300 años de los retablos de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán en Parita
- 16/04/2025 00:00
La ciudad panameña alberga valiosos retablos coloniales barrocos, expresión de fusión cultural e identidad. Dos edificaciones destacan por su exuberancia decorativa e iconografía religiosa Parita se encuentra localizada en la región central de la República de Panamá, siendo el asentamiento hispano indígena más antiguo de la región de Azuero, ya que fue fundada en 1558. Debemos destacar la importancia histórica de esta región como un centro de poder para los caciques locales, antes de la llegada de los españoles. En el caso de Parita, se trataba de un pueblo con importante población indigena y negra, con un gran desarrollo social y cultural que da paso a numerosas e importantísimas manifestaciones artísticas. Los indígenas, como maestros artesanos, aportaron su visión y habilidades a las expresiones artísticas impuestas por la Corona española, aportando un arte que fusiona lo local y lo foráneo.
La iglesia de Santo Domingo de Guzmán se construyó durante la época de la colonia española en el año 1656. Publicaciones expuestas por la parroquia indican que después de la creación de Santa Elena de Parita, a finales del siglo XVI, fue refundada con el nombre de la Villa de Santo Domingo de Parita.
Como era común en las iglesias coloniales, está dispuesta en tres naves, influenciada por los modelos arquitectónicos europeos. Esta disposición permitía crear un espacio amplio y solemne para la congregación. La separación de las naves mediante columnas de madera era una solución práctica y económica, adaptada a los materiales disponibles en la región y la cubierta a dos aguas, también era común en la arquitectura colonial, para proteger el interior de las inclemencias del tiempo.
En términos generales, podríamos decir que las iglesias coloniales se caracterizan por su arquitectura funcional y adaptada al entorno, así como por la riqueza y singularidad de sus retablos, testimonios del talento de los artesanos locales y de la fusión de influencias culturales que caracterizó a la época colonial.
En el caso de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, observamos dos tipos de retablos bien diferenciados que vamos a abordar teniendo en cuenta las partes que componen un retablo del barroco colonial.
Los retablos coloniales, se componen de varias partes esenciales que contribuyen a su estructura y función. Entre las que debemos considerar en primer lugar la parte inferior, denominada Banco o Predela, se trata de la base sobre la que se asienta toda la estructura y que, a menudo, contiene pinturas o relieves que complementan la narrativa principal del retablo.
Después encontramos el Cuerpo, que es la sección principal del retablo, donde se encuentran las hornacinas, las calles y las entrecalles (divisiones verticales). Y por último, tenemos el Ático, que es la parte superior del retablo, que corona la estructura, donde se colocan representaciones del Calvario u otras escenas religiosas importantes y a menudo rematado por pináculos u otros elementos decorativos.
Los dos retablos, motivo de este artículo, presentan una tipología de talante churrigueresco caracterizada por una decoración extremadamente recargada y detallada. Los retablos de este estilo presentan una profusión de elementos ornamentales, como hojas, flores, frutas, ángeles y otros motivos, que cubren prácticamente toda la superficie. Esta profusión decorativa crea un efecto de abigarramiento y dinamismo, buscando impresionar al espectador con su riqueza y complejidad.
Nos referimos a los retablos de San José y La Merced, que presentan características similares como, por ejemplo, un solo cuerpo, lo que significa que la composición principal se desarrolla en un único nivel. Esta característica, aunque puede parecer sencilla, permite concentrar la atención en la imaginería central y la riqueza de la ornamentación.
Las columnas salomónicas son un elemento distintivo del barroco, caracterizadas por su forma helicoidal. Tanto en el retablo de San José como en el de La Merced, estas columnas juegan un papel fundamental en la estructura, aportando dinamismo y movimiento a la composición. Se trata de columnas retorcidas, que se inspiran en el templo de Salomón, simbolizan el ascenso espiritual y la conexión entre lo terrenal y lo divino. Su presencia en ambos retablos subraya la influencia del barroco español y su adaptación en el contexto colonial.
También presentan hornacinas con arcos trilobulados para albergar las esculturas de santos u otras figuras religiosas. Están rematadas con arcos trilobulados, una forma arquitectónica que añade complejidad y detalle a la estructura, a partir de un elemento decorativo que se encuentra con frecuencia en el arte gótico y mudéjar, y que fue adaptado y reinterpretado en el barroco colonial.
El retablo de la Virgen de las Mercedes En este retablo encontramos una ornamentación exhuberante con presencia de columnas salomónicas. A diferencia de otros retablos, aquí los motivos vegetales (uvas, pámpanos y hojas) son de mayor volumen y se desprenden notablemente del fuste de las columnas.
Esta profusión decorativa es un sello distintivo del barroco, que buscaba crear efectos de riqueza y opulencia. La sensación de que los elementos vegetales “se desprenden” de las columnas añade dinamismo y tridimensionalidad al retablo.
