Adonaí Rivera: Trabajo. Juego. Libertad.
- 07/03/2024 00:00
- 06/03/2024 17:17
El artista panameño presenta desde el 4 de marzo una exposición en la galería Manuel Amador de la Universidad de Panamá. El próximo mes de mayo, expondrá en París En 2023 cumplió 50 años de pintura y para conmemorarlo, en el mes de marzo de este año, se presenta en la galería Manuel E. Amador, una exposición titulada “Panamá es el paisaje”, en la que, a su vez, el maestro Adonaí rinde homenaje a su tierra.
Santeño de nacimiento, de origen campesino, docente de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Panamá, pero sobre todo artista, es uno de los grandes pinceles patrios. Nos cuenta que en su hogar cocinaban con leña, cuando se apagaba el carbón, lo agarraba y dibujaba en el piso, en las paredes... en los lugares de los que disponía a sus escasos 6 años.
Este recuerdo infantil va a estar muy presente en su vida y en su trabajo, ya que, cuando viaja a México, se vuelve a encontrar con el carboncillo con el que ya había experimentado en su infancia y del que casi ya no guardaba recuerdo. Hasta el día de hoy, confiesa que utiliza el carboncillo porque le permite crear libremente ya que se puede borrar con facilidad, es muy versátil y se presta para realizar trazos rápidos.
Su salto definitivo al mundo del arte ocurre en la secundaria. Bajo la dirección del profesor Juan Manuel Pérez, un grupo de muchachos con talento realiza una exposición para inaugurar un edificio, a la que asiste el general Omar Torrijos. Maravillado con los trabajos de estos jóvenes se compromete a darles una beca para estudiar en el extranjero.
Dos años después, ya mayor de edad, esta promesa se hace realidad y se va a estudiar a la Escuela Nacional de Pintura y Escultura “La Esmeralda”, Instituto Nacional de Bellas Artes de México, donde se graduó con honores.
En México conoce a Adriano Herrera Barría en un Congreso de Arte, y por su mediación regresa a Panamá en 1982 para trabajar en la Escuela de Artes Plásticas de Panamá.
El camino hacia la libertad Como muchos de los pintores panameños, sus inicios en el mundo de la plástica se dan a través de temas costumbristas, escenas de género, paisajes y obras religiosas.
Su primera obra en óleo es de 1973 “Campesinos en la noche” y responde a este tipo de temática. En este momento el artista está más enfocado en la destreza técnica, en articular un lenguaje plástico a partir de lo conocido, de recrear el mundo que lo rodea y que ama.
Por su exposición al arte mexicano, recibe su influencia... obras de contexto social, retratos de los problemas de la calle, la mendicidad, el hambre, decantándose por un lenguaje próximo al expresionismo. También incursiona en el arte abstracto, sin embargo, es la figuración la que le permite el acceso a esa concepción de una obra que se convierte en un canto a la libertad.
Rivera comenta que cuando regresa a Panamá su pintura da un giro de 180 grados, considera que se debe al sol, la alegría, el ambiente... en definitiva, encontró la libertad que tanto anhelaba, y que se convertirá en la columna vertebral de su trabajo.
“Cada cuadro mío es un homenaje a la libertad”. “Yo pinto cosas libres, porque el principio del ser humano es la libertad”.
Esa liberación tiene un marcado acento surrealista, estima que su obra se enmarca en el realismo mágico latinoamericano, que inicia con García Márquez, pero que, en su caso particular mira hacia el trabajo de artistas como Miguel Ángel Asturias, pintor guatemalteco, o en la literatura a Alejo Carpentier y a Borges.
En el próximo mes de mayo participará en París, en una exposición sobre el realismo mágico latinoamericano, poniendo a Panamá en el foco internacional, narrando nuestra vibrante historia a todos los visitantes de La Sorbona, que quieran aproximarse a la luz, el color, la libertad y el canto a la vida recreado por Adonaí.
