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La muerte en Panamá, un reflejo de nuestra cultura

Instituto Smithsonian
Actualizado
  • 20/10/2024 00:00
Creado
  • 19/10/2024 18:21

Desde ofrendas precolombinas, como instrumentos musicales, hasta los rituales con tambores de la época colonial y los entierros de ‘angelitos’, estas costumbres muestran la conexión entre la muerte, el estatus social y las creencias espirituales

En la historia, los ritos funerarios suelen hablar sobre cosas que pasaban en una cultura específica que está alrededor de la persona fallecida o comunidad. A veces estos ritos se hacen en respuesta de una situación mayor, como la opresión, pero puede ser también una expresión de estatus, pues son múltiples los famosos funerales de personas adineradas a lo largo del tiempo.

El doctor Samuel Robles, musicólogo e investigador del Centro de Investigaciones Históricas Antropológicas y Culturales (Cihac AIP), habló un poco sobre las costumbres fúnebres de Panamá a lo largo de su historia, en la tercera edición de los conversatorios “Coloquio, Memoria y Cultura” de esta misma entidad, en esta ocasión con el tema “Bailando con la muerte”, al que La Estrella de Panamá también asistió.

“La muerte es una cosa que es muy evocadora, no solo desde hace 500.000 años, sino también lo que pasó hace muy poco tiempo. La muerte nos dice mucho de la cultura donde sucede, es como una especie de retrato sociocultural de la persona que fallece”, señaló Robles al inicio de su ponencia.

Y es que uno de los primeros registros de funerales en el país los encontrábamos en las crónicas de españoles que llegaron a Panamá alrededor del siglo XVI.

Estos relatan la existencia de una tradición de ofrendas para los muertos en los entierros, que podía incluir desde artículos personales del fallecido hasta otras personas que se ofrendaban al muerto.

Otras de las ofrendas encontradas en las tumbas de personas del Panamá precolombino fueron instrumentos musicales, incluyendo flautas de hueso talladas con figuras antropomorfas, usualmente encontradas al lado o debajo de la cabeza de la persona. De acuerdo con Robles, es muy posible que estas pertenecieran a las personas enterradas.

Sin embargo, algunos expertos señalaron la posibilidad de que estos instrumentos eran utilizados como método de comunicación con un mundo paralelo e intangible, en el sentido espiritual.

Otra hipótesis es que eran instrumentos utilizados para métodos curativos en rituales espiritistas.

“A mí sí me gusta pensar que sí eran una especie de conector espiritual y que sí estaban asociadas a una persona. O sea, tú tenías tu flauta con la que participabas en ritos y cuando morías se enterraba contigo como parte de tu ofrenda”, comentó el investigador.

Pero esta no era la única tradición funeraria que involucraba algún tipo de instrumento musical; de hecho, el cronista español Pascual de Andagoya, quien tuvo la oportunidad de asistir al entierro del cacique Pocorosa en 1514, describe cómo gran parte del funeral se centraba en un tambor gigante, que él reconocía como un atabal.

Una persona específica se encargaba de tocar el tambor, como en una especie de llamado y respuesta, que era atendido por ciertas personas en el funeral, quienes estaban vestidas de una forma específica. Según la narración de de Andagoya, el atabal marcaba diferentes momentos del ritual.

Todo esto sucedía mientras que los demás asistentes se dedicaban a beber y celebrar.

Capillas

En el siguiente siglo, cuando Panamá ya era una colonia española y con la instalación de la Iglesia católica en el istmo, surgen otro tipo de tradiciones alrededor de los funerales. Durante este momento era usual la instalación de capillas, que eran instituciones construidas por mandato o legado, adscritas a la diócesis y con una función específica.

De acuerdo con la investigación de Robles, en la ciudad de Panamá operaba al menos una capilla para proveer música sacra, un hecho que hasta hace poco no se había reportado documentación en la historiografía panameña.

“Hay dos formas en las que se podía crear la capilla: una, es que el obispo determinara que se necesitaba una capilla, se conseguían los fondos y esta se creaba para un fin. La otra es que si de repente una persona moría, dejaba dentro de su testamento un dinero asignado para que nutriera los gastos de una capilla que se iba a dedicar a ciertas funciones”, explicó el investigador.

Una de las funciones de las capillas era proveer música, y las ciudades muy grandes tenían más de una capilla, lo que da a entender que la proliferación musical era grande en ese momento.

El grupo de músicos de la capilla respondía al obispo del lugar para hacer música. Estos también asistían a los funerales, lo que implicaba costos aparte de su pago usual en la capilla.

Para 1776, Tomás Sánchez Espejo era el maestro de capilla de Panamá, es decir, era la persona encargada de los músicos y él era músico también.

“Seguramente, escribiría compondría música para servicios, seguramente dirigiría un coro, tocaría un órgano o varios otros instrumentos, y esta persona era la autoridad principal en la música eclesiástica en Panamá. Eso es bastante importante porque el libro de música establece al músico más antiguo en Panamá cerrando el siglo XIX”, señaló Robles.

Otros de los maestros de capilla panameños que encontró en su investigación fueron José María Benítez, quien ostentaba el título en 1813, y su hijo, José de los Santos Benítez, quien fue maestro de capilla en la década de 1860.

Entierros de angelitos

A mitad del siglo están pasando cosas muy interesantes en Panamá, como la construcción del ferrocarril, utilizado por aventureros que perseguían el oro y otras personas que simplemente deseaban viajar al istmo.

Muchos de estos viajeros terminaron narrando funerales y sus ritos entre sus aventuras en el istmo. Uno de estos fue Édouard Auger, un francés que junto a un amigo pernoctó en Cruces varios días.

Este narró la gran cantidad de fiestas que se celebraban en el pueblo, hasta que una mañana fue despertado por alegre música a la que compara con una zamacueca debido a lo movida que era. Al pensar que era una celebración, sale para observar, sin embargo, se encuentra con que era el funeral de un infante.

Los entierros de infantes eran celebrados con una gran cantidad de músicos y ofrendas. Aunque no queda claro si los entierros de adultos eran de la misma manera, lo que sí se sabe es que al menos para los niños no existía el carácter lúgubre al que se está acostumbrado.

El investigador explicó que esto viene de la creencia de que los niños todavía no han pecado y, por lo tanto, van directamente al cielo, por lo que no hay nada de qué lamentarse.

En muchas ocasiones, la fiesta escalaba. Pintores y otros viajeros que pasaron por el lugar dejaron evidencia sobre estas celebraciones, y es que usualmente se solía amarrar el cuerpo de niños a grandes estacas de madera para caminar a manera de procesión por el pueblo junto a la música. En algunas ocasiones, los invitados incluso pedían al niño para bailar con su cuerpo.

Esta tradición también podría encontrarse en otras partes del país. Así, los denominados “entierros de angelitos” fueron celebrados en Panamá hasta al menos la década de 1950.

Samuel Robles
Musicólogo e investigador.
La muerte es una cosa que es muy evocadora, no solo desde hace 500.000 años, sino también lo que pasó hace muy poco tiempo. La muerte nos dice mucho de la cultura donde sucede; es como una especie de retrato sociocultural de la persona que fallece”.