Orígenes de los 505. Un cuento de verdad
- 15/12/2024 00:00
- 14/12/2024 14:06
La Constitución panameña de 1972 cumplió 50 años en 2022. Expertos exploran el legado histórico de este acontecimiento Medio siglo -me dije- no es cualquier tontería. Entonces vociferaban que la Constitución panameña de 1972, este 2022, cumplía 50 años de promulgada, y había que celebrar a lo grande. Bodas de oro, imagínense, en un país que le huye a la memoria colectiva, es una buena oportunidad para refrescar recuerdos. Y me metí en el cuento.
Comencé por auscultar los rostros posibles que la hicieron posible, los honorables constituyentes que, en sus días, fue una pléyade de 505 hombres y algunas mujeres, la mayoría de la entraña popular, orientados por la filosofía pueblo-gobierno del general Omar Torrijos, y quienes fueron elegidos por voto libre como líderes de sus territorios ante la Asamblea Nacional de Representantes de Corregimiento. Aprobaron la dichosa Constitución y facultaron al general pensante para que tuviera atribuciones de jefe de Gobierno, con el interés de que pudiera ser arte y parte de las negociaciones, a lo que luego se llamó Tratados Torrijos-Carter, con el cual Panamá, el país, la nación entera, obtuvo la soberanía plena para dirigir los destinos del Canal y también pudo recuperar sus territorios colonizados por bases militares estadounidenses.
Por si algún olvido, les recuerdo que lo que les cuento de este cuento fue hace cerca de tres años, y según parece, me veía demasiado eufórico ante la mirada fría o a veces graciosa de muchos de mis interlocutores. Hablé con sabios y expertos en el tema, me presenté con dueños de la verdad, toqué la puerta de diputados huraños unos, ignorantes otros, ocupados los más, algunos receptivos, hay que decirlo.
Visité a burócratas y a voceros autorizados de conductores del partido moralmente obligado a conmemorar el acontecimiento.
Llegué a visitar a varios amigos del gobierno, y entre unos y otros, patriarcas, políticos jubilados, caciques y otros, me llenaron de ilusiones. Porque hay que decirlo: me recibieron en sus despachos con fina atención. Quería hacer un libro con reportajes y crónicas, rendir homenaje a los honorables constituyentes de 1972, analizar la importancia de la gobernanza territorial, en estos precisos tiempos, con la idea de la descentralización política y administrativa hirviendo por todos los rincones del continente americano, y sacar conclusiones políticas frente a los vaivenes en la orientación de las políticas públicas, generalmente promovidas por la banca internacional y las agencias internacionales de crédito, que planifican su inversiones y créditos a nuestros países según sus propias cosmovisiones e intereses. Bueno... dicen que así es como se gobierna por estas fincas, con la planificación que imponen los prestamistas de crédito para el Estado. Claro, siempre se debe dinero, y hay que pagar, a como dé lugar, los compromisos; hay que cumplir la regla fiscal, desde luego. Y como dicen: el que paga la música pide las canciones. Casi siempre, la música la pagan los prestamistas. Y casi siempre nosotros no podemos pedir la música. No sobra advertir que la Constitución de 1972 no es la misma de hoy. Ha sufrido numerosos remiendos y manipulaciones.
En el caso de las agencias de gobernanza mundial, mirando directrices de esos años, hay que decirlo, había recomendaciones sensatas. Estaba en el tapete el tema de la autonomía de las regiones. Pero, claro, al igual, entraba en auge el neoliberalismo. Se comenzó a desestimular la producción rural, la banca internacional cambió de estrategia: ya no prestaba para producir en el campo alimentos o estimular la ganadería, o la agroindustria en el caso de Panamá. Se promovió la urbanización de las ciudades.
Así florecieron las migraciones a las ciudades capitales, y aquí hablo de toda América Latina; surgió el boom de la construcción, y los hijos de los campesinos que emigraron a las ciudades de neón se volvieron, en su mayoría, trabajadores rasos de la tal industria de la construcción; las periferias afianzaron su destino de cordones de miseria, y en fin, el mundo era la sonrisa de doña Margaret Thatcher, la dama de hierro, dicen, y don Ronald Reagan, el mediocre actor de películas de vaquero en antaño, según la crítica, que llegó a ser presidente de Estados Unidos de América.
Por esos días de la celebración de las bodas de oro de la Constitución y los 505, estaban vivos poco más de 150 líderes. Hoy quedan 148. Hay algo asombroso. El honorable constituyente y representante de lo que hoy es el corregimiento de La Estrella, distrito de Bugaba, Chiriquí, don Fabio Araúz, vive con 106 años a sus espaldas, y en los primeros días de enero va a cumplir 107.
En el fragor de la campaña electoral de este año, un buen hombre, en un restaurante, me dijo, cuando escuchó mi entusiasmo que no perdiera tiempo. “A esos viejos no los alza a mirar nadie. No ponen votos”.
