La moda intelectual de condenar el 12 de octubre
- 12/10/2024 00:00
- 11/10/2024 19:24
Bartolomé de las Casas describe de manera hiperbólica las matanzas, saqueos y agravios cometidos por los conquistadores españoles en América a principios del siglo XVI Hace varios años, en Guatemala existía —y si aún existe, no la he vuelto a ver— la moneda de un centavo de quetzal. Se diferenciaba de las demás denominaciones por su color cobrizo claro y menos intenso que la de un penny estadounidense. Su anverso detallaba el nombre y el perfil de un fraile dominico sevillano que, indirectamente, es uno de los mayores responsables del resentimiento histórico de Hispanoamérica contra el Imperio español (o contra lo que hoy muchos asocian con la España actual). Su nombre es Fray Bartolomé de las Casas, y es autor de uno de los informes más exagerados y fantasiosos que se han escrito sobre la llegada de los europeos al Nuevo Mundo: la Brevísima relación de la destrucción de las Indias.
En esta obra, Bartolomé de las Casas describe de manera hiperbólica las matanzas, saqueos y agravios cometidos por los conquistadores españoles en América a principios del siglo XVI. Sus páginas dan testimonio de episodios ocurridos en todas las extensiones del naciente imperio: desde la Florida hasta el Río de la Plata, a pesar de que él solo llegó a pisar las Antillas y Mesoamérica. En esta última región se ganó una gran fama y estima como protector de los indígenas.
Y a juzgar por sus descripciones apasionadas en la Brevísima, sin duda que Fray Bartolomé debió ejercer ese rol de defensor con mucho ímpetu. Hoy son mayoría los que señalan la falta de rigor histórico de su obra, pero nadie duda de que su intención de crear una concientización en las más altas esferas del Imperio español fue noble y genuina, aunque para ello tuviera que alterar la realidad llegando a niveles inverosímiles.
Pero el fraile dominico nunca llegó a sospechar su gran influencia en el concepto que aún hoy se suele tener de la conquista, incluso en personas que nunca leyeron su obra. Recuerdo que yo cursaba tercer grado de primaria en un colegio de Managua cuando la profesora nos habló por primera vez de la conquista. Ese día, sin tener una mínima sospecha de la existencia de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, aprendí que “los españoles”, solo vinieron a América a robar, matar y destruir, así como el ladrón al que se alude en alguna parte del Evangelio de Juan.
A mediados de la década de 1990 esta era la idea que se continuaba enseñando como verdad absoluta, no solo en Nicaragua, sino también en cualquier escuela primaria de México, Bolivia, Panamá o casi cualquier otro país hispanohablante. No es de extrañarse entonces que a ella se deba un injustificado rechazo histórico hacia todo lo relacionado con lo europeo, y particularmente con lo español. Hace pocos días, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, no invitó al rey de España a su toma de posesión porque este no respondió a una reiterada y curiosa petición del presidente saliente, Juan Manuel López Obrador: la de ofrecer disculpas a los pueblos originarios por la conquista de América.
De un tiempo acá, el 12 de octubre se ha convertido en una fecha polémica que despierta sentimientos encontrados y contradictorios. Y es que, a pesar del discurso oficial que muchos aprendimos en el colegio contra la colonia española en América, sé que al menos en Nicaragua nadie de mi generación puede negar que cada 12 de octubre era conmemorado con gran algarabía en los colegios públicos y privados. Y por lo que me han contado algunos amigos, sé que en Panamá también. De hecho, alguno me asegura que “lamentablemente” todavía hoy se sigue conmemorando, aunque me aclaran: “Ya no como antes. Y ya no como Día de la Hispanidad, sino con otro nombre”.
Lo cierto es que condenar ese hecho histórico se ha vuelto una moda intelectual de nuestro tiempo. En Hispanoamérica es cada vez más generalizado el rechazo al 12 de octubre, tenga el nombre que tenga: “Día de la Hispanidad”, “Día de la Raza” o, incluso, el más simple pero también el más falso de todos: “Día del descubrimiento de América”. Hoy no somos pocos los que deberíamos preguntarnos desde cuándo esta fecha empezó a satanizarse tanto, que al menos yo no me di cuenta.
