¿La quinta frontera otra vez? La silenciosa recolonización militar de Panamá
- 11/04/2025 00:00
Vuelve la quinta frontera, justo tras veinticinco años de haberse recuperado el Canal y logrado la salida definitiva de las bases militares. Ahí estuvimos esa gloriosa mañana del 1 de enero del año 2000, y ahí también estuvieron varios de los que hoy ostentan el poder político. Y si vuelve la quinta frontera, vuelven también los años de subordinación a intereses ajenos. ¿Tendrá que surgir una nueva generación del 9 de enero de 1964 que, como la anterior, esté dispuesta a entregar su sangre? ¿Y todo esto bajo la complicidad del actual gobierno? Mientras el país enfrenta desafíos sociales y económicos urgentes, se tejen en silencio acuerdos que amenazan con comprometer los principios más sagrados de nuestra República: la soberanía, la autodeterminación y la neutralidad del Canal de Panamá.
En medio del resurgimiento de una política exterior estadounidense marcada por el unilateralismo y la doctrina de “América Primero” impulsada por Donald Trump, Panamá vuelve a quedar atrapada en el eje de intereses estratégicos que nada tienen que ver con su bienestar. Nuestra ubicación en el mapa del mundo, con un canal interoceánico vital para el comercio global, nos convierte en pieza codiciada del ajedrez geopolítico. Y es precisamente ahí, en esa importancia geográfica, donde residen tanto nuestro potencial como nuestra vulnerabilidad.
Una historia que se repite: del Hay-Bunau Varilla al siglo XXI
En 1903 se firmó un tratado entre un francés que vendió la patria a la que no pertenecía, y un estadounidense. Ese tratado —el Hay-Bunau Varilla— marcó el inicio de una etapa de subordinación total para nuestro país. Una etapa donde Panamá existía, pero no decidía. Donde nuestro principal recurso natural, nuestra posición geográfica, servía a los intereses de seguridad de Estados Unidos y no los de nuestro país, que veía impotente cómo nos devolvían limosnas a cambio de mancillar nuestra dignidad nacional.
Más de siete décadas nos tomó recuperar la dignidad nacional. Y lo hicimos sin armas, pero con la fuerza del pueblo y el liderazgo de Omar Torrijos Herrera.
Sin embargo, la historia parece dispuesta a repetirse. Esta vez, con acuerdos disfrazados de cooperación, con silencios cómplices y una narrativa diplomática que apela a la “seguridad nacional de Estados Unidos” para justificar la presencia extranjera en suelo patrio. La pregunta es: ¿hemos aprendido algo del siglo pasado?
Los nuevos gobernantes, quienes ostentan el poder del órgano Ejecutivo, deben tener el mayor cuidado en cada una de las acciones que están llevando a cabo y meditar profundamente cómo desean ser recordados por las futuras generaciones. Es posible que enfrenten presiones, pero su deber es con la patria. Si no tienen la valentía de encarar este reto nacional, deben renunciar.
Acuerdos ocultos, consecuencias abiertas
Recientemente, se han suscrito acuerdos entre el Gobierno panameño y el de Estados Unidos que, según versiones extraoficiales, permiten la presencia militar norteamericana en zonas estratégicas del país: Darién, puertos, aeropuertos; con el fin de militarizar el país, transgrediendo los tratados de neutralidad que son parte esencial de nuestra nacionalidad.
Estos acuerdos no han sido discutidos públicamente, no han pasado por la Asamblea, y mucho menos han sido puestos a consulta ciudadana. No son parte de una política de Estado deliberada, sino decisiones de gabinete tomadas a espaldas de la ciudadanía. Y cuando se trata de soberanía, no hay excusa posible: lo que se negocia sin el pueblo, se negocia contra el pueblo.
¿Cooperación o subordinación?
Lo que se está instalando es una subordinación de facto. Una cesión tácita del principio de autodeterminación nacional en nombre de acuerdos con condiciones e imposiciones que podrían afectar de forma determinante el futuro del país. Así de serio es esto: es posiblemente la más importante coyuntura política que hemos enfrentado desde la cruenta invasión a Panamá en 1989.
Esto no es cooperación. Es subordinación estratégica.
La neutralidad bajo amenaza
El Tratado de Neutralidad, firmado en 1977 junto a los Tratados Torrijos-Carter, establece que el Canal de Panamá debe permanecer abierto y seguro, en tiempos de paz o de guerra, para todos los países del mundo. Pero esa neutralidad exige, como contrapartida, que Panamá no se convierta en plataforma militar de ningún Estado.