En su apuesta por lo improbable, por lo imposible, nos sumerge en un mundo feliz. Para ello introduce lo onírico, lo que pertenece al mundo de los sueños, donde sus figuras alcanzan la paz, el equilibrio, la armonía y la plenitud que, el maestro, concede a todos los seres de la Tierra.
Del caos al orden Sus obras las visualiza primero en su mente, concibe el trabajo que va a realizar con un esquema que va del caos al orden, en donde lo primero son los trazos en dibujo, los bocetos, que luego pinta. Pero no siempre respeta esa estructura, la varía en el proceso jugando con los elementos definidos y aquellos solamente sugeridos, que el espectador completará con su imaginación posibilitando las múltiples lecturas y significados. De este modo se convierte en una obra abierta, participativa, en la que cada uno obtiene una respuesta.
Su lema es “trabajo, juego y libertad”, trabajo concienzudo, metódico, siempre en armonía, en silencio, en constante escucha de sí mismo. El juego, porque debe ser divertido, lúdico, con trazos ingenuos, como los de un niño, pero no por ello desprovisto de habilidad técnica, creativa o estética. Y libertad, porque aunque hace el boceto no se ciñe a él, es libre como lo son sus paisajes y figuras.
“Paisaje Panamá” es un homenaje a Panamá en cuya etimología está “abundancia de peces”, pero estos peces “son muy felices”. Aborda la alegría, el buen humor, las luces, el colorido abundante y armonioso, los movimientos rítmicos y oscilantes, sin que se definan los límites entre la realidad y la fantasía.
La figura femenina también juega un papel relevante en su obra. Considera que es el “norte”, la fuente de la existencia y, por lo tanto, de la vida. Mujer y naturaleza son los dos grandes constantes de su obra.
Adonaí confiesa que “pinta en silencio”, en un acto solemne en el que se engrandece el alma. Considera que “uno escribe en el arte la propia biografía y la de su época”, “si el que pinta es sincero, está haciendo su biografía”. Una pintura que, a través de un lenguaje ingenuo, lúdico, casi infantil, apuesta por la libertad, se convierte en instrumento poderoso que hace y cuenta la historia.
En 2023 cumplió 50 años de pintura y para conmemorarlo, en el mes de marzo de este año, se presenta en la galería Manuel E. Amador, una exposición titulada “Panamá es el paisaje”, en la que, a su vez, el maestro Adonaí rinde homenaje a su tierra.
Santeño de nacimiento, de origen campesino, docente de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Panamá, pero sobre todo artista, es uno de los grandes pinceles patrios. Nos cuenta que en su hogar cocinaban con leña, cuando se apagaba el carbón, lo agarraba y dibujaba en el piso, en las paredes... en los lugares de los que disponía a sus escasos 6 años.
Este recuerdo infantil va a estar muy presente en su vida y en su trabajo, ya que, cuando viaja a México, se vuelve a encontrar con el carboncillo con el que ya había experimentado en su infancia y del que casi ya no guardaba recuerdo. Hasta el día de hoy, confiesa que utiliza el carboncillo porque le permite crear libremente ya que se puede borrar con facilidad, es muy versátil y se presta para realizar trazos rápidos.
Su salto definitivo al mundo del arte ocurre en la secundaria. Bajo la dirección del profesor Juan Manuel Pérez, un grupo de muchachos con talento realiza una exposición para inaugurar un edificio, a la que asiste el general Omar Torrijos. Maravillado con los trabajos de estos jóvenes se compromete a darles una beca para estudiar en el extranjero.
Dos años después, ya mayor de edad, esta promesa se hace realidad y se va a estudiar a la Escuela Nacional de Pintura y Escultura “La Esmeralda”, Instituto Nacional de Bellas Artes de México, donde se graduó con honores.
En México conoce a Adriano Herrera Barría en un Congreso de Arte, y por su mediación regresa a Panamá en 1982 para trabajar en la Escuela de Artes Plásticas de Panamá.