Otras veces, para ser más diplomáticos, se habla de este suceso histórico como un “encuentro” entre España y América, y de un “intercambio cultural”. Sin embargo, más allá de enriquecer el idioma español con algunas palabras, no veo en qué otros aspectos tangibles las culturas prehispánicas hayan podido influir en la forma de vida de los europeos, como sí ocurrió al revés. Lejos de verlo como un “intercambio”, habría que verlo como lo que fue en realidad: una imposición natural de cualquier ente dominante sobre su campo de dominio: te impongo mi idioma, mi religión, mi dios y mi manera de ver el mundo, y además, desdeño, repudio y/o condeno tu idioma, tu religión, tu dios y tu manera de ver el mundo.
Y aunque esto nos parezca abominable, se trata de la misma fórmula de imposición con la que el mundo ha funcionado desde siempre. De hecho, hoy también existe una condena no escrita, pero latente e implícita, para quienes no saben inglés, aunque no sea su lengua materna; para quienes leen el Corán y no la Biblia; para quienes eligen una carrera humanista y no científica; para quienes no se mantienen actualizados o al tanto de lo que pasa, o incluso para quienes simplemente no tienen una opinión sobre el tema de moda. Aunque pasivas y silenciosas, todas estas también son imposiciones.
Y si bien nada de esto es suficiente para justificar o tan siquiera explicar que los europeos hayan conquistado América hace cinco siglos, la demonización de ese acontecimiento tampoco es justificable por donde sea que lo veamos: simplemente carece de toda compatibilidad lógica. Pocas veces he visto algo más falaz que alguien nacido en América con apellido de origen español o creyente de la fe cristiana, despotricando contra la conquista española, pasando por alto una verdad a estas alturas gastadísima, pero sencillamente indiscutible: que toda nuestra identidad tal cual la concebimos hoy, y nuestra manera de ver el mundo, no son más que el resultado de aquel feliz o infeliz acontecimiento. De aquel feliz o infeliz “acercamiento”. De aquella feliz o infeliz imposición. De aquel feliz o infeliz miércoles 12 de octubre de 1492.
Hace varios años, en Guatemala existía —y si aún existe, no la he vuelto a ver— la moneda de un centavo de quetzal. Se diferenciaba de las demás denominaciones por su color cobrizo claro y menos intenso que la de un penny estadounidense. Su anverso detallaba el nombre y el perfil de un fraile dominico sevillano que, indirectamente, es uno de los mayores responsables del resentimiento histórico de Hispanoamérica contra el Imperio español (o contra lo que hoy muchos asocian con la España actual). Su nombre es Fray Bartolomé de las Casas, y es autor de uno de los informes más exagerados y fantasiosos que se han escrito sobre la llegada de los europeos al Nuevo Mundo: la Brevísima relación de la destrucción de las Indias.
En esta obra, Bartolomé de las Casas describe de manera hiperbólica las matanzas, saqueos y agravios cometidos por los conquistadores españoles en América a principios del siglo XVI. Sus páginas dan testimonio de episodios ocurridos en todas las extensiones del naciente imperio: desde la Florida hasta el Río de la Plata, a pesar de que él solo llegó a pisar las Antillas y Mesoamérica. En esta última región se ganó una gran fama y estima como protector de los indígenas.
Y a juzgar por sus descripciones apasionadas en la Brevísima, sin duda que Fray Bartolomé debió ejercer ese rol de defensor con mucho ímpetu. Hoy son mayoría los que señalan la falta de rigor histórico de su obra, pero nadie duda de que su intención de crear una concientización en las más altas esferas del Imperio español fue noble y genuina, aunque para ello tuviera que alterar la realidad llegando a niveles inverosímiles.
Pero el fraile dominico nunca llegó a sospechar su gran influencia en el concepto que aún hoy se suele tener de la conquista, incluso en personas que nunca leyeron su obra. Recuerdo que yo cursaba tercer grado de primaria en un colegio de Managua cuando la profesora nos habló por primera vez de la conquista. Ese día, sin tener una mínima sospecha de la existencia de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, aprendí que “los españoles”, solo vinieron a América a robar, matar y destruir, así como el ladrón al que se alude en alguna parte del Evangelio de Juan.