Bueno, fue duro el dictamen, y, aun así, visité la campaña de Martín y la campaña del PRD. Nada. Muchos elogios. Pero no. Dinero no había para eso. “Si ganamos mandamos a hacer 25.000 libros y los repartimos gratis por todo el país”, me dijo uno de esos grandes estrategas de la campaña del expresidente Torrijos. Y en la otra campaña, ni qué decir. La hora era del reguetón y los dj extravagantes, las fiestas con influencers y las bandas estrambóticas, que, dicen, son la representación artística del movimiento urbano. Hay que decirlo: me gusta uno que otro reguetonero, no me atrae la banalidad, y menos la degradación de las mujeres. Pero es otro tema.
Ni siquiera pude conocer a los flamantes estrategas de las campañas. Y eso sí, en honor a la verdad, no supe si a ellos, a los estrategas y a los candidatos, llegó el rumor de la propuesta de un loco queriendo publicar un libro con historias de viejos, cuando el asunto era conseguir votos.
Hace un par de meses me encontré al arquitecto Gabriel Solís Arias, un joven político, diputado suplente del PRD. Yo soy un viejo joven, y en los tiempos que corren, conectar un joven con un viejo no es fácil. Pero se pudo. Hablamos, nos tratamos con respeto, entre iguales, digo yo, y entre ideas, salió Orígenes de los 505, este famoso cuento. Solís le apostó porque en su ideario programático se propone avanzar en las políticas de descentralización política y fortalecer las autonomías territoriales como fórmula para conseguir lo que hoy llaman desarrollo sostenible. “Hagamos el esfuerzo para que el libro salga en Navidad”, me dijo.
Llegó la temporada de Adviento, y el libro viene en camino. Está en impresión. No lo traen los reyes magos. No. Lo trae el Niño Jesús. Y lo anuncio desde una Estrella, la decana del periodismo, con cierto simbolismo gratificante. Llega para la Navidad. Un verdadero regalo, para mi y para los viejos queridos que aprobaron la constitución de 1972 y forjaron el camino de la autonomía territorial como forma de gobernanza. Además, porque así lo dice la historia internacional, Panamá con este modelo fue el primero en incorporar territorios y comunidades excluidas, empezando por las comarcas indígenas. Es decir, se puso en práctica hace casi 53 años, y desde Panamá, la inclusión social, como respuesta a las desigualdades imperantes.
Cuando desde Colombia recibí el anuncio de que el libro viene en camino, me dije “Este cuento es de verdad”.
Medio siglo -me dije- no es cualquier tontería. Entonces vociferaban que la Constitución panameña de 1972, este 2022, cumplía 50 años de promulgada, y había que celebrar a lo grande. Bodas de oro, imagínense, en un país que le huye a la memoria colectiva, es una buena oportunidad para refrescar recuerdos. Y me metí en el cuento.
Comencé por auscultar los rostros posibles que la hicieron posible, los honorables constituyentes que, en sus días, fue una pléyade de 505 hombres y algunas mujeres, la mayoría de la entraña popular, orientados por la filosofía pueblo-gobierno del general Omar Torrijos, y quienes fueron elegidos por voto libre como líderes de sus territorios ante la Asamblea Nacional de Representantes de Corregimiento. Aprobaron la dichosa Constitución y facultaron al general pensante para que tuviera atribuciones de jefe de Gobierno, con el interés de que pudiera ser arte y parte de las negociaciones, a lo que luego se llamó Tratados Torrijos-Carter, con el cual Panamá, el país, la nación entera, obtuvo la soberanía plena para dirigir los destinos del Canal y también pudo recuperar sus territorios colonizados por bases militares estadounidenses.
Por si algún olvido, les recuerdo que lo que les cuento de este cuento fue hace cerca de tres años, y según parece, me veía demasiado eufórico ante la mirada fría o a veces graciosa de muchos de mis interlocutores. Hablé con sabios y expertos en el tema, me presenté con dueños de la verdad, toqué la puerta de diputados huraños unos, ignorantes otros, ocupados los más, algunos receptivos, hay que decirlo.
Visité a burócratas y a voceros autorizados de conductores del partido moralmente obligado a conmemorar el acontecimiento.