En cuanto a su lectura iconológica, podemos decir que los motivos de uvas y pámpanos tienen un significado simbólico en el cristianismo, asociados con la eucaristía y la sangre de Cristo y su presencia en las columnas salomónicas refuerza el carácter religioso del retablo.
En la hornacina central se encuentra la imagen titular de la Virgen de las Mercedes, advocación mariana que tiene gran importancia en la época colonial, y en la actualidad, por lo cual los retablos que la representan suelen tener detalles muy elaborados.
En resumen, el retablo de la Virgen de las Mercedes se distingue por la riqueza y el detalle de su ornamentación, por su trabajo meticuloso y esmerado y por la riqueza de su colorido. Estos detalles reflejan la maestría de los artesanos coloniales y la importancia de la Virgen de las Mercedes en la devoción popular.
El retablo de San José Construido en 1725, pertenece a una fase madura del barroco colonial, por lo que podríamos pensar que ya se habían asimilado las influencias europeas y se estaban desarrollando características propias del arte americano.
Los abundantes “roleos” son motivos ornamentales en forma de espiral, muy comunes en el barroco. Su presencia en el retablo de San José, junto con los motivos vegetales, refleja la exuberancia decorativa característica de este estilo.
La combinación de talla y pintura permite crear efectos de profundidad y textura, realzando la belleza de los motivos ornamentales.
El hecho de que sea de un solo cuerpo concentra la atención en la imagen titular de San José, que se encuentra en la única hornacina con arco trilobulado.
El pequeño temple que remata el conjunto, flanqueado por elementos planos recortados y pináculos, añade verticalidad y complejidad a la estructura del retablo.
La imagen de San José, como figura central del retablo, tiene un significado importante en la iconografía cristiana. San José es el padre adoptivo de Jesús y un modelo de virtud y protección. Además, El Concilio de Trento (siglo XVI) impulsó la promoción de figuras religiosas como San José, en respuesta a la Reforma Protestante. San José encarnaba los valores de la paternidad responsable, la humildad y la obediencia, que eran muy valorados en la sociedad barroca, pero también se asoció con la protección de la Iglesia y del Estado, lo que contribuyó a su popularidad en la época.
En resumen, podríamos decir que los retablos de San José y de la Virgen de la Merced son claros exponentes de expresiones artísticas únicas, que reflejan la diversidad y complejidad de la sociedad colonial, enriqueciendo la iconografía religiosa con elementos autóctonos, creando un lenguaje visual propio capaz de trasmitir los mensajes religiosos de manera emotiva y comprensible para la población local.
Parita se encuentra localizada en la región central de la República de Panamá, siendo el asentamiento hispano indígena más antiguo de la región de Azuero, ya que fue fundada en 1558. Debemos destacar la importancia histórica de esta región como un centro de poder para los caciques locales, antes de la llegada de los españoles. En el caso de Parita, se trataba de un pueblo con importante población indigena y negra, con un gran desarrollo social y cultural que da paso a numerosas e importantísimas manifestaciones artísticas. Los indígenas, como maestros artesanos, aportaron su visión y habilidades a las expresiones artísticas impuestas por la Corona española, aportando un arte que fusiona lo local y lo foráneo.
La iglesia de Santo Domingo de Guzmán se construyó durante la época de la colonia española en el año 1656. Publicaciones expuestas por la parroquia indican que después de la creación de Santa Elena de Parita, a finales del siglo XVI, fue refundada con el nombre de la Villa de Santo Domingo de Parita.
Como era común en las iglesias coloniales, está dispuesta en tres naves, influenciada por los modelos arquitectónicos europeos. Esta disposición permitía crear un espacio amplio y solemne para la congregación. La separación de las naves mediante columnas de madera era una solución práctica y económica, adaptada a los materiales disponibles en la región y la cubierta a dos aguas, también era común en la arquitectura colonial, para proteger el interior de las inclemencias del tiempo.
En términos generales, podríamos decir que las iglesias coloniales se caracterizan por su arquitectura funcional y adaptada al entorno, así como por la riqueza y singularidad de sus retablos, testimonios del talento de los artesanos locales y de la fusión de influencias culturales que caracterizó a la época colonial.
En el caso de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, observamos dos tipos de retablos bien diferenciados que vamos a abordar teniendo en cuenta las partes que componen un retablo del barroco colonial.
Los retablos coloniales, se componen de varias partes esenciales que contribuyen a su estructura y función. Entre las que debemos considerar en primer lugar la parte inferior, denominada Banco o Predela, se trata de la base sobre la que se asienta toda la estructura y que, a menudo, contiene pinturas o relieves que complementan la narrativa principal del retablo.
