicó en 2011. Fue mi segundo libro de ensayos. El primero, Recuento de incertidumbres (Cultura y transición en El Salvador), fue publicado en 1993, pero se agotó y no se conoció fuera de El Salvador. La nueva edición de La metamorfosis del sabueso, publicada por Literatura Random House en España, no cambia en nada en su contenido con relación a la primera.
¿Cómo se construye la mirada política del centroamericano?
Existen muchas miradas políticas. Yo trato de incorporarlas a mi obra, sin importar su supuesta bondad o maldad. En mis novelas se encuentra la mirada del ex-soldado convertido en forajido, la del ex-luchador convertido en torturador, la de la mujer de clase alta paranoica por sus propias maldades, la de la mujer de clase alta que se suma a la lucha antidictatorial para sacar a su marido de la cárcel, la del intelectual culposo y angustiado, la del joven que entra a la guerrilla por su espíritu aventurero, etcétera.
¿Cómo está El Salvador hoy?
Tengo más de veinte años de no vivir en el país y cuatro de no visitarlo. Carezco de impresiones actuales de primera mano. Pero es un país que vive bajo un permanente estado de emergencia, que restringe las garantías constitucionales de sus ciudadanos. La mayoría de los salvadoreños apoyan esa medida, como si tuviesen conciencia de que necesitan una terapia de shock para recuperarse. Veremos si el paciente mejora y se recupera, o termina de colapsar.
La violencia política debió marcarte...
Supongo que me marcó mucho y por eso he escrito la obra que he escrito. Las anécdotas de la vida de un escritor sólo adquieren sentido si se convierten en arte; si no se transmutan en su obra, son apenas episodios curiosos que cualquiera pudo haber vivido. No se necesita ser un lector muy avezado para descubrir la huella de la violencia en mis novelas y cuentos.
¿Cómo viviste la guerra civil salvadoreña en la distancia?
Durante los años de la guerra civil viví exiliado en México, trabajando como periodista. Fueron años intensos, de aprendizaje, de formación. En México amplié mi forma de ver el mundo. Tuve momentos de inestabilidad laboral, saltaba de un empleo a otro, pero era joven y la aventura de la vida la vivía al tope. Recuerdo con nostalgia esos años. Ahora, cada vez que visito la Ciudad de México, siento de nuevo su energía, su vitalidad, su fuerza, pero yo estoy en otra etapa de mi vida.
De adolescente, Horacio Castellanos Moya quería ser compositor de rock progresivo inglés, aunque en idioma español. Quería tocar la guitarra como Jimi Hendrix y soñaba con llenar estadios de fútbol con fans que corearan frenéticas los temas que su colega Douglas cantaba.
Hoy es el autor de 13 novelas, 5 libros de relatos y 3 colecciones de ensayos, pero hace casi 50 años su principal propósito de vida era emular la carrera de grupos como Yes, Pink Floyd, King Crimson y Jethro Tull.
“Éramos dos integrantes: Douglas y yo. Fue una aventura adolescente. Enseguida explotó la guerra civil. A Douglas lo mataron” y todo cambió para su patria, El Salvador, y para Horacio. Fueron los años entre 1979 y 1992.
El actual profesor de la Universidad de Iowa (Estados Unidos) es el vicepresidente del festival literario Centroamérica Cuenta, que ocurrirá en Panamá del 22 al 26 de mayo.
Horacio participará el 23 de mayo en el Museo del Canal en dos mesas: “El ensayo literario para entender otras realidades” (6:00 p.m.) y “De lo propio y lo ajeno: dos ríos que dan al mar de la literatura” (7:00 p.m.).
El 24 de mayo, a las 6:10 p.m., en el Museo del Canal, integrará la mesa “De la oscuridad a la luz: la imaginación como espejo de la realidad”. Y el 25 de mayo, a las 7:00 p.m., en el Teatro Nacional, formará parte de la mesa “La risa cómplice de la literatura”.
A los 16 años vendiste tu guitarra para comprarte una máquina de escribir. ¿Qué pasó?
Hubo un shock: descubrí que era sordo musicalmente y que era una estupidez seguir con eso. Era una guitarra Suzuki, japonesa, magnífica. Me la había escogido mi profesor de guitarra, don Cándido Morales, un discípulo del genial compositor y guitarrista paraguayo Mangoré. Luego de venderla, compré una máquina Royal.
¿Cómo llegaste al cuento y a la novela?
Eso sucedió naturalmente. Hubo un momento en que también descubrí que era mal poeta y que se me daba mejor la narrativa. Primero los cuentos y luego la novela. Me parece que es un proceso de expansión natural de las fuerzas creativas en todo joven escritor.
¿Qué peso tuvieron en tu juventud la obra de Henry Miller, Rilke y Pavese?