Llegué a visitar a varios amigos del gobierno, y entre unos y otros, patriarcas, políticos jubilados, caciques y otros, me llenaron de ilusiones. Porque hay que decirlo: me recibieron en sus despachos con fina atención. Quería hacer un libro con reportajes y crónicas, rendir homenaje a los honorables constituyentes de 1972, analizar la importancia de la gobernanza territorial, en estos precisos tiempos, con la idea de la descentralización política y administrativa hirviendo por todos los rincones del continente americano, y sacar conclusiones políticas frente a los vaivenes en la orientación de las políticas públicas, generalmente promovidas por la banca internacional y las agencias internacionales de crédito, que planifican su inversiones y créditos a nuestros países según sus propias cosmovisiones e intereses. Bueno... dicen que así es como se gobierna por estas fincas, con la planificación que imponen los prestamistas de crédito para el Estado. Claro, siempre se debe dinero, y hay que pagar, a como dé lugar, los compromisos; hay que cumplir la regla fiscal, desde luego. Y como dicen: el que paga la música pide las canciones. Casi siempre, la música la pagan los prestamistas. Y casi siempre nosotros no podemos pedir la música. No sobra advertir que la Constitución de 1972 no es la misma de hoy. Ha sufrido numerosos remiendos y manipulaciones.
En el caso de las agencias de gobernanza mundial, mirando directrices de esos años, hay que decirlo, había recomendaciones sensatas. Estaba en el tapete el tema de la autonomía de las regiones. Pero, claro, al igual, entraba en auge el neoliberalismo. Se comenzó a desestimular la producción rural, la banca internacional cambió de estrategia: ya no prestaba para producir en el campo alimentos o estimular la ganadería, o la agroindustria en el caso de Panamá. Se promovió la urbanización de las ciudades.
Así florecieron las migraciones a las ciudades capitales, y aquí hablo de toda América Latina; surgió el boom de la construcción, y los hijos de los campesinos que emigraron a las ciudades de neón se volvieron, en su mayoría, trabajadores rasos de la tal industria de la construcción; las periferias afianzaron su destino de cordones de miseria, y en fin, el mundo era la sonrisa de doña Margaret Thatcher, la dama de hierro, dicen, y don Ronald Reagan, el mediocre actor de películas de vaquero en antaño, según la crítica, que llegó a ser presidente de Estados Unidos de América.
Por esos días de la celebración de las bodas de oro de la Constitución y los 505, estaban vivos poco más de 150 líderes. Hoy quedan 148. Hay algo asombroso. El honorable constituyente y representante de lo que hoy es el corregimiento de La Estrella, distrito de Bugaba, Chiriquí, don Fabio Araúz, vive con 106 años a sus espaldas, y en los primeros días de enero va a cumplir 107.
En el fragor de la campaña electoral de este año, un buen hombre, en un restaurante, me dijo, cuando escuchó mi entusiasmo que no perdiera tiempo. “A esos viejos no los alza a mirar nadie. No ponen votos”.
Bueno, fue duro el dictamen, y, aun así, visité la campaña de Martín y la campaña del PRD. Nada. Muchos elogios. Pero no. Dinero no había para eso. “Si ganamos mandamos a hacer 25.000 libros y los repartimos gratis por todo el país”, me dijo uno de esos grandes estrategas de la campaña del expresidente Torrijos. Y en la otra campaña, ni qué decir. La hora era del reguetón y los dj extravagantes, las fiestas con influencers y las bandas estrambóticas, que, dicen, son la representación artística del movimiento urbano. Hay que decirlo: me gusta uno que otro reguetonero, no me atrae la banalidad, y menos la degradación de las mujeres. Pero es otro tema.
Ni siquiera pude conocer a los flamantes estrategas de las campañas. Y eso sí, en honor a la verdad, no supe si a ellos, a los estrategas y a los candidatos, llegó el rumor de la propuesta de un loco queriendo publicar un libro con historias de viejos, cuando el asunto era conseguir votos.
Hace un par de meses me encontré al arquitecto Gabriel Solís Arias, un joven político, diputado suplente del PRD. Yo soy un viejo joven, y en los tiempos que corren, conectar un joven con un viejo no es fácil. Pero se pudo. Hablamos, nos tratamos con respeto, entre iguales, digo yo, y entre ideas, salió Orígenes de los 505, este famoso cuento. Solís le apostó porque en su ideario programático se propone avanzar en las políticas de descentralización política y fortalecer las autonomías territoriales como fórmula para conseguir lo que hoy llaman desarrollo sostenible. “Hagamos el esfuerzo para que el libro salga en Navidad”, me dijo.
Llegó la temporada de Adviento, y el libro viene en camino. Está en impresión. No lo traen los reyes magos. No. Lo trae el Niño Jesús. Y lo anuncio desde una Estrella, la decana del periodismo, con cierto simbolismo gratificante. Llega para la Navidad. Un verdadero regalo, para mi y para los viejos queridos que aprobaron la constitución de 1972 y forjaron el camino de la autonomía territorial como forma de gobernanza. Además, porque así lo dice la historia internacional, Panamá con este modelo fue el primero en incorporar territorios y comunidades excluidas, empezando por las comarcas indígenas. Es decir, se puso en práctica hace casi 53 años, y desde Panamá, la inclusión social, como respuesta a las desigualdades imperantes.
Cuando desde Colombia recibí el anuncio de que el libro viene en camino, me dije “Este cuento es de verdad”.