Cuando se permite que el interés de seguridad de Estados Unidos se imponga sobre los intereses de la República de Panamá, se está violando el espíritu de ese tratado. Se está debilitando el único blindaje diplomático que protege nuestra existencia geopolítica: la neutralidad.
Recordemos que ese tratado, aunque firmado por dos países, fue respaldado por generaciones enteras que soñaban con un Panamá libre de bases extranjeras. No se puede permitir que en pleno siglo XXI se entreguen, mediante acuerdos oscuros, espacios y decisiones que fueron ganados con sangre de ciudadanos y juventudes con hambre de dignidad y autodeterminación.
La responsabilidad histórica del actual gobierno
El presidente de la República, la Cancillería y los ministros del Canal y de Seguridad deben entender que están jugando con fuego. Están comprometiendo no solo la soberanía presente, sino el legado de independencia futura. Los pueblos tienen memoria, y la historia no suele perdonar a quienes traicionan sus principios fundacionales.
Si persisten en firmar acuerdos que comprometen la neutralidad, sin transparencia ni consulta ciudadana, corren el riesgo de ser recordados como los nuevos Hay-Bunau Varilla del siglo XXI: que negociaron sin mandato, que entregaron sin causa, que pusieron la soberanía en manos ajenas por no tener la valentía de aquellas generaciones de panameños y panameñas que encabezaron esa larga lucha por ser un país soberano y libre de presencia militar norteamericana.
Los panameños y panameñas tenemos la obligación moral de levantar la voz ante este retroceso. No podemos permitir que los intereses de seguridad de una potencia se impongan al interés supremo del pueblo panameño.
¿La quinta frontera otra vez?
Vuelve la quinta frontera, justo tras 25 años de haber recuperado el Canal y logrado la salida definitiva de las bases militares. Ahí estuvimos esa gloriosa mañana del 1 de enero del año 2000, y ahí también estuvieron varios de los que hoy ostentan el poder político. Y si vuelve la quinta frontera, vuelven también los años de subordinación a intereses ajenos.
¿Tendrá que surgir una nueva generación del 9 de enero de 1964 que, como la anterior, esté dispuesta a entregar su sangre por la patria? ¿Y todo esto bajo la complicidad del actual gobierno?
Panameños y panameñas, esta es una pelea que no podemos perder. Tenemos que salir a la calle y manifestarnos contra esta violación a nuestra soberanía, a nuestra Constitución, al Tratado de Neutralidad y a nuestra dignidad.
No podemos permanecer en silencio. Exijamos transparencia en los acuerdos, respeto a la Constitución y al Tratado de Neutralidad, y el fin inmediato de cualquier acuerdo que comprometa nuestra soberanía y el legado de generaciones de panameños y panameñas.
Mientras el país enfrenta desafíos sociales y económicos urgentes, se tejen en silencio acuerdos que amenazan con comprometer los principios más sagrados de nuestra República: la soberanía, la autodeterminación y la neutralidad del Canal de Panamá.
En medio del resurgimiento de una política exterior estadounidense marcada por el unilateralismo y la doctrina de “América Primero” impulsada por Donald Trump, Panamá vuelve a quedar atrapada en el eje de intereses estratégicos que nada tienen que ver con su bienestar. Nuestra ubicación en el mapa del mundo, con un canal interoceánico vital para el comercio global, nos convierte en pieza codiciada del ajedrez geopolítico. Y es precisamente ahí, en esa importancia geográfica, donde residen tanto nuestro potencial como nuestra vulnerabilidad.
Una historia que se repite: del Hay-Bunau Varilla al siglo XXI
En 1903 se firmó un tratado entre un francés que vendió la patria a la que no pertenecía, y un estadounidense. Ese tratado —el Hay-Bunau Varilla— marcó el inicio de una etapa de subordinación total para nuestro país. Una etapa donde Panamá existía, pero no decidía. Donde nuestro principal recurso natural, nuestra posición geográfica, servía a los intereses de seguridad de Estados Unidos y no los de nuestro país, que veía impotente cómo nos devolvían limosnas a cambio de mancillar nuestra dignidad nacional.
Más de siete décadas nos tomó recuperar la dignidad nacional. Y lo hicimos sin armas, pero con la fuerza del pueblo y el liderazgo de Omar Torrijos Herrera.
Sin embargo, la historia parece dispuesta a repetirse. Esta vez, con acuerdos disfrazados de cooperación, con silencios cómplices y una narrativa diplomática que apela a la “seguridad nacional de Estados Unidos” para justificar la presencia extranjera en suelo patrio. La pregunta es: ¿hemos aprendido algo del siglo pasado?