Después encontramos el Cuerpo, que es la sección principal del retablo, donde se encuentran las hornacinas, las calles y las entrecalles (divisiones verticales). Y por último, tenemos el Ático, que es la parte superior del retablo, que corona la estructura, donde se colocan representaciones del Calvario u otras escenas religiosas importantes y a menudo rematado por pináculos u otros elementos decorativos.
Los dos retablos, motivo de este artículo, presentan una tipología de talante churrigueresco caracterizada por una decoración extremadamente recargada y detallada. Los retablos de este estilo presentan una profusión de elementos ornamentales, como hojas, flores, frutas, ángeles y otros motivos, que cubren prácticamente toda la superficie. Esta profusión decorativa crea un efecto de abigarramiento y dinamismo, buscando impresionar al espectador con su riqueza y complejidad.
Nos referimos a los retablos de San José y La Merced, que presentan características similares como, por ejemplo, un solo cuerpo, lo que significa que la composición principal se desarrolla en un único nivel. Esta característica, aunque puede parecer sencilla, permite concentrar la atención en la imaginería central y la riqueza de la ornamentación.
Las columnas salomónicas son un elemento distintivo del barroco, caracterizadas por su forma helicoidal. Tanto en el retablo de San José como en el de La Merced, estas columnas juegan un papel fundamental en la estructura, aportando dinamismo y movimiento a la composición. Se trata de columnas retorcidas, que se inspiran en el templo de Salomón, simbolizan el ascenso espiritual y la conexión entre lo terrenal y lo divino. Su presencia en ambos retablos subraya la influencia del barroco español y su adaptación en el contexto colonial.
También presentan hornacinas con arcos trilobulados para albergar las esculturas de santos u otras figuras religiosas. Están rematadas con arcos trilobulados, una forma arquitectónica que añade complejidad y detalle a la estructura, a partir de un elemento decorativo que se encuentra con frecuencia en el arte gótico y mudéjar, y que fue adaptado y reinterpretado en el barroco colonial.
En este retablo encontramos una ornamentación exhuberante con presencia de columnas salomónicas. A diferencia de otros retablos, aquí los motivos vegetales (uvas, pámpanos y hojas) son de mayor volumen y se desprenden notablemente del fuste de las columnas.
Esta profusión decorativa es un sello distintivo del barroco, que buscaba crear efectos de riqueza y opulencia. La sensación de que los elementos vegetales “se desprenden” de las columnas añade dinamismo y tridimensionalidad al retablo.
En cuanto a su lectura iconológica, podemos decir que los motivos de uvas y pámpanos tienen un significado simbólico en el cristianismo, asociados con la eucaristía y la sangre de Cristo y su presencia en las columnas salomónicas refuerza el carácter religioso del retablo.
En la hornacina central se encuentra la imagen titular de la Virgen de las Mercedes, advocación mariana que tiene gran importancia en la época colonial, y en la actualidad, por lo cual los retablos que la representan suelen tener detalles muy elaborados.
En resumen, el retablo de la Virgen de las Mercedes se distingue por la riqueza y el detalle de su ornamentación, por su trabajo meticuloso y esmerado y por la riqueza de su colorido. Estos detalles reflejan la maestría de los artesanos coloniales y la importancia de la Virgen de las Mercedes en la devoción popular.
Construido en 1725, pertenece a una fase madura del barroco colonial, por lo que podríamos pensar que ya se habían asimilado las influencias europeas y se estaban desarrollando características propias del arte americano.
Los abundantes “roleos” son motivos ornamentales en forma de espiral, muy comunes en el barroco. Su presencia en el retablo de San José, junto con los motivos vegetales, refleja la exuberancia decorativa característica de este estilo.
La combinación de talla y pintura permite crear efectos de profundidad y textura, realzando la belleza de los motivos ornamentales.
El hecho de que sea de un solo cuerpo concentra la atención en la imagen titular de San José, que se encuentra en la única hornacina con arco trilobulado.
El pequeño temple que remata el conjunto, flanqueado por elementos planos recortados y pináculos, añade verticalidad y complejidad a la estructura del retablo.
La imagen de San José, como figura central del retablo, tiene un significado importante en la iconografía cristiana. San José es el padre adoptivo de Jesús y un modelo de virtud y protección. Además, El Concilio de Trento (siglo XVI) impulsó la promoción de figuras religiosas como San José, en respuesta a la Reforma Protestante. San José encarnaba los valores de la paternidad responsable, la humildad y la obediencia, que eran muy valorados en la sociedad barroca, pero también se asoció con la protección de la Iglesia y del Estado, lo que contribuyó a su popularidad en la época.
En resumen, podríamos decir que los retablos de San José y de la Virgen de la Merced son claros exponentes de expresiones artísticas únicas, que reflejan la diversidad y complejidad de la sociedad colonial, enriqueciendo la iconografía religiosa con elementos autóctonos, creando un lenguaje visual propio capaz de trasmitir los mensajes religiosos de manera emotiva y comprensible para la población local.