Como muchos de los pintores panameños, sus inicios en el mundo de la plástica se dan a través de temas costumbristas, escenas de género, paisajes y obras religiosas.
Su primera obra en óleo es de 1973 “Campesinos en la noche” y responde a este tipo de temática. En este momento el artista está más enfocado en la destreza técnica, en articular un lenguaje plástico a partir de lo conocido, de recrear el mundo que lo rodea y que ama.
Por su exposición al arte mexicano, recibe su influencia... obras de contexto social, retratos de los problemas de la calle, la mendicidad, el hambre, decantándose por un lenguaje próximo al expresionismo. También incursiona en el arte abstracto, sin embargo, es la figuración la que le permite el acceso a esa concepción de una obra que se convierte en un canto a la libertad.
Rivera comenta que cuando regresa a Panamá su pintura da un giro de 180 grados, considera que se debe al sol, la alegría, el ambiente... en definitiva, encontró la libertad que tanto anhelaba, y que se convertirá en la columna vertebral de su trabajo.
“Cada cuadro mío es un homenaje a la libertad”. “Yo pinto cosas libres, porque el principio del ser humano es la libertad”.
Esa liberación tiene un marcado acento surrealista, estima que su obra se enmarca en el realismo mágico latinoamericano, que inicia con García Márquez, pero que, en su caso particular mira hacia el trabajo de artistas como Miguel Ángel Asturias, pintor guatemalteco, o en la literatura a Alejo Carpentier y a Borges.
En el próximo mes de mayo participará en París, en una exposición sobre el realismo mágico latinoamericano, poniendo a Panamá en el foco internacional, narrando nuestra vibrante historia a todos los visitantes de La Sorbona, que quieran aproximarse a la luz, el color, la libertad y el canto a la vida recreado por Adonaí.
En su apuesta por lo improbable, por lo imposible, nos sumerge en un mundo feliz. Para ello introduce lo onírico, lo que pertenece al mundo de los sueños, donde sus figuras alcanzan la paz, el equilibrio, la armonía y la plenitud que, el maestro, concede a todos los seres de la Tierra.
Sus obras las visualiza primero en su mente, concibe el trabajo que va a realizar con un esquema que va del caos al orden, en donde lo primero son los trazos en dibujo, los bocetos, que luego pinta. Pero no siempre respeta esa estructura, la varía en el proceso jugando con los elementos definidos y aquellos solamente sugeridos, que el espectador completará con su imaginación posibilitando las múltiples lecturas y significados. De este modo se convierte en una obra abierta, participativa, en la que cada uno obtiene una respuesta.
Su lema es “trabajo, juego y libertad”, trabajo concienzudo, metódico, siempre en armonía, en silencio, en constante escucha de sí mismo. El juego, porque debe ser divertido, lúdico, con trazos ingenuos, como los de un niño, pero no por ello desprovisto de habilidad técnica, creativa o estética. Y libertad, porque aunque hace el boceto no se ciñe a él, es libre como lo son sus paisajes y figuras.
“Paisaje Panamá” es un homenaje a Panamá en cuya etimología está “abundancia de peces”, pero estos peces “son muy felices”. Aborda la alegría, el buen humor, las luces, el colorido abundante y armonioso, los movimientos rítmicos y oscilantes, sin que se definan los límites entre la realidad y la fantasía.
La figura femenina también juega un papel relevante en su obra. Considera que es el “norte”, la fuente de la existencia y, por lo tanto, de la vida. Mujer y naturaleza son los dos grandes constantes de su obra.
Adonaí confiesa que “pinta en silencio”, en un acto solemne en el que se engrandece el alma. Considera que “uno escribe en el arte la propia biografía y la de su época”, “si el que pinta es sincero, está haciendo su biografía”. Una pintura que, a través de un lenguaje ingenuo, lúdico, casi infantil, apuesta por la libertad, se convierte en instrumento poderoso que hace y cuenta la historia.