Los nuevos gobernantes, quienes ostentan el poder del órgano Ejecutivo, deben tener el mayor cuidado en cada una de las acciones que están llevando a cabo y meditar profundamente cómo desean ser recordados por las futuras generaciones. Es posible que enfrenten presiones, pero su deber es con la patria. Si no tienen la valentía de encarar este reto nacional, deben renunciar.
Acuerdos ocultos, consecuencias abiertas
Recientemente, se han suscrito acuerdos entre el Gobierno panameño y el de Estados Unidos que, según versiones extraoficiales, permiten la presencia militar norteamericana en zonas estratégicas del país: Darién, puertos, aeropuertos; con el fin de militarizar el país, transgrediendo los tratados de neutralidad que son parte esencial de nuestra nacionalidad.
Estos acuerdos no han sido discutidos públicamente, no han pasado por la Asamblea, y mucho menos han sido puestos a consulta ciudadana. No son parte de una política de Estado deliberada, sino decisiones de gabinete tomadas a espaldas de la ciudadanía. Y cuando se trata de soberanía, no hay excusa posible: lo que se negocia sin el pueblo, se negocia contra el pueblo.
¿Cooperación o subordinación?
Lo que se está instalando es una subordinación de facto. Una cesión tácita del principio de autodeterminación nacional en nombre de acuerdos con condiciones e imposiciones que podrían afectar de forma determinante el futuro del país. Así de serio es esto: es posiblemente la más importante coyuntura política que hemos enfrentado desde la cruenta invasión a Panamá en 1989.
Esto no es cooperación. Es subordinación estratégica.
La neutralidad bajo amenaza
El Tratado de Neutralidad, firmado en 1977 junto a los Tratados Torrijos-Carter, establece que el Canal de Panamá debe permanecer abierto y seguro, en tiempos de paz o de guerra, para todos los países del mundo. Pero esa neutralidad exige, como contrapartida, que Panamá no se convierta en plataforma militar de ningún Estado.
Cuando se permite que el interés de seguridad de Estados Unidos se imponga sobre los intereses de la República de Panamá, se está violando el espíritu de ese tratado. Se está debilitando el único blindaje diplomático que protege nuestra existencia geopolítica: la neutralidad.
Recordemos que ese tratado, aunque firmado por dos países, fue respaldado por generaciones enteras que soñaban con un Panamá libre de bases extranjeras. No se puede permitir que en pleno siglo XXI se entreguen, mediante acuerdos oscuros, espacios y decisiones que fueron ganados con sangre de ciudadanos y juventudes con hambre de dignidad y autodeterminación.
La responsabilidad histórica del actual gobierno
El presidente de la República, la Cancillería y los ministros del Canal y de Seguridad deben entender que están jugando con fuego. Están comprometiendo no solo la soberanía presente, sino el legado de independencia futura. Los pueblos tienen memoria, y la historia no suele perdonar a quienes traicionan sus principios fundacionales.
Si persisten en firmar acuerdos que comprometen la neutralidad, sin transparencia ni consulta ciudadana, corren el riesgo de ser recordados como los nuevos Hay-Bunau Varilla del siglo XXI: que negociaron sin mandato, que entregaron sin causa, que pusieron la soberanía en manos ajenas por no tener la valentía de aquellas generaciones de panameños y panameñas que encabezaron esa larga lucha por ser un país soberano y libre de presencia militar norteamericana.
Los panameños y panameñas tenemos la obligación moral de levantar la voz ante este retroceso. No podemos permitir que los intereses de seguridad de una potencia se impongan al interés supremo del pueblo panameño.
¿La quinta frontera otra vez?
Vuelve la quinta frontera, justo tras 25 años de haber recuperado el Canal y logrado la salida definitiva de las bases militares. Ahí estuvimos esa gloriosa mañana del 1 de enero del año 2000, y ahí también estuvieron varios de los que hoy ostentan el poder político. Y si vuelve la quinta frontera, vuelven también los años de subordinación a intereses ajenos.
¿Tendrá que surgir una nueva generación del 9 de enero de 1964 que, como la anterior, esté dispuesta a entregar su sangre por la patria? ¿Y todo esto bajo la complicidad del actual gobierno?
Panameños y panameñas, esta es una pelea que no podemos perder. Tenemos que salir a la calle y manifestarnos contra esta violación a nuestra soberanía, a nuestra Constitución, al Tratado de Neutralidad y a nuestra dignidad.
No podemos permanecer en silencio. Exijamos transparencia en los acuerdos, respeto a la Constitución y al Tratado de Neutralidad, y el fin inmediato de cualquier acuerdo que comprometa nuestra soberanía y el legado de generaciones de panameños y panameñas.