Esos autores me permitieron comprender que la literatura no era la cosa aburridísima que los curas nos enseñaban en el colegio. Lo que más me impresionó de Miller fue la libertad con la que trataba los temas más escabrosos, su desenfado para abordar la sexualidad y el erotismo. En cuanto a Rilke, sus Cartas a un joven poeta han iluminado a generaciones de jóvenes que comienzan a escribir y buscan referentes, ideas que alumbren el camino. Y Pavese, en sus diarios recopilados, Oficio de vivir, combina la introspección, la angustia existencial y la pasión literaria de una forma tan extrema que sólo podían culminar en su suicidio.
¿Cuándo descubres la literatura salvadoreña?
Ese tema lo he abordado en varios ensayos, en especial en Orfandad y herencia literarias, que está incluido en el libro Roque Dalton: Correspondencia clandestina y otros ensayos. Fue un proceso no muy largo en el tiempo, pero intenso. Éramos un grupo de jóvenes poetas explorando nuestras raíces literarias, tratando de descifrar las claves de nuestra identidad. Las huellas que quedaron en mí habrá que descubrirlas en lo que he escrito.
¿Qué representa para ti la poesía de Roque Dalton?
Dalton fue el poeta más influyente en El Salvador en el siglo XX. Fue fundamental por su escritura satírica, desenfadada, con un gran virtuosismo estilístico. Fue un poeta vasto. Una cineasta austriaca hizo un documental, Roque Dalton: Fusilemos la noche (YouTube), en el que trata de captar la presencia de Dalton en el imaginario salvadoreño. Es muy interesante. Con Dalton arranca el mito trágico del poeta revolucionario asesinado por sus propios compañeros revolucionarios. No es poca cosa.
¿Puedes hablarme de Roque Dalton: Correspondencia clandestina?
El ensayo principal de ese libro, y que le da título, trata sobre los quince o dieciséis meses que Dalton estuvo como combatiente clandestino en El Salvador en las filas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), desde noviembre de 1974 hasta que fue asesinado en mayo de 1975. Está basado en la correspondencia que tuvo con la madre de sus hijos, Aída, quien en ese entonces vivía en La Habana. Muestra sus preocupaciones del momento: la familia, la obra, los amores, las intrigas.
¿Cómo surge ‘La metamorfosis del sabueso’ (2023)?
Ese libro está integrado por ensayos y conferencias que reuní a sugerencia de la editorial Diego Portales de Chile, que lo publicó en 2011. Fue mi segundo libro de ensayos. El primero, Recuento de incertidumbres (Cultura y transición en El Salvador), fue publicado en 1993, pero se agotó y no se conoció fuera de El Salvador. La nueva edición de La metamorfosis del sabueso, publicada por Literatura Random House en España, no cambia en nada en su contenido con relación a la primera.
¿Cómo se construye la mirada política del centroamericano?
Existen muchas miradas políticas. Yo trato de incorporarlas a mi obra, sin importar su supuesta bondad o maldad. En mis novelas se encuentra la mirada del ex-soldado convertido en forajido, la del ex-luchador convertido en torturador, la de la mujer de clase alta paranoica por sus propias maldades, la de la mujer de clase alta que se suma a la lucha antidictatorial para sacar a su marido de la cárcel, la del intelectual culposo y angustiado, la del joven que entra a la guerrilla por su espíritu aventurero, etcétera.
¿Cómo está El Salvador hoy?
Tengo más de veinte años de no vivir en el país y cuatro de no visitarlo. Carezco de impresiones actuales de primera mano. Pero es un país que vive bajo un permanente estado de emergencia, que restringe las garantías constitucionales de sus ciudadanos. La mayoría de los salvadoreños apoyan esa medida, como si tuviesen conciencia de que necesitan una terapia de shock para recuperarse. Veremos si el paciente mejora y se recupera, o termina de colapsar.
La violencia política debió marcarte...
Supongo que me marcó mucho y por eso he escrito la obra que he escrito. Las anécdotas de la vida de un escritor sólo adquieren sentido si se convierten en arte; si no se transmutan en su obra, son apenas episodios curiosos que cualquiera pudo haber vivido. No se necesita ser un lector muy avezado para descubrir la huella de la violencia en mis novelas y cuentos.
¿Cómo viviste la guerra civil salvadoreña en la distancia?
Durante los años de la guerra civil viví exiliado en México, trabajando como periodista. Fueron años intensos, de aprendizaje, de formación. En México amplié mi forma de ver el mundo. Tuve momentos de inestabilidad laboral, saltaba de un empleo a otro, pero era joven y la aventura de la vida la vivía al tope. Recuerdo con nostalgia esos años. Ahora, cada vez que visito la Ciudad de México, siento de nuevo su energía, su vitalidad, su fuerza, pero yo estoy en otra etapa de mi vida.