A mediados de la década de 1990 esta era la idea que se continuaba enseñando como verdad absoluta, no solo en Nicaragua, sino también en cualquier escuela primaria de México, Bolivia, Panamá o casi cualquier otro país hispanohablante. No es de extrañarse entonces que a ella se deba un injustificado rechazo histórico hacia todo lo relacionado con lo europeo, y particularmente con lo español. Hace pocos días, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, no invitó al rey de España a su toma de posesión porque este no respondió a una reiterada y curiosa petición del presidente saliente, Juan Manuel López Obrador: la de ofrecer disculpas a los pueblos originarios por la conquista de América.
De un tiempo acá, el 12 de octubre se ha convertido en una fecha polémica que despierta sentimientos encontrados y contradictorios. Y es que, a pesar del discurso oficial que muchos aprendimos en el colegio contra la colonia española en América, sé que al menos en Nicaragua nadie de mi generación puede negar que cada 12 de octubre era conmemorado con gran algarabía en los colegios públicos y privados. Y por lo que me han contado algunos amigos, sé que en Panamá también. De hecho, alguno me asegura que “lamentablemente” todavía hoy se sigue conmemorando, aunque me aclaran: “Ya no como antes. Y ya no como Día de la Hispanidad, sino con otro nombre”.
Lo cierto es que condenar ese hecho histórico se ha vuelto una moda intelectual de nuestro tiempo. En Hispanoamérica es cada vez más generalizado el rechazo al 12 de octubre, tenga el nombre que tenga: “Día de la Hispanidad”, “Día de la Raza” o, incluso, el más simple pero también el más falso de todos: “Día del descubrimiento de América”. Hoy no somos pocos los que deberíamos preguntarnos desde cuándo esta fecha empezó a satanizarse tanto, que al menos yo no me di cuenta.
Otras veces, para ser más diplomáticos, se habla de este suceso histórico como un “encuentro” entre España y América, y de un “intercambio cultural”. Sin embargo, más allá de enriquecer el idioma español con algunas palabras, no veo en qué otros aspectos tangibles las culturas prehispánicas hayan podido influir en la forma de vida de los europeos, como sí ocurrió al revés. Lejos de verlo como un “intercambio”, habría que verlo como lo que fue en realidad: una imposición natural de cualquier ente dominante sobre su campo de dominio: te impongo mi idioma, mi religión, mi dios y mi manera de ver el mundo, y además, desdeño, repudio y/o condeno tu idioma, tu religión, tu dios y tu manera de ver el mundo.
Y aunque esto nos parezca abominable, se trata de la misma fórmula de imposición con la que el mundo ha funcionado desde siempre. De hecho, hoy también existe una condena no escrita, pero latente e implícita, para quienes no saben inglés, aunque no sea su lengua materna; para quienes leen el Corán y no la Biblia; para quienes eligen una carrera humanista y no científica; para quienes no se mantienen actualizados o al tanto de lo que pasa, o incluso para quienes simplemente no tienen una opinión sobre el tema de moda. Aunque pasivas y silenciosas, todas estas también son imposiciones.
Y si bien nada de esto es suficiente para justificar o tan siquiera explicar que los europeos hayan conquistado América hace cinco siglos, la demonización de ese acontecimiento tampoco es justificable por donde sea que lo veamos: simplemente carece de toda compatibilidad lógica. Pocas veces he visto algo más falaz que alguien nacido en América con apellido de origen español o creyente de la fe cristiana, despotricando contra la conquista española, pasando por alto una verdad a estas alturas gastadísima, pero sencillamente indiscutible: que toda nuestra identidad tal cual la concebimos hoy, y nuestra manera de ver el mundo, no son más que el resultado de aquel feliz o infeliz acontecimiento. De aquel feliz o infeliz “acercamiento”. De aquella feliz o infeliz imposición. De aquel feliz o infeliz miércoles 12 de octubre